sábado, julio 26, 2008

Salvador Allende y la Revolución que cambió la historia continental


“La agresión a Cuba es una agresión a la sangre, la tierra y la historia de América Latina”

Mario Amorós
Punto Final

En los primeros días de 1959, Salvador Allende se encontraba en Venezuela para asistir a la toma de posesión de Rómulo Betancourt. Después de la entrada victoriosa en La Habana de los guerrilleros del Movimiento 26 de Julio, decidió tomar un vuelo para Cuba para ser testigo de los hechos históricos que empezaban a cambiar ya la historia contemporánea de América Latina.
A La Habana viajaba el líder del Frente de Acción Popular (FRAP), que unía a comunistas, socialistas y otras fuerzas menores de la izquierda, un senador con dos décadas de trabajo parlamentario, el candidato presidencial que en las elecciones del 4 de septiembre de 1958 había alcanzado el 28% de los votos y se había quedado a 33.000 votos de La Moneda, el revolucionario que creía posible la transformación socialista de Chile desde la institucionalidad burguesa vigente. No obstante, su temprana convicción en la posibilidad de la “vía pacífica” en Chile no le impidió valorar el profundo significado histórico de la Revolución Cubana, la conversión de este país en el “primer territorio libre de América Latina”.
En aquellos días de enero de 1959 Allende se reunió con el comandante Ernesto Che Guevara en La Cabaña, según relató a Régis Debray en la entrevista que PF publicó en exclusiva en 1971: “Ahí llegué yo y ahí estaba el Che. Estaba tendido en un catre de campaña, en una pieza enorme, donde me recuerdo había un catre de bronce, pero el Che estaba tendido en el catre de campaña. Solamente con los pantalones y con el dorso descubierto y en ese momento tenía un fuerte ataque de asma. Estaba con el inhalador y yo esperé que se le pasara, me senté en la cama, en la otra, entonces le dije: ‘Comandante’, pero me dijo: ‘Mire, Allende, yo sé perfectamente bien quién es usted. Yo le oí en la campaña presidencial del 52 dos discursos: uno muy bueno y uno muy malo. Así es que conversemos con confianza, porque yo tengo una opinión clara de quién es usted’. Después me di cuenta de la calidad intelectual, el sentido humano, la visión continental que tenía el Che y la concepción realista de la lucha de los pueblos, y él me conectó con Raúl Castro y después, inmediatamente, fui a ver a Fidel. Recuerdo como si fuera hoy día: estaba en un Consejo de Gabinete. Me hizo entrar y yo presencié parte de la reunión. Hubo una cena y después salimos a conversar con Fidel a un salón. Había guajiros jugando ajedrez y cartas, tendidos en el suelo, con metralletas y de todo. Ahí, en un pequeño rincón libre, nos quedamos largo rato. Ahí me di cuenta de lo que era, ahí tuve la concepción de lo que era Fidel”.
Con aquel primer encuentro Fidel Castro y Salvador Allende iniciaron una relación de amistad, no exenta de discusiones “profundas y fuertes”, según Allende, quien también se consideraba amigo de Guevara. Allende fue un gran defensor de la Revolución Cubana, en infinidad de ocasiones proclamó que la dictadura de Fulgencio Batista y la tutela del imperialismo sobre los destinos de la isla sólo dejaron el camino de la insurgencia a quienes luchaban por la independencia nacional y la justicia social. Precisamente el Che le regaló uno de los primeros ejemplares de La guerra de guerrillas, en el que anotó esta dedicatoria: “A Salvador Allende que por otros medios trata de obtener lo mismo. Afectuosamente, Che”.
