domingo, marzo 01, 2015

La desaceleración de la economía china envía malos augurios a la economía mundial



Las últimas cifras publicadas muestran que la economía china experimentó en 2014 su tasa de crecimiento más baja desde 1990, un 7,4%. Más aún, el Fondo Monetario Internacional ha reducido las expectativas de crecimiento de China en 2015 de 7.1% a 6.8%. Según el Financial Times, 30 de las 31 provincias chinas no alcanzaron sus objetivos de crecimiento para 2014, siendo Tíbet, de lejos la economía más reducida de la región, la única que lo hizo.
Shangai, después quedarse a un 0.5% de la tasa de crecimiento fijado para 2014, ha llegado incluso a negarse a designar un objetivo para 2015. Estas cifras muestran que nos encontramos ante el principio del final del milagroso boom de la economía china, a medida que la crisis del capitalismo va calando en la mayor economía exportadora del planeta.

Crisis global del capitalismo

En 2008, la economía mundial entró en una crisis sin precedentes, a pesar de lo cual el mayor abastecedor de los mercados internacionales, China, parecía escapar relativamente ileso.
Tras una caída inmediata del crecimiento del PIB, del 14.2% en 2007 al 9.6% en 2008, el gobierno chino se embarcó en un gigantesco programa de estímulo económico equivalente a 586 mil millones de dólares americanos, lo que representaba un compromiso similar al anunciado por los Estados Unidos poco después, aunque, en el caso chino, viniendo de una economía tres veces más pequeña. La inyección de una gran financiación estatal, especialmente créditos, sirvió para proteger artificialmente a la economía.
Aun así, la economía china no podía mantenerse inmune a la crisis global y sus exportaciones decrecieron. El estado actuó de nuevo, esta vez invirtiendo en infraestructuras, lo que mantuvo viva a la economía, aunque a una menor tasa de crecimiento que anteriormente. No obstante, estas medidas tuvieron sus consecuencias.
La más importante fue la generación de una sobrecapacidad productiva, especialmente en los sectores de la construcción y de la industria pesada. Este proceso fue sustentado por el Estado a pesar del surgimiento de burbujas especulativas, particularmente en el mercado inmobiliario.
La burguesía internacional, como hipnotizada por la economía china, clamaba que China sacaría a la economía mundial del pozo. Sin embargo, como los marxistas vaticinaron, el paquete de medidas del gobierno chino no produjo más que un alivio temporal a costa de generar enormes burbujas especulativas. El mercado inmobiliario aumentó sus precios hasta alcanzar su máximo en 2010, hasta el punto de que una vivienda normal podía llegar a costar doce veces el valor de los ingresos de una familia. Este programa mantuvo la tasa de crecimiento por encima del 9% anual hasta 2012, año en que la burbuja del mercado inmobiliario había comenzado a desinflarse entre temores de que pudiese expandirse a niveles incluso más peligrosos. Desde entonces la tasa anual de crecimiento de la economía china no ha dejado de descender.
Este declive no alarmó mucho a los economistas burgueses, dado que, después de todo, una tasa de crecimiento más lenta se interpretaba como mayor “estabilidad” y una economía “más sana”. El crecimiento de la economía china ha estado descendido en línea con las proyecciones de crecimiento tanto del gobierno como de las estimaciones del FMI. Al mismo tiempo los salarios han estado subiendo, lo cual supuso mayor poder adquisitivo lo cual dio lugar a esperanzas de que el impulso del mercado interno contrarrestaría el descenso de las exportaciones.
Hasta ahora China ha evitado una caída en picado, fundamentalmente gracias a las políticas keynesianas aplicadas por el estado, que mantuvieron la burbuja hinchada. En última instancia, aunque la crisis se eludió momentáneamente, no se puede evitar dado que cuanto más tiempo tarde en manifestarse, mayor será el golpe: ninguna “economía de mercado” puede evitar las leyes del capitalismo.

