Noam Chomsky
El acuerdo que negocian el Ministerio de Hidrocarburos de Irak y cuatro empresas petroleras occidentales plantea graves cuestiones acerca de la naturaleza de la invasión y ocupación del país árabe por parte de Estados Unidos. Esas cuestiones ciertamente serán presentadas por los candidatos presidenciales, seriamente discutidas en Estados Unidos, y por supuesto en el Irak ocupado, donde al parecer la población tiene un escaso papel en determinar el futuro de su país.
En la actualidad se realizan negociaciones para que Exxon Mobil, Shell, Total y BP –socios originales hace varias décadas en la Compañía de Petróleo de Irak, a los que se han sumado Chevron y compañías petroleras más pequeñas– renueven las concesiones perdidas en el proceso de nacionalización cuando los productores de crudo se hicieron cargo de sus propios recursos. Los contratos, sin licitación, aparentemente redactados por las corporaciones petroleras con la ayuda de funcionarios estadunidenses, prevalecieron sobre ofertas de más de otras 40 compañías, entre ellas empresas de China, India y Rusia.
“Hubo sospechas en muchas partes del mundo árabe y entre sectores del pueblo estadunidense de que Estados Unidos había ido a la guerra con Irak precisamente para asegurarse la riqueza petrolera que esos contratos intentan extraer”, escribió Andrew E. Kramer en el diario The New York Times.
La alusión de Kramer a “sospechas” es el eufemismo del año. Aún más, es bastante probable que la ocupación militar tomó la iniciativa en restablecer las actividades de la odiada Compañía de Petróleo de Irak, que, como señaló Seamus Milne en el London Guardian, fue impuesta durante el mandato británico para “extraer la riqueza de Irak en un acuerdo célebre por su explotación”.
Los últimos informes indican que hay demoras en los acuerdos. Mucho de lo que ocurre está envuelto en el secreto y no sería sorprendente que emerjan nuevos escándalos.
La demanda es muy intensa. En Irak existen posiblemente las segundas reservas más grandes de petróleo del mundo. Además, el petróleo iraquí es barato de extraer. No hay capa de hielo permanente, arenas de alquitrán o prospección en las profundidades marinas. Para los planificadores estadunidenses es imperativo que Irak continúe bajo su control como un obediente Estado dependiente que albergue sus bases militares en el corazón de las importantes reservas energéticas.
Que ésa fue la causa principal de la invasión resultó siempre clara pese a los pretextos sucesivos de las armas de destrucción masiva, los vínculos de Saddam Hussein con Al Qaeda, la promoción de la democracia y la guerra contra el terrorismo que, tal como se pronosticó, se agudizaría drásticamente a raíz de la invasión.
En noviembre, esas preocupaciones se hicieron explícitas cuando el presidente George W. Bush y el primer ministro de Irak, Nuri Maliki firmaron una Declaración de Principios ignorando al Congreso de Estados Unidos y al Parlamento iraquí, así como a la población de ambas naciones.
La declaración dejó abierta la posibilidad de una presencia militar estadunidense en Irak que se prolongaría de manera indefinida. Eso incluiría, al parecer, grandes bases aéreas que están siendo construidas en diferentes partes del país y la “embajada” en Bagdad, una ciudad dentro de una ciudad, que no se parece a ninguna otra sede diplomática en el mundo. Esas instalaciones no van a ser construidas para después abandonarlas.
En la declaración se señaló también, de manera osada, que era necesario explotar los recursos de Irak. Se indicaba que la economía iraquí, esto es sus recursos petroleros, debe abrirse a la inversión extranjera, “especialmente a las inversiones estadunidenses”.
La seriedad de este compromiso quedó subrayada en enero, cuando Bush signó una “declaración firmada” indicando que rechazaría todo proyecto de ley que restrinja el financiamiento “destinado a establecer alguna instalación militar o base con el propósito de proveer el emplazamiento permanente de las fuerzas armadas de Estados Unidos en Irak” o a “ejercer el control de los recursos petroleros de Irak por parte de Estados Unidos”.
