“Amplié la Otan, fortalecí la Otan. Me aseguré de que estemos en una posición en la que tengamos una coalición de naciones alrededor del mundo para lidiar con China, con Rusia, con todo lo que está sucediendo en el mundo”, dijo en una entrevista televisiva el presidente norteamericano Joe Biden, en el marco de la cumbre de la alianza atlántica en Washington que celebra en estos días los 75 años del organismo. Biden tiene sus razones para el autobombo: con su candidatura desafiada desde sectores del establishment (como New York Times y The Economist) y del propio Partido Demócrata, que no solo ponen en duda su capacidad para derrotar a Donald Trump en noviembre sino sobre todo para gobernar cuatro años más, busca dar una señal de vigor para relanzar su carrera reeleccionista. En otra entrevista, el mandatario pidió expresamente que se lo juzgue por su desempeño en esta cumbre que se encuentra en desarrollo, en vez de por su tropiezo en el debate con el magnate.
La frase de Biden resume los objetivos y temores de la Otan (Rusia y China) y su expansionismo “nato”, si uno se permite jugar con las palabras (Nato son las iniciales en inglés de la alianza). La alianza militar es una pieza fundamental en los propósitos del capital imperialista de proceder a una colonización económica en gran escala de los ex Estados obreros.
Tras el estallido de la guerra en Ucrania, la Otan sumó a Finlandia y Suecia como socios, lo cual brinda al club imperialista una plataforma sobre el Báltico (la isla de Gotland) clave en un potencial enfrentamiento directo con el Kremlin. Biden se jacta de esta ampliación y del incremento del gasto militar: en los últimos dos años, se duplicó el número de miembros de la Otan que cumplen o superan el piso fijado por los estatutos (el equivalente al 2 por ciento del PBI). Además, se fueron desplazando más tropas a Europa del Este, en la frontera con Rusia.
La Otan nació en 1949, agrupando a 12 Estados (Estados Unidos, Bélgica, Canadá, Dinamarca, Francia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, los actuales Países Bajos, Portugal y Reino Unido), y hoy cuenta con 32 miembros. En 1952 sumó a Grecia y Turquía (rivales entre sí), en 1955 a Alemania Occidental, y en 1982 a España. Pero el gran salto en el número de integrantes se dio tras la caída del Muro de Berlín, cuando plegó a algunos ex Estados obreros que antes habían sido parte del Pacto de Varsovia. En 1999, precisamente, se incorporaron Hungría, Polonia y la República Checa. En una oleada sucesiva, la de 2004, se integraron los países bálticos (Estonia, Letonia, Lituania), Eslovaquia, Eslovenia, Bulgaria y Rumania. En 2009 fue el turno de Croacia y Albania. En 2017, de Montenegro. Y en 2020, de Macedonia del Norte.
La Otan bombardeó la ex Yugoslavia y participó de las invasiones de Afganistán e Irak. Las propuestas de integrar a Ucrania y Georgia al club, terminando de configurar un cerco sobre Rusia, fueron uno de los detonantes de la actual guerra de Ucrania, donde Putin, no está de más aclararlo, pone en evidencia sus propios apetitos de dominio sobre el este europeo.
Aunque una membresía de Ucrania está descartada en el cónclave de Washington, ya que podría desencadenar una guerra abierta con el Kremlin (el artículo 5 de la Otan habilita a los Estados miembros a recurrir al auxilio del resto del club en caso de agresión, lo que podría ser invocado por Kiev), no se cierra la puerta a dar pasos en esa dirección y entregar mayor armamento. La semana pasada, el secretario general de la alianza, Jens Stoltenberg (que pronto será reemplazado en el cargo por el exprimer ministro holandés Rutte), dijo que la Otan proporcionó 43 mil millones de dólares anuales al régimen de Zelensky desde que empezó la guerra (El País, 9/7). El gobierno de Zelensky, quien se reunirá en forma bilateral con Biden esta semana, es un títere de la Otan. Además de los socios plenos, la cumbre tiene como invitados a Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda, claves en la disputa con China. En paralelo, Beijing y Bielorrusia iniciaron ejercicios militares conjuntos.
La cumbre de la alianza atlántica es un eslabón más de las tendencias a una nueva guerra mundial. La reciente reunión internacionalista realizada en Buenos Aires con delegaciones de diez países discutió un plan de acción frente al horror de la guerra imperialista y los gobiernos del hambre.
Gustavo Montenegro
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