viernes, julio 25, 2008

VIGENCIA DEL ASALTO AL CUARTEL MONCADA


“Y del programa de gobierno escrito por Fidel Castro en prisión en su libro La Historia me absolverá”

Es probable que no seamos los únicos que tengamos una imagen incompleta del asalto al Cuartel Moncada, y de los hechos que rodearon antes y después a su líder y conductor, el entonces joven abogado Fidel Castro.
No fue solamente un cuartel el que se intentó tomar sino dos. Pero ha posteriori se tomarían muchos cuarteles en todo el país, se llevaron a cabo actos de sabotaje contra instalaciones eléctricas, vías ferroviarias, carreteras, radios, y empresas capitalistas.
Se secuestró en plena Habana nada menos que al famoso piloto de automovilismo argentino Juan Manuel Fanggio, con gran repercusión nacional e internacional.
El asalto al Cuartel Moncada, debe verse unido al alegato de Fidel Castro en su propia defensa, y al libro “La Historia me absolverá” un verdadero programa de gobierno, del cual el Jefe de la Revolución pidió encarecidamente distribuir 100 mil ejemplares en toda la isla.
Por entender que además de tratarse de una gesta heroica hoy aquella enseñanzas tienen gran vigencia, contribuimos a homenajear a aquellos héroes de la Revolución cubana recordando a través del relato parte de la historia cubana.
El discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro el 26 de julio de 1973 en ocasión del XX Aniversario del asalto al Moncada, constituyó una lección de historia y un llamado de alerta sobre los graves problemas que acecharían a la humanidad.
Por el conocimiento histórico y político que aporta, el diario oficial del Partido Comunista de Cuba Granma lo ha reproducido por partes en homenaje al aniversario 55 de la gesta.
Nosotros hemos tomado la octava entrega cuyo título afirma.
“El Moncada nos enseñó a convertir los reveses en
victorias”.
A la vez reproducimos una síntesis del relato de la autora, Marta Rojas del libro en “El Juicio del Moncada”, de la editorial Ciencias Sociales, Instituto Cubano del Libro, con relatos de uno de los combatientes Faustino Pérez Hernández.
Las primeras leyes revolucionarias se decretarían tan pronto estuviera en nuestro poder la ciudad de Santiago de Cuba, y serían divulgadas por todos los medios. Se llamaría al pueblo a luchar contra Batista y a la realización concreta de aquellos objetivos. Se convocaría a los obreros de todo el país a una huelga general revolucionaria por encima de los sindicatos amarillos y los líderes vendidos al gobierno. La táctica de guerra se ajustaría al desarrollo de los acontecimientos. Caso de no poder sostenerse la ciudad con 1.000 armas que debíamos ocupar al enemigo en Santiago de Cuba, iniciaríamos la lucha guerrillera en la Sierra Maestra.
Lo más difícil del Moncada no era atacarlo y tomarlo, sino el gigantesco esfuerzo de organización, preparación, adquisición de recursos y movilización, en plena clandestinidad, partiendo virtualmente de cero. Con infinita amargura vimos frustrarse nuestros esfuerzos en el minuto culminante y sencillo de tomar el cuartel.
Factores absolutamente accidentales desarticularon la acción. La guerra nos enseñó después a tomar cuarteles y ciudades.
Pero si con la experiencia que adquirimos en ella se hubiese planteado de nuevo la misma acción, con los mismos medios y los mismos hombres, no habríamos variado en lo esencial el plan de ataque.
Sin los accidentes fortuitos que infortunadamente ocurrieron, lo habríamos tomado. Con una mayor experiencia operativa lo habríamos podido tomar por encima de cualquier factor accidental.
Lo más admirable de aquellos hombres que participaron en la operación, es que habiendo entrado en combate por primera vez, arremetieron con tremenda fuerza los objetivos que tenían delante, creyendo que se hallaban ya dentro de las fortificaciones, cuya configuración exacta ignoraban.
Pero la lucha se había entablado por desgracia en las afueras de la fortaleza.
Con aquel ímpetu con que descendieron de sus carros, ninguna tropa desprevenida los habría podido resistir.
Pero la estrategia política, militar y revolucionaria, concebida a raíz del Moncada, fue en esencia la misma que se aplicó cuando tres años más tarde desembarcamos en el Granma y ella nos condujo a la victoria.
Aplicando un método de guerra ajustado al terreno, a los medios propios y a la superioridad técnica y numérica del enemigo, los derrotamos en 25 meses de guerra, no sin sufrir inicialmente el durísimo revés de la Alegría de Pío, que redujo nuestra fuerza a siete hombres armados, con los que reiniciamos la lucha.
Este increíblemente reducido número de efectivos con que nos vimos obligados a seguir adelante, demuestra hasta qué punto la concepción revolucionaria del 26 de Julio de 1953 era correcta.
En el Moncada más de un centenar de compañeros cayeron, pero nunca olvidé aquella carta que Fidel me envió aquel 24 de abril de 1958:
"Tengo la más firme esperanza de que en menos tiempo de los que muchos son capaces de imaginar habremos convertido la derrota en victoria”
Luchador desde muy temprana edad, en determinado momento uno de los combatientes clandestinos más buscados por la fuerza de la tiranía, integrante de la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio desde que este se fundó, expedicionario del Granma, Comandante de la Sierra, Faustino Pérez Hernández, hoy miembro del Comité Central del Partido, se hallaba en los días de la huelga del 9 de Abril de 1958 entre los principales dirigentes del M-26-7.
Los que le conocieron en aquella época le llamaban Ariel, su nombre de guerra. Su relato, pues tiene ese valor excepcional.
La situación del país a la etapa que precede a la huelga del 9 de Abril, era de franco auge revolucionario.
