“Bellas mujeres negras,
aún llueve en esta tierra terrible.
Las necesitamos. Mostramos nuestra fuerza,
clavamos la mirada en nuestro torturador,
las necesitamos. Llueve.
Te necesitamos, reinando, reina negra”.
(Beautiful Black Women)
El pasado 9 de enero falleció Amiri Baraka, en Newark, New Jersey, no lejos del lugar que lo había visto nacer 79 años atrás con el nombre de Everett LeRoi Jones. Quienes estaban cerca afirman que, en la sala de cuidados intensivos del hospital donde pasó su último mes, también la poesía lo acompañó hasta el final.
Lo conocí, allá por los años Sesenta del siglo anterior, cuando era identificado como LeRoi Jones. Pese a su juventud era ya un escritor reconocido, Había publicado “Blues People: Negro Music in White America”, texto imprescindible considerado como “la primera gran historia de la música negra escrita por un afroamericano”, además de varias colecciones de poemas y una pieza teatral, “Dutchman”, laureada con el Premio Obie, que ha sido representada muchas veces y fue llevada al cine. Uno de sus poemas “Black Art” se convirtió en el principal manifiesto poético del Movimiento Literario del Arte Negro.
Era, aun entonces, una de las mentes más lúcidas de la intelectualidad neoyorquina cuya obra trascendía más allá de las fronteras norteamericanas. Iniciaba su larga y fructífera carrera, que habría de incluir la docencia universitaria y se extendería por medio siglo.
Su trayectoria no se limitó a la creación artístico-literaria ni a su intensa actividad intelectual.
Perteneció a aquella generación rebelde que desde las entrañas del monstruo quiso conquistar el cielo. Infatigable luchador social, su vida es inseparable de las batallas contra el racismo y el imperialismo sintetizadas en el movimiento del Black Power, del cual fue guía y uno de los principales inspiradores, y de las que libraban los Young Lords puertorriqueños por la igualdad y la independencia de su Patria. Muy temprano el FBI lo identificó como “la persona que probablemente emergerá como el líder del movimiento panafricano en los Estados Unidos”.
Vino a Cuba en 1960 y escribió “Cuba Libre”, hermoso testimonio de solidaridad con nuestro pueblo y su Revolución, publicado en Evergreen Review y ganador del Premio Longview al mejor ensayo del año. Nos reiteró su amistad con “Declaración de conciencia” y organizando a centenares de intelectuales y jóvenes norteamericanos en el Comité por trato justo para Cuba. Con nosotros estuvo siempre sin claudicar jamás.
Más de una vez lo encarcelaron y sufrió maltratos y vejaciones. En 1967, durante la rebelión popular en Newark, fue golpeado brutalmente y secuestrado por la policía racista. De la muerte lo salvó la protesta airada de los negros en las calles y la ola solidaria que se extendió por el mundo, impulsada por Allen Ginsberg, Jean Paul Sartre y otros intelectuales.
Sobrevivió entonces y continuó una existencia consecuente, siempre aferrado a sus ideales juveniles, convencido, hasta el último día, de que otro mundo, el de la libertad y el socialismo, es posible. Con nosotros seguirá.
Ricardo Alarcón de Quesada
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