Una historia de expansionismo estadounidense y no de agresión rusa
La guerra del Cáucaso es tanto un producto de la expansión imperial estadounidense como de los conflictos locales. Probablemente, esta guerra es una muestra de lo que vendrá.
El resultado de seis días trágicos de matanzas en el Cáucaso ha provocado un torrente de hipocresía totalmente nauseabundo por parte de los políticos occidentales y los medios de comunicación bajo su control. Cuando los títeres sin cerebro vociferan contra el imperialismo ruso y sus acciones desproporcionadas y brutales, el vicepresidente estadounidense Dick Cheney, fielmente respaldado por Gordon Brown [1] y David Miliband [2], declaró que «la agresión rusa no debe quedar sin respuesta». George Bush denunció a Rusia por «invadir un país vecino y soberano» y amenazar a «un gobierno democrático». Una acción de este tipo, insistió, «es inaceptable en el siglo XXI»
¿Podrían ser éstos, quizá, los mismos líderes de los gobiernos que en 2003 invadieron y ocuparon -junto con Georgia, casualmente- el Estado soberano de Iraq con un pretexto totalmente falso y que ha costado cientos de miles de vidas inocentes? ¿O tal vez serán estos los dos gobiernos que bloquearon un alto al fuego en el verano de 2006 cuando Israel estaba pulverizando la infraestructura de Líbano y asesinando a más de mil civiles en represalia por la captura o la muerte de cinco soldados?
Todos tendríamos dificultades para recordar, después de la furia desatada sobre la agresión rusa, que realmente fue Georgia el país que inició la guerra el jueves pasado con un ataque masivo contra Osetia del Sur para tratar de «restaurar el orden constitucional»; en otras palabras, imponer su poder en un área territorial que nunca había controlado desde el colapso de la Unión Soviética. Tampoco, entre el ultraje a los bombardeos rusos, se ha hecho la más breve referencia a las atrocidades cometidas por las fuerzas georgianas contra los ciudadanos, que consideran suyos, de Tskhinvali, la capital de Osetia del Sur. Varios cientos de civiles fueron sacrificados allí por las tropas georgianas la semana pasada junto con soldados rusos que operaban conforme a un acuerdo de paz de los años 90: «He visto a un soldado georgiano lanzar una granada a un sótano lleno de mujeres y niños», dijo un residente de Tskhinvali, Saramat Tskhovredov, a los reporteros, el martes.
Podría ser todo esto porque Georgia es lo que Jim Murphy, el ministro británico de Europa, llamó «una pequeña y hermosa democracia» Bueno, seguro que es pequeña y hermosa, pero tanto el presidente actual, Mikheil Saakashvili, como su antecesor subieron al poder por medio de golpes de Estado apoyados por las naciones occidentales, el más reciente engalanado con el nombre de «la revolución rosa». Después de eso, Saakashvili fue ratificado en su puesto con el 96% de los votos, antes de establecer lo que el Grupo de Crisis Internacional describió recientemente, el pasado mes de noviembre, como un gobierno «cada vez más autoritario», que ataca violentamente a la oposición y a los disidentes, así como a los medios de comunicación independientes. Parece que «democrático» siempre significa «pro occidental» en estos casos.
La disputa de Osetia del Sur y Abjasia, la otra región disputada por Georgia, que han durado por tanto tiempo, son la consecuencia inevitable de la desintegración de la Unión Soviética. Como en el caso de Yugoslavia, minorías que estaban bastante satisfechas viviendo en cualquier lado de un límite interno que realmente afectaba muy poco a sus vidas, se sintieron completamente diferentes cuando se encontraron en el lado equivocado de una frontera estatal internacional.
Tales problemas serían bastante difíciles de resolver por medio de negociaciones en cualquier circunstancia. Pero si añadimos la incansable promoción estadounidense de Georgia como una base avanzada de operaciones, pro occidental y anti rusa en la región; sus esfuerzos para incorporar a Georgia en la OTAN; la colocación de un oleoducto del Caspio extremadamente importante por su territorio con el fin de debilitar el control ruso en el abastecimiento de energía, y el reconocimiento patrocinado por EEUU a la independencia de Kosovo -cuyo estado jurídico Rusia había asociado explícitamente con los de Osetia del sur y Abjasia-, bajo estas circunstancias, el conflicto sólo era una cuestión de tiempo.
La CIA ha estado, de hecho, íntimamente implicada en Georgia desde el ocaso de la Unión Soviética. Pero bajo la administración de Bush, Georgia se ha convertido en un auténtico satélite estadounidense. El ejército de Georgia ha sido armado y entrenado por EEUU e Israel. Georgia tiene el tercer contingente militar más grande en Iraq -de ahí la necesidad estadounidense de transportar por avión a 800 de esos soldados a la región para luchar contra los rusos este fin de semana-. Las conexiones de Saakashvili con los neoconservadores de Washington son particularmente estrechas y la firma de cabildeo encabezada por Randy Scheunemann, el principal consejero de política exterior del candidato republicano estadounidense John McCain, ha recibido casi 900.000 dólares del gobierno georgiano desde 2004.
Pero bajo el conflicto de la semana pasada subyace la determinación general y explícita de la administración de Bush de consolidar la hegemonía global estadounidense y prevenir cualquier desafío regional, en particular de una Rusia renaciente. Ese objetivo se explicó anteriormente con detalle cuando Cheney era secretario de Defensa bajo Bush padre, pero su impacto pleno sólo se ha sentido cuando Rusia ha comenzado a recuperarse de la desintegración de la década de los 90.
Durante la década pasada, la extensión implacable de la OTAN hacia el este ha llevado a la alianza militar occidental con fuerza frente a las fronteras de Rusia y profundamente dentro del territorio de lo que fue la Unión Soviética. Las bases militares estadounidenses se han extendido a través de Europa del Este y Asia central, donde EEUU ha ayudado a instalar serviles gobiernos anti Rusia, uno tras otro, con una serie de revoluciones codificadas por diferentes colores. Ahora la administración de Bush se dispone a situar un sistema de defensa de misiles en Europa del Este claramente dirigido hacia Rusia.
De acuerdo con cualquier cálculo razonable, ésta no es la historia de una agresión rusa, sino de una expansión imperial estadounidense y el bloqueo cada vez mas estrecho a Rusia por un poder potencialmente hostil. Que Rusia, ahora más fuerte, haya utilizado la oportunidad del desastre de Osetia del Sur para forzar un grado de control sobre esa expansión no debe de sorprender a nadie. Lo que es más difícil de calcular son las razones por las que Saakashvili lanzó el ataque de la semana pasada y si recibió algún estímulo de sus amigos de Washington.
Si fue así, el asunto le ha salido como un tiro, espectacular, por la culata, con un coste humano salvaje. Y a pesar de las tentativas de Bush de hablar con mucho poder y autoridad ayer, la guerra también ha marcado los límites del poder estadounidense en la región. Mientras la propia independencia de Georgia se respete –se protegerá mejor adoptando una posición de neutralidad- eso no será nada malo. La dominación unipolar del mundo ha encogido el espacio para una auténtica autodeterminación y el regreso de un contrapeso tiene que ser muy bienvenido. Pero el proceso de ajuste también acarrea peligros enormes. Si Georgia hubiera sido miembro de la OTAN, el conflicto de esta semana habría arriesgado una intensificación mucho más aguda. Eso sería aún más obvio en el caso de Ucrania, que ayer lanzó una advertencia del potencial para una futura confrontación cuando su presidente pro estadounidense amenazó con restringir el movimiento de barcos rusos entrando y saliendo de sus bases de Crimea en Sebastopol. Los conflictos entre las grandes potencias regresan al escenario mundial y Osetia del Sur, probablemente, sólo es una muestra de lo que vendrá.
Seumas Milne
The Guardian
Traducido por Ernesto Páramo y revisado por Caty R.
[1] Primer Ministro británico
[2] Ministro de Relaciones Exteriores
Original en inglés: http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2008/aug/14/russia.georgia
Seumas Milne es cronista y editor asociado de The Guardian. Fue editor de comentarios de 2001 a 2007. Ha trabajado para el periódico, desde 1984, como periodista sobre cuestiones de interés general, corresponsal de asuntos laborales (Europa) y editor laboral. Ha informado para The Guardian desde Oriente Próximo, Europa Oriental, Rusia y Latinoamérica.
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