lunes, julio 22, 2024

Trump, con apenas un rasguño, pega un salto hacia la Casa Blanca


El atentado fallido contra Donald Trump en un acto de campaña en Pennsylvania el sábado 13 de julio ha hecho ingresar a la crisis política de Estados Unidos en una nueva etapa. 
 Sobre el hecho en sí, hay más especulaciones que datos firmes. Muchos de los informes muestran impericia o falta de reacción en el personal de seguridad asignado a Trump por el Estado federal. Al mismo tiempo, Thomas Crooks, el joven trabajador de 20 años que se apostó en un techo y disparó contra Trump, es un interrogante. Es blanco, registrado como votante republicano (aunque cuando asumió Biden en 2021 hizo una donación de 15 dólares a una campaña asociada a Biden) y no se le conocen militancia, ni ideología. El joven fue abatido en el momento y el FBI dice que no tiene muestras de un plan previo junto a otros, ni una pertenencia política, ni un mensaje dejado para la posteridad, ni un móvil claro.

 ¿La violencia es inaceptable para el régimen político yanqui?

 El atentado parece ser un síntoma más de la enorme carga de violencia política que viene extendiéndose en Estados Unidos hace años. La enorme represión contra la revuelta anti-policial de 2020 y el intento de toma del Capitolio del 6 de enero de 2021 fueron dos saltos en ese camino de violencia política ascendente, con Trump como incitador y protagonista. Trump ha respaldado públicamente y colabora con grupos de milicias o patotas armadas de extrema derecha. Aunque con objetivos menos relevantes que un candidato presidencial, han habido 298 asesinatos en masa en Estados Unidos este año, 4 de ellos luego del atentado contra Trump. Una población fuertemente armada y una descomposición política que ha llegado en puntos casi a la guerra civil son el contexto ineludible de este hecho. Como ejemplo de esta tendencia, The Economist cita una encuesta en la que el 10% de los encuestados consideran legítimo el uso de la violencia política para impedir una nueva presidencia de Trump, y un 7% lo consideran para garantizar que ascienda al poder.
 El pacifismo impostado e hipócrita con el que tanto Trump como Biden quieren enfrentar el hecho es indignante. Ambos son criminales de guerra sistemáticos. En 2020 Trump mandó a tirar un misil para asesinar al general iraní Qassem Soleimani en un aeropuerto en Bagdad. Biden en su momento respaldó la acción. Ambos son represores, como lo ha mostrado Biden reiteradamente con su persecución al movimiento por Palestina en las universidades norteamericanas. Siguen los asesinatos policiales de civiles que llevaron a la revuelta en 2020. Black Agenda Report cita que hubo 704 en lo que va de 2024, y 1.352 en 2023. Biden financia, colabora y lidera la guerra en Ucrania y el genocidio de la población civil en Palestina. Cuando dicen “la violencia es inaceptable” mientras tienen las manos llenas de sangre, es claro que lo que quieren decir es que es inaceptable derramar sangre de la clase dominante.
 El gobierno de Joe Biden no parece, justamente, tener responsabilidad alguna en el intento de asesinato de Trump. No se ha visto favorecido por el atentado fallido, sino perjudicado. Y, uno supone, si quisiera asesinar un blanco enemigo, como lo hacen junto a sus aliados estratégicos todos los días, debería haber usado personal y medios un poco más eficientes que un joven casi salido de la secundaria sin preparación militar.
 Trump reaccionó al instante, en lo que pareció una operación fotográfica para mostrarlo como un héroe de acción, llevando a que a muchos comentaristas les sorprendiera que sus guardaespaldas le dieran tiempo para posar en una zona donde recién había habido intercambio de fuego y no había claridad si había más posibles tiradores. El episodio se asemeja mucho al atentado contra Bolsonaro en la campaña que lo llevó a la presidencia, frente al que se declaró inmortal. Haya sido autogolpe, o un émulo adolescente de aquel personaje demente de Robert De Niro en “Taxi Driver”, que pasa en su delirio de seguidor de un candidato a querer matarlo, Trump salió re-energizado del roce con la muerte. 

 Trump recargado 

 Trump eligió mostrarse cauto y magnánimo, llamando a la unidad nacional contra la violencia y a “unir el país”, como comentó frente a la solidaridad de Biden. Los dirigentes republicanos, por abajo, responsabilizaron directa o indirectamente a los demócratas, sea por ineficiencia en garantizar su seguridad, o por agitar el carácter reaccionario de Trump como eje de su campaña. Los demócratas se apuraron, claro, a condenar el hecho y llamar a bajar la virulencia de los choques políticos. Milei rápidamente salió a responsabilizar a “la izquierda internacional”, sin miedo alguno al ridículo. Esto corrió por su cuenta, aunque hay muchas teorías conspirativas que circulan en el campo trumpiano, sin respaldo de Trump mismo y su campaña oficial.
 Casi sin demora, Trump estuvo en el centro de la Convención Nacional Republicana que consagró la formula de Trump a presidente y JD Vance a vice. La convención fue la consagración final del copamiento del Partido Republicano por el movimiento MAGA y la ultraderecha que está agrupada ahí. Trump dio la orden de cuidar el discurso y mantener una presentación moderada. El clima de la convención era exultante y las encuestas reflejan avances republicanos en seis Estados tradicionalmente disputados con los demócratas. Entre los puntos que Biden debe disputar para poder remontar está, justamente, el Estado de Pensilvania donde fue el atentado.
 No han quedado rastros de la resistencia que le oponía un sector más tradicional del partido republicano durante su primera presidencia y en las elecciones de 2020. Vance es señalado como un posible heredero político de Trump, un ladero joven que se propone darle continuidad al movimiento MAGA. Vance se ha destacado por sus planteos completamente tajantes de cortar la asistencia militar a Ucrania e incluso por cuestionar la continuidad de la Otan, planteando que “Europa debe invertir en su propia seguridad”. Es racista e islamófobo, al punto de haber planteado que Inglaterra, bajo el nuevo gobierno laborista, se transformaría en un país islamista gobernado por la ley de la sharia.
 Pero Vance no solo es un extremista dentro del campo republicano. También es un vaso comunicante con los sectores capitalistas que se han volcado al apoyo de Trump en este nueva elección. Vance pasó por un fondo de inversión liderado por Peter Thiel, creador de Pay Pal, que junto a Elon Musk, han saludado entusiásticamente su elección como vicepresidente. El cambio de una elección a otra es notorio. En 2020 el vuelco capitalista por Biden era abrumador. Ahora la recaudación de ambas campañas está cuasi-empatada, Biden recaudó 389 millones de dólares y Trump 388. Financial Times toma nota del vuelco creciente de las empresas tecnológicas de Sillicon Valley y fondos de inversión por un apoyo público a Trump. Starbucks, que ha enfrentado un proceso de sindicalización muy publicitado estos años, fue sponsor oficial de la Convención Nacional Republicana.
 La Convención Republicana también contó con la presencia de un importante dirigente de la burocracia sindical, que ha estado históricamente ligada al aparato demócrata. Sean O’Brien, presidente del sindicato camionero Teamsters, respaldó a Trump desde un ángulo proteccionista, planteando la necesidad de que las industrias permanezcan en EEUU y oponiéndolo a la transnacionalización del capital. Un operativo importante para darle un atractivo mayor en la clase obrera a una política ultra-reaccionaria del capital, en particular de sumar a los sindicatos a la guerra comercial con China. O´Brien viene de acordar avances en la automatización de su industria que ya han costado 12 mil puestos de trabajo. 
 El principal documento que prepara las bases de un nuevo gobierno de Trump se llama Proyecto 2025 y fue elaborado por un think tank derechista llamado Heritage Foundation. Son mil paginas que incluyen un programa de fondo, un plan de medidas de 180 días y un análisis de qué funcionarios del Estado pueden permanecer y cuáles deben ser removidos. Un punto central es la clausura de muchas instituciones del Estado federal (agencia de control ambiental, departamento de educación), mientras en otros se trata de eliminar el status de funcionarios de carrera y ocupar los puestos con funcionarios afines. Otras medidas incluyen el desmantelamiento de subsidios sociales y un gasto militar incluso mayor al actual. 
 Otro sector de las elites que se preparan para volver al gobierno con Trump realizó estos días la convención de los “Nacional Conservadores”. Allí, entre una extensa agenda reaccionaria, Tom Homan, ex encargado de migraciones y aduana en el gobierno anterior de Trump prometió: “Si Trump vuelve, voy a dirigir la operación de deportación más grande que este país haya visto. No han visto nada aún. Esperen el 2025.” 
 Un cambio de régimen político de la profundidad planteada no se desprende de manera lineal de una victoria electoral de Trump este año. Dependerá de la lucha de clases, como la rebelión que derrotó a su gobierno en 2020. Pero su agenda tiene un punto de apoyo en la mayoría conservadora de la Corte Suprema y los jueces nombrados por Trump, que vienen trabajando en blindarlo frente a sus múltiples casos judiciales, como la jueza Aileen Cannon de Florida, que desestimó la semana pasada el procesamiento de Trump por su apropiación privada de documentos confidenciales.

