jueves, enero 09, 2014

La cursilería

Elocuencia de lo decadente

Entre todas las aberraciones ideadas por el capitalismo para deformar y manipular el sentido del gusto de los pueblos y, principalmente, para someterlo a los devaneos de la lógica y la estética de la mercancía, se ha consolidado la “cursilería” que es otro fenómeno ideológico burgués fabricante de sentimentalismo ridículo. Es una negación del amor. La “cursilería” compendia el “mal gusto” burgués, lo “vulgar” rentable, lo “refinado” de pacotilla y lo emotivo “afectado” para la impostación. Han inventado emociones actuadas para justificar el consumismo a granel: “día del padre”, de la madre, del perro, del gato… sensiblería para desahogar bodegas empachadas de baratijas. Hasta las lágrimas.
La “cursilería” es el idioma excipiente en esos “mass media” con que la burguesía nos ataca fabricando emociones simplonas que adjudica al pueblo-público con demagogia sensiblera para, en su propósito de máxima, reconciliar los sentimientos de banqueros y clientes, de curas y ateos, de patrones y obreros. Entre violines y lechos de rosas, emoción y lágrima para la foto. La “cursilería” es una hermandad ideológica burguesa que expulsa a todo pensamiento disidente. Lo envuelve y lo sofoca con “buenos sentimientos”. Profesa “cursilería” el “buen burgués”… entre estremecimientos, para mostrar su parte “humana”. Antesala de la ridiculez.
No hay “cursilería” a-histórica, ajena a su tiempo. Sus clásicos lo son por lo efectista o por su capacidad de esconder la crudeza de la explotación, del saqueo y de la humillación que fabrica el capitalismo sin cesar. Es inclemente heredera monstruosa del romanticismo, del neoclásico, del modernismo escapista… La “cursilería” es una tara de la ignorancia y sirve para esconder toda falta de talento con almíbar a destajo. Es un revés violento, un salto atrás camuflado de “liberación” para endulzarlo todo con melaza ideológica.
Un arsenal de ofensivas “cursis” se mueve, por ejemplo en la publicidad, como “pez en el agua” de las más clásicas emociones ridículas, de la apariencia exagerada, de la perturbación empalagosa. Es un fracaso planificado contra el “gusto” y su emancipación. La “cursilería” se propaga, virulenta, en la conciencia de los pueblos endulzado la miseria con ternura idiota. Por eso es lo cursi es mucho y fácil, es el reino de la banalidad emocional llevada a la taquilla. Su idea de “belleza” y de “placer” se regodea en lo estereotipado y lo rutinario. Lo fácil. Así enmascara la burguesía su maldad entre ornatos dulcísimos.
A la burguesía le encantan los escarceos sentimentales que suplantan el sentido de la verdad. Ha creado una religiosidad de las mercancías inducida con oraciones -e imágenes- dulcíferas cuyo objetivo es crear emoción para el consumismo al servicio de la ideología de la clase dominante que secuestra y tergiversa todo lo que está a su alcance: herencias indígenas, criollas, mestizas, urbanas, campesinas. Aberraciones de mercado. La “cursilería” se esmera en afincar los distintivos permanentes de una guerra ideológica que usa la sacralización de las emociones para infiltrarse en lo corriente y en lo cotidiano. Los ejemplos son abrumadores.
Los pueblos, la clase trabajadora, victimados por la miseria… los pueblos que no alcanzan a saber cómo se manipula el “gusto”, están condenados a la “cursilería” fabricada por la burguesía (y a disfrutarla agradecidos) como derrota emocional muy rentable. Pueblos convertidos en adictos a los néctares de la mediocridad burguesa endulzada comercialmente para esconder el problema de todos los problemas que es el capitalismo.
Además de inyectarla, en las venas abiertas de la miseria, exhiben su “cursilería” como si fuese conquista estética y literaria… como si fuese el valor cultural más elevado del refinamiento burgués. Venden con impudicia su “cursilería” y hacen pasar por divertida esa sensibilidad simplona y farandulizada que se ha impuesto como lenguaje que barniza todo. La “cursilería” es un acto de desposesión y agresión contra las necesidades y las fortalezas emocionales de las masas para aplastarlas con la producción racionalizada de una estética que en nada expresa a la clase trabajadora y que, por el contrario, expresa del capitalismo lo más anacrónico de sus falacias sentimentales. Ofensiva ideológica para sepultar la belleza verdadera que nace de la lucha emancipadora.
Lo “cursi” anestesia la conciencia y enmascara la violencia del capitalismo con sensiblería y sublimación. Anestesia porque en su amor por lo mercantil, y su conservadurismo, empalagada todo con espiritualidad y con su néctar perfumado. Ideología dominante camuflada como estética populachera donde la clase trabajadora vive agobiada y usurpada por el capitalismo y sus negocios bonitos y emocionantes. ¿Muy tierno?

Fernando Buen Abad Domínguez
Rebelión/Universidad de la Filosofía

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