HACE 41 AÑOS CAÍA COMBATIENDO.
El 15 de febrero de 1966 caía combatiendo Camilo Torres en las sierras de Santander, Colombia. Sacerdote, sociólogo, activista estudiantil, agitador político de masas y finalmente guerrillero, su vida se transformó en símbolo de compromiso absoluto, de ruptura con las jerarquías y de comunión entre formación y praxis militante. Para comprender la trayectoria de Camilo hay que tener en cuenta tres situaciones históricas simultáneas que convergen en su figura: la explosiva situación política nacional de Colombia, que vivía una época de guerra civil a partir de la rebelión popular conocida como “El Bogotazo” en 1948; el salto cualitativo en los movimientos populares que significó desde 1959 el proceso revolucionario cubano; y finalmente los cambios en la Iglesia Católica a escala internacional, especialmente a partir de 1962 con las reformas de los Papas Juan XXIII y Paulo VI, que algunos años más tarde marcarían profundamente al movimiento de sacerdotes por el Tercer Mundo y a la Teología de la Liberación.
Jorge Camilo Torres Restrepo nació en Bogotá el 3 de febrero de 1929, en el seno de una familia liberal acomodada. Luego de concluir sus estudios secundarios en 1946 y tras un corto recorrido por la carrera de Derecho en la Universidad Nacional de Colombia, ingresa al Seminario Conciliar de Bogotá, donde se ordena como sacerdote en 1954. En esos años, el asesinato del presidente Jorge Eliécer Gaitán desencadena una guerra civil entre 1949 y 1953 que se cierra con el saldo de 300.000 muertos. Ya dentro de la Iglesia católica, sale de su país para estudiar en la Universidad de Lovaina, en Bélgica, uno de los centros de formación religiosa y académica más sensibles al cambio social en Europa. Mientras avanza en su carrera universitaria frecuenta a miembros de la Democracia cristiana, del movimiento obrero católico y contacta a los grupos de resistencia argelina en París. En 1958 concluye sus estudios de Sociología con su tesis Una aproximación estadística a la realidad socioeconómica de Bogota, investigación pionera en materia de sociología urbana. Esta primera etapa de producción académica parece reflejar una búsqueda tanto espiritual como científica fundida por el deseo de reconocer las causas de los profundos problemas sociales de Colombia, y quizás una necesidad de constatarlos mediante encuestas e investigaciones de campo. Esta etapa de búsqueda desvinculada de una práctica política territorial y concreta parece confirmarse desde su alejamiento físico de la realidad colombiana, y se advierte por la diversidad de las relaciones que teje en Europa mientras en su país, liberales y conservadores realizan un pacto para alternarse en el gobierno.
En 1959 vuelve a Bogotá, dividiendo sus horas entre la docencia, la investigación y el trabajo comunitario. Ese año fue nombrado capellán de la Universidad Nacional, y en 1960 participa en la fundación de la Facultad de Sociología. Al mismo tiempo lanza el Movimiento Universitario de Promoción Comunal, donde enlaza sus tareas de investigación con el trabajo territorial en los barrios obreros de Bogotá, todavía desde un acercamiento amparado por el Estado y la Iglesia. En 1963 presenta el ensayo La violencia y los cambios socioculturales en las áreas rurales colombianas. En 1964 el Pacto Nacional entre liberales y conservadores se rompe nuevamente, y de las filas del Partido Liberal surgen las FARC. La influencia de la Revolución cubana en la difusión de la vía armada como único camino para alcanzar el socialismo lleva el mismo año a la formación del ELN, con el que Camilo hace contactos rápidamente al tiempo que impulsa el Frente Unido del Pueblo, una agrupación política que intenta unir a cristianos y marxistas comprometidos con una visión humanista común de la realidad, y con la voluntad de producir cambios radicales en la sociedad colombiana. Es en este momento donde se manifiesta en toda su crudeza el desgarramiento interno de Camilo en su decisión de priorizar la práctica política en general, y la acción directa en particular aún pagando el precio de romper con una parte de su identidad anterior como sacerdote y científico. Uno de los primeros síntomas de esa vocación la señala el canónigo Francois Houtart, cuando cuenta:
“Como sacerdote, aquí en Lovaina o en Bogotá, Colombia, también osciló entre dos orientaciones: la ciencia y la acción. El sacerdocio de Camilo se caracterizaba esencialmente por su preocupación por los hombres. Esto lo conduciría a veces a descuidar eso que podríamos llamar ‘lo institucional’…convertía a Camilo en una persona que no dudaba en no presentarse a dar un curso universitario porque en el camino tal vez había encontrado a uno u otro que tenía necesidad de su ayuda particularmente en ese momento”.
