Paraguay es el cuarto exportador de soja en el mundo después de Estados Unidos, Brasil y Argentina. Este pequeño país alimenta a Europa pero no puede resolver el problema del hambre de su gente. Tiene 12 millones de animales vacunos y menos de 6 millones de habitantes y sin embargo su población agoniza en la indigencia. Además, irónicamente, exporta carne con cuota Hilton a los exigentes mercados de la Unión Europea. La pobreza extrema rural subió del 32,2% en 1995 al 50, 5 % en el 2004, y en ese mismo periodo se produjo el mayor crecimiento de las exportaciones sojeras, orillando ventas en alrededor de los 1.000 millones de dólares anuales. El desempleo y el subempleo afligen a más del 36% de la población económicamente activa. Sus niveles de pobreza son iguales a los de Haití. Compite con Estados Unidos como exportador de soja y con el país caribeño en producción de pobreza. Paraguay probablemente sea el país con las mayores contradicciones sociales en el mundo. El 2% de la población rica concentra más del 80% de las tierras fértiles, al mismo tiempo que la gran mayoría vive en la miseria más absoluta. Enfermedades ya erradicadas en casi todos los países del continente como el dengue, acá durante el verano contagió a más de 100 mil personas y mató a una decena.
Desde el 2003, año de asunción Duarte Frutos, migraron unas 200.000 personas a España y Argentina. Mientras los paraguayos salen a buscar suerte en el extranjero, el presidente exhorta permanentemente en los foros internacionales a inversionistas extranjeros a radicarse en Paraguay. La soja avanza agresivamente desde el Brasil bajo el timón del capital multinacional. Las tierras más fértiles situadas en los departamentos de Itapua, Alto Paraná, Ca´azapa, Canendiyu, Amambay, Guaira y Ca´aguazu hoy son extensos sojales en manos extranjeras. El año pasado fueron cultivadas 2.400.000 hectáreas y unos 100 mil campesinos son expulsados anualmente por la expansión sojera. El voraz capital agrario arrasa con los poblados rurales comprando las humildes parcelas masivamente y está convirtiendo al país en una gran chacra productora de granos. Según estimaciones en pocos años más se llegará al cultivo de 7 millones de hectáreas.
Esta nación agroexportadora, que históricamente se caracterizó por una mayoría campesina, se está quedando sin campesinos. Hay una relación directa entre enriquecimiento sojero y empobrecimiento rural. La producción del grano está altamente tecnificada, uno o dos operarios son suficientes para cultivar y cosechar en mil hectáreas. Esas mil hectáreas pueden servir fácilmente para que en ella produzcan y vivan unas 20 familias campesinas. La soja genera desocupación y pobreza, en el 2003 en los poblados rurales de Yhu, Repatriación, Vaquería y Raúl Arsenio Oviedo se dieron cifras record de producción. En contrapartida, en esos mismos lugares la pobreza extrema se incrementó afectando a más de un tercio de la población. Record de producción por una parte y record de pobreza por la otra.
La patria sojera
El Paraguay es un paraíso fiscal para las multinacionales sojeras. Es el rubro que más ganancias genera pero es también el que menos impuestos paga. En el 2003 exportó por valor de 600 millones de dólares, pero tributó al Estado sólo un millón y medio de la moneda norteamericana, el 0,3% de lo que el país recauda anualmente. Como si eso no bastara, las maquinarias y los insumos son introducidos desde el Brasil de contrabando, y lo que es peor, las maquinarias retornan cuando en ese país la oferta es mejor. La soja no paga el IVA, ni el impuesto a la renta personal y obtiene además un gasoil subsidiado que representa unos 50 millones de dólares anuales. La reinversión en el país es prácticamente nula, acá sólo quedan las nefastas secuelas sobre el ambiente y la gente. Las ganancias van a parar a los bancos del Brasil.
Pero en este país nada es casual. El capitalismo sojero se desarrolla al amparo de la burocracia mafiosa del Partido Colorado, el mismo partido que sustentó a la dictadura de Stroessner (1954-1989) durante más de tres décadas y que este año cumple 60 años hegemónicos en el poder, superando incluso al partido comunista chino. La soja no tributa para el Estado pero deja buenos dividendos a los popes del partido-estado que gobierna el país con mano dura desde 1947.
La guerra infame
Paraguay tiene una superficie de 406.752 Km². Es aproximadamente 10 veces más grande que Holanda y su población es tres veces inferior a ese país, sin embargo uno de sus mayores problemas es la injusta distribución de la tierra. Según la Federación Nacional Campesina, unas 300 mil familias rurales no tienen tierras propias. Augusto Roa Bastos, el mayor escritor de la nación guaraní, decía que el Paraguay es una tierra de campesinos y de campesinos sin tierra. Para entender este problema hay que remontarse a la guerra de la triple alianza. Aquella guerra perversa que instigada por el imperio ingles unió a la Argentina, Brasil y Uruguay contra el Paraguay en el siglo XIX. Tras aquella contienda, la tierra guaraní quedó desbastada. En 1880, el gobierno títere de Bernardino Caballero, fundador del Partido Colorado, so pretexto de pagar las deudas de guerra remató más de la mitad de las tierras estatales al capital multinacional. Un solo terrateniente, el argentino Carlos Casado compró 5 millones 600 mil hectáreas en el Chaco. Los dominios de este latifundio casi duplicaban a todo el territorio de la actual Bélgica. Los hoy miles de campesinos pobres desplazados del campo son los tristes herederos de la infame guerra de la triple alianza.
Resistencia campesina
A principios de noviembre del 2004 un grupo de campesinos armados de machetes, armas de fuego y garrotes ingresan a la propiedad de un productor de Fassardi, una antigua ciudad hoy convertida en granero, y queman los sojales y destruyeron maquinarias. Era la lúgubre reiteración de lo que hacían los viejos anarquistas del siglo XIX, que buscando impedir el avance del capitalismo industrial pretendían destruir las máquinas de las fábricas. Luego de los sucesos de Fassardi aparecen focos de resistencia campesina en otras zonas. La producción se paraliza y la crisis rebasa a los organismos de seguridad. El presidente, en una clara violación de preceptos constitucionales, ordena la salida de militares de los cuarteles para custodiar los cultivos. Los uniformados aplacan el caos y todo vuelve a una tensa calma.
La situación en el campo en el Paraguay es explosiva. Los campesinos están deliberadamente abandonados a su suerte. Sus rubros de renta no tienen mercados y la poca producción que penosamente logran comercializar recibe precios miserables. Un kilo de tomate en los supermercados de Asunción cuesta alrededor de un dólar, pero el productor campesino recibe una paga cinco veces menor. Los jóvenes ya no quieren cultivar la tierra. El campo sólo ofrece tribulación y pobreza. Los que pueden juntar unos guaraníes migran a la Argentina. Algunos venden sus pocas pertenencias e intentan fortuna en el viejo mundo.
En 18 años de democracia 77 dirigentes campesinos fueron asesinados por organismos de seguridad y bandas paramilitares, y más de un millar están procesado por reivindicar el derecho a la tierra. Los trabajadores del campo sufren la represión y la cárcel, pero ninguno de los involucrados en los crímenes está imputado. Los campesinos, además de víctimas son culpables. La lucha social está criminalizada. Hace unas semanas la cámara de diputados aprobó una ley antiterrorista y de ahora en más un activista gremial será sospechado de sedicioso.
Los terroristas
En este país nada ha cambiado. El Paraguay de Duarte Frutos es igual al de Stroessner. El partido es el mismo, la corrupción, el narcotráfico y el contrabando se incrementaron. Los autos robados de la Argentina son cambiados en Paraguay por la droga que después consumirán los jóvenes argentinos. El delito perpetrado desde el poder goza de impunidad, mientras los dirigentes sociales son perseguidos. En la cárcel de Marcos Paz están recluidos seis de los miles de campesinos paraguayos que osaron organizarse y reclamar un pedazo de tierra. Hoy el gobierno paraguayo pide su extradición por un delito que no cometieron. No existe ninguna prueba que los incrimine. Hasta ahora ni uno solo de los ejecutores del crimen (secuestro y asesinato de la hija del ex presidente Raúl Cubas) fueron detenidos y sí hay fundadas sospechas sobre la complicidad de los propios organismos del Estado. La extradición de los campesinos se ha convertido en una cuestión de Estado, pero el gobierno no movió un dedo para capturar a los ejecutores del secuestro, que según la fiscalía están prófugos dentro del territorio paraguayo. Inexplicablemente para el gobierno de Duarte Frutos es más importante la captura de los supuestos cómplices que los propios culpables. Para la opinión pública paraguaya este crimen es más bien un ajuste de cuentas entre mafias que gobiernan el país antes que un rapto con fines extorsivos.
Mientras el gobierno de Duarte Frutos persigue a humildes compatriotas, los sojeros brasileños avanzan implacables y más de la cuarta parte de las tierras del Paraguay ya están en sus manos. En 1986 la producción del grano fue apenas de 18.247 toneladas, en el 2004 aumentó a 341.323 toneladas. En 18 años la producción creció más de 600 %. En ese mismo periodo, el algodón, cultivo de renta del campesino pobre, cayó en un 37,7 %. La soja arrasa bosques y poblados como un tsunami. Para el capitalismo agrario la tierra es fundamental para seguir acumulando riqueza, para el campesino representa la vida. Al él no le quedan muchas alternativas, abandonar el campo para engrosar el ejército de desocupados que mendiga en las calles de Asunción o intentar suerte en la Argentina es lo único que le resta. En estas circunstancias quedarse en el país es casi un acto de heroísmo. El campesino sin tierra es como un obrero sin brazos, pero luchar por una parcela es una actividad casi subversiva. La mayoría se está yendo, y los que se quedan deben enfrentar al poder omnímodo, que puede convertir el elemental reclamo de tierra en un imperdonable acto de terrorismo contra el Estado.
Bernardo Coronel
(desde Asunción)
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