El proceso iniciado con la clarinada heroica del Moncada quedó abierto de nuevo con el levantamiento de Santiago de Cuba y el Desembarco del Granma, tras la tregua turbulenta y fecunda de la prisión y el exilio.
Todo el año 1957 fue pródigo en hechos, combates y acontecimientos que, si bien muchos no lograron los objetivos inmediatos propuestos, sí contribuyeron a elevar la marea revolucionaria.
Fueron incontables las tareas y múltiples las formas que fue adquiriendo la participación popular en la lucha, bajo el influjo y la orientación de la vanguardia que con el Granma y desde la Sierra Maestra seguía consecuentemente el sendero iniciado en el Moncada.
En el año 1958 comienza con el movimiento revolucionario en plena efervescencia. La situación militar de la Sierra Maestra muestra una creciente consolidación, se domina ya un amplio territorio.
La solidez política y el prestigio del Movimiento 26 de Julio y de su jefe, Fidel, eran indiscutibles. Ciudades, poblados y campos del país eran escenario de febril actividad y espíritu de lucha contra la tiranía.
A mediados de enero fue apresado, al bajar de la Sierra, junto a otros compañeros, Armando Hart Dávalos, quien fungía como Coordinador Nacional del Movimiento.
Personalmente el tirano dictó la orden de “matarlo como a un perro”, pero la rápida y amplia movilización de los distintos sectores de opinión, incluyendo el asalto a emisoras para alertar al pueblo sobre el crimen que se proyectaba, impidieron la consumación del tenebroso plan y constituyó una victoria más para el Movimiento.
El régimen inicia distintos sondeos de paz valiéndose de algunos legisladores, representantes eclesiásticos, de la prensa, etc. A esos fines levanta la censura de prensa y anuncia la intención electorera.
El levantamiento parcial de la censura fue bien aprovechado por Fidel y por el Movimiento.
En esas circunstancias se produce, el 16 de febrero, el 2do. Combate de Pino del Agua, dirigido personalmente por el Jefe de la Revolución.
El 24 se inaugura Radio Rebelde.
En La Habana tenía lugar el secuestro por parte de los guerrilleros del Movimiento 26 de Julio, del campeón profesional de autos de carrera, Juan Manuel Fangio, con una gran repercusión nacional e internacional.
A principios de marzo se organizan las nuevas columnas que comandadas por Raúl y Almeida dieron lugar al establecimiento del II Frente Frank País y al III Frente Mario Muñoz, hechos ambos de extraordinaria significación.
En ese ambiente de franco auge de las acciones revolucionarias, de creación de frentes, de solidez política, de desarrollo de la organización de los obreros, de las milicias, de la resistencia cívica, etc., tiene lugar la reunión de la Dirección Nacional del Movimiento en la Sierra Maestra, presidida por Fidel, donde se acuerda la convocatoria a la huelga general revolucionaria.
La idea de la huelga general apoyada por la acción armada está presente desde el primer momento como culminación lógica de una estrategia de lucha basada enteramente en el pueblo. Diríamos que desde el Moncada esa concepción se expresó en la idea de “arrancar el motor pequeño para echar a andar el motor grande”.
Esa idea está presente en todo el proceso mediante las consignas que se enarbolaban por nuestros medios de divulgación y de propaganda, y en propia estructura organizativa del Movimiento 26 de Julio.
Al conmemorarse el XII aniversario del asalto al Moncada Fidel dijo: “Nosotros éramos un puñado de hombres, no pensábamos con un puñado de hombres derrotar a la tiranía batistiana, derrotar a sus ejércitos, no. Pero pensábamos que aquel puñado de hombres podía ocupar las primeras armas para empezar a armar al pueblo, sabíamos que un puñado de hombres podía bastar, no para derrotar aquel régimen, pero sí para desatar esa fuerza, esa inmensa energía del pueblo que sí era capaz de derrotar a aquel régimen”.
En nuestra historia teníamos el antecedente del derrocamiento de la tiranía de Machado por medio de una huelga general revolucionaria.
Y más cerca la huelga general espontánea de los primeros días de agosto del 57, respuesta del pueblo al asesinato de Frank País. Ello nos indicó que ya existían las condiciones subjetivas y políticas suficientes, por lo que deberíamos madurar las condiciones organizativas y militares que coadyuvaran al desencadenamiento y al mantenimiento del paro general, hasta provocar la caída definitiva del tirano.
Exactamente un mes después de la huelga con motivo del asesinato de Frank, con vistas a apoyar los hechos de insurrección militar que habrían de producirse en distintos puntos del país, especialmente por parte de la Marina de Guerra, que solo tuvieron lugar en Cienfuegos, el Movimiento se planteó como uno de sus objetivos inmediatos la toma de la más potente emisora de la capital, con el fin de hacer el llamamiento a la huelga y a la insurrección general.
En los meses posteriores, junto al desarrollo y consolidación de la lucha guerrillera en la Sierra Maestra, se fue logrando desarrollar también la organización obrera y clandestina y la agitación general. Todo eso, y el gran prestigio político que había ido ganando el movimiento encabezado por Fidel, nos hicieron pensar que las condiciones mínimas estaban dadas para la acometida final.
La reunión de la Dirección Nacional del Movimiento, presidida por Fidel, donde se acordó la convocatoria a la huelga, tuvo lugar aproximadamente entre el 10 y el 11 de marzo en las zonas de Santo Domingo y el Naranjo, Sierra Maestra.
Allí informamos a Fidel de la situación en las ciudades, expusimos el criterio de que ya las condiciones estaban creadas, y en general seguramente con el exceso de optimismo, dimos nuestra visión en cuanto a la posibilidad de dar el golpe final a la tiranía.
El alto grado de tensión que vivía el país en esos días como consecuencia de las acciones revolucionarias en la Sierra y en el llano, y de la criminal represión de la tiranía, era recogido de una manera u otra por la prensa nacional, debido a que el régimen, mostrando una vez más su inconsecuencia y su debilidad, quería ofrecer la receta de la demagogia electorera y, por ello, levantó parcialmente la censura.
Es así, que por ejemplo, hechos como el 2do. Combate de Pino del Agua en la Sierra Maestra y el secuestro patriótico de Fangio, en La Habana, alcanzaron una gran repercusión dentro y fuera de Cuba.
Aquel clima de tensión seguramente influyó en la evaluación que hicimos de nuestras posibilidades.
Nuestros planteamientos fueron considerados por Fidel y se acordó llamar a la lucha final mediante el Manifiesto de los 21 Puntos. Este documento se redactó con fecha 12 de marzo. Posteriormente, a finales del mismo mes, Fidel leyó un llamamiento por Radio Rebelde, el cual nos envió con la heroica Clodomira. Este venía a ser un complemento del anterior, pero hacía énfasis especial en el problema de la unidad revolucionaria.
En realidad el momento en que se decide la huelga era, sin duda, de auge y tensión revolucionarios. Simultáneamente se constituyen el II y III Frentes, por aquellos días Fidel desbarata la maniobra “pacificadora” de la tiranía, pues invita a subir a la Sierra a representantes de la prensa y el régimen niega el permiso a los periodistas.
La actividad insurreccional estremecía al país. Por otro lado, los crímenes del régimen colmaban de indignación al pueblo.
El asesinato de dos estudiantes adolescentes en Santiago de Cuba, Antonio Fernández León y Ángel Espino Sarmiento, provocó una huelga estudiantil que se extendió a todo el país.
Ya todo aquello era demasiado para la tiranía. De nuevo implantó la censura y suspendió las “garantías” que oficialmente había levantado antes, también como parte de la maniobra electorera. Aplicó la más bestial represión.
Al regresar a la capital, el 14 de marzo, la primera noticia que recibo es sobre el asesinato del revolucionario Elcires Pérez y otros tres compañeros, cazados ferozmente en plena calle Porvenir, en Lawton.
El 16 me reúno con Sergio González, El Curita, responsable de acción en La Habana, quien nos informó de la posibilidad de volar las plantas de electricidad de Tallapiedra y de Regla, lo cual dejaría sin fluido a la capital por tiempo indefinido. Analizamos la conveniencia de acercar ese hecho lo más posible a la fecha de la huelga, cuestión que quedó en verificar.
Esta fue la última vez que vi al Curita.
El 18, Sergio y numerosos compañeros caen en las garras de los esbirros de la tiranía y su cadáver aparece al día siguiente en Alta Habana, junto a los de Juan Borrell y Bernardino García.
Al día siguiente, Arístides Viera, jefe del M-27-7 en Marianao, y Elpidio Aguilar, se ven obligados a entablar desigual combate en plena 5ta. Avenida de Miramar, y caen heroicamente.
Poco después caen los revolucionarios Pepe Prieto y Cheché Alfonso. Téngase en cuenta que pocas semanas atrás había sido capturado y asesinado Gerardo Abreu, Fontán.
De manera que el Movimiento en La Habana, en vísperas de la huelga, sufrió sensibles pérdidas entre sus mejores cuadros.
Por lo pronto, el necesario incremento de las acciones previas para elevar el clima de tensión no se logró.
En aquellas circunstancias recayó sobre Marcelo Salado y Oscar Lucero, la tarea de suplir en lo posible el enorme quebranto sufrido por el Movimiento en La Habana en las vísperas mismas de la huelga.
Esta fue prevista primero para el 3 de marzo y aplazada después para el 9 de abril, en aras de recibir equipos, parque y dinamita que esperaríamos por distintas vías, pero que en definitiva no llegaron o llegaron después de la fecha indicada.
Estaba proyectado recibir armas por tres vías fundamentales.
Desde México por Pinar del Río.
Esta expedición, en la que entre otros compañeros vino Jesús Suárez Gayol, llegó el 10 de abril a las costas pinareñas.
Otro alijo debió entrar por Boca de Jaruco, desde Miami.
Pero fue interceptado y confiscado por el gobierno norteamericano. También mediante una operación clandestina, a espaldas de autoridades yanquis, esperábamos tener algunas armas a través de la Base Naval Yanqui de Guantánamo.
El factor de movilización del pueblo se supeditó excesivamente a las acciones de sabotajes, que, por otra parte, resultaron insuficientes.
La huelga estalló. Sería imposible no solo enumerar, sino ni siquiera conocer la cantidad de paros, de intentos de paros, los sabotajes, las acciones y combates realizados ese día, cuya suma, a pesar de su gran cantidad, sincronización y alcance no fueron suficientes para producir el salto hacia la huelga general revolucionaria que desembocara en la victoria.