 Biden, la verdadera baja de la campaña 

 Biden suspendió sus publicidades de campaña luego del atentado. Todo su ángulo de oponerle la defensa de la democracia a la posibilidad de que Trump se vuelva un dictador quedó en un segundo término. Luego del atentado llamó a “enfriar la retórica incendiaria”. La convulsión del atentado sirvió a Biden para apaciguar un poco el operativo clamor de funcionarios y simpatizantes demócratas para que se baje de la candidatura presidencial mientras cada aparición pública que hace muestra el retroceso vertiginoso de sus funciones cognitivas. 
El entorno de Biden incluso impulsa en estas horas una reunión online de delegados para confirmar su candidatura sin debate antes de la Convención Nacional Demócrata. El entorno de Biden controla el aparato partidario, y podría imponer la nominación. El ala izquierda del partido, que en ocasiones anteriores levantó a Bernie Sanders como candidato alternativo, ha reforzado anónimamente su respaldo a Biden. La diputada Alexandria Ocasio-Cortez dijo: “El asunto está cerrado. Él es el candidato, y yo lo apoyo”. Sanders mismo escribió una columna llamando a apoyar a Biden con el argumento del “mal menor” en el New York Times. Pero el asunto no parece realmente zanjado.
  The New York Times había liderado la ofensiva para reemplazar a Biden de la boleta demócrata luego del desastroso desempeño de este en el debate televisado. La semana anterior había estado marcada por una carta de George Clooney, organizador de eventos multimillonarios de recaudación demócrata en la industria de cine de Hollywood, que pedía que Biden se haga a un costado, publicada (llamativamente) luego de consultar con el ex presidente Barack Obama. Existe un operativo para lanzar a la esposa de Obama, Michelle, como candidata de reemplazo a Biden, e incluso hay encuestas que indican que podría ganar la elección contra Trump. La vicepresidenta Kamala Harris, y varios gobernadores demócratas, por el contrario, a pesar de no contar con los inconvenientes biológicos de Biden, parecen carecer de votos propios para aportar. 
 Los capitalistas millonarios que sostienen la campaña demócrata han decretado una huelga de desembolsos para tratar de dominar el proceso y no sólo lograr reemplazar a Biden sino tener la palabra final sobre quién será el reemplazante y con qué programa deberá competir. La movida incluye a dueños de gigantes como Disney y Netflix, entre otros, que declararon públicamente estar demorando aportes millonarios. Un grupo declaró haber reunido 100 millones de dolares que aportarán solo para apoyar un reemplazante. Esta crisis entre el aparato político y los capitalistas que representa se procesará en las próximas semanas y promete una pulseada peligrosa para la unidad del partido.
 La crisis del Partido Demócrata, sin embargo, antecede largamente al atentado contra Trump e incluso el desastroso debate televisivo. El carácter profundamente reaccionario del gobierno de Biden lo ha hecho chocar con su base electoral, a la que han afectado la inflación, la crisis de vivienda y el ajuste a gastos sociales y salarios que se desprendió del creciente gasto militar. A pesar de los discursos, el gobierno no ha dado un paso para defender los derechos reproductivos contra los avances de la Corte Suprema trumpista. Juega un rol central en la crisis el avance del genocidio en Palestina financiado por EEUU, que ha chocado violentamente con la juventud, sectores importantes de trabajadores y con la comunidad árabe y musulmana, que es clave en el Estado en disputa de Michigan. 

 Una opción desde abajo 

 DSA (Demócratas Socialistas), la principal organización de la izquierda demócrata, se está erosionando crecientemente ante estas presiones. Sus dirigentes públicos apoyan a Biden, pero participa por abajo del movimiento para no votar a ningún candidato en las primarias (Uncommited) promovido por la comunidad musulmana. Participó de los acampes por Palestina, e incluso los impulsó, mientras el gobierno de Biden anunció que va a reforzar la persecución del movimiento. Mientras en los años anteriores su militancia ganaba espacio en las primarias, desplazando a los candidatos del establishment, los vientos soplan ahora para el otro lado. Jamaal Bowman ingresó como diputado nacional por DSA. Sus coqueteos con organizaciones sionistas llevaron a una crisis nacional a la organización, con sectores de base que mocionaban su separación o sanción por esa causa. Ahora, fue derrotado en la primaria demócrata por un candidato del aparato partidario gracias a una inversión récord de parte de fondos sionistas que preferían un representante directo y no uno con lealtades divididas. Ocasio-Cortez, la diputada estrella de la organización, recibió la quita del apoyo electoral de la dirección nacional de DSA por votar resoluciones en el Congreso favorables a Israel y a su campaña militar contra Palestina. El proyecto de disputar o reformar por izquierda al imperialista Partido Demócrata ha terminado en un desastre. 
 La elección 2024 en Estados Unidos está dominada por los enemigos de la clase obrera local y mundial. Pero se han puesto en marcha enormes fuerzas. En las huelgas y procesos de sindicalización. En el movimiento contra el genocidio en Palestina. En movimientos raciales y de género que hoy han sido en gran medida desmovilizados por los demócratas, pero inevitablemente resurgirán frente a las ofensivas. Es urgente la organización de una alternativa política independiente de la clase obrera frente a las opciones del capital imperialista decadente. En ese camino, el frente único en defensa de todas las reivindicaciones obreras y populares y la oposición total a la política militar imperialista en Ucrania, Palestina y Taiwán es estratégica. 

 Guillermo Kane

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