Expansión cuantitativa

El pasado mes de julio, The Economist publicaba: “el miedo al colapso del mercado inmobiliario, al impago por parte de las corporaciones y a la austeridad en la era de la anti-corrupción, ha quedado en nada. El crecimiento de China se aceleró en el segundo cuarto de 2014, ascendiendo al 7,5% interanual, justo como predijeron las estimaciones oficiales (The Economist, 16 Julio de 2014).
En ese momento, el gobierno chino había comenzado a hablar con mayor frecuencia de una “nueva normalidad” que se ajustase a cifras de crecimiento mucho más bajas de lo que hubiese sido previamente impensable por cualquiera de los parámetros de estimaciones nacionales.
Ciertamente, China evitó el aterrizaje forzoso que hubiese supuesto una caída en picado, tal y como algunos economistas temían. En cualquier caso, durante los últimos seis meses las inversiones no han parado de caer a un ritmo creciente, al mismo tiempo que los precios en el mercado inmobiliario continuaban una caída en espiral.
La, una vez, burocracia “responsable” se ha visto obligada a tomar medidas drásticas tales como la introducción de la expansión cuantitativa a base de imprimir una cantidad extraordinaria de 500,000 millones de yuanes (81,000 millones de dólares) en septiembre. Según The Economist, el banco central no anunció el préstamo, fundamentalmente para no contradecir las declaraciones del Primer Ministro, Li Keqiang, respecto a la necesidad de abstenerse de recurrir a estímulos para la economía (The Economist, 20 de Septiembre de 2014). Pero, lo llamen como quieran, los hechos no pueden cambiarse. De lo que no cabe duda es que la burocracia china está comenzando a sentir el peso de la crisis económica y ajustando sus medidas políticas en consecuencia. Ha tratado de desinflar la burbuja inmobiliaria así como otras burbujas improductivas. Aun así, antes del último cuarto del año, la amenaza de un aterrizaje forzoso (una crisis económica en toda regla) era lo suficientemente grande como para que el gobierno haya adoptado medidas de expansión cuantitativa.
En cualquier caso, los resultados no han sido los esperados por el gobierno. De hecho, desde que se han aplicado este tipo de medidas, el crecimiento de la economía china no ha hecho más que desacelerarse. Mientras que el estado trataba de alcanzar, a base reducir los fondos estatales, una “desaceleración estable del crecimiento”, el mercado reaccionó mediante una reducción violenta de las inversiones. De este modo, desde octubre hasta septiembre, las inversiones han decaído de 1.05 billones de yenes a 662.000 millones. Semejante caída en las inversiones obligó a la burocracia a discutir la posibilidad de bajar las expectativas de crecimiento.
Se esperan nuevas medidas que sean capaces de capear el temporal. Sehn Jianguang, el principal economista para Asia de Mizuho Securities Asia Ltd declaraba en Hong Kong que, aunque la expansión cuantitativa pudiese retrasar el decrecimiento de la economía, no podría en ningún caso servir de revulsivo (Bloomberg, 14 de Noviembre de 2014).

