Las movilizaciones xenófobas que recorren Reino Unido, convocadas por grupos ultraderechistas, llevaron al novel primer ministro del Partido Laborista, Keir Starmer, a enfrentar su primera crisis. Los migrantes se convirtieron en el blanco de ataque de turbas fascistas que, cebadas por la propaganda y la política chovinista que sectores del establishment político británico vienen desenvolviendo hace años, intentan responsabilizar de la crisis que sacude al país a uno de los sectores más oprimidos y explotados.
Marchas y contramarchas
El detonante de las protestas fue el asesinato de tres niñas en Southport, en el empobrecido norte del Reino; por las redes sociales se propagó rápidamente que el atentado había sido cometido por un musulmán. En realidad, el autor del crimen fue un joven galés de 17 años e hijo de inmigrantes ruandeses. Las movilizaciones y medidas de acción ultraderechistas, que en algunos casos contaron con la participación de cientos de personas, tuvieron lugar en varios puntos del país.
Los militantes fascistas apalearon y apuñalaron migrantes, han asaltado y prendido fuego algunos de sus lugares de acogida –mezquitas y hoteles– y siguen intentando cometer todo tipo de fechorías. Han centrado sus ataques en la comunidad musulmana, aunque también arremeten contra negros y asiáticos. Un grupo ingresó a las instalaciones de un hotel ubicado en la ciudad de Rotherham, que aloja migrantes en situación irregular, y procedió a prender fuego un contenedor. En Liverpool, los ultraderechistas quemaron el interior de una biblioteca y en Sunderland un centro de refugiados. En este contexto, el Ministerio del Interior dispuso un reforzamiento de la protección para las mezquitas.
En algunas oportunidades, estos matones se enfrentaron a la policía lanzando piedras y botellas. En la mencionada Sunderland, quemaron una comisaría y un patrullero. Durante el fin de semana hubo más de 150 arrestos. Se sabe que estos grupos están compuestos por hooligans (barrabravas) y lúmpenes varios. La divulgación de fake news les resulta clave para magnificar sus medidas de acción y eventualmente lograr atraer más personas.
El neonazi Tommy Robertson, quien lideró la English Defence League (EDL), agrupación ultraderechista, ultranacionalista e islamofóbica cuya actividad tuvo su periodo de apogeo entre 2008 –año en el que estalla el crash financiero mundial– y 2016 –año en el que se celebró el segundo referéndum sobre el Brexit–, fue señalado como uno de los instigadores principales de las medidas. Las grandes crisis son el caldo de cultivo para la emergencia de estos agrupamientos reaccionarios. Dos días antes de los asesinatos en Southport, Robertson convocó a una concentración en Londres a la que asistieron casi 30.000 personas.
En simultáneo, en varias ciudades, han tenido lugar movilizaciones en defensa de los migrantes y contra los fascistas, en las que la organización Stand Up To Racism jugó un papel destacado. En algunos casos hubo choques físicos entre los fachos y los manifestantes antirracistas. En Leeds ha habido movilizaciones que hicieron recular en chancletas a los fascistas. Centenares de personas, sobre todo de la comunidad árabe, salieron a las calles de Bordesley Green para hacer retroceder a la reacción. El sábado, en Manchester, cientos se reunieron para garantizar que no pudiera desenvolverse una manifestación ultraderechista; a esta movida se unieron sindicatos como Unison –trabajadores de servicios públicos. En Cardiff, alrededor de 400 personas, entre ellas activistas sindicales y militantes que luchan a favor de la causa palestina, evitaron la realización de otra.
En Bristol, 800 manifestantes se enfrentaron a casi 150 fachos y evitaron un ataque a un hotel para refugiados. Las medidas de lucha en defensa de los migrantes se replicaron en ciudades como Preston, Leicester, Nottingham, Bournemouth, Stoke, entre otras. Existe una tradición de lucha antirracista y antifascista en el Reino Unido; en 2010 las agrupaciones Hope Not Hate y Unite Against Fascism organizaron una multitudinaria marcha antirracista de las que no se veían hace mucho tiempo; quizás haya sido la Anti-Nazi League, en la década del 70, la organización que lanzó las convocatorias más importantes en este sentido.
La responsabilidad de la burguesía británica
El primer ministro Starmer prometió mano dura contra el “matonismo de extrema derecha”. Pretende implementar un sistema de emergencia que permita a la policía efectuar arrestos preventivos y a la Justicia realizar juicios sumarios en las primeras 24 horas. Asimismo, quiere instaurar un régimen de ciberpatrullaje, parecido al que acaban de implementar Javier Milei y Patricia Bullrich en Argentina. Se trata de un reforzamiento de los instrumentos represivos del Estado, que tarde o temprano Starmer utilizará contra la clase obrera.
“Es una respuesta tanto al desafío inmediato, que claramente está impulsado por los ultraderechistas y su odio, como a todo desorden violento que estalle cualquiera sea la causa o motivación aparente”, dijo el premier laborista. Es sabido que para la clase dominante y sus políticos toda lucha de los trabajadores es un “desorden violento”. Y el proletariado británico ha protagonizado movilizaciones y huelgas masivas en los últimos años y probablemente lo vuelva a hacer habida cuenta la magnitud de la crisis que reina en el país. La Ley de Orden Público de 1936, impuesta por el gobierno de Churchill para supuestamente enfrentar a las camisas negras de Oswald Mosley, fue utilizada a menudo para perseguir a huelguistas, comunistas y activistas antiguerra.
Durante el último verano, los tribunales dictaron el encarcelamiento de 26 ambientalistas y se preparan para juzgar a activistas pro Palestina. Ningún obrero o activista, asimismo, puede confiar en que darle más atribuciones represivas a la policía británica, que hostiga y a veces asesina migrantes, sea la salida al problema del racismo.
La burguesía británica ha estado desarrollando una intensa campaña antimigrantes –The Daily Mail, el segundo periódico más leído del país, por ejemplo, ha publicado varias portadas atacando a los migrantes–, la cual fue acompañada por los distintos gobiernos con la implementación de medidas políticas. Los tories fueron grandes impulsores de esta orientación. Rishi Sunak, el expremier del Partido Conservador, por ejemplo, promovió en abril de este año un proyecto de ley para deportar migrantes a Ruanda e hizo campaña electoral diciendo que los laboristas harían del país “la capital mundial de la migración irregular”.
Los laboristas no se quedan atrás. En el poder han aplicado políticas de asilo muy duras; por ejemplo, impidieron trabajar a personas que esperaban la tramitación de su solicitud de asilo y limitaron su acceso a subsidios. Bajo sus gobiernos, al igual que bajo los gobiernos conservadores, las condiciones de vida de los migrantes empeoraron. Por otra parte, tanto el Partido Laborista como el Partido Conservador son impulsores de las guerras imperialistas (Irak, Afganistán, Libia, Ucrania) que desencadenan las olas migratorias de las que después se quejan. El imperialismo es responsable del calvario de esos millones de seres humanos que huyen en condiciones de extrema precariedad de países devastados por la guerra y el hambre, y que en muchos casos terminan pereciendo en el mar.
Los ultraderechistas buscan culpar a los migrantes de la crisis, cuando en realidad fue provocada por la burguesía decadente que ellos apoyan.
El miércoles 7 y el sábado 10 de agosto se harán nuevas protestas contra la extrema derecha en distintos puntos del país. Para los trabajadores, la clave pasa por redoblar la movilización para derrotar a los fachos y organizarse contra el gobierno imperialista y antiobrero de Starmer.
Nazareno Suozzi
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