Introducción
Las elecciones presidenciales de 2016 poseen algunas características peculiares que las desmarcan de la idea generalizada sobre las prácticas políticas en Estados Unidos en el siglo XXI.
Es evidente que la maquinaria política establecida -las direcciones de los partidos y quienes las respaldan en el mundo empresarial- ha perdido (parcialmente) el control del proceso de nominación y se enfrenta a la elección de candidatos “no-deseados” que están haciendo campaña con programas y declaraciones que polarizan al electorado.
Pero se dan, además, otros factores más específicos que han activado al electorado y se relacionan con la historia reciente de EE.UU., que presagian y reflejan una recomposición de la política estadounidense.
Este artículo esbozará estos cambios y sus principales consecuencias para el futuro de la política estadounidense. Vamos a examinar el modo en que afectan a cada uno de los grandes partidos.
El contexto de la recomposición dentro de las políticas del Partido Demócrata
La “ascensión y caída” del presidente Obama ha hecho mella en el atractivo de las “políticas de identidad”, modificando la idea de que las “identidades” basadas en la etnia, la raza y el género podían actuar sobre el poder del capital financiero (Wall Street), de los militaristas, los sionistas y las autoridades del “Estado policial”. El desencanto manifiesto expresado por los votantes hacia las “políticas de identidad” ha abierto la puerta a las políticas de clase de un determinado tipo.
El candidato Bernie Sanders apela directamente a los intereses de clase de los trabajadores y empleados asalariados. Pero esa “clase” surge dentro de una coyuntura de polarización electoral y, como tal, no refleja una verdadera “polarización de clase” o un aumento de la lucha de clases en las calles, las fábricas o las oficinas.
En realidad, la polarización electoral de la “clase” es un reflejo de las recientes derrotas sindicales en Michigan, Wisconsin y Ohio. La confederación de centrales sindicales (AFL-CIO) prácticamente ha desaparecido como factor político y social y representa a apenas un 7% de los trabajadores del sector privado. Los votantes de clase trabajadora saben bien que los máximos dirigentes sindicales, que reciben una media de 500.000 dólares al año como salario y complementos, están bien acomodados en las máximas instancias del Partido Demócrata. Si bien es cierto que los trabajadores y sindicatos locales respaldan activamente la campaña de Sanders, lo hacen en tanto miembros de un movimiento electoral amorfo y multiclasista y no como un “bloque obrero”.
El movimiento electoral de Sanders no ha surgido de un movimiento social nacional: el movimiento pacifista está prácticamente moribundo; los movimientos por los derechos civiles están debilitados y fragmentados; el movimiento “Black Lives Matter” (Las vidas de los negros importan) ha llegado a su cima y está en decadencia, mientras que “Occupy Wall Street” es un recuerdo lejano.
En resumen, estos movimientos recientes aportan, como mucho, algunos activistas y cierto impulso a la campaña de Sanders, subrayando con su presencia algunos de los temas promovidos en ella.
En realidad, el movimiento electoral a favor de Sanders no parte de movimientos de masas existentes sino que llena el vacío político resultante de su ausencia. La insurgencia electoral refleja el fracaso de los dirigentes sindicales aliados con los correspondientes políticos demócratas así como la limitación de las tácticas de acción directa de Black Lives Matter y Occupy Wall Street.
Como el movimiento electoral de Sanders no se enfrenta de manera directa e inmediata a los beneficios capitalistas ni a las asignaciones de presupuesto público, no se ha visto sujeto a la represión del Estado. Las autoridades represivas calculan que el alboroto de actividad electoral solo durará unos cuantos meses para desvanecerse posteriormente dentro del partido demócrata o la apatía de los votantes. Además, se ve limitado por el hecho de que las decenas de millones de seguidores de Sanders están distribuidos por todos los estados sin concentrarse en ninguna región particular.
Dicho movimiento electoral se nutre de cientos de miles de luchas locales y sirve de expresión a la desafección de millones de personas que quieren hacer oír sus agravios sin riesgo ni coste alguno (como sucedería si perdieran el trabajo o sufrieran represión policial). Es un agudo contraste con la represión en el lugar de trabajo o en las calles.
La polarización electoral refleja polarizaciones sociales horizontales (de clase) y verticales (inherentes al propio capitalismo).