No resulta sorprendente que la declaración causó de inmediato objeciones en Irak, entre otros sectores, en los sindicatos, que sobreviven bajo duras leyes antilaborales que Saddam instituyó y que la ocupación preserva.
En la propaganda de Washington, quien está arruinando la dominación de Estados Unidos en Irak es Irán. La secretaria de Estado estadunidense Condoleezza Rice tiene una simple solución: los “ejércitos extranjeros” deben ser retirados de Irak: los de Irán, no los nuestros.
La confrontación por los programas nucleares de Irán aumenta las tensiones. La política de “cambio de régimen” del gobierno de Bush hacia Irán es acompañada de amenazas de fuerza (en ese tema ambos candidatos presidenciales se unen a Bush). La política, según se ha informado, también incluye acciones terroristas dentro de Irán. Según los amos del mundo, esas acciones son legítimas.
La mayoría del pueblo estadunidense está en favor de la diplomacia y se opone a la utilización de la fuerza. Pero la opinión pública parece irrelevante, y no solamente en este caso.
Una ironía es que Irak se está convirtiendo en un condominio estadunidense-iraní. El gobierno de Maliki es el sector de la sociedad iraquí más respaldado por Irán. El llamado ejército iraquí, que es apenas otra milicia, está en buena parte basado en la brigada Badr, que fue entrenada en Irán y luchó junto con los iraníes en la guerra entre Irak e Irán.
Nir Rosen, uno de los más astutos e informados corresponsales en la región, observa que el principal objetivo de los operativos de Estados Unidos y de Maliki, el clérigo Muqtada Sadr, tampoco es visto con simpatía por Irán. Sadr es independiente y tiene apoyo popular. Por lo tanto, es peligroso.
Irán “claramente respaldó al primer ministro Maliki y al gobierno iraquí contra lo que calificó de ‘grupos armados ilegales’ (del Ejército del Mehdi de Sadr) en el reciente conflicto en Basora”, señala Rosen. “Y eso no es sorprendente, dado que su principal representante en Irak, el Consejo Supremo Islámico, domina el Estado iraquí y es el principal respaldo de Maliki.”
En la revista Foreign Affairs, Steven Simon señala que la actual estrategia de contrainsurgencia de Estados Unidos “está acicateando las tres fuerzas que de manera tradicional han amenazado la estabilidad en los países de Medio Oriente: el sectarismo, el caudillismo y la mentalidad tribal”. El resultado podría ser “un Estado fuerte, centralizado, gobernado por una junta militar que recordaría” al régimen de Saddam.
Si Washington concreta sus objetivos, entonces sus acciones se justifican. Las reacciones son muy diferentes cuando Vladimir Putin tiene éxito en pacificar a Chechenia en un grado muy superior al que el general David Petraeus ha alcanzado en Irak. Pero de un lado están ellos, y del otro lado, nosotros. Los criterios son totalmente diferentes.
En Estados Unidos los demócratas se mantienen silenciosos debido al supuesto éxito de la ofensiva militar en Irak. Ese silencio refleja el hecho de que no hay críticas de la guerra basadas en principios. Para ese punto de vista, si alguien concreta sus objetivos, la guerra y la ocupación están justificadas. Y los acuerdos petroleros forman parte de esa justificación.
Pero lo cierto es que toda la invasión fue un crimen de guerra, en realidad, el supremo crimen internacional. Y difiere de otros crímenes de guerra en que abarca toda la maldad que sigue, en términos del juicio de Nuremberg. Ése es uno de los tópicos que no pueden ser discutidos, en el curso de la campaña presidencial, o en otra parte. ¿Por qué estamos en Irak? ¿Qué le debemos a los iraquíes por haber destruido su país? La mayoría del pueblo de Estados Unidos está en favor de la retirada de Irak. ¿Interesa su opinión?
© Noam Chomsky
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