Es sabido que en toda guerra la “carne de cañón” es aportada por el pueblo pobre y trabajador. La Guerra del Paraguay, lejos de ser una excepción a esta regla, es todo un emblema, ya que contingentes enteros de argentinos y brasileros fueron enviados al frente de batalla con grilletes y encadenados. Si bien tampoco Curupayty va a presentar una excepción a esa infranqueable regla, esta batalla sí presenta aristas que a priori facilitarían un relato heroico que pintase de valentía a la cobarde oligarquía. En dicho combate, que terminó en una victoria paraguaya y en un desastre aliado, perecieron -además de 6 altos mandos del Ejército Argentino- Dominguito Sarmiento, hijo del futuro presidente; Francisco Paz, hijo del tucumano Marcos Paz, vicepresidente de la República y en esos momentos a cargo del Ejecutivo por ausencia del general Mitre; y Nabor Córdoba, hermano del futuro gobernador de Tucumán, Lucas Córdoba.
Los hechos
El 3 de septiembre de 1866, cuando las fuerzas aliadas conquistaban el fuerte de Curuzú, por desinteligencias internas perdieron la oportunidad de someter en el mismo acto la fortaleza de Curupayty -ubicada a tan solo 2 kilómetros- que se encontraba desguarnecida. El Mariscal Francisco Solano López, presidente y jefe del Ejército Paraguayo, reconoció la extrema debilidad de sus posiciones y encomendó a uno de sus mejores hombres, el general José E. Díaz que preparase la defensa del campo. Mientras las tropas aliadas desplazaban sus campamentos hacia las inmediaciones de Curupayty y sus generales planificaban el ataque, Solano López pidió parlamentar sucediéndose así la conferencia de Yataity-Corá que le consagró al mariscal un valiosísimo tiempo.
Los 5.000 paraguayos dispuestos a defender el fuerte, rotaban en turnos de a tercios para dividirse las tareas. Durante las noches y los días, resistiendo el fuego de artillería que esporádicamente arrojaba la escuadra brasilera, y durante jornadas enteras bajo la lluvia, cavaron largas trincheras y derribaron centenares de árboles añosos para formar los abatíes, unos dispositivos de defensa militar formado por árboles y ramas apuntando al frente enemigo con el fin de detener el ataque y ocultar las posiciones propias. Unos 50 cañones tras estas líneas, más algunos otros al margen del rio conformaban la artillería paraguaya que esperaba el ataque de tres ejércitos, 20.000 hombres, y una escuadra de 22 barcos con más de 100 piezas de artillería.
Tiempo
El tiempo no hubiera alcanzado para fortificar lo necesario la defensa. El día 17 estaba planificado lanzar el ataque y, de hecho, las tropas y la flota de guerra se pusieron en movimiento. Pero el Almirante Tamandaré, a cargo de la escuadra brasilera suspendió el ataque por el clima adverso. Efectivamente, a media mañana comenzó una copiosa lluvia que se prolongó hasta el día 19. Esa prórroga les dio a las fuerzas paraguayas el tiempo suficiente para completar la fortificación. El día 21, uno antes al del ataque, el ingeniero Thompson, experto en la materia concluyó que la obra era fortísima y que podría ser defendida con ventaja.
El ataque a la fortaleza de Curupayty se iniciaría con un bombardeo de la escuadra brasilera para inutilizar sus defensas y ahuyentar las fuerzas de la trinchera. Después seguiría el ataque de las fuerzas de tierra divididas en 4 columnas, las dos derechas brasileras y las dos izquierdas argentinas, de modo que las dos columnas centrales, las más importantes y que debían asegurar la penetración a las trincheras enemigas, estuvieran compuestas por ambos ejércitos.
El ataque, los imprevistos y el desastre
Pasadas las 7 de la mañana del día 22 la escuadra brasilera se adelantó hasta tomar posición y comenzó un bombardeo que duro 4 horas y descargó cerca de 5.000 bombas. Sin embargo, tamaño ataque poco pudo hacer ya que el terreno, la vegetación y los abatíes dificultaban la visión. Los disparos se hacían por elevación a un blanco indefinido que solo lograron desalojar a los pocos paraguayos que se encontraban en su trinchera de vanguardia. Pasado el mediodía, el Almirante Tamandaré suspendió el fuego contra la fortificación del frente terrestre y se concentró sobre el frente fluvial. Comenzaba entonces el turno del General Mitre quien debía comandar el ataque terrestre.
Las cuatro columnas con miles de hombres hicieron su aparición en campo abierto. La artillería paraguaya comenzó su furibunda descarga que devastaba batallones enteros con certeros cañonazos. Si la confusión sembrada por las explosiones era ya dramática, el sol en lo alto y el fango en el suelo completaban esa imagen tétricamente primaveral que se expone en los cuadros de Cándido López. El terreno, luego de las lluvias era una dificultad extra que hacía lento y tendido de muerte el avance de los ejércitos liberales y esclavistas. Avanzar y avanzar era la orden del General Mitre. Exhaustos y diezmados los primeros pelotones comenzaron a llegar a la línea de abatíes, este hecho lo han comparado con el ridículo atropello del Quijote contra los molinos de viento, más triste fue, ya que sin fuerzas se acercaban a un verdadero pelotón de fusilamiento.
Ridículo y trágico
Luego de Curupayty, el mando aliado entró en crisis, Mitre dejó la conducción de la guerra y el Paraguay consiguió un prolongado tiempo de gracia hasta que la guerra infame continuara su curso. Un semanario de la época, citado por Centurión da cuenta del descalabro y el papel del general: “Resulta de aquí que hay un ejército sin cabeza, o más bien dicho, con muchas cabezas, haciendo imposible una operación cualquiera. Mitre, jefe in nomine del ejército, está haciendo el papel más ridículo del mundo”.
Si tan alta sangre burguesa derramada en esa batalla “civilizatoria” no fuera suficiente, allí está el drama de Cándido López, el tremendo pintor que años después inmortalizó en grandes oleos las cruentas batallas de la infame guerra. Es que el artista argentino amaneció el 22 de septiembre de 1866 con ambos brazos, pero al finalizar aquel día, su mano hábil, la diestra, había quedado en el fangal del campo de batalla. Por eso mismo, debió dedicar algunos años de educación a su mano siniestra, antes de legarnos tan bellos documentos pictóricos.
La Izquierda Diario
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