Entre aquellos situados por debajo del 10% más rico, y especialmente entre la clase media joven, la polarización política favorece a Sanders. Los dirigentes sindicales, los miembros del Black Congressional Caucus y el “establisment” latino apoyan la opción consagrada de la élite política del Partido Demócrata: Hillary Clinton. Por otro lado, los jóvenes latinos, las mujeres trabajadoras y las bases sindicales apoyan el movimiento electoral insurgente. Algunos sectores significativos de la población afroamericana, que no han conseguido progresar con el presidente Obama (en realidad han retrocedido) o que han presenciado el aumento de la represión policial bajo el mandato del “primer presidente negro”, están uniéndose a la campaña insurgente. Millones de latinos, desencantados con sus líderes vinculados a la élite Demócrata y que no han hecho nada para evitar las deportaciones masivas con Obama, son una base potencial de apoyo para “Bernie”.
Sin embargo, el sector social más dinámico del movimiento electoral de Sanders son los estudiantes, entusiasmados por su programa de educación superior gratuita y el fin de la esclavitud de las deudas post-graduación.
El malestar general de estos sectores encuentra su expresión en la “sublevación respetable de la clase media”: una rebelión de los votantes, que ha trasladado temporalmente hacia la izquierda el eje del debate político dentro del Partido Demócrata.
La campaña de Sanders pone sobre la mesa asuntos básicos de desigualdad social e injusticia racial en el sistema legal, político y económico. Subraya la naturaleza oligárquica del sistema político (aunque el movimiento liderado por Sanders pretenda utilizar las reglas del sistema contra sus propietarios). Estas iniciativas no han tenido hasta ahora mucho éxito dentro del aparato del Partido Demócrata, cuyos máximos dirigentes ya han asignado cientos de los denominados “mega-delegados” “no elegidos” a Clinton, a pesar de los triunfos de Sanders en las primeras primarias.
La propia fuerza del movimiento electoral posee una debilidad estratégica: forma parte de su naturaleza unirse para las elecciones y disolverse tras la votación.
La dirección de Sanders no se ha esforzado en construir un movimiento social de masas de carácter nacional que pueda continuar las luchas sociales y de clase durante y después de las elecciones. De hecho, el compromiso de Sanders de apoyar a la dirección establecida del Partido Demócrata si pierde la nominación ante Clinton producirá una profunda desilusión entre sus seguidores y la quiebra del movimiento electoral. El escenario para después de la convención, especialmente en caso de que los “superdelegados” coronen a Clinton a pesar de la victoria popular de Sanders en las primarias individuales, será muy perturbador.
Trump y la “sublevación de la derecha”
La campaña electoral de Trump se caracteriza por muchos de los rasgos del movimiento populista-nacionalista latinoamericano. Al igual que el peronismo argentino, combina proteccionismo y medidas económicas nacionalistas que atraen a los fabricantes de tamaño mediano y pequeño y a los obreros industriales desplazados con el “chovinismo de gran nación” populista de derechas.
Todo ello queda reflejado en los ataques de Trump a la “globalización”, similares al antiimperialismo peronista.
Por otra parte, los ataques de Trump a la minoría musulmana de EE.UU. suponen un apenas disimulado guiño al fascismo clerical ultraderechista.
Así como Perón se pronunciaba contra las “oligarquías financieras” y la invasión de las “ideologías foráneas”, Trump desdeña a las “élites” y denuncia la “invasión” de inmigrantes mexicanos.
El atractivo de Trump se basa en la profunda indignación amorfa de la clase media descendente, que carece de ideología… pero está llena de resentimiento por la caída de su estatus, el desmoronamiento de su estabilidad y las familias afligidas por la droga (y si no, observen las preocupaciones expresadas abiertamente por los votantes blancos en las recientes primarias de New Hampshire).
Trump proyecta un poder personal a los obreros enojados con los sindicatos impotentes, las organizaciones cívicas desorganizadas y las asociaciones empresariales locales marginadas, incapaces de responder al saqueo, el poder y la corrupción generalizada de los estafadores financieros que se mueven entre Washington y Wall Street con total impunidad.
Estas clases “populistas se entusiasman indirectamente con el espectáculo de un Trump que grita y abofetea a los políticos de carrera y a las élites económicas por igual, aunque alardee al mismo tiempo de su triunfo como capitalista. Aprecian su desafío simbólico a la élite política al tiempo que alardea de sus propias credenciales capitalistas.
Para muchos de sus seguidores suburbanos, es el “Gran Moralizador”, que ocasionalmente comete meteduras de pata “perdonables” por su exceso de celo, como un Oliver Cromwell grosero del siglo XXI.