El 27 de julio de 1960 subió a la tribuna del Senado para defender la Revolución Cubana. En primer lugar, rindió tributo a los héroes que asaltaron el Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953: “Rendimos homenaje a las milicias inmoladas hace siete años en el asalto al Cuartel Moncada y lo hacemos expresando que los sectores populares de Chile, la inmensa mayoría del pueblo, siente, comparte y vive los ideales de la Revolución Cubana. Tal hecho no puede ser extraño para nadie porque, en la conciencia del pueblo chileno, existe la inmensa y profunda convicción de que América Latina está viviendo uno de los minutos más trascendentales de su historia; que las revoluciones mexicana y boliviana señalaron ya una etapa y que la cubana marca con caracteres imborrables un proceso de superación, al dar sólidos pasos hacia la plena independencia económica y señalar, en su lucha, el camino que han de seguir los pueblos latinoamericanos para afianzar y acelerar la evolución política, económica y social que los lleve a ser auténtica y definitivamente libres. Nosotros hemos expresado reiteradamente que, con estrategia y tácticas distintas, tal proceso deberá aflorar en los diversos países de América Latina para terminar con la etapa de vasallaje político, de explotación económica; para poner fin a la angustia, al hambre y la miseria de miles y miles de hombres de esta parte del Hemisferio; para detener la voracidad implacable del imperialismo; para poner fin al régimen feudal de explotación de nuestras tierras; en resumen, para hacer posible el desarrollo económico y el cambio político capaces de crear un porvenir de dignidad y grandeza para el pueblo latinoamericano”.
Una vez más, expresó su convicción de que, con tácticas y estrategias distintas en cada país, “la revolución latinoamericana” enfrentaría tres desafíos esenciales: la ruptura de la dependencia económica de estas naciones, una “batalla frontal contra el imperialismo” y la reforma agraria. En aquel discurso, poco antes de la proclamación del carácter socialista de la Revolución Cubana, de la expulsión de Cuba de la OEA y de la ruptura de relaciones diplomáticas por parte de casi todos los países latinoamericanos (incluido el gobierno de Alessandri), denunció las agresiones que este país sufría de parte de Washington: “Ayer era Guatemala el polvorín comunista que ponía en peligro la hermandad americana. Hoy es Cuba. Ayer y hoy el Departamento de Estado norteamericano defiende, impúdicamente y por los peores métodos de presión económica y atropello, los intereses de sus connacionales, su influencia política”.
Salvador Allende también recorrió la historia de Cuba desde la agresión de la corona española en las postrimerías del siglo XV, hasta las luchas por la abolición de la esclavitud y la independencia en el siglo XIX, desde la guerra de los Diez Años a José Martí y su Partido Revolucionario Cubano, desde la Enmienda Platt a las dictaduras de Gerardo Machado y Fulgencio Batista. En su parte final, hizo una fundamentada y apasionada defensa de los logros de la Revolución en su primer año y medio: “Desde aquí, como un homenaje a la Revolución Cubana, a su Gobierno y a su pueblo, sólo puedo decir que la agresión contra Cuba es una agresión a la tierra, a la sangre y a la historia de Latinoamérica”.
La fraternidad entre Allende y la Revolución Cubana floreció plenamente durante los mil días de gobierno de la Unidad Popular: en noviembre de 1970, Chile restableció las relaciones diplomáticas con el país caribeño; un año después, Fidel visitó durante cuatro semanas Chile y en diciembre de 1972 Allende finalizó en La Habana la histórica gira que le llevó a México, Nueva York (para intervenir ante la Asamblea General de la ONU), Argelia y la URSS. Durante la dictadura militar, Cuba dio apoyo a la Resistencia y acogió a miles de exiliados chilenos. En 1996, con motivo de la Cumbre Iberoamericana de Viña del Mar, Fidel visitó la tumba del Presidente Allende en el Cementerio General.
La memoria de Allende nos llama a seguir defendiendo la Revolución Cubana porque, como afirmó en el Senado en julio de 1960, “la agresión contra Cuba es una agresión a la tierra, a la sangre y a la historia de Latinoamérica”.

- Artículo publicado en el número especial de Punto Final dedicado al centenario de Salvador Allende: www.puntofinal.cl

- Mario Amorós es historiador y periodista español. Su último libro es Compañero Presidente. Salvador Allende, una vida por la democracia y el socialismo (Publicaciones de la Universidad de Valencia. Valencia, 2008. 376 págs.).

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