Cuando la dictadura clavó sus garras sobre nuestro pueblo y muchas madres comenzaron a sufrir la desaparición cotidiana, aluvional, de sus hijos, Julio Cortázar hacía más de veinte años que residía en París y desde allí, escribía cuentos, novelas, poesías y ensayos con temáticas y contextos argentinos y latinoamericanos.
A medida que las brutales dictaduras fueron tiñendo el mapa de nuestra América, Cortázar comenzó a producir una literatura cada vez más política y -poniendo a disposición de las luchas liberadoras del continente su connotado prestigio internacional-, se avino a participar, crecientemente, en actos públicos de denuncia, campañas de solidaridad con los perseguidos y viajes militantes de apoyo a Cuba Socialista y a la Revolución Sandinista en Nicaragua.
Cuando las Madres aparecieron sobre la Plaza de Mayo e hicieron de sus pañuelos blancos el punto ciego de los dictadores, el escritor de París comprendió que había algo que escuchar y que aprender de estas mujeres surgidas como una llamarada entre el témpano de la dictadura. Con la perspectiva que nos dan los años y el poder recorrer archivos periodísticos y bibliográficos, sabemos hoy que Cortázar valoró, como muy pocos intelectuales argentinos, la acción y la palabra de las Madres. Y además, tuvo esa atención alerta no sólo cuando el movimiento recorría las calles del país seguido de multitudes, en el contexto político posterior a la guerra de Malvinas, sino cuando los represores impedían a las Madres entrar a la Plaza y, si ellas lo lograban, era detenidas en masa; cuando en la Avenida de Mayo, mientras hacían la cola de la denuncia ante la CIDH, eran azuzadas por jóvenes y transeúntes festivos, portavoces irreflexivos o concientes del pensamiento dictatorial: "los argentinos somos derechos y humanos". Año: 1979.
Es cierto, como tantas veces se le ha reprochado, él no estaba en el país para sufrir la suerte de sus compatriotas, pero en Francia, usó las palabras justas en el momento necesario y contribuyó a que la condena al régimen resonara en toda Europa. "La Ley de Presunción de Fallecimiento equivale a la "solución final" de los nazis", puntualizó el 6 de septiembre de 1979, en respuesta a Harguindeguy (ministro de interior del régimen), que la presentaba como un gesto de caridad hacia los familiares de los desaparecidos. Los escritores del canon, dentro o fuera del país, eran abiertamente cómplices de los uniformados o guardaban un silencio impropio de artífices de la palabra.
Impacta y reconforta leer lo que Haroldo Conti, desparecido por los genocidas el 5 de mayo de 1976, opinaba del compromiso a distancia de su colega: "Francamente, sigo creyendo que no es una condición sine qua non estar ahora y aquí para opinar y aun participar de nuestra faena política. De hecho, hay gente que estando aquí es como si viviese en el Himalaya o aun en la Luna. Los clásicos espaldistas. Son capaces de escribir sobre el Renacimiento o sus aburridos fantasmas apoyados en el mismo paredón detrás del cual revientan a sus hermanos. Julio, en cambio, y para abreviar, es un ciudadano del mundo al cual no le afectan las distancias (...) Yo aprecio esto en Cortázar y se lo agradezco, y creo que es bueno que se quede allá aunque sea nada más que para eso. Porque cuando enmudezcan todas las voces, habrá todavía una, salvada por la distancia, que señale y condene, que denuncie y ayude, que movilice y congregue" . Auque fuera solamente porque Conti, desde su desaparición política, le reclamaba cumplir con esa estatura de intelectual responsable frente a los acontecimientos de su época, o porque se cautivó del particular tono de las Madres pisando firme el blindaje de los represores, Cortázar no dejó de pronunciarse una y otra vez con la verdad y la creación, contra el genocidio y sus mil máscaras de olvido, comodidad, tolerancia, miedo.
En febrero de 1981, tuvo oportunidad de demostrar hasta qué punto había sido sensitivo al discurso político de las Madres contra las estrategias de disolución y aplacamiento de la dictadura. Ellas venían sosteniendo, sin tregua, la dura lucha por saber dónde estaban sus hijos e hijas desaparecidos y ese reclamo, al cabo de cuatro años, había ido depurándose en tres palabras implacables y demoledoras, como una flecha clavada en el blanco: "aparición con vida".
Los militares, que en un primer momento habían negado los secuestros, venían intentando sortear la pregunta por la vida de los detenidos clandestinamente, dándolos "por muertos en enfrentamientos". Algunos organismos de derechos humanos, cediendo a la trampa, comenzaron a bregar por "esclarecimiento", "listas de muertos", etc. y a intentar convencer a las Madres, de que había llegado "una nueva etapa" y se trataba, ahora, de "reclamar cadáveres". El movimiento, una vez más, cerró el puño y adelantó el cuerpo contra esa campaña, labrada por los dictadores en el país y en el exterior. "Aparición con vida" debía ser la consigna más poderosa contra la mentira y el horror dictatorial.
