Una semana después del intento de asesinato de Donald Trump, Joe Biden cedió a la presión para que renuncie a la reelección presidencial. Cuando falta un poco más de cien días para las elecciones, la política norteamericana ha entrado en un terreno desconocido. Esto ocurre cuando la principal potencia capitalista escala la guerra en el Medio Oriente y en Ucrania. Biden reafirmó la intención de finalizar su mandato, a finales de enero de 2025. Trump, en cambio, pidió que haga efectiva su renuncia al gobierno de inmediato.
Aunque Biden mostró evidencias de incapacidad para un último mandato, lo que lleva a este desenlace es eminentemente político. La semana que viene está prevista la visita del criminal de guerra Benjamín Netanyahu, por invitación del Congreso norteamericano, la que intentará aprovechar para ignorar a Biden y ganar terreno para su política de expulsión del pueblo palestino y anexar a Gaza y a Cisjordania. El presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky, ya tomó sus precauciones y llamó a Trump para felicitarlo en forma personal por su nominación presidencial por parte del partido Republicano. La burguesía norteamericana ha tomado sus distancias de la “política industrial” de Biden, que ha acentuado un gran agujero fiscal y multiplicado la deuda pública de Estados Unidos. El crecimiento del empleo e incluso el aumento del consumo han sido obtenidos a cambio de una caída o estancamiento del salario real y de un aumento del llamado “efecto riqueza”, que ha hecho crecer el gasto personal de la gran burguesía y los estratos altos de la clase media. Cuando aún era incierto el abandono de la candidatura a la reelección de Biden, las compañías tecnológicas de Silicon Valley anunciaron, encabezadas por Elon Musk, el respaldo a la disminución de impuestos a las ganancias corporativas que impulsa Trump. La corporación judicial ha intervenido para apoyar a Trump con la anulación de numerosas causas en su contra y en especial con la absolución ‘de facto’, votada por la Corte Suprema, por su participación en el golpe de estado de enero de 2021.
Estados Unidos constituye, desde hace un tiempo, el laboratorio excluyente del fascismo internacional. En esa dirección apunta la persecución a la población inmigrante que impulsa Trump y la prolongación de los muros en la frontera con México, con apoyo del gobierno mexicano. La demagogia de la seguridad que impulsa toda la tropa trumpista no tiene otro propósito que establecer un estado policial. En cuanto a la guerra mundial, Trump reforzará el gobierno de limpieza étnica del sionismo, en tanto que sus planteos acerca de un acuerdo con Putin sobre Ucrania flotan en la nebulosa. Trump no se propone reconocer la partición de Ucrania en beneficio de Rusia, sino blandir un acuerdo de seguridad con Putin a cambio del retorno de las tropas a Rusia, a expensas de los intereses del imperialismo alemán y francés.
El partido Demócrata, atado a los intereses de Wall Street, se ha embarcado en la selección de un sucesor. Esto podría paralizarlo por un buen tiempo, a riesgo de una división. El período tumultuoso que se avecina pondrá a prueba la capacidad de Biden y de los demócratas de llegar al final del mandato. La victoria de Obama en 2008, en medio del estallido de la crisis financiera de las hipotecas, reclamó un cogobierno con George Bush, hasta el cambio de mando en enero siguiente. La decadencia histórica de Estados Unidos se manifiesta por todos los poros. Atraviesa una forma de guerra civil larvada y un estado prefascista. Una parte de la burocracia de los sindicatos ha pasado a acuerdos con Trump y es lo que podría ocurrir con buena parte del resto. Los déficits cognitivos de Biden evocan el debilitamiento histórico del imperialismo yanqui.
Comité Editorial
Política Obrera
21/07/2024
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