El 27 de julio de 1965 celebra su última misa y renuncia a la dignidad sacerdotal, bajo presión de la jerarquía eclesiástica. Una marca de lo que debió significar esa ruptura exterior en el interior de Camilo se percibe en varios de sus propios testimonios: “He dejado de decir Misa para realizar ese amor al prójimo en el terreno temporal, económico y social…la Eucaristía carece de sentido sin un cambio radical en las estructuras de poder…el asunto no es discutir si el alma es mortal o no cuando el hambre y la miseria lo son”. Es decir, la eucaristía como transubstanciación, como rito simbólico que materializa la carne y la sangre de Cristo en el pan y el vino, no puede realizarse en una sociedad injusta. La irrupción del Jesús histórico de Camilo -el Jesús que pone en común sus bienes, el Jesús de las prostitutas y los condenados, el Jesús que desafía al poder del Imperio romano y a los mercaderes del templo- es incompatible con una Iglesia asociada al poder y con una sociedad sometida al capital. En consecuencia, hay que buscar la utopía de Jesús en el reino de este mundo.
El mismo año, una entrevista del periódico En Marcha de Montevideo hecha por Adolfo Gilly, permite observar la afirmación de sus convicciones político – religiosas. Lejos de considerar su separación de la Iglesia visible como una renuncia al sacerdocio, Camilo entendía el vuelco absoluto de la vida humana a la actividad política como una manera más radical de realizar su concepción de ser cristiano:
“El cristiano, como tal, y si quiere serlo realmente y no sólo de palabra, debe participar efectivamente en los cambios. La fe pasiva no basta para acercarse a Dios: es imprescindible la caridad. Y la caridad significa, concretamente, vivir el sentimiento de fraternidad humana. Ese sentimiento se manifiesta hoy en los movimientos revolucionarios de los pueblos”
La Iglesia católica estaba profundamente dividida por las reformas impulsadas desde el Vaticano por los papas Juan XXIII y Paulo VI. En Europa, la complicidad de la institución eclesiástica con el nazismo y el fascismo produjo en la posguerra una autocrítica que, combinada con el movimiento de los curas obreros promovieron una relación diferente entre la Iglesia y los sectores populares, incluyendo el diálogo entre católicos y marxistas. El cambio cultural estaba siendo impuesto desde abajo, y esto producía fracturas en los eslabones más sensibles de la estructura eclesial, atrayendo a los cuadros católicos más jóvenes hacia la izquierda y en dirección a los movimientos sociales. El Concilio Vaticano II, abierto en 1962, fue la respuesta de la Iglesia visible a esta presión de sus propias bases, cristalizada en las encíclicas Mater et Magistra (1961), Pacem in Terris (1963) y Populorum progressio (1965), en las que se ponía en crisis el antiguo paradigma de una Iglesia separada de los fieles y situada jerárquicamente en “otro mundo”, para privilegiar una relación más horizontal con los sectores populares. En América Latina el cambio estableció las condiciones para la radicalización de grupos religiosos que se vincularon cada vez más con las luchas sociales, a menudo participando de experiencias revolucionarias. Para Camilo, “…lo principal en el Catolicismo es el amor al prójimo”, pero la beneficencia y la limosna, es decir, la caridad mal entendida desde lo religioso, o el asistencialismo que crea relaciones de poder a partir de lo institucional, no alcanzan:
“Es necesario entonces quitarles el poder a las minorías privilegiadas para dárselo a las mayorías pobres…La Revolución puede ser pacífica si las minorías no oponen resistencia violenta…La Revolución no solamente es permitida sino obligatoria para los cristianos que vean en ella la única manera eficaz y amplia de realizar el amor para todos”.