El coste de un exceso de capacidad productiva

Ninguna de estas medidas va a solucionar el mayor problema, es decir, la sobreproducción. En la medida que el crecimiento de la economía estadounidense es pequeño y Europa está dirigiéndose hacia una recesión, la industria china carecerá de un mercado para sus productos. Bajo estas condiciones, el estímulo artificial de la economía solo puede retrasar la crisis, pero a riesgo de hacerla incluso más profunda cuando llegue.
La economía china se mueve inexorablemente hacia una marcada desaceleración. Está infectada de sobreproducción y de las llamadas “fabricas zombi”. Las inversiones totales en activos fijos aumentaron el año pasado un 15,7%, el ritmo más lento desde 2001. En diciembre, todas las alarmas saltaban cuando los beneficios de las fábricas decrecieron un 8%. La sobreproducción está comenzando a afectar a la industria manufacturera más allá de lo que el estado puede controlar. El viceministro de Industria, Información y Tecnología comentaba la semana pasada que “a medida que la economía se ajusta a la “nueva normalidad”, el sector industrial se enfrenta a crecientes presiones, estructuras irrazonables y a una débil capacidad de innovación”.
Esta “presión descendente” que afecta a la industria se debe fundamentalmente a la falta de demanda. La utilización de la capacidad productiva se encuentra en un nivel medio del 70%, frente al 80% de los Estados Unidos. Si se combina con la enorme deuda creada por los programas gubernamentales, se reúnen todos los requisitos para una desestabilización económica.
Durante todo un período, como los personajes de dibujos animados que tardan en darse cuenta de que han ido más allá del borde del precipicio, le experiencia desafiaba todos los hechos. Pero los hechos siempre acaban imponiéndose. Por mucho que el gobierno haya intentado crear una tapadera a base de más experimentos keynesianos y paquetes de medidas para estimular la economía, las incontestables contradicciones emergen a la superficie.
El hecho es que la producción china ha sobrepasado los límites del mercado mundial y, al tratar de expandir su mercado interno para aumentar las inversiones y el consumo, el estado chino ha agudizado la contradicción entre trabajo asalariado y capital. Si, los salarios se han incrementado en términos reales; pero, como hemos informado previamente, la realidad para muchos es que los salarios familiares están ahora cayendo.
La mayoría de la población apenas se ha beneficiado de las inversiones especulativas alentadas por el gobierno, más allá de una ligera mejora de las condiciones del trabajo esclavo. Aunque los precios de la propiedad han caído de forma significativa, continúan siendo cuatro veces la media de los ingresos de una familia media. El otro lado del fin del boom inmobiliario es que la disminución de los salarios en la industria de la construcción es ahora recurrente.
Los trabajadores de las industrias del carbón y del acero, dos de los sectores más afectados por la sobrecapacidad, se darán cuenta de su precaria situación laboral cuando el gobierne comience el asalto previsto a la producción que considere innecesaria. Hasta ahora, lo único que el estado podía ofrecer a estos trabajadores, cuyas condiciones de vida y laborales son terribles, era empleo asegurado basado en el crédito barato.
A día de hoy, la tasa de desempleo se mantiene al 4.1%, pero esta cifra carece de credibilidad, pues las estimaciones no oficiales la elevan más cerca del 20%. Sin ir más lejos, unos 274 millones de trabajadores migrantes rurales son completamente ignorados por las estadísticas de empleo, dado que muchos de estos trabajadores vuelven a sus hogares en el campo tras perder sus trabajos, de manera que no aparecen en las estadísticas.
El problema del desempleo no es una cuestión secundaria. Desde 1989 la burocracia, en un intento por garantizar la estabilidad social y evitar los levantamientos populares, ha estado determinada a generar suficientes empleos para las millones de personas que cada año se trasladaban a las ciudades. Pero si esta situación comienza a revertirse, los patrones y el estado descubrirán pronto cuáles son las consecuencias de privar de sus medios de subsistencia a unos trabajadores industriales cada vez más envalentonados.

El efecto onda de la recesión económica china

China es actualmente el mayor consumidor de energía del mundo, y sólo los Estados Unidos pueden competir en términos de consumo general de energía en la industria. Consecuentemente, la creciente desaceleración de la economía china tendrá inevitables consecuencias en otras economías nacionales, y en la economía mundial en general. Las exportaciones de materias primas de países como Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica se verán afectadas, y el impacto será aún mayor en América Latina.
A día de hoy China importa el 40% del cobre chileno, siendo así que el precio del cobre ha descendido un 11% tras la rebaja de las previsiones por el FMI. El New York Times explicaba que: “el hambre voraz de China por las materias primas latinoamericanas dio lugar a la década más prospera de la región desde los setenta, llenando los cofres de los gobiernos y ayudando a reducir a la mitad la tasa de pobreza de la región. Esa época se ha acabado. Para los políticos que se reunieron aquí la semana pasada para la conferencia del FMI sobre los desafíos para la prosperidad de Latinoamérica, no había otro peligro más claro y presente que la desaceleración china (New York Times, 16 de Diciembre de 2013).
La reciente caída de los precios del petróleo estaba también fuertemente relacionada con la crisis mundial y su reflejo en la desaceleración de la economía china. En el pasado, el crecimiento de China, junto con su impacto en Asia y otras zonas, fue el factor clave para evitar la recesión mundial. Ahora que China ha comenzado a sufrir una desaceleración, y con la perspectiva de un mayor declive en el período que viene, se convertirá en lo contrario, contribuyendo de manera determinante a una crisis mundial del capitalismo.

Guy Howie

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