El marxismo tiene el mérito de haber aportado al conocimiento humano un método de análisis científico para comprender la historia y, muy particularmente, de haber elevado a un nivel consciente la lucha de la clase obrera contra la explotación capitalista.
La historia de los últimos 200 años ha conocido innumerables panaceas políticas que han tratado, cada cual a su modo, de salvar a la clase obrera sin comprender la naturaleza de la misma ni del propio sistema capitalista, al que condenan como una maldición producto del “egoísmo humano y del deseo de acumular dinero”. Para el marxismo, en cambio, la existencia del capitalismo ha sido una etapa necesaria, e inevitable, en el largo y espinoso camino de la humanidad hacia su auténtica liberación, aún con todos sus crímenes y horrores. Sólo con un alto nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y de la cultura podrá erigirse una nueva sociedad digna de ser llamada humana.
El capitalismo, utilizando los eslabones dejados por las sociedades humanas que quedaron atrás, ha creado las bases para erigir esta sociedad. Sin estas bases, que comprenden el extraordinario desarrollo alcanzado por la industria, la agricultura, los descubrimientos científicos, las comunicaciones y la cultura, la humanidad continuaría vegetando en la escasez y la mezquindad. “... Este desarrollo de las fuerzas productivas (...) constituye también una premisa práctica absolutamente necesaria, porque sin ella sólo se generalizaría la escasez y, por tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente en toda la inmundicia anterior” (Carlos Marx y Federico Engels, La ideología alemana, pág. 36. Ed. Grijalbo).
Mientras que en las sociedades anteriores al capitalismo estaba justificada la existencia de una capa minoritaria y ociosa de la población, que vivía del trabajo excedente producido por la mayoría, para que dispusiera de tiempo para hacer ciencia, tecnología, filosofía, cultivar las diversas artes, y así poder hacer avanzar la sociedad sobre las espaldas de millones de hombres y mujeres explotados y oprimidos, bajo la moderna sociedad capitalista ya no existe ninguna justificación para que esto continúe así. Al igual que ocurrió con el sistema esclavista y con el sistema feudal, el sistema capitalista, si bien ha jugado un papel tremendamente revolucionario, se ha convertido ya en un sistema agotado, caduco y obsoleto que amenaza con conducir a la humanidad hacia la barbarie, y al que es preciso sustituir por un sistema social superior, el socialismo.
El control asfixiante que ejercen a nivel mundial un puñado de grandes monopolios, multinacionales y bancos para mantener los beneficios y privilegios de unos cuantos grandes capitalistas se ha convertido en una pesadilla que afecta la vida de millones de seres humanos en todo el mundo. El 80% de la humanidad vive en condiciones de pobreza y miseria crecientes. Si entre 1960 y 1970 la población que vivía con menos de un dólar al día era de 200 millones de personas, hoy son 1.300 millones, y 2.800 millones sobreviven con 400 pesetas diarias. 800 millones padecen subalimentación crónica y cada día mueren 30.000 niños de hambre. En el polo opuesto, y según la propia ONU, poco más de 200 personas en todo el mundo tienen en conjunto los mismos ingresos que 3.000 millones de seres humanos. Entre 1960 y 1993 la parte de la riqueza de los más ricos del planeta pasaba del 70% al 85%, y la del 20% más pobre retrocedía del 2,3% al 1,4%. 100 millones de niños viven en la calle y hay más de 250 millones de niños a los que se obliga a trabajar. La perspectiva es que para el año 2000 sean 400 millones de niños los que trabajen.
La carga de la deuda de los países más pobres representa el 94% de su producción económica global, aunque en algunos casos llega al 125%. En 1980 la deuda total de los países subdesarrollados era de 600.000 millones de dólares, en 1990 era de 1,4 billones y en 1997 era de 2,7 billones de dólares. En siete años la deuda ha aumentado en ¡770.000 millones de dólares!. En este mismo período de tiempo los países subdesarrollados, han pagado 1,83 billones de dólares en concepto de pago de servicios de la deuda: por cada dólar recibido en concepto de ayuda, los países del Tercer Mundo han reembolsado once en servicio de la deuda. Y la situación no ha hecho más que empeorar hasta el día de hoy.
Los últimos veinte años se han caracterizado no sólo por la polarización de la riqueza entre los países desarrollados y los subdesarrollados (Norte y Sur), sino también por la enorme brecha abierta entre ricos y pobres. La pobreza ya no es exclusividad del mundo subdesarrollado: en Europa hay 57 millones de pobres y en EEUU 38 millones. Entre los tres magnates de Microsoft tienen más dinero que todo el presupuesto gastado por EEUU en programas para erradicar la pobreza y la marginalidad.
