domingo, agosto 24, 2008

La dictadura de Batista

¡Batista está de moda! ¿Quién lo iba a creer? Con almartigón y cola parada. Perdón, con polainas abrillantadas y charreteras de la más alta dignidad. Pero por más que se esfuercen algunos personajillos de la locución y escritura contemporánea, la dictadura de Batista no se puede maquillar. Desde luego, nunca faltarán exabruptos ideológicos como el de una publicitada dizque novelista de origen cubano que haciendo gala de supina ignorancia llegue a decir que el régimen de Batista dejó cosas buenas. Hasta habrá lugar para un hambreado ex filósofo en busca de estrellato y pitanza sacando confidencias bonitas de un cercano familiar del sargento aupado por un accidente histórico. El amarillismo de los medios se pone en función de estas reivindicaciones que tiene todo de farándula y nada de historiografía.
No es de extrañar, esto es parte de la ofensiva montada por los poderes conservadores para "revisar" los juicios acerca de procesos revolucionarios de nuestra historia con el afán preconcebido de condenarlos. Traen a priori las plumas afiladas para linchar a Hidalgo, a Bolívar y a cuanto rebelde haya surgido en los anales de la humanidad. El corolario de tanto malabarismo factual culmina en defender al colonialismo que no era tan colonial y a las dictaduras y regímenes autoritarios que habían sido duras por defender a la patria del malvado comunismo. Reivindicación de Porfirio Díaz, de Pérez Jiménez y por qué no, hasta de Batista y Trujillo. Absoluciones masivas y generosas para los esforzados varones que aplicaron la doctrina de la seguridad nacional.
El trabajo en los archivos- y hay que ver como intentan bloquearlos y blanquearlos - es instrumento para pasar a un nivel superior de información, análisis e interpretación. Un estadio de trabajo está en trances de ser superado. Sin perder de vista que el tema a considerar no es una cuestión de personalidades más o menos listas, más o menos brutales, más o menos sumisas a los poderes extranjeros, obviamente nos referimos al papel de Estados Unidos - ese enorme conjunto de intereses y medios que los expresan- que los ampararon o desampararon a medida de las conveniencias coyunturales.
Una estudio de más complejidad y profundidad debe ofrecer una visión menos esquemática y simplificada como la popularizada en los años 50 hasta los 80, eso sí más contundente en términos precisos.
El fenómeno Batista, que venía trabajando el extinto colega José Tabares del Real en esa dirección apuntada, no puede desligarse de la controvertida relación de una isla subdesarrollada, monoproductora y monoexportadora de azúcar, dependiente hasta más no poder - obvias deformaciones estructurales- dotada de alta significación geopolítica, con una vigorosa tradición de inconformidades revolucionarias, en un creciente proceso de cristalización nacional y cultural, en el entramado de una hegemonía continental intentando una refuncionalización del sistema mucho más favorable a intereses totalmente asimétricos, de la correlación con los del país emergente en medio de una transición social e intelectual.
De manera que el manejo malicioso de numeritos - en los cuales no se pueden confiar plenamente - puede quedar desmarcado de la Situación real.
El papel asignado y desempeñado por la dictadura instalada el 10 de marzo de 1952 fue el de readaptar el país a las macro exigencias de la post guerra, en donde la economía capitalista estadounidense, de la cual dependía estrechamente la cubana para la vida diaria, había alcanzado la implementación de una planta productiva que desbordaba las capacidades adquisitivas del mundo. Y entre esos excesos estaba en primer lugar la producción armamentista. (Obvio que las democracias son menos propensas a comprar estos juguetes de matar que las dictaduras y gobiernos de derecha) La política del "buen vecino" había entrado en artículo mortis durante la reunión de Chapultepec en 1945 y le plantaron el epitafio en la de 1948 en Bogotá. Fue la hora de la "doctrina Truman" y su variable cuartelaria latinoamericana.
Las pequeñas y medianas industrias generadas a raíz de la crisis del 29 y la guerra, no iban a recibir ayuda, más bien estaban destinadas a desaparecer y con ellas los ensueños desarrollistas acunados en aquellos tiempos. Mismo destino tendría el despunte del comercio interlatinoamericano. La tarea de Cuba, como la del resto de América Latina era abrirse a la inversión privada: nada de Plan Marshall: ¡Plan Clayton! La inyección inversionista se tradujo en términos numéricos fugaces, que ahora le parecen a los escribas del neoanticastrismo guarismos maravillosos para atacar al proceso revolucionario. Esa magia crematística la hemos contemplado con la derrama neoliberal reciente. A la postre las polaridades económicas y sociales se han sobredimensionado aunque parezca que la gente vive mejor.
Lo que no podía hacer el gobierno constitucional de Carlos Prío pudo hacerlo el régimen de facto y dureza de Batista y sus secuaces internos y externos. Por lo pronto fue emprendida una ofensiva contra ciertos sectores económicos nacionales. El departamento de Comercio de Estados Unidos reconoció en lenguaje eufemístico que las condiciones mejoraron "sustancialmente en el período de 1953 a 1955. Un tono más equilibrado de la política gubernamental dio un mejor enfoque a los intereses del trabajo, del capital y del público". Los capitales sobrantes de Estados Unidos - Europa pintaba poco - se habían acomodado en la fabricación de cemento, rayón, neumáticos, refinamiento de petróleo, fabricación de tuberías de hierro, productos de cobre y aluminio. Se frotaban las manos para una ensambladora de autos y camiones, fábricas de papel de bagazo de caña, de celulosa, laminadoras de vidrios y un molino harinero. El crecimiento manufacturero entre 1950 -1957 registró un aumento de 28,7%.
¿Qué hizo tan atractivo este flujo inversionista? El desmantelamiento del movimiento obrero independiente. La anulación de conquistas laborales. La rebaja de salarios. El incremento de la masa de desocupados envileciendo el costo de la mano de obra.
La mayor parte de los capitales eran extranjeros no nacionales, aunque el saqueo al Tesoro Público, la expansión de la corrupción, el empleo de resortes gubernamentales permitió a Batista, conmilitones y testaferros iniciar una súbita capitalización. En los negocios que se hacían impuso una comisión entre el 30% y 40%. Estaban desangrando financieramente al país.
Sin embargo, lo invertido en tan óptimas condiciones no se correspondió con un descenso del desempleo. La ocupación laboral a mediados de los 50 tendió al estancamiento o a la disminución en correspondencia al crecimiento de la población económicamente activa. La situación rural se hizo más aguda con la restricción de la zafra azucarera. En 1958, de 6 669 134 habitantes, sólo dos millones constituían fuerza de trabajo: personas ocupadas el 65,2%; parcialmente ocupadas, 10,1%; ocupadas sin remuneración, el 7,10%; desempleados, el 16,4%.
A esos sectores se refería el emergente brote político social encabezado por Fidel Castro en el Primer Manifiesto del Movimiento 26 de julio: "A los que acusan a la revolución de perturbar la economía del país, les respondemos: para los guajiros que no tienen tierra no existe economía, para el millón de cubanos que están sin trabajo no existe economía, para los obreros ferrocarrileros, portuarios, azucareros, henequeneros, textileros, autobuseros y otros tantos sectores a quienes Batista ha rebajado sus salarios despiadadamente no existe economía y sólo existirá para todos ellos mediante una revolución justiciera que repartirá la tierra, movilizará las inmensas riquezas del país y nivelará las condiciones sociales poniendo coto al privilegio y la explotación".

Salvador E. Morales Pérez

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