Sin contar las numerosas acciones de los frentes guerrilleros, incluyendo la presencia de Camilo en los llanos del Cauto, podemos mencionar como hechos más sobresalientes en las ciudades: el asalto a las emisoras de la capital y de varias provinciales, la transmisión por sus canales del llamamiento a la huelga y su posterior interrupción por sabotajes; el conocido y valeroso asalto a La Armería en que caen 4 compañeros; la caída del querido compañero Marcelo Salado en la calle 25 y G, y de más de un centenar de valiosos revolucionarios de todo el país; la voladura de los registros de electricidad en Prado y Ánimas, y en Estrella y Lealtad; paros y sabotajes en varias terminales de ómnibus, especialmente la ruta 4, la 43, la 5, la 58, la 22 y otras; la quema de garajes, gasolineras, guaguas y otros objetivos; cierre del tráfico hasta la capital o viceversa por la zona del puente Alcoy, sabotajes, paros y acciones diversas en Guanabacoa, con dominio de la ciudad durante varias horas por grupos de acción bajo el mando de René de los Santos; paros y sabotajes en fábricas del Cotorro, donde caen Guido Pérez y otros compañeros; interrupción de la carretera central en Madruga; asalto a la emisora provincial de Matanzas, acción dirigida por Enrique Hart, así como sabotajes diversos; el descarrilamiento del tren en Jovellanos; interrupción del tráfico por la carretera en Manacas por las guerrillas de Víctor Bordón, quien la noche anterior atacó al cuartel de Quemado de Güines; paro completo en Sagua La Grande con dominio de la ciudad hasta el día siguiente y numerosos combates y compañeros caídos; paralización del transporte y ferrocarril en Camagüey; sabotaje en la planta eléctrica de Vicente, en Ciego de Ávila y combate también con la caída de varios compañeros; en Oriente la acción combinada de las fuerzas guerrilleras y de la clandestinidad paralizan prácticamente la provincia.
Los compañeros de Santiago bajo el mando de René Ramos Latour, Daniel atacan el cuartel de Puerto Boniato y se establece así una nueva columna guerrillera que, tras atacar victoriosamente el cuartel de Ramón de las Yaguas, se unió, bajo la jefatura de Belarmino Castilla, a las fuerzas de Raúl Castro en el II Frente “Frank País”.
La derrota dejó el tremendo saldo de más de un centenar de valiosos compañeros muertos, de cientos de presos, exiliados, sumergidos en la clandestinidad o alzados y como siempre, detrás de todo revés, junto al dolor por los caídos el desaliento momentáneo de las masas, y el injustificado y sangriento optimismo de las fuerzas de la tiranía. Pero ambos sentimientos estaban llamados a invertirse rápida y definitivamente.
El espíritu del Moncada y del Granma se erguía con toda su fuerza desde los empinados picos de la Sierra Maestra. Apenas quince días después de la huelga, Fidel Castro me envió una hermosa carta en la que me decía:
“Tengo la más firme esperanza de que en menos tiempo de los que muchos son capaces de imaginar habremos convertido la derrota en victoria”.
Y añadía el Jefe de la Revolución:
“Duros sacrificios tenemos por delante. Nuevos y sensibles claros se harán en las filas de los mejores compañeros; golpes muy rudos nos esperan en cada valor y cada afecto que se lleve la muerte: Ciro Frías y Enrique Hart fueron los últimos en la heroica y larga lista. Pero así serán más grandes también los frutos que la patria reciba de una revolución abonada con tanta sangre generosa y más grande la gloria de los que se han sacrificado.
“Aquí nos preparamos para afrontar en próximas semanas la ofensiva de la Dictadura. Derrotarla es cuestión de vida o muerte. El movimiento debe estar muy consciente de esta realidad y concentrar su esfuerzo en defender esta trinchera. La moral de nuestra tropa está altísima; estamos seguros de que resistiremos y deseosos que comiencen el avance.”
Todos conocemos lo que vino después: la más gigantesca ofensiva de la tiranía se estrelló contra el baluarte invencible de la Sierra Maestra. Las proezas militares del Ejército Rebelde se repetirán después en la victoriosa ofensiva revolucionaria; en el I, II y III Frentes, a lo largo de la gloriosa campaña de la invasión, que protagonizaron las columnas de Camilo y Che, todo lo cual produce el colapso final de la tiranía.
Cada combatiente caído fue como una semilla de fuego que germinó y se multiplicó en nuevos combatientes dispuestos a morir por la patria; cada revés evidenciaba la vitalidad y la razón histórica de un proceso que siempre resurgió con nuevas fuerzas y mostró la infalibilidad y la eficacia de una estrategia basada enteramente en el pueblo.
La victoria total estuvo hecha de la suma de victorias y derrotas parciales. Esa suma produjo el gran salto histórico del Primero de Enero de 1959.
La historia me absolverá tiene hoy tanta vigencia en Cuba y fuera de ella porque la Revolución Cubana vive y vivirá, que no es tardío hacer un repaso de su lectura y conocer cómo fue posible que este libro existiera. Un sencillo hombre, cajista de imprenta, oficio casi extinguido, comparó La Historia me Absolverá, por su calidad discursiva, fuerza y posibilidades, con una “Pequeña Gigante”, nombre de cierta máquina de apariencia modesta pero altamente apreciada por los obreros del giro.
Así, de “pequeña gigante” la calificó aquel hombre desde que empezó a leerla al revés, como leían los operarios del arte tipográfico tradicional. En 1954, él iba descubriendo en la lectura un tanto mecánica de los viejos cajistas, el por qué del Moncada; la denuncia de los crímenes perpetrados y el programa anunciado por el autor del discurso, el joven abogado Fidel Castro Ruz, que tenía ante su vista mientras lo preparaba cautelosamente para ser impreso en el chinchal de imprenta, un pequeño taller en un barrio popular de La Habana, el único lugar donde habría podido realizar su trabajo de arte de imprenta, en aquella fecha.
Y si gigante era el contenido del alegato no menos grande fue el proceso de edición y distribución de La Historia me Absolverá que comienza en la preparación mental del alegato en la cárcel de Boniato, continúa con la audaz exposición del discurso improvisado ante el Tribunal, en el más ignorado o silenciado ejercicio de “justicia”, y prosigue en el proceso de reconstrucción de la obra en el presidio político de Isla de Pinos por parte del propio doctor Fidel Castro, cuando su vida sigue pendiendo de un hilo y las tensiones de la clausura como preso político se agudizan por circunstancias externas: una de las más duras es la conjura del silencio que se quiere tender sobre el asalto al Moncada y su líder, por parte de las fuerzas represivas del general Batista y de los partidos políticos de oposiciones, tradicionales.
La primera gran respuesta de sus seguidores fue la recepción de los manuscritos, y el cumplimiento de la misión de imprimirlos en medio de la represión policíaca. Sería la segunda victoria del Moncada, la primera había sido el juicio mismo donde el autor revirtió el revés al convertir a los acusados en acusadores. La tarea de buscar la imprenta adecuada, e imprimir el discurso de autodefensa del Moncada fue encomendada por Fidel a sus compañeras de combate Haydée Santamaría y Melba Hernández, tan pronto estas fueron puestas en libertad, cumplida la sentencia en una cárcel de mujeres.
El privilegio de haber asistido al juicio como muy joven periodistas, sabiendo que la censura no me permitiría publicar mis reportajes y haber vivido el tiempo de fundación, me permite hacer esta evaluación y relato sobre la historia de La Historia me absolverá, que hoy forma parte de las obras universales de las Ciencias Sociales, la jurisprudencia y los programas de acción revolucionarios.
Fidel Castro, autor de La Historia me absolverá, sembró la semilla del libro cuando se generó el combate, malograda la ocupación por sorpresa de la fortaleza militar del Moncada, el 26 de julio de 1953.
La obra comenzaría a gestarse al ser capturado luego de una feroz persecución por parte de un ejército de mil hombres o más, durante una semana. Lo capturaron cuando exhausto por el hambre, la sed y el cansancio, dormía en el interior de un miserable bohío abandonado en el asiento de la cordillera montañosa, al este de Santiago de Cuba. Afortunadamente lo había descubierto una patrulla militar al mando de Pedro Sarría Tartabul, en aquel momento un oscuro teniente, de color y jerarquía, que representaba una excepción.
No era un asesino.
La primera victoria estratégica derivada de la acción del Moncada, apoyada por 153 combatientes bien entrenados, aunque mal armados con escopetas de caza, sería el alegato que posteriormente cobró forma de libro y se imprimió y distribuyó clandestinamente en Cuba a partir de 1954, con el título ya universalmente conocido de La Historia me absolverá
Durante el interrogatorio en la Audiencia de Oriente, el doctor Fidel había proclamado a José Martí, como autor intelectual del asalto al Moncada, lo cual ratificó en el alegato.
Una hora antes de producirse el acontecimiento del 16 de octubre, yo estaba frente al edificio del Palacio de Justicia leyendo una hoja de aviso escrita en máquina, pegada a la puerta principal de inmueble, en la cual se informaba a los interesados que la vista oral de la Causa 37 por los sucesos del Moncada, correspondiente a la Sala Primera de la Audiencia de Oriente se ventilaría, en cuanto a los acusados doctor Fidel Castro Ruz, principal encartado, Abelardo Crespo y Gerardo Poll Cabrera, en la salita de estudio de las enfermeras del viejo hospital Saturnino Lora.
Hora de estar: ocho de la mañana. Junto a mí leía el aviso un joven periodista oriental, estudiante de Derecho por la enseñanza libre, llamado Arístides Garzón Masó quien, al igual que yo, se mantuvo todo el tiempo en las vistas del proceso, desde el 21 de septiembre. Según me dijo, a él le interesaba especialmente el aspecto jurídico de la cuestión ya que sabía que sus informaciones iban a ser censuradas.
Al terminar de leer el aviso los dos nos echamos a correr, cruzamos imprudentemente la Avenida de la Carretera Central y una larga cuadra lateral al edificio del hospital, doblamos a la derecha y en la puerta principal del Hospital Civil, vimos al Fiscal de la Causa 37, doctor Francisco Mendieta Hechavarría en su impoluto traje blanco de dril 100, y la reluciente toga de satén, negrísima, cuidadosamente doblada sobre el brazo izquierdo y, como era su costumbre, muy perfumado con la inconfundible Colonia Guerlain.
Él nos franquearía el acceso, al igual que a otros cuatro periodistas más, que llegaron a tiempo.
El Fiscal y los magistrados tenían autoridad para resolver ese trámite de identificación y permiso de entrada a la Sala del juicio, en tanto la censura de prensa y la Ley de Orden Público garantizaban al régimen que no se publicaría nada sin la aprobación del censor nombrado por decreto gubernamental para cada órgano de prensa. Sin embargo, advirtió el Fiscal:
“Nada de fotos”. Un soldado afirmó: “Ellos no caben”, pero su sargento lo desmintió: “Sí caben, hay seis sillas destinadas al público”.
A los efectos del juicio oral y público, como exigían la norma judicial vigente, nosotros los periodistas seríamos el público. Así lo expresaría el propio abogado Fidel Castro en su autodefensa.
Un penetrante olor a éter y a emanaciones de asépticos invadía el pequeño local. Parecería que estuviéramos en el interior de un cuarto de curaciones. La justicia debía estar muy enferma, como haría notar después el principal encartado, Fidel Castro, para que se convocara a ilustres magistrados de tan alto Tribunal a trabajar en un saloncito inadecuado del Hospital Provincial ese día de tanto calor, verdaderamente asfixiante, como el clima político del país.
Aquella mañana el primer acto estoico del principal encartado fue vestir un sobrio flux de casimir azul oscuro. No tenía otro adecuado, eso se sabría después, pero soportaba con valor espartano el rigor del sofocante verano santiaguero enfundado en fino paño de lana inglesa.
Vestía con sobria elegancia, llevaba camisa blanca de cuello duro y corbata negra con el nudo muy bien hecho. Entonces Fidel Castro no usaba barbas, sino un bigote fino y llamaba mucho la atención su perfil helénico. Tenía el rostro enrojecido por el calor y sudaba hasta la cabeza. Tenía el pelo crespo, color castaño.
