Democracia: poder del pueblo. Democracia: separación de poderes. Democracia: igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. Democracia: garantía de los derechos y libertades fundamentales de los ciudadanos. Democracia: respeto de los derechos humanos. Democracia: respeto a la voluntad de los ciudadanos. Democracia: respeto por la pluralidad y la diversidad cultural y política. Todo esto es, debe ser, necesariamente la democracia. La democracia no es sólo tener una constitución que garantice las libertades individuales, ni dar el voto cada cuatro años a los ciudadanos. Tampoco es democracia tener un sistema de garantías jurídicas que quede escrito negro sobre blanco. La democracia es tener eso, sí, pero no para adornar las estanterías de los más lujosos armarios ubicados en los lugares más señalados de las instituciones del estado, sino para que los ciudadanos puedan hacer buen uso de ello. La democracia es tener todo eso –derechos y libertades individuales- pero para poder aplicarlo también por ley en favor de los derechos y la voluntad del pueblo, en favor de la igualdad de oportunidades y el escrupuloso respeto a la ley, que a su vez debe guardar un escrupuloso respeto por los derechos humanos. La democracia, por tanto, no debiera ser entendida como un sistema político más, sino más bien como la natural expresión del hombre como ser social, en su afán de buscar el reconocimiento de sus derechos y el respeto a su libertad, así como la garantía de su plena existencia entre sus conciudadanos. Esto nos lleva a preguntarnos hasta qué punto son compatibles el consumismo-capitalismo actual, tal y como se viene desarrollando, con la democracia. Parece evidente que un sistema sociopolítico como el nuestro, donde una clase dirigente controla y maneja todos los resortes del poder político y económico, a la vez que impone un modelo de producción explotador, así como un modo de vida y de pensamiento alienado para las clases no dirigentes, difícilmente puede casarse con un concepto amplio de democracia. No seré yo ni el primero ni el último que defienda esta perspectiva (1, 2, 3). Como bien dice G.K. Chesterton en su texto “Democracia y Capitalismo” “la modernidad no es democracia. La maquinaria industrial no es democracia. Dejar todo en manos del comercio y el mercado no es democracia. El capitalismo no es democracia. Está más bien en contra de la democracia por su sustancia y sus tendencias”.
II
Pero, sin embargo, si hay algo donde la idea de libertad ha quedado arraigada con fuerza en la mente de los ciudadanos de esta sociedad consumista-capitalista, donde con más virulencia desde el poder establecido se ha pretendido hacer llevar al pueblo la idealización de una verdadera libertad, eso es, sin duda, mediante su vinculación con la supuesta democracia reinante en el capitalismo. La democracia es, a día de hoy, el valor fetiche por excelencia para lanzar a las masas en defensa del sistema socio-político y económico establecido. Democracia y capitalismo se presentan siempre como una misma cosa, como una misma dualidad de términos inseparables el uno del otro, tanto que se hace creer que no puede haber capitalismo sin democracia ni, por supuesto, democracia sin capitalismo. No quieran buscar ustedes un sistema político y social que respete la libertad del individuo, la democracia, más allá del ámbito capitalista, pues no conseguirán, según nos dicen, encontrarlo.
