En Miami parece abrirse una posibilidad sin precedente para que la comunidad cubanoestadounidense logre liberarse de la situación de tenso enfrentamiento y odio contra su patria -natal o de sus ascendientes- impuesta por el sector más recalcitrante del exilio cubano en los Estados Unidos.
Según indicación de las encuestas, tres candidatos del partido demócrata pudieran derrotar en las elecciones de noviembre próximo a Lincoln Díaz Balart, su hermano Mario Díaz Balart y a Ileana Ros Lehtinen, actuales representantes en la Cámara por el partido republicano que son las tres más emblemáticas figuras de aquello que se conoce como la mafia “batistiana” de Miami.
Los tres están estrechamente ligados por sus nexos familiares y orientación política con la tiranía de Fulgencio Batista, derrocada por la insurrección popular armada que hace medio siglo abrió el camino para la toma del poder por la revolución liberadora. sicario
Cuando en enero de 1959 comenzó el arribo a Miami de gran cantidad de corruptos políticos y funcionarios de la tiranía derrotada en Cuba, con maletas llenas de dólares robados al tesoro público, llegaron con ellos cientos de jefes militares y sicarios policiales adiestrados para la represión del pueblo, la tortura y el asesinato.
Unos y otros constituyeron el germen de lo que habría de convertirse en la poderosa mafia batistiana del sur de la Florida que llegaría a desempeñar durante los últimos cincuenta años un papel importante como instrumento de la política exterior de Washington respecto a Cuba.
Entrenados y financiados por la CIA y otras instituciones del gobierno de Estados Unidos en las artes de la subversión y el terrorismo para utilizarlos contra el nuevo gobierno de la isla, esos grupos comenzaron imponiendo desde 1959 métodos de terror para manipular a la población inmigrante de cubanos que seguía creciendo por motivos diferentes a los iniciales.
Primero, fueron los afectados por expropiaciones derivadas de las reformas sociales introducidas por la revolución y aquellos a quienes ésta interrumpió sus proyectos de escalar socialmente.
A continuación, la migración propia de todo país pobre hacia el vecino rico, en el caso de Cuba incentivada por un bloqueo económico orientado a provocar hambre y miseria, apoyado en un complejo legislativo y propagandístico diseñado para estimular el éxodo ilegal con fines políticos.
Esa mafia cubana, como testaferro de la política exterior de los Estados Unidos, protagonizó un sinnúmero de actos terroristas y tomó parte en numerosos crímenes políticos, tanto en Cuba y Estados Unidos como en otros países de América Latina y Europa.
Se involucró en maniobras electorales y escándalos políticos en varios países latinoamericanos y, en los propios Estados Unidos, se le sabe participante en el escándalo Watergate y el fraude comicial de la Florida que dio la presidencia a George W. Bush en el año 2000. También se le supone implicada en el magnicidio de John F. Kennedy y en los hechos del 11 de septiembre de 2001.
Cuando el sector más ultra reaccionario del espectro político estadounidense logró el dominio del panorama público del país -a partir de la llegada a la presidencia de Ronald Reagan- se dieron las condiciones para que la mafia “saliera de la clandestinidad” y comenzara para sus representantes más manipulables un proceso de legitimación en el establishment.
Gradualmente primero, y aceleradamente durante el gobierno de George W. Bush, se fueron ubicando miembros de la mafia de Miami en altos cargos de en el Congreso, la administración del Estado, el sistema de justicia, el servicio exterior y otros puntos estratégicos del establishment, tanto a nivel nacional en Washington como a nivel del estado de la Florida.
La extrema derecha neoconservadora estadounidense mostró interés en que el liderazgo de la comunidad hispana fuera asumido por los cubanoamericanos que, bajo control de los “batistianos”, ha sido considerado un contingente más homogéneo y manejable en su proceder político que las otras representaciones de inmigrantes hispanos, caracterizadas por su diversidad de orígenes, razas, etnias e intereses.
Sin embargo, para que los cubanoamericanos pudieran ejercer el papel conductor de los “caucus” hispanos que se les quería asignar, debían corregir la imagen obcecada y violenta de sus dirigentes batistianos cuyas posiciones políticas extremas respecto a los nexos con Cuba chocaba con la corriente continental de apoyo a la revolución en la isla y, evidentemente, tal contradicción no pudo superarse en el contexto de los intereses neoconservadores.
Todo indica que el reino de los legatarios batistianos se viene abajo en Miami. La transición política de la comunidad cubana en Estados Unidos -de la contrarrevolución a la convivencia- pudiera tener su inicio en noviembre próximo.
Manuel E. Yepe
La Jiribilla
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