miércoles, enero 15, 2014

Lo que EE.UU. hizo a Afganistán



Innumerables muertos, pobreza, corrupción y el ascenso de los talibanes

Hace unos años, en Kabul, estaba escuchando a un portavoz de una organización del Gobierno afgano que me informaba prolongada, optimista y no muy convincentemente de los logros de la institución para la que trabajaba. Para aliviar el aburrimiento, y sin muchas esperanzas de obtener una respuesta interesante, le pregunté –con una garantía de anonimato– qué beneficios había aportado a su pueblo el Gobierno afgano. Sin dudar, el portavoz respondió que era muy posible que los beneficios fueran muy limitados “mientras nuestro país sea gobernado por gánsteres y señores de la guerra”.
Aproximadamente en esos días decidí que el principal problema en Afganistán no era la fuerza de los talibanes sino la debilidad del Gobierno. No importa cuántos soldados de la OTAN estén en el país porque están allí en apoyo de un Gobierno detestado por gran parte de la población. Dondequiera que iba en la capital había señales de esto, incluso entre gente próspera de la que podría esperarse que fuera el apoyo natural del statu quo. Entrevisté a un agente inmobiliario que no debería tener muchos motivos de queja ya que en los 10 años siguientes a la caída de los talibanes en 2001 Kabul fue la ciudad de más rápido crecimiento del mundo. Señaló a algunos trabajadores frente a la ventana de su oficina diciendo que ganaban entre 4 y 6 dólares diarios una ciudad en la cual el arriendo de una casa decente para sus familias costaría 1.000 dólares mensuales. Dijo: “Es imposible que esta situación continúe sin una revolución”.
El año 2014 ha sido presentado hace tiempo como un año decisivo para Afganistán porque la mayor parte de las tropas extranjeras que quedaban, 38.000 estadounidenses y 5.200 británicos, se retirarán del país antes de que termine. Las predicciones de una fecha exacta para un hito histórico usualmente resultan ser erróneas, pero en este caso la sabiduría convencional podría tener razón. Ya hay señales de un drástico cambio político, como el anuncio del Gobierno afgano de la semana pasada de su intención de liberar a 72 prisioneros talibanes de la línea dura, provocando furiosas protestas de Washington. Es probable que el motivo del presidente Hamid Karzai sea conciliar a los dirigentes locales que quieren que sus parientes salgan de la cárcel, porque Karzai necesita su apoyo en la elección presidencial de abril, en la cual no puede participar por haber gobernado dos períodos, aunque quiere determinar su sucesor.
Una característica importante de esta retirada de tropas estadounidenses y británicas es el poco interés que ha despertado en sus respetivos países, aunque 2.806 soldados estadounidenses y 447 británicos han muerto desde 2001. El coste total de la guerra, la reconstrucción y la ayuda durante el mismo período es de 641.700 millones de dólares, según el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales en Washington. Por supuesto, dinero gastado en Afganistán no significa gastado en ese país, pero incluso considerando esto es extraordinario que, a pesar de las enormes sumas gastadas, las cifras del Gobierno afgano revelen que un 60% de los niños están desnutridos y solo un 27% de los afganos tiene acceso a agua potable segura. Muchos sobreviven solo gracias a remesas de los parientes que trabajan en el extranjero o mediante el narcotráfico, que representa cerca de 15% del producto interno bruto afgano.
Las cifras antes mencionadas provienen de un estudio condenatorio del resultado de 12 años de intervención internacional en Afganistán de Thomas Ruttig, de la Red de Análisis Afganistán en Kabul. Su informe, sucinto y bien documentado, sobre dónde se encuentra Afganistán actualmente subraya el hecho de que la intervención militar estadounidense y británica ha terminado en un fracaso casi total. Los talibanes no han sido aplastados, operan en todas partes del país y en provincias como Helmand están listos para tomar el poder en cuanto partan las tropas estadounidenses y británicas. Incluso con el respaldo de tropas extranjeras, el control del Gobierno afgano a menudo termina a un par de kilómetros afuera de la capital del distrito. Los 30.000 soldados estadounidenses adicionales enviados como parte de la "oleada" de tropas en 2010-2011, que llevó a un total de 101.000 en su despliegue máximo, han tenido poco impacto a largo plazo.