III
Sin embargo, el propio profeta del capitalismo Francis Fukuyama en su famoso libro “El fin de la historia y el último hombre” ya reconoce que el capitalismo donde mejor y más eficientemente ha funcionado ha sido en aquellos países donde la libertad individual brillaba por su ausencia[1]. Países como el Chile de Pinochet, o los grandes tigres asiáticos (Corea del Sur, Taiwán, Singapur, Hong Kong, Tailandia, Malasia, Indonesia, etc.) pudieron tener el vertiginoso aumento en los índices económicos que tuvieron, gracias, sobre todo, a que eran países gobernados por regímenes autoritarios, donde los gobernantes imponían sus medidas capitalistas con mano de hierro, y donde las clases trabajadoras no tenían ningún tipo de derechos laborales, ni de garantías sociales. A eso, a sacar tajada de la explotación casi esclavista de las condiciones de vida y trabajo de la población, lo llamaron los economistas “el milagro asiático”. Cada uno de estos países que durante décadas se presentaron al mundo como ejemplo de la superioridad moral, política y económica del capitalismo frente al socialismo (por el vertiginosos crecimiento económico que desarrollaron en un breve periodo de tiempo) tuvo, o aún tiene, un gobierno autoritario. Corea del Sur, por ejemplo, tuvo un régimen militar. Singapur un dictador con un partido de estado. Tailandia y Malasia han tenido sendas monarquías autoritarias. Indonesia durante más de cuatro décadas ha sido gobernada también por un dictador. Taiwán igualmente tuvo un gobierno autoritario que gobernó el país por más de cinco décadas. Arabia Saudita, Kuwait, o la misma China de hoy (convertida en este sentido, aún con sus peculiaridades, en un país prácticamente capitalista), son también buena muestra de cuan efectivo puede ser combinar en un mismo cóctel capitalismo y ausencia de libertades y derechos de la población. Sin un sistema legal que regule las condiciones laborales, un sistema de regulación jurídica que imponga unos mínimos legales a respetar por los propietarios de los medios de producción, el capitalismo tiene vía libre para desarrollarse, pues los costes de producción serán cada vez menores mientras que los beneficios, en consecuencia, sobre todo si los productos generados por esa economía están destinados a la exportación, serán cada vez mayores. Pero esta evidente combinación entre progreso capitalista y totalitarismo no es óbice para que desde el poder establecido se siga haciendo llegar a la población occidental la idea de que capitalismo y democracia son una misma cosa.
IV
Y aunque las clases dominantes pueden llegar a admitir que tal vez existan países que siendo capitalistas no son democráticos, lo que nunca, lo que bajo ningún concepto, llegarán a aceptar, es que la ciudadanía puedan creer que existan países que siendo democráticos no sean capitalistas. Todo país democrático, nos dicen, debe ser inevitablemente capitalista. Más allá de capitalismo liberal no puede existir la democracia. Por ello, todo aquel país que ose criticar el normal funcionamiento del sistema capitalista, aun cuando lo haga partiendo de la llegada al poder de sus dirigentes por la vía del sistema parlamentario tradicional, es automáticamente calificado de antidemocrático (El Chile de Allende,la Venezuela de Chávez, el Ecuador de Correa, la Bolivia de Morales, la Nicaragua de Ortega, la España de la segunda república, etc.). Sus líderes son tachados de totalitarios, y sus revoluciones presentadas al pueblo como un ataque directo a la libertad, los derechos y las aspiraciones de los ciudadanos. No importa si esos países se anclan sobre la base de un ordenamiento jurídico absolutamente respetuoso con las libertades individuales, o si sus altos cargos han sido elegidos por un proceso de sufragio universal libre. Tampoco es importante si respetan la pluralidad política e ideológica, la división de poderes o si, en concordancia con la idea de la democracia como “poder del pueblo”, están tratando de desarrollar modelos de representatividad del poder que acerquen el funcionamiento de las instituciones a la actividad del pueblo. El simple hecho de cuestionar el sistema liberal burgués los excluye automáticamente del mundo democrático. Así no es dicho.
V
La democracia se identifica por ende con el modelo liberal burgués capitalista, y todo aquello cuanto no entre dentro de estos límites queda desplazado automáticamente hacia el terreno de lo antidemocrático. Nadie que aspire a ser considerado demócrata se atreverá a cuestionar en público la democracia burguesa, a repudiarla o a situarla como régimen enmarcado dentro de unos intereses de clasey destinado a responder a tales intereses. Quién ose hacer tal cosa será ridiculizado, apartado, denigrado, presentado en última instancia como un enemigo de la libertad.Los disidentes, insurrectos o descontentos “oficiales” creen tener apenas el derecho de hacer enmiendas a la democracia burguesa. Reproches a la democracia, paños calientes, retoques para mejorar su funcionamiento, reformas incipientes o discretas a ella para moderar sus iniquidades sociales o hacer más llevaderos sus abusos. De allí no pasa la crítica si uno quiere seguir formando parte del selecto grupo de los “demócratas”. Todo el mundo tiene que reconocer que la democracia política y el capitalismo son inseparables la una del otro, y, ambos, en conjunto, los pilares de una sociedad verdaderamente libre, no caben medias tintas ni disidentes entre los demócratas; o estas conmigo o estas contra mí; o eres un defensor del capitalismo liberal o eres un anti-demócrata. Por eso los partidos de izquierdas mayoritarios en las sociedades occidentales (partidos socialdemócratas) han tenido que abrazar el capitