La Casa Rosada y Puerto Madero.
La riña entre el oficialismo y el macrismo acaba de parir una nueva polémica. A Alberto Fernández se le ocurrió, esta vez, describir a la Ciudad de Buenos Aires como “bella y opulenta” - ofreciendo, de paso, una redefinición de la belleza. “Buenos Aires es bella porque la gobernamos nosotros”, fue la respuesta de los macristas. ‘Nacionales’, por un lado, y ‘liberales’, por el otro, se han anotado una coincidencia.
Se trata de una operación de encubrimiento de las flagrantes contradicciones sociales de la Ciudad. Medio millón de personas viven en villas, pensiones u ´hoteles´ indignos – es el 20% de la población porteña. Otra inmensa legión de personas o familias vive en departamentos minúsculos y condiciones de hacinamiento ´civilizado´. La expropiación del espacio público y los espacios verdes refuerza el agobio de la vida en espacios reducidos. Al contrario de lo que dicen unos y otros el territorio porteño se encuentra privado de aquello que hace a la belleza de un espacio urbano.
En sus veredas y demás equipamientos urbanos, la Ciudad es hostil a las personas.
‘Ciudad opulenta’ significa un suelo caro y un enorme patrimonio inmobiiario. Los trabajadores no pueden pagar el alquiler de la vivienda, menos adquirirla. En las modernas metrópolis capitalistas, el desarrollo urbano no es un factor de arraigo, sino de expulsión. Trabajar en la Ciudad y vivir en el conurbano agrega dos o tres horas de extensión implícita de la jornada laboral - viajes agotadores en tren, colectivos y subtes.
El salario promedio en la ciudad ´opulenta´ apenas cubre el 40% de la canasta familiar actual. Pero es aun menor en el sur y sudoeste de la Ciudad, donde domina el empleo en negro. La penuria salarial envuelve a sus maestras y enfermeras, como lo ha puesto en evidencia la pandemia.
Pero no es un accidente que kirchneristas y macristas vean a la Ciudad de Buenos Aires con el mismo lente – el del desarrollo inmobiliario de lujo. El acaparamiento capitalista de los recursos de la Ciudad es el resultado de pactos legislativos entre los actuales y pasado protagonistas de la ´grieta´. El desarrollo inmobiliario que privatizó parte de la costa ribereña y las instalaciones portuarias fue llevado adelante por el menemismo y las administraciones aliancistas y progres de la Ciudad, de De la Rúa a Ibarra. Más recientemente, y con Macri como Jefe de Gobierno, sus pactos con el kirchnerismo en la legislatura permitieron la privatización de tierras en Palermo y Liniers, y otros negociados que sólo no prosperaron a causa de la crisis económica (Isla Demarchi).
Como parte de esa colaboración, el kirchnerismo le salvó la ropa a Macri, en la tentativa de juicio político por la red de espías que comandaba el Fino Palacio (2010). El demiurgo K de los pactos inmobiliarios con el macrismo fue Juan Cabandié, el actual ministro ambiental que está ciego, sordo y mudo frente a los incendios rurales instigados por el capital agropecuario.
Con seguridad, la declaración de opulencia de Fernández apunta a algún regateo impositivo en la coparticipación. Pero los beneficiarios de estos recortes no serán las provincias rezagadas sino, en primer lugar, los grandes capitalistas y enseguida los fondos internacionales y el FMI. Los acuerdos para pagar la deuda reforzarán los impuestazos y la asfixia a las provincias.
El “peronista porteño” Fernández ha salido hacer demagogia “federal” lejos de su cuna. Pero si “Dios atiende en Buenos Aires”, lo hace desde Puerto Madero.
Marcelo Ramal
31/08/2020
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