Como abogado debía presentarse con todas las formalidades que exigían los tribunales, o sea, en traje formal, occidental. Hasta el momento en que se sumergió en los avatares de la preparación del Moncada, había ejercido la profesión a favor de los pobres. Entre sus clientes en el bufete, por ejemplo, hubo un grupo de carpinteros endeudados a quienes debía exigir el pago a la maderera acreedora que había contratado sus servicios: Sin embargo, él terminó defendiendo a los deudores de los créditos con perjuicio de su propia oficina de abogados situada en la calle Tejadillo 57, en La Habana Vieja. También, como abogado civil, antes del Moncada, había trabajado en el caso de un grupo de obreros agrícolas que reclamaban pagos escamoteados por los patronos en la finca Ácana, en la provincia de Matanzas, y el de un grupo de familias desalojadas de sus casuchas de cartón, madera y lata, levantadas en uno de los barrios llamados de “indigentes”, que se enfrentaban muy resueltos a la voracidad de los negociantes de bienes raíces adquirentes de terrenos que cobraban gran valor: Se trataba de los vecinos de la finca San Cristóbal comúnmente conocido como “La Pelusa”, cuyo desalojo fue ordenado por el Ministro de Obras Públicas en enero de 1952, porque en esos terrenos se construiría la Plaza Cívica, actual Plaza de la Revolución, con sus edificios correspondientes.
Los pobres pobladores de la finca San Cristóbal, barrio de “La Pelusa”, organizaron un acto público exigiendo algunas compensaciones. El principal orador fue su abogado defensor, el joven doctor Fidel Castro Ruz.
Estos vecinos también concurrirían a actos del Partido del Pueblo Cubano ortodoxo celebrados en La Habana, convocados por simpatizantes de Fidel en la ortodoxia. Así como a un programa de radio.
Fidel era miembro de ese partido popular que habría ganado en las elecciones convocadas para julio de 1952, de no haberse producido el golpe estado, por parte del general Batista. En cuanto a otros antecedentes profesionales como abogado de los pobres podemos enumerar, por esa época, la defensa a un humilde comerciante del mercado, negándose a aceptar el dinero por pago de los servicios como letrado.
Tampoco cobró nada, como acusador privado, anteriormente, en septiembre de 1951, a la madre del joven obrero Carlos Rodríguez, asesinado por la policía, cuando ella lo nombró abogado acusador del criminal. El doctor Fidel Castro asumió la responsabilidad del caso y presentó al juzgado correspondiente los testigos que reiteraron la culpabilidad de dos oficiales el comandante Casals y del teniente Salas Cañizares, asesinos de aquel joven obrero.
La prensa publicó una declaración del abogado acusador, en la cual Fidel decía:
“No me interesa que ningún policía sea detenido cuando la responsabilidad de este hecho debe caer sobre oficiales que dieron la orden que provocó el suceso. Es extraño que cuando el Juez ordena la remisión a la prisión militar de la Cabaña de tres policías, se cumple, pero en cuanto a los oficiales acusados se valen de subterfugios legales para no presentarlos”.
El juicio al cual se le conducía aquel 16 de octubre de 1953, a celebrarse en el Hospital Saturnino Lora, de Santiago, entre soldados armados de rifles con bayoneta calada y cananas terciadas al pecho nutridas de proyectiles, era la única oportunidad que tenía, privado de otros derechos como acusado, para defender públicamente la causa por la cual murieron asesinados en menos de una semana 61 hermanos de ideales y diez civiles inocentes; para denunciar las torturas y asesinatos a prisioneros cometidos por el ejército de Batista hace ahora cincuenta y cinco años; así como de desenmascarar a todos los culpables juntos y, a la vez, proclamar el Programa del Moncada, el cual se cumpliría seis años después con la revolución triunfante, encabezada por el Ejército Rebelde, que él comandó en la Sierra Maestra.
El procedimiento judicial se celebró de manera atropellada. Las formalidades determinaban un nuevo examen del principal encartado, a partir de la lectura del Sumario, con la relatoría de los cargos contra el doctor Fidel Castro Ruz, con relación a este juicio, no tendrían valor legal las declaraciones formuladas por Fidel en las dos primeras sesiones del proceso celebradas en la Audiencia de Oriente los días 2l y 22 de septiembre del mismo año en el proceso que continuó desarrollándose para los demás participantes de los asaltos a los cuarteles Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, y Moncada, de Santiago de Cuba, así como para los “sospechosos” involucrados en el Sumario, en su mayoría dirigentes de partidos políticos que se oponían al régimen de facto del 10 de marzo.
En aquellas primeras vistas en la Sala del Pleno de la Audiencia de Oriente, las intervenciones de Fidel Castro, de 26 años de edad, en su doble calidad de acusado y acusador habían resultado desmoralizadoras para el régimen espurio del general Fulgencio Batista y Zaldívar, devenido en tiranía.
En pocas horas el proceso se había revertido a favor de los revolucionarios y aquella Sala del flamante Palacio de Justicia sí que estaba atestada de público. Para crear las condiciones mínimas en que pudiera trabajar la Sala del Tribunal en el pequeño cuarto del Hospital, improvisaron de urgencia un tinglado.
Colocaron dos escritorios al extremo derecho de la habitación, juntos, uno al lado del otro, y los asientos de utilería para sus integrantes. Detrás del Fiscal ubicaron las seis sillas que ocupamos los periodistas.
Frente a la puerta de entrada aparecía, desde la perspectiva nuestra, la ventana exterior alta y ancha, protegida de barrotes, como todas las del Hospital. Esta permaneció abierta de par en par, permitiendo la circulación del aire. Debajo del marco inferior colocaron otro pequeño escritorio y las sillas para los abogados que representaban a dos acusados más, el principal Fidel Castro.
