Nada más iniciarse el conflicto en Ucrania, advertí en estas misma páginas que entre los diferentes factores desencadenantes había uno que pasaba desapercibido: la tierra fértil. La oleada de protestas que llevó a la salida de Viktor Yanukóvich de la presidencia del Gobierno surgió como respuesta -inducida o no- a su negativa a firmar el Acuerdo de Asociación con la UE, junto con el préstamo vinculado de 17.000 millones de euros que proporcionaría el FMI. Pero, ¿qué ve la UE cuando mira hacia Ucrania y propone con dicho acuerdo expandir el comercio con este país? ¿Qué mueve a EEUU y su FMI para poner tanto dinero sobre la mesa? Pues sí, entre otras cosas, una de las que se habla bien poco y es pieza clave: el control de su agricultura.
Efectivamente, las tierras negras de Ucrania equivalen a un tercio del total de la tierra productiva de la UE, y su alta fertilidad le permite a este territorio ser una de las grandes potencias mundiales agrícolas. En concreto, sus tierras hacen del país el tercer exportador mundial de maíz y el quinto de trigo, pero además cuenta con un potencial de crecimiento muy importante. Y los hechos vienen a corroborar lo que entonces era una sospecha. Con el nuevo Gobierno proeuropeo, el tratado con la UE y los condicionantes de los préstamos del FMI ya están provocando reformas en el país que deberían de ser analizadas, como el pasado enero lo solicitó al Gobierno de Merkel el Grupo de la Izquierda del Parlamento Alemán. En concreto, se preguntó por el resultado de unas reformas que, aunque presentadas como necesarias para «reforzar la confianza de inversores extranjeros» al abordar «la burocracia y la ineficiencia» del sector agrícola de Ucrania, todo parece indicar que están diseñadas para servir fielmente a las multinacionales del agro.
Estamos siendo testigos de la puesta en práctica de unas viejas y clásicas imposiciones liberalizadoras que, acabe como acabe el conflicto, nos dejará una terrible fotografía donde la agricultura y alimentación del pueblo ucraniano estarán bajo soberanía ajena. Estarán controlada, por grandes corporaciones mundiales del sector, como Monsanto, Cargill o Dupont, y fondos de inversión especializados en agricultura. Para sus negocios, la tierra fértil es un imán irresistible.
Y en ese camino parece que estamos pues las recetas impuestas para la agricultura de Ucrania están provocando una expansión en toda regla del fenómeno conocido como acaparamiento de tierras. Como denuncia el grupo parlamentario alemán antes citado, y poniendo ejemplos de empresas germanas, tanto el Banco Mundial como el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (BERD) y otros, como el grupo bancario alemán Bankengruppe KfW, están apoyando con líneas financieras arrendamientos de tierras a muy largo plazo. Así lo explica también el Oakland Institute cuando en referencia a la propiedad de la tierra contabiliza que en los últimos años las corporaciones extranjeras o fondos de inversión internacionales se han apropiado de 1,6 millones de hectáreas. Según explica el Grupo de la Izquierda alemán, entre las compañías extranjeras y un puñado de 10 o 12 grandes empresas de la oligarquía local, más de la mitad de las tierras ucranianas están acaparadas al servicio de una agroindustria de exportación que exclusivamente beneficia a las empresas de suministro de semillas o fertilizantes, a las comercializadoras del grano y a quienes invierten en estos negocios. A la vez, desplazan cada vez más a la pequeña agricultura que con otros cultivos quiere atender y garantizar la alimentación local. Por ejemplo, en los últimos años se están ampliando en esas buenas tierras negras cultivos de colza para la elaboración de los biocarburantes, que prácticamente todos son exportados a la UE.
Para ratificar este ataque a la soberanía alimentaria del país, hay que destacar que en este recetario a seguir también hallamos una prescripción sorpresa pero muy significativa. Si revisamos el acuerdo entre Kiev y la UE detectaremos que en el artículo 404 dedicado a la agricultura se compromete a las dos partes a cooperar para «extender el uso de biotecnologías» en el país. Si hasta ahora Ucrania no aceptaba la producción de alimentos genéticamente modificados, con este pacto se puede ver obligada a hacerlo. Y las Monsanto, Dupont o Syngenta obtendrán de esas tierras fértiles lo que anhelaban: ampliar sus cultivos transgénicos para desde ahí y con las barreras comerciales desmanteladas alcanzar el gran mercado en Europa que tanto les está costando conseguir.
Si hace unos meses titulaba el artículo anunciando que «las guerras agrarias ya han empezado», ahora lo que ya les he podido desvelar es quiénes serán los vencedores.
Gustavo Duch
El Periódico
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