Todo el fiasco afgano se discute con frecuencia en términos de tácticas militares, mientras los motivos más importantes para el fracaso estadounidense y británico son políticos y se remontan a las secuelas inmediatas del derrocamiento de los talibanes en 2001. Hay que subrayar cuatro puntos sobre esa era fundamental: entonces los talibanes no eran populares fuera de una pequeña minoría de afganos, pero su derrota militar fue menos decisiva de lo que apareció en los medios occidentales porque gran parte se había retirado o dispersado. Los seguí por la carretera principal de Kabul a Ghazni y finalmente a Kandahar y hubo pocos combates. Con las circunstancias políticas adecuadas, siempre podrían resurgir. De igual importancia, la frontera de 2.400 kilómetros entre Afganistán y Pakistán permaneció abierta, de modo que los talibanes tuvieron refugios para descansar, entrenar y reabastecerse.
Que resurgieran tan rápida y poderosamente después de 2006 fue el resultado de un cuarto factor, es decir la naturaleza tóxica del nuevo régimen que emergió en Kabul. Estaba compuesto de los mismos señores de la guerra y comandantes yihadistas cuya corrupción y violencia había provocado la toma del poder por los talibanes, respaldados por Pakistán y Arabia Saudí, en 1996. Dominaron el Parlamento, el poder judicial y los servicios de seguridad.
“Los que recibieron medios financieros de EE.UU. en 2001 para combatir a los talibanes a menudo invirtieron en el narcotráfico”, escribe Thomas Ruttig, “y partiendo de ahí, se apoderaron gradualmente de sectores lícitos de la economía como el negocio de importación-exportación, la construcción y los sectores de bienes raíces, bancario y la minería”. Se tragaron la ayuda extranjera, y por lo tanto en 2013 Afganistán se encontró al final de los 177 países (junto a Somalia y Corea del Norte) en la liga de Transparency International de percepción de corrupción de empresarios.
La nueva elite post-talibanes se caracterizó por una mezcla letal de un sistema de señores de la guerra e islam yihadista. Un periodista llamado Mir Hossein Musawi acuñó el término “fascismo sagrado” para describir la mezcla de las dos cosas en un artículo en la prensa en Kabul en 2003. Fue rápidamente obligado a huir del país acusado de insultar al islam.
Las elecciones son ahora tan fraudulentas que despojan de legitimidad a a los vencedores. La elección de abril de 2014 probablemente será peor que cualquiera anterior, con 20,7 tarjetas de votantes distribuidas en un país en el cual la mitad de la población de 27 millones no llega a la edad de votar, 18 años. Instituciones independientes de monitoreo de la elección han sido reemplazadas y son actualmente controladas por el Gobierno.
Frente a estos múltiples desastres los dirigentes occidentales simplemente ignoran la realidad afgana y se refugian en un sesgo que no está lejos de las mentiras deliberadas. Durante una visita a la provincia Helmand en diciembre pasado David Cameron afirmó que se había establecido un nivel básico de seguridad de modo que tropas las británicas pudieran justamente afirmar que su misión estaba cumplida.
Nadie en Afganistán cree esto. Pero la partida de las tropas extranjeras no significa necesariamente el triunfo de los talibanes, que forman un movimiento pastún que tendrá gran dificultad para establecerse en áreas dominadas por otras etnias como los tayikos, hazara y uzbecos. Muchos afganos temen una suerte peor y creen que 2014 presenciará el comienzo de una vuelta a la era de salvaje y anárquica crueldad en los años 90, cuando las bandas armadas yihadistas gobernaban Afganistán.

Patrick Cockburn
CounterPunch

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