En realidad, es posible que exista un componente etno-religioso menos aparente en la campaña de Trump: su identidad de blanco-anglosajón-protestante (WASP) es otro motivo de atracción para esos mismos votantes, a causa de su aparente marginación. Estos “trumpistas” no están ciegos ante el hecho de que no existe ningún juez wasp en el Tribunal Supremo y apenas hay wasp entre las máximas autoridades económicas con cargos en el Tesoro, el Sistema de Reserva Federal o las Cámaras de Comercio. Aunque Trump no hace gala de su identidad, esta facilita la atracción de sus votantes.
A los votantes wasp de Trump -que guardan un silencio resentido por los rescates financieros a Wall Street y lo que perciben como posiciones privilegiadas de católicos, judíos y afroamericanos en la administración de Obama-, su condena pública y directa del presidente Bush por mentir deliberadamente a la nación para justificar la invasión de Irak (con las implicaciones que eso lleva de traición) les proporciona una razón más para votarle.
El atractivo nacional-populista de Trump combina con su militarismo belicoso y su autoritarismo de matón. Su aceptación pública de la tortura y del control policial del Estado (“para combatir el terrorismo”) le permite ganar el favor de la derecha pro-militar. Por otro lado, sus proposiciones amistosas al presidente Putin (“un tipo duro con ganas de enfrentarse a otro”) y su apoyo al fin del embargo a Cuba resultan atractivos para las élites empresariales relacionadas con el comercio. Su llamamiento a la retirada de tropas de Europa y Asia atrae a los votantes favorables a “crear una fortaleza en Estados Unidos”, a la vez que sus declaraciones a favor de “machacar a bombas” al Estado Islámico atrae a los extremistas nucleares. Curiosamente, el apoyo de Trump a la Seguridad Social y Medicare, así como su propuesta de cobertura médica para los indigentes y su reconocimiento abierto de los servicios vitales de planificación familiar para las mujeres pobres, atraen a los votantes más mayores, caritativos, conservadores e independientes.
Esta es la amalgama izquierda-derecha de Trump: proteccionismo y alabanzas a los emprendedores, proclamas contra Wall Street y a favor del capitalismo industrial, defensa de los obreros estadounidenses y ataques a los trabajadores latinos y los inmigrantes musulmanes. Estas propuestas han roto las fronteras tradicionales entre la política popular y la derechista dentro del Partido Republicano.
El “trumpismo” no es una ideología coherente, sino una mezcla volátil de “posturas improvisadas”, adaptadas para atraer a los trabajadores marginados, a las clases medias resentidas (los wasp dejados de lado) y, sobre todo, a quienes se sienten poco representados por los republicanos de Wall Street y los demócratas liberales, basados en políticas identitarias (negros, hispanos, mujeres y judíos).
El movimiento de Trump se basa en un culto a la personalidad. Posee una inmensa capacidad para convocar mítines masivos sin una organización de masas que le apoye ni una ideología social coherente. Su fuerza radica en su espontaneidad, la novedad que representa y su hostilidad manifiesta hacia las élites estratégicas.
Su debilidad fundamental es la carencia de una organización que pueda sostenerse tras el proceso electoral. No existen apenas cuadros ni militantes “trumpistas” entre sus fans. Si fracasa (o le deja fuera de la nominación un candidato “de unidad” pergeñado por la dirección del partido), su organización se disipará y se fragmentará. Pero si obtiene la nominación republicana, conseguirá el apoyo de Wall Street, especialmente si es para enfrentarse a la candidatura demócrata de Sanders. Si gana la elección general y se convierte en presidente, procurará reforzar el poder ejecutivo y encaminarse hacia una presidencia “bonapartista”.
Conclusión
El auge de un movimiento socialdemócrata en el seno del Partido Demócrata y el advenimiento de un movimiento nacional-populista de derechas en el seno del Partido republicano reflejan la fragmentación del electorado y las profundas grietas verticales y horizontales que caracterizan la estructura de etno-clase de EE.UU. Los analistas simplifican en exceso cuando se refieren a esta sublevación como una expresión incoherente de la “indignación”.
La disminución del poder de control de la élite del establishment es producto del profundo resentimiento étnico y el profundo resentimiento de clase de grupos anteriormente privilegiados que sufren una movilidad descendente, de empresarios locales que experimentan la bancarrota por causa de la “globalización” (imperialismo) y de ciudadanos indignados por el poder del capital financiero (los bancos) y el control abrumador que ejercen sobre Washington.
Es posible que la sublevación electoral de derechas y de izquierdas se disipe, pero no sin antes haber plantado las semillas de una transformación democrática o de un renacimiento nacionalista reaccionario.
James Petras
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
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