Por otro lado, la aparición del paro masivo está minando las bases estables, las reservas sociales que se crearon tras la II Guerra Mundial en los países capitalistas. Según las cifras oficiales de la ONU, el paro mundial alcanza a 120 millones de personas, pero otras estimaciones independientes sitúan el paro real en cerca de 1.000 millones. Pero este paro no es paro cíclico, ni se puede definir como el ejército de reserva que en tiempos de recuperación económica es absorbido. Se trata de paro estructural, que permanece en las épocas de boom y aumentará en la próxima recesión de la economía.
En la época actual de recuperación económica, el retroceso de las condiciones laborales de la clase obrera en todo el mundo, sólo puede compararse a una auténtica contrarrevolución. En los últimos veinte años se ha dado una caída del 20% de los salarios reales de los obreros de EEUU, y sólo en el último año y medio es cuando han comenzado a aumentar algo, acompañado de un aumento del 10% de la jornada laboral. El obrero de EEUU trabaja actualmente una media de 168 horas extras al año, lo que corresponde a casi un mes de trabajo adicional al año. Mientras que a principios de los 90 un obrero estadounidense trabajaba 41 horas semanales, en 1999 lo hacía 51 horas. La precariedad laboral ha llevado a un aumento pavoroso de los accidentes y muertes laborales. Más de 14.000 trabajadores mueren cada año en accidentes laborales en EEUU y más de 1.700 en el Estado español.
Precisamente, las desregulaciones del mercado laboral, el abaratamiento del despido, la precariedad laboral, las ETTs persiguen sólo un objetivo, obtener más plusvalía absoluta y relativa de la clase obrera, y hacer más competitiva la producción reduciendo los costes laborales y aumentando los beneficios.
El hambre insaciable por los beneficios ha llevado a un aumento creciente de la economía especulativa, a costa de la economía productiva. Si en 1970 el 90% de las transacciones internacionales estaban relacionadas con la economía productiva, en 1999 el 95% de las transacciones eran especulativas (compra-venta de divisas, apuestas para adivinar los precios futuros de las materias primas y de las divisas, compra-venta de acciones de empresas, préstamos usurarios para inversiones de alto riesgo, etc.), y todo esto sin crear un solo átomo de riqueza real. Diariamente se mueven 1,56 billones de dólares en divisas, cincuenta veces el intercambio de mercancías, equivalente al conjunto de las reservas de los bancos centrales del mundo.
El capitalismo es un sistema social condenado por la historia. Las guerras, las enfermedades que asolan países enteros, el hambre o los desastres ecológicos no sólo no disminuyen sino que aumentan año tras año. Incluso en los países capitalistas más desarrollados estamos viendo cómo desaparecen conquistas históricas de las familias trabajadoras que costaron años conseguir, instalándose por todas partes la precariedad en el empleo, largas jornadas de trabajo y una sensación de incertidumbre ante lo que nos depara el futuro.
Hace diez años, toda la burguesía mundial, sus agentes en los gobiernos capitalistas y sus plumíferos en los periódicos burgueses, anunciaban como a un mesías la llegada de un “Nuevo Orden Mundial”, que traería la paz, la prosperidad y la fraternidad universal, tras la caída del estalinismo. Hoy, diez años después, hemos podido presenciar en qué se han quedado todos esos fuegos artificiales. Tan sólo en la última década del siglo que acaba de concluir (por no remontarnos más atrás en el tiempo) hemos sido testigos de la bárbara guerra imperialista en el Golfo Pérsico y del embargo criminal contra el pueblo iraquí, que se ha cobrado la vida de un millón de niños; de la brutal devastación de Yugoslavia por el imperialismo; de la masacre de millones de personas desatada por las bandas de matones en Ruanda, Burundi, Congo, Liberia, Costa de Marfil, Angola, etc., armadas y financiadas por las diferentes multinacionales para controlar los recursos productivos de estos países africanos; de las masacres perpetradas por la burguesía indonesia en Timor oriental, y de la sangre y el horror con que la podrida camarilla gobernante en Rusia ha anegado al pueblo checheno y la burguesía sionista al pueblo palestino, por citar sólo algunas de las heroicidades que los imperialistas y sus agentes en todo el mundo han perpetrado contra millones de seres humanos, en aras de salvaguardar su civilización y su “Nuevo Orden Mundial”.
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