Su planteo político no se detiene sin embargo en la dimensión del cristianismo. Según Camilo, el imperialismo norteamericano era el principal obstáculo para el desarrollo de Colombia. Para lograr la liberación nacional y social era necesario también derrotar a la oligarquía ligada a los intereses del capital extranjero, y esto sólo era posible mediante la unidad de los sectores populares en torno a un movimiento revolucionario y opositor. El cerco sobre Camilo Torres avanzó en la exacta medida en que crecía su popularidad y su oratoria justiciera comenzaba a llenar las plazas públicas. Dos tribunales especiales lo llaman a juicio por los delitos de “subversión”, “atentando a la seguridad del país” y “asociación para delinquir”. En noviembre entra a la clandestinidad e inmediatamente se pone a las órdenes del ELN. El activismo de masas era ahogado por la represión gubernamental, y la persecución define su opción por la lucha armada, ya convencido de la imposibilidad de una salida pacífica al conflicto social en Colombia. La voz de Camilo en el relato de su entorno más íntimo refleja la tensión presente en las categorías mentales del cristianismo entre las figuras del mártir y el profeta, entre la muerte como testimonio y el acto de tomar la palabra para revelar el nacimiento catastrófico de una nueva era:
“No me puedo estar más aquí. El ejército ya lo sabe todo. Sabe de mi vinculación con el ELN. Yo no quiero que me maten como Gaitán en la carrera última sino que me maten en el monte. Porque a Gaitán lo mataron en la ciudad y su muerte no mostró ningún camino. Mientras que si a mi me matan en el monte, mi muerte si señala un camino”.
Su experiencia como guerrillero es corta, por eso Camilo es quizás más un profeta o un mártir desde la perspectiva cristiana, que un héroe desde el punto de vista de la mitología. ¿Es entonces un antihéroe, un ser carente de proezas heroicas más allá de su absoluta entrega personal?, Luego de recibir entrenamiento en el monte a fines de 1965, muere en su primer combate el 15 de febrero de 1966, en circunstancias que podemos reconstruir en base al testimonio de un miembro del ELN en una entrevista publicada en 1988 por Marta Harnecker, que hoy se desempeña como asesora de Hugo Chávez:
“Al vincularse a la lucha armada, el se compenetra de inmediato con la vida guerrillera…en esas circunstancias, cuando se planifica una emboscada, él sostiene que tiene que participar argumentando que si hay normas, él no puede quedar al margen de ellas…Camilo convence a Fabio y a Medina y estos resuelven que vaya, pero lo ubican en el sitio mas seguro, es decir, en la punta de la emboscada…Los compañeros, pensando que ya se había eliminado a la tropa que había entrado en la emboscada, dieron la voz de recuperación, pero cuando Camilo va a recuperar un arma es tiroteado por uno de los militares que había caído herido. La emboscada fue un poco larga y cuando se dan cuenta que Camilo ha caído se lanzan a sacarlo pero ya es demasiado tarde…En esa acción caen cinco compañeros tratando de auxiliar a Camilo”
¿Qué caminos abrió el sueño del profeta blindado? Su ejemplo impulsó el compromiso de numerosos grupos de cristianos revolucionarios en América Latina. El padre Ernesto Cardenal participo de la revolución sandinista en Nicaragua. Los religiosos españoles Domingo Laín y Manuel Pérez morirían combatiendo en el ELN de Colombia mientras en Chile, el grupo “Sacerdotes para el socialismo” impulsó el ascenso de Salvador Allende. En Chile, Argentina y Uruguay surgieron agrupaciones con su nombre, y en especial en nuestro país el Comando Camilo Torres publicó la revista Cristianismo y Revolución y armó las células de las que surgirían algunos de los miembros fundadores de la organización armada Montoneros.
El Che Guevara, antes de la creación del Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo y del Concilio Vaticano II, decía que cuándo los cristianos se incorporaran a la revolución, esta sería invencible. Si el reverso del antihéroe son las proezas del héroe, lo perdurable del Che como figura mítica en comparación con el relativo olvido en el que cayó Camilo después de los setenta, quizás reside precisamente en que a pesar de cierto paralelismo en sus vidas, la imagen del Che se ajusta mejor al modelo del héroe victorioso. Camilo Torres también puede ser rescatado como símbolo, no tanto de una subjetividad aparentemente lineal, o de un compromiso sin fisuras, no solamente como recuerdo o efeméride del deseo de transformación radical de toda una generación de latinoamericanos, sino más bien como un ejemplo más carnal de las contradicciones que existen en todo militante, de la necesidad de la acción para lograr la unidad entre teoría y práctica política, de ruptura con las instituciones y con la propia identidad originaria como premisa del cambio social.
Fuentes:
Cristianismo y Revolución, nro. 4 (marzo de 1967). Ed. Digital del CEDINCI.
Camilo Torres, Mensaje a los cristianos (1965), en http://www.marxist.org
Edgar Camilo Rueda Navarro, Biografía política de Camilo Torres (2002), en http://www.marxist.org
Martes 6 de Marzo de 2007
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