Fidel prestó declaración, sin la toga, desde su puesto de acusado, pero para asumir la defensa, ocupó otro ángulo en la salita y un empleado de la Audiencia le entregó una toga por orden del Presidente del Tribunal, ya que, en la improvisación, no se había tenido en cuenta ese detalle fundamental. La toga le quedaba estrecha al defensor del Moncada, aunque estaba delgado. Era una toga descolorida y tenía una manga descosida que se desprendía más por el movimiento de los brazos.
Mientras el doctor Fidel Castro pronunciaba su alegato tenía a su espalda una pared y delante una pequeña mesa, rectangular, con altas patas de las que usualmente componían los juegos de sala de las casas de familias de la clase media del país.
Como aquel cubículo era la salita de estudio de las enfermeras la ambientación la componían una fotografía de Florence Nightingale, y una vitrina recta, alta y estrecha, con un esqueleto dentro, objeto de estudio de las enfermeras. Alrededor de 25 soldados fungían de centinelas dentro del lugar y había muchos más en el pasillo exterior, el patio y los alrededores del Hospital.
En la habitación contigua algunas enfermeras se turnaban para escuchar algo del alegato. Una de las cosas que resultó más sorprendente para mí era la atención que prestaban los centinelas militares al alegato de Fidel. En determinado momento algunos dejaron descansar sus fusiles y se distendieron. Me di cuenta que en cierto momento yo misma dejé de escribir mis notas escuchando absorta un lenguaje que nunca había oído antes. El ritmo del orador fue pausado en el desarrollo de la idea central, expositiva, y muy fogoso en el resumen. Dirigiéndose al “público” y a los soldados dijo:
“Os recuerdo que vuestras leyes de procedimiento establecen que el juicio será “oral y público”; sin embargo, se ha impedido por completo al pueblo la entrada en esta sesión. Solo han dejado pasar dos letrados y seis periodistas en cuyos periódicos la censura no permitirá publicar una palabra. Veo que tengo por único público, en la sala y en los pasillos, cerca de cien soldados y oficiales. ¡Gracias por la seria y amable atención que me están prestando! ¡Ojalá tuviera delante de mí todo el Ejército!”.
La concepción tan avanzada que puede leerse en el texto de La Historia me Absolverá se halla presente en el sentido general de la obra de la Revolución encabezada por él: en primer lugar porque avala los intereses de las fuerzas sociales, Los resultados históricos que desencadenó su discurso, concebido a la vez como el programa de la Revolución, fue agorero de realizaciones más trascendentales de la Cuba revolucionaria.
Las posibilidades reales de una revolución verdadera y la concurrencia de un líder capaz de conducir al pueblo a la conquista de lo que parecía imposible, fueron reconocidas en este alegato. Por eso sobre el asalto al Moncada y la victoria táctica y estratégica del juicio, se instrumentó, en aquella época, la práctica del olvido, la conjura del silencio.
Sí, hoy lo vemos así, un comienzo de la operación mediática contraria al proyecto revolucionario cubano: mentira o silencio, o ambas cosas a la vez. A la conjura del silencio se sumaba la tergiversación burda de la verdad, torrente de infamia vertido contra los combatientes del 26 de julio de 1953 por parte de los voceros del régimen que acusaban a los revolucionarios de haber asesinado a los soldados con armas blancas, por ejemplo, y degollado a algunos. Mentiras que produjeron un mayor afán de venganza entre los compañeros del cuerpo militar. Todo se revertió en su contra en el juicio, pero la información sobre este fue limitada al relato oral de quien lo escuchamos.

Después del asalto al Moncada el proyecto de la revolución nacional liberadora, conductora de profundas transformaciones sociales, se hacía inexcusable e impostergable, en tanto se convertía, además, en recompensa única para los mártires.
La convocatoria martiana seguía abierta.
Una tarea práctica, la confección y distribución clandestina de La Historia me Absolverá fue el siguiente requisito de la convocatoria para reagrupar a la hueste dispersa de la Generación del Centenario, inflamarla de nueva fe, y unir en torno a ella a los demás cubanos honestos que esperaban un cambio positivo en Cuba.
El objetivo irrenunciable en las circunstancias aquellas de Cuba, seguía siendo la toma del poder mediante una revolución.
En la nueva etapa era fundamental la participación popular en todos los frentes.
Destruidas las calumnias se resembraba la semilla que ya había ofrecido un ejemplo. Los hechos demostraban que no habría solución política viable para quitar del medio el impedimento que representaba el régimen opresor impuesto el 10 de marzo de 1952. Los crímenes cometidos por el ejército en el Moncada, no dejaba lugar a duda del rumbo a tomar por la vanguardia del 26 de Julio liderada por el doctor Fidel Castro Ruz, como anotábamos al principio.
En las instrucciones de Fidel, aún prisionero político en Isla de Pinos, dirigidas a sus compañeras Haydée y Melba expresaba:
1ro. No se puede abandonar un minuto la propaganda porque es el alma de toda la lucha, la nuestra debe tener su estilo propio y ajustarse a las circunstancias, hay que seguir denunciando sin cesar los asesinatos. Mirta te hablará de un folleto de importancia decisiva por su contenido ideológico y sus tremendas acusaciones al que quiero le prestes el mayor interés. Rogaba que el folleto saliera a la calle de inmediato.
Retenerlo confirmaría un crimen de alta traición, Advertía.
Estaba preparado para asumir toda la responsabilidad y soportar la represalia que pudieran desencadenarse.
Él, el autor de la obra, era quien se encontraba indefenso tras las rejas, y se ensañarían primero sobre su persona de ocuparse por la policía aquel libro en la imprenta, y lo peor de todo, el mensaje no llegaría al pueblo.
No cabe duda que en las declaraciones de Fidel y sus compañeros en el juicio del Moncada, y muy especialmente en La Historia me absolverá está el comienzo concreto y triunfante del pensamiento, de lo que hoy los cubanos identifican como la batalla de ideas, que convoca Fidel Castro.
Fue el conocimiento de la verdad concentrada en el folleto que se distribuyó con todos los riesgos en el país, la que contribuyó decisivamente a reorganizar las filas de la vanguardia, enriquecerla con un instrumento ideológico, y sumar a ella a miles y luego millones de cubanos.
La suma del pueblo, de todas las capas, en todos los lugares, era la divisa de Fidel respecto a La Historia de Absolverá y exhorta a sus compañeras Haydée y Melba en relación con el discurso: Hay que distribuir por lo menos cien mil en un plazo de cuatro meses.
Hay que hacerlo de acuerdo con un plan perfectamente organizado para toda la Isla. Por correo debe llegar a todos los periodistas, a todos los bufetes, despachos médicos y colegios de maestros y profesionales. Deben tomarse las medidas de precaución para que no descubran ningún depósito ni detengan a nadie, actuando con el mismo cuidado y discreción que si se tratase de armas.
Hay que sacarlos por lo menos en dos imprentas y escoger para ello las más económicas. Ningún lote de diez mil debe costar más de $300.00. Tienen que trabajar en esto de completo acuerdo. La importancia del mismo es decisiva; ahí está contenido el programa y la ideología nuestra sin la cual no es posible pensar en nada grande; además la denuncia completa de los crímenes que aún no se han divulgado suficientemente y es el primer deber que tenemos para con los que murieron. Fue imposible imprimir 100.000 por la meta tal alta para las condiciones de Cuba, represión, y el costo económico elevado para lograr aquella cifra fue imposible de solventar, pero él quedó conforme con 10.000 ejemplares, por el momento.
De sus juicios de entonces se desprende que siempre los revolucionarios deben ponerse cotas altas y luchar por ellas. Ningún texto, de ningún autor en Cuba del siglo XX había alcanzado una tirada de 10 000 ejemplares. Antes de la excarcelación del doctor Fidel Castro, logrado mediante un movimiento de masas que exigía la amnistía, ya estaba la edición de La Historia me absolverá publicada en la pequeña imprenta habanera.
En su alegato, Fidel recordaba que una de las leyes revolucionarias que hubiera puesto en práctica inmediatamente la Revolución, de haber tenido éxito el asalto por sorpresa del Moncada, habría sido la que ordenaba “la confiscación de todos los bienes a todos los malversadores de todos los gobiernos y a sus causahabientes y herederos de procedencia mal habida, mediante tribunales especiales con facultades plenas de acceso a todas las fuentes de investigación, de intervenir a tales efectos las compañías anónimas inscriptas en el país o que operaren en él, donde puedan ocultarse bienes malversados y de solicitar de los gobiernos extranjeros extradición de personas y embargo de bienes. La mitad de los bienes recobrados pasarían a engrosar las cajas de retiros obreros y la otra mitad a los hospitales y casas de beneficencia.”
El programa declaraba, además, que “la política cubana en América sería de estrecha solidaridad con los pueblos democráticos del continente y que los perseguidos políticos por sangrientas tiranías que oprimen a naciones hermanas, encontrarían en la Patria de Martí, no como hoy, persecución, hambre y traición, sino asilo generoso, hermandad y pan. Cuba debía ser baluarte de libertad y no eslabón vergonzoso de despotismo.”
Del mismo modo anunciaba La Historia me absolverá, de forma muy concreta, otras medidas fundamentales que tomaría la Revolución en el poder: Reforma Agraria, Reforma Integral de la Enseñanza, Nacionalización del Trust Eléctrico y el Trust Telefónico.
De nuevo sobre el latifundio explicaba, como habrá de leerse, que más de la mitad de las mejores tierras de producción cultivadas, estaba en manos extranjeras. Ejemplificaba: En Oriente, que es la provincia más ancha, las tierras de la United Fruit Company y la West Indian unen la costa norte con la costa sur.
Hacía también un llamado a la conciencia de la sociedad en su conjunto: “La sociedad se conmueve ante la noticia del secuestro o el asesinato de una criatura, pero permanece criminalmente indiferente ante el asesinato en masa que se comete con tantos miles y miles de niños que mueren todos los años por falta de recursos, agonizando entre estertores de dolor y cuyos ojos inocentes, ya en ellos el brillo de la muerte, parecen mirar hacia lo infinito como pidiendo perdón para el egoísmo humano y que no caiga sobre los hombres la maldición de Dios.”
Esta cita demuestra de manera contundente la vigencia del alegato La Historia me absolverá que cumple medio siglo. No se hicieron esperar los análisis del texto, por parte de enjundiosos estudios de ciencia jurídica y política y de oratoria y el otorgamiento del doctorado Honoris Causa al autor por esta pieza, en diferentes universidades.
Naturalmente, ningún examen ni elogio separa la obra de su autor.
Y quizás su mayor valer esté en el cumplimiento rebasado del programa revolucionario, la ratificación de la larga mirada del joven abogado Fidel Castro, sobre Cuba, y también extendida a los problemas cruciales de la humanidad y en particular del Tercer Mundo, lo cual puede resumirse en el último párrafo citado. Los estudios sobre La Historia me absolverá no han cesado, a la luz del marxismo y del socialismo posible más allá de las fronteras de Cuba.

A MAS DE CINCUENTA AÑOS DE AQUELLA GESTA HEROICA DEL ASALTO A LOS CUARTELES MONCADA, Y MANUEL DE CÉSPEDES.
NUESTRO HUMILDE PERO COMPROMETIDO HOMENAJE A AQUELLOS HÉROES ENCABEZADOS POR EL JEFE DE LA REVOLUCIÓN CUBANA COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ.

CX36 RADIO CENTENARIO URUGUAY

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