En París, lugar de residencia de Cortázar, se programaba un gran encuentro de juristas para tratar sobre la novedad histórica de la desaparición forzada y diseñar estrategias legales contra este crimen en el mundo, pero muy particularmente en América Latina.
Para las Madres, estos eventos -ya entonces- eran el típico encuentro para hablar mucho y concretar muy poco en relación a la perentoria necesidad de salvar vidas. Sin embargo, acuden al Coloquio, que se desarrollará en la Asamblea Nacional, intentando presentar un trabajo que recibe incontables obstáculos para su exposición, ya que ellas, las Madres, no son "idóneas" en temas de derecho. Entre la delegación argentina se encontraban personajes como Jacobo Timmerman, Alconada Aramburu (UCR) o Vicente Saadi (PJ), esto explica, por contraste, el rechazo a la presencia de las Madres. Cortázar, que no es tampoco un jurista, tiene una chance para hablar precisamente por ser Cortázar y vivir en París.
Entonces, pronuncia un discurso histórico, "Negación del Olvido" (ver Periódico de las Madres Nº1, Segunda Epoca, Nov./2001), donde intenta zamarrear, muy en el sentir de las Madres, el acostumbramiento burocrático de tratar la vida de los desaparecidos como una excusa de discusión leguleya: "Aquí, en esta sala donde ellos no están, donde se los evoca como una razón de trabajo, aquí hay que sentirlos presentes y próximos, sentados entre nosotros, mirándonos, hablándonos". Está claro que Conti, por seguir con su ejemplo, no fue nunca una cifra ni un articulado en papel romaní para Cortázar. Sobre el final de su exposición, brillante en muchos pasajes, toma la brasa en las manos y la coloca al centro de los juristas, políticos y agentes de los servicios argentinos intercalados en los escaños; contra todo el discurso de la muerte, defiende la posición de las Madres: "Hay que mantener en un obstinado presente, con toda su sangre y su ignominia, algo que ya se está queriendo hacer entrar en el cómodo país del olvido; hay que seguir considerando como vivos a los que acaso ya no lo están pero que tenemos la obligación de reclamar, uno por uno, hasta que la respuesta muestre la verdad que hoy se pretende escamotear".
Quienes, desde hace años y en la actualidad, pretenden descalificar a Cortázar como un escritor "para adolescentes" (como si Stendhal, por caso, fuera menos valioso por ser accesible a los jóvenes o Lewis Caroll o Wilde o Walsh, por haberse dirigido a niñas y niños), coinciden en considerar al escritor, además, como un ingenuo político. La adhesión militante a la "aparición con vida" lo confirmaría en esta línea de ilusión, contraria al realismo político que, entonces y hoy, pide una lápida y un nombre para cada muerto como cúspide de la denuncia al genocidio. Para nosotros, en cambio, su palabra amiga, expresada en textos de ficción, ponencias y discursos , ha quedado definitivamente del lado de la locura lúcida de los que piden y alientan más y más aire para respirar, soñar y trascender nuestros acotados límites individuales, en la vida como en la muerte, pero desde ya, sobre todo en la vida.
Poco tiempo antes de morir el 12 de febrero de 1984, Cortázar visitó el país, quería recorrer sus calles después del infierno y darse al encuentro con sus lastimados y dispersos lectores; también, continuar contribuyendo al logro de justicia para tantos crímenes. Pero en el país gobernaba Alfonsín, con los "dos demonios" a boca de jarro y la paciente impunidad en levadura, a través de sus decretos presidenciales, discursos, ataques a las Madres y futuras leyes de vergüenza. Cortázar caminó por Corrientes entre librerías (tan pocas) y cálidos lectores que lo reconocían y saludaban emocionados. El gobierno tenía en Sábato a su modelo de intelectual a molde del oficialismo que fuere, y nuestro autor fue cruelmente ignorado cuando había contribuido, como ningún otro escritor argentino de su renombre, a la resistencia antidictatorial y a la solidaridad combatiente.
Si eran malos tiempos para la honestidad, Julio Cortázar permanecía, en cambio, en buena compañía, la que había elegido en el combate grande de la historia: los desaparecidos "obstinadamente presentes", los revolucionarios de América Latina, nuestras Madres-paloma, verdadera patria echada a andar por cielo y tierra, -por eso, por ellas- liberados.
Inés Vázquez
*Nota publicada en el último número del Periódico Madres de Plaza de Mayo, enero-febrero/2004
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