Los números no ayudan a la derecha en Bolivia
Marcos Salgado
Cuando todavía faltaba contar el 20 por ciento de los votos del referéndum del domingo, el Sí al presidente Evo Morales superaba el 66 por ciento de los votos. Una abrumadora mayoría, inédita en la historia democrática latinoamericana. A pesar del esfuerzo mediático continental de presentar como saldo del comicio una Bolivia aún más dividida, los números revelan que el No al presidente prevaleció en apenas dos departamentos de la “media luna” boliviana, supuesto medio país alzado que, en rigor, apenas alcanza a los sectores de privilegio y las capas medias y altas de las ciudades capitales del oriente. Aunque el proceso de cambio en Bolivia se anota una victoria esperanzadora, los sectores desestabilizadores no cederán. Antes y después del cachetazo, dejaron claro que no aceptan las reglas de juego de la democracia. Está claro que la definición de “golpismo civil” que comenzó a utilizar el presidente boliviano es mucho más que una consigna electoral.
Aunque la política -y mucho menos los procesos de cambio profundo- nada se parecen a la matemática, muy de vez en cuando la contundencia absoluta de los números permiten entender procesos sociales. Sólo sucede cuando las mayorías construyen fenómenos unívocos, como las restas, las divisiones, las multiplicaciones y, en especial, las sumas.
Y las fracciones contundentes claro, como cuando se cuenta con dos tercios de un entero.
En su conversación del lunes último con su colega y amigo venezolano Hugo Chávez, el presidente Evo Morales dijo que el recuento oficial de los votos lo ponía en el umbral de “los dos tercios” de la votación. La mención a esa fracción que es sinónimo de mayoría absoluta en las democracias tradicionales no es casual. Es la misma fracción que lucían los “cívicos” de Santa Cruz en sus estandartes y escenarios cuando la Asamblea Constituyente se vio obligada a avanzar en la redacción de una nueva Constitución Política del Estado sin alcanzar los dos tercios de su composición inicial, precisamente por el sabotaje permanente al que los mismos “cívicos” y sus aliados sui géneris de la derecha parlamentaria la sometieron.
En ese momento -hablamos del último trimestre de 2007- se apropiaron del reclamo de las autonomías regionales como punta de lanza de su plan desestabilizador. No había que escuchar demasiado a los referentes de la media luna ni recorrer por demás las calurosas y venteadas calles de Santa Cruz de la Sierra para entender que el verdadero objetivo era (es) “tumbar al indio”, a la “chola de Chávez”, al de la “raza maldita”, al “fundamentalista aymara”: Evo Morales.
Algunos incautos -entre los que me cuento- creímos en aquellos días que aquella iniciativa, convenientemente apoyada en todos los terrenos por los Estados Unidos y articulada abrumadoramente por la inmensa mayoría de los medios de comunicación de masas podría llegar a tener éxito si seguía creciendo. Y tal vez así hubiera sido, de no ser por la decisión de Evo Morales de jugar a todo o nada y enviar al Congreso una ley de referéndum revocatorio para que sea el pueblo el que revalide o termine con los mandatos. Para que sea el pueblo el que decida. Aunque suena a consigna vacía tras décadas de salir de bocas oportunistas, neoconservadoras o fascistoides, no es ni más ni menos que eso lo que sucedió en Bolivia: el pueblo decidió, y vaya que lo hizo.
A la hora de entregar esta nota, con algo más del 80 por ciento de los votos contados, el Sí superaba -tal el anuncio de Evo- el 66 por ciento con tendencia clara a seguir creciendo. También se estrechaban las diferencias entre el No y el Sí en aquellos departamentos orientales donde las encuestas a boca de urna de las cadenas televisivas montaron una matriz que debe ser desmontada: medio mapa pintado de No, medio de Sí. Sí en la Sierra, No en el Oriente. Nada más lejos de la realidad de los números.
Repasemos el voto en la media luna supuestamente rebelde. En Pando, se impuso el Sí al presidente con el 52 por ciento, una tendencia irreversible cuando faltaban sumar un puñado de mesas; en Beni, el No se imponía con un abultado 68 por ciento, en un escrutinio sospechosamente estancado en el 41 por ciento de los centros de votación (recordemos que el recuento lo realiza cada corte electoral departamental, es decir, las mismas que realizaron los referéndum autonomistas ilegales); en Tarija, con la suma concluida, el Sí se ubicó en el 49,83%, 459 votos debajo del No. En Chuquisaca, todavía sin datos finales, la diferencia a favor del No era de cuatro puntos, y se encaminaba a otro empate cerrado como el de Tarija. Santa Cruz de la Sierra demanda un párrafo aparte.
En la tierra de la aristocracia boliviana, en esa ciudad trazada en anillos concéntricos a la coqueta Plaza Mayor hoy degenerada lastimosamente en el epicentro de la intolerancia, faltaba contar un cuarto de las mesas habilitadas y el Sí a Evo se ubicaba cerca del 40 por ciento. De no mediar una mano negra, se estima que en el cómputo final podría incluso subir algo más. Es un cuarenta por ciento histórico y valiente.
Histórico porque supera ampliamente el 33% que obtuvo Evo Morales en la presidencial del 2005. Valiente, porque no es fácil votar por el Sí cuando -con bates de béisbol y en turba agresiva- la temible Unión Juvenil Cruceñista “custodia” la puerta de las escuelas con la complicidad de la policía municipal, justo en las escuelas donde el voto de apoyo a Evo se pronosticaba mayor.
Valiente el voto de los indígenas chiquitanos de San Ignacio de Velasco, en el oeste de Santa Cruz, que votaron Sí el mismo día que sus médicos y educadores, cubanos ellos, fueron golpeados, secuestrados y abandonados en un paraje desolado por una banda a sueldo de los terratenientes locales, tal como lo adelantó el domingo la cadena Telesur y lo denunció luego la Coordinadora de Derechos Humanos de Bolivia.
En suma, el mapa de la división que presentaron los medios de comunicación privados el domingo por la tarde nunca fue tal. Los números pueden traducirse de forma simple: Evo Morales y el Sí a su continuidad arrasó por igual en ciudades, caseríos y campos de la sierra y el centro de la ciudad, y también recibió aval mayoritario en el interior de los departamentos del oriente. Allí sólo perdió en las ciudades capitales, en una derrota amplificada por los medios de desinformación y contrastada caprichosamente con la victoria de los prefectos, para generar la matriz de opinión de la Bolivia dividida, alegremente recogida luego por los medios hegemónicos del continente, que olvidaron Bolivia y su histórica elección apenas percibieron la contundencia de los números de la Corte Nacional Electoral.
Santa Cruz dividida, Bolivia no
Branko Marincovic, el multimillonario terrateniente y próspero empresario presidente del Comité Civico de Santa Cruz mascullaba bronca tras los resultados y pedía que el presidente “contara bien los votos blancos y nulos” antes de cantar victoria. Si lo pensó dos veces, se arrepintió de ese reclamo, igual, le tomamos la palabra, por aquello de las matemáticas y su siempre esquiva confluencia con la política.
Veamos. El referéndum de mayo último otorgó un 85 por ciento de aprobación a los estatutos autonómicos cruceños, pero con un “detalle” que no se puede soslayar: votó poco más de la mitad del padrón. Con un par de cálculos que no vamos a detallar aquí y con los datos de la votación del domingo en la mano, se explica el porque de tal deserción: los que no votaron y los que votaron contra los estatutos en mayo son el 40 por ciento del domingo. Los valientes del domingo en Santa Cruz. Un gobernante que se llena la boca de democracia y pueblo, como el prefecto local Rubén Costas, debería tener en cuenta estos datos. Debería entender que si hay algo que está dividido casi al medio no es el país sino su propio departamento. Pero no.
El mismo domingo por la noche, en una plaza mayor no muy llena y calculando la hora de su discurso para que coincidiera con el de Evo Morales, Costas se mostró intransigente y reeditó sus piezas más intolerantes y racistas (volvió a calificar de “macaco mayor” al presidente de Venezuela Hugo Chávez y habló del “fundamentalismo aymara” para referirse a al proyecto de Constitución Política del Estado), también ratificó que su estatuto autonómico es innegociable. A la misma hora en La Paz, el presidente Evo Morales -ratificados por los dos tercios de los bolivianas y los bolivianos- desde la Plaza Murillo llamaba a los prefectos opositores a compatibilizar el proyecto de Constitución con los estatutos votados por las mayorías relativas que ya remarcamos. Mientras tanto, en las otras regiones los prefectos opositores ratificados rayaban la cancha con el mismo tono pendenciero.
Así, tanto Evo Morales como los prefectos mostraron sus cartas para el panorama que se viene. “La oposición debería entender el mensaje del pueblo, pero no lo harán, no les interesa”, decía en la noche del domingo un dirigente del MAS de Santa Cruz, batallando entre la felicidad y el escepticismo. Pero la idea resume buena parte de lo que viene en el Bolivia, el país más pobre de la América continental y a la vez desde ahora -quién puede dudarlo honestamente- el de mayorías más categóricas.
Lo que viene
Ya sabemos que la oposición virulenta, encarnada acabadamente en los cívicos pero también en los medios de comunicación privados, no aceptarán el convite de un diálogo serio. Buscan “tumbar al indio” para mantener sus privilegios, en el medio no hay nada.
Pero el gobierno de Evo Morales no puede bajar los brazos en esa negativa, debe encarar una tarea titánica.
Por un lado, debe encontrar la forma de neutralizar el golpismo civil y arrebatarle las banderas en la cual estructuran su discurso mediático: las autonomías y el nuevo caballito de batalla: el impuesto directo a los hidrocarburos, resignificado por los medios como el gran problema de la liquidez de las prefecturas, mientras en rigor se trata de una redistribución de los ingresos que busca beneficiar a los más postergados.
Precisamente, eso lo más importante y ese el segundo gran desafío: seguir adelante con la prioridad que bien definió el presidente el domingo: combatir la pobreza extrema. Se viene de tan atrás que todos los esfuerzos son todavía pocos. Evo lo sabe mejor que nadie, y los pobres de toda pobreza saben que él lo sabe. Y le creen. Para el que no lo crea, están las matemáticas.
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