La organización de la Copa Mundial de Fútbol de 2022, que tendrá lugar en Qatar, cuyo gobierno es una monarquía absoluta que persigue con saña a las mujeres y a las diversidades sexuales, ha estado atravesada por diversos escándalos, entre ellos el de la construcción de estadios a costa de la superexplotación de trabajadores migrantes, lo que trajo aparejado la muerte de más de 6 mil obreros. Argentina no pudo escapar al desarrollo de procesos de estas características, la planificación del mundial de 1978, realizado bajo la dictadura genocida de Videla, estuvo repleta de crímenes y corruptela.
Rapiña y desfalco
La realización de un mundial en suelo propio es para los gobiernos una fuente de prestigio y de rédito político, así como la puerta a la estructuración de enormes negociados. En Argentina, la organización del Mundial 78 estuvo a cargo de gobiernos dictatoriales (Onganía, Levingston, Lanusse, Videla) y de uno “constitucional” (los Perón y López Rega). La dictadura videliana, apoyada por el imperialismo y la Fifa, gastó 700 millones de dólares en el armado del evento, una cifra astronómica e infladísima por la corrupción. El régimen militar utilizó el evento para divulgar su propaganda (los medios estaban ultrarregimentados e incluso estaba prohibido criticar a la selección argentina) y ocultar la implementación del terrorismo de Estado.
Los milicos crearon el Ente Autárquico Mundial 78 (EAM), un organismo que les otorgaba el control absoluto del torneo. Su primer presidente fue el general de Brigada, Omar Actis, quien estaba enfrentado a Carlos Lacoste, elemento muy cercano a Emilio Massera, uno de los integrantes de la Junta y excomandante en jefe de la Armada. Estos dos chocaron duramente por el dominio de la institución y el manejo del presupuesto para el mundial; Actis quería achicar gastos, mientras que Lacoste, Massera y la facción del Ejército que respondía a Videla pretendían aumentar el negocio.
Lacoste salió vencedor de la pulseada, luego de que Actis muriera baleado sospechosamente. Los servicios de inteligencia de las FFAA declararían tiempo después que el operativo que terminó en la muerte de Lacoste habría sido organizado desde la Marina. Así, el régimen montó un enorme negociado alrededor del certamen. En Córdoba, Mar del Plata y Mendoza “se levantaron estadios mundialistas desde las bases, en Buenos Aires se remodelaron los estadios de River Plate y Vélez Sarsfield, y en Santa Fe, el Gigante de Arroyito de Rosario Central” (Nahuel Lag y Marcelo Acevedo en Papelitos). Asimismo, se construyó un complejo audiovisual para transmitir los partidos, se renovaron los sistemas de comunicación de Télex, se ofrecieron créditos a tasas muy baratas para incrementar la oferta hotelera, y se renovaron rutas y aeropuertos.
Decenas de grupos capitalistas nacionales y extranjeros se beneficiaron de esto, entre ellos Mercedes Benz, que otorgó 35 micros y 55 autos para el traslado de las delegaciones que participaron del campeonato; la automotriz Ford, la cual lanzó su famoso coche Falcon 78; Bonafide, que obtuvo la concesión para vender golosinas y café en los estadios; la cementera Loma Negra, la cual proveyó el cemento para la construcción de estadios, autopistas, puentes y edificios; La Serenísima, la alimenticia argentina que se hizo con el título de “representante oficial” de los productos lácteos del campeonato; entre otras.
El mundial argentino terminó costando aproximadamente un 350% más que el de España 82, cuyo Comité Organizador estaba compuesto por el mismísimo Lacoste. Según la revista Somos, de febrero de 1978, el total (de lo gastado) representó “la quinta parte de las reservas externas de libre disponibilidad con las que contaba el país en ese entonces; el dinero que se precisaba para construir 98 mil viviendas económicas; y equivalía a 17 veces el presupuesto de la provincia de Santa Cruz” (Lag y Acevedo, ídem). Según el exministro de Hacienda, Juan Alemann (quien junto a Actis buscaba moderar los gastos), por ejemplo, “cualquier empresa privada hubiese construido el edificio y otorgado el equipamiento de Argentina en materia de televisión a color por un 20% de lo que costó” (El País, 1/09/1982).
El dineral que se utilizó para organizar la copa es parte de la deuda externa que Argentina heredó de la dictadura y que hoy seguimos pagando con hambre y miseria. O sea, detrás de la realización del mundial se escondía una penetración mayor de la influencia del capital financiero internacional en Argentina. Todo este despilfarro tenía lugar cuando en el país había recesión, una inflación en ascenso y los salarios de los trabajadores se encontraban congelados. Al carácter mafioso de la organización del mundial se le agregaron los conocidos aprietes contra el seleccionado de Perú; a lo Benito Mussolini, Videla, acompañado por el exsecretario de Estado norteamericano Henry Kissinger, fue personalmente al vestuario de los rivales a ejercer una presión para que dejaran ganar al equipo de Carlos Menotti, que necesitaba realizar más de tres goles para avanzar a la final. Además, “la dictadura había consentido que el gobierno peruano expulsara a la Argentina a una docena de militares, sindicalistas y dirigentes de izquierda” (Prensa Obrera, 23/5/2013).
Lucha
El mundial se desenvolvía mientras la dictadura imponía un plan de ajuste capitalista contra la clase obrera. El genocidio fue, como señalara un número de Prensa Obrera del año 1985, “la explotación del hombre por el hombre llevada al extremo del asesinato”. Un cronista que bajo la época trabajó para Noticias Argentinas, escribió un artículo para el periódico estadounidense New York Times (12/06/2018) en el que relata que en ese momento “los torturadores de la Esma vieron el partido junto con los presos que usaban como mano de obra esclava. A algunos de ellos los sacaron inclusive a las calles dentro de un automóvil para demostrarles que nadie se preocupaba por ellos, que el pueblo celebraba por fin una copa del mundo”.
Mientras Videla y Massera se valían del fervor popular por el mundial para tratar de instalar en el imaginario social de las masas la idea de una “unión nacional”, en el mundo se desenvolvía una gran campaña de solidaridad con la lucha del pueblo argentino contra la dictadura. En numerosas ciudades de Europa se llevaron a cabo distintas acciones de lucha, en las que participaron miles de trabajadores, intelectuales, sindicalistas, etcétera. Los trabajadores argentinos, entretanto, sufrían el reforzamiento de la represión por parte de la dictadura; en los documentos de la Conadep figuraron casi 70 nuevos desaparecidos en el mes de junio del ’78, una cifra que seguramente se quede corta.
A su vez, en momentos en los que se jugaba el partido inaugural de la copa del mundo, entre Alemania y Polonia, el arquero de la selección de Suecia, Ronnie Hellstrom, se movilizaba a Plaza de Mayo junto a las Madres. Más tarde se sumaría todo el equipo de Países Bajos, el cual venía de negarle el saludo futbolístico a Videla. El astro holandés Johan Cruyff directamente se negó a asistir al mundial. Antes de que ocurra todo esto, en 1976, el gobierno italiano tuvo que suspender un crédito a los milicos argentinos como producto de una poderosa corriente de lucha antidictadura. En Alemania, por su parte, tenían cabida otras jornadas de acción. Reinaba, a escala mundial, una importante campaña de boicot. La Junta argentina, desprestigiada, calificaba a todos los luchadores como “antiargentinos”.
“El internacionalismo proletario y democrático contra los crímenes de la dictadura dio un aliento fundamental a la resistencia obrera y popular en Argentina. Filtró la existencia de campos, desaparecidos, presos y exiliados” (Prensa Obrera, ídem). La dictadura mafiosa, que del mismo modo que actualmente el gobierno catarí, buscó usufructuar el deporte y la pasión de las masas en función de sus objetivos políticos reaccionarios, fue golpeada por varios flancos. Años más tarde, un auge de la lucha de clases en Argentina, que tomaría la forma de la gigantesca movilización de masas de marzo de 1982, terminaría dándole una de las estocadas finales a la dictadura. Luchemos por emancipar al fútbol del capital.
Nazareno Kotzev
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