Nadie puede asumir, con un mínimo de seriedad, que el brutal episodio represivo que tuvo lugar en la cancha de Gimnasia constituya un exabrupto de Sergio Berni y de la Bonaerense. La agresión policial a los hinchas triperos se desencadenó horas después de que el par nacional de Berni, Aníbal Fernández, desatara una cacería humana en el sur del país. El resultado del operativo conjunto en la zona de Mascardi dejó un tendal de mujeres detenidas, incluso embarazadas o recién paridas, que terminaron detenidas a 1500 km de su hogar y de sus familias. La cuestión del sur, sin embargo, recién ha comenzado: del lado de las comunidades que reclaman la tierra, el desalojo redobló la lucha por encontrar un pedazo de suelo en la región que ha sido acaparada por un puñado de magnates y corporaciones extranjeras. Del lado del Estado, se anuncia una presencia permanente de efectivos en esas tierras, o sea, un estado de sitio no declarado al interior de Rio Negro. Aunque lo juzgó “tardío”, el macrismo saludó sin reservas al operativo del sur. Sergio Berni, horas antes del desastre de la cancha de Gimnasia, había roto su silencio para acusar de “terroristas” a las familias ocupantes”, en respaldo a la militarización del sur.
Cuando se aprecian los detalles de la provocación represiva contra la parcialidad del Lobo platense, es muy claro que Berni no quiso quedarse atrás en la competencia respecto de quién es capaz de “poner orden” en una Argentina convulsionada por la bancarrota económica y la crisis social. Por diferentes vías, se ha desmentido la versión policial y gubernamental de que existiera una multitud de 10.000 personas pugnando por entrar a la cancha. Los presentes afirman que apenas existía un millar de hinchas, alevosamente maltratados por la policía. La pretensión de exhibir un operativo de “firmeza” y “mano dura” terminó con un desmán general, un muerto y varios heridos graves. La indignación popular posterior ha llevado al “valiente” de Berni a su mejor papel -el de sacarse las brasas calientes de encima, cortando la cabeza de uno de sus subordinados. El jefe departamental destituido acababa de asumir. Con seguridad, recibió de Berni la indicación de mostrar, en Buenos Aires, una brutalidad igual o superior a la encarada por Hannibal en el sur.
Meter bala
Bastante más allá de la cuestión de la tierra, y mucho más lejos que el punto del fútbol, la crisis política desatada con estas represiones expresan una crisis en la organización general del Estado y sus métodos contra los explotados. En un escenario hiperinflacionario, donde las huelgas obreras, docentes y las ocupaciones de escuela han pasado al primer plano, la burguesía discute de qué modo enfrentará a la respuesta popular que, inexorablemente, a comenzado a enhebrarse. La tendencia a una declaración de guerra formal contra la clase obrera se ha expresado con toda claridad en el reciente conflicto del neumático, por la boca de uno de sus protagonistas patronales. El dueño de Fate, Madanes Quintanilla, explicó que en el empecinamiento empresarial no estaban en juego porcentajes de aumentos salariales, sino la cuestión de “quien manda en la fábrica” – o sea, la existencia misma de la organización gremial, los delegados y sus derechos. Para subrayar este planteo, las tres patronales concertaron un lock out, ante la mirada impávida y cómplice del gobierno. La huelga general desatada luego terminó quebrando esta provocación patronal. En esas horas, el fascista Espert reclamaba “meter bala” contra los luchadores del neumático, sin que ningún oficialista iniciara contra esta incitación al crimen denuncia alguna. La línea de guerra contra la clase obrera ha sido recogida ahora por un pejotista de cepa, el santafecino Perotti, al dejar virtualmente sin salario a miles de docentes por ejercer el derecho a huelga. Como respuesta a ello, 6.000 maestros marcharon en Rosario, en una movilización docente nunca vista en esa ciudad. En el conjunto de la provincia, los docentes discuten ahora la posibilidad de una huelga indefinida contra los descuentos.
Enano fascista
Los bloques políticos de la burguesía y el Estado, sin respuestas frente a la crisis, dividen su desconcierto en relación a la llamada “seguridad” -que es la protección del capital frente a la irrupción de las masas. Enfrente de los que exigen una política de regimentación represiva, se yerguen los que, con pánico justificado, advierten sobre lo que podría desencadenar una reacción popular irrefrenable, y el final adelantado de un gobierno en ruinas. La sombra del Puente Pueyrrredón flota sobre la cabeza de los Kicillof, Máximo y Cristina.
En cualquier caso, sería un monumental error colocar a esta disputa como parte de la conocida “grieta”. El enano fascista brota de los “nacionales y populares” a igual título que de Bullrich o Espert, cada vez que el movimiento obrero irrumpe de modo independiente, y rompe el cepo de las burocracias sindicales o “sociales”. Es lo que ocurrió en el 2002, cuando varios de los actuales integrantes del gabinete actual, comenzando por el represor de Mascardi, dirigieron políticamente la masacre contra los piqueteros. La reacción popular posterior a esos crímenes le puso fin al interinato de Duhalde. Una crisis de ese carácter tuvo lugar con el asesinato de Mariano Ferreyra, a manos de una patota de la burocracia de Pedraza. El crimen fue replicado con una movilización inmediata que se prolongó durante meses, hasta mandar a la cárcel al dirigente ferroviario cortejado por Cristina Kirchner. La presencia de los Berni y los Aníbal Fernández en el actual elenco de gobierno refrendan esta tendencia que anida en el nacionalismo en descomposición.
La represión de los mapuches ha conducido a la renuncia de la feminista Gómez Alcorta. La izquierda kirchnerista ha entregado una pieza, sólo para disimular que continúa con los diez dedos adentro del gobierno fondomonetarista. El jefe de Berni, Kicillof, mantiene en el cargo al responsable de los desalojos de Guernica. Como en 2002 y 2010, las provocaciones represivas están reforzando ahora una maciza reacción popular, que debería cobrar forma en una movilización gigantesca contra las represiones en el Sur, las provocaciones de Berni y los ataques al derecho a hacer huelga y a luchar. El encuentro de la Mujer, que tendrá lugar este fin de semana, debe repudiar a los represores y a su gobierno, y concretar una inmediata movilización en la propia capital de San Luis.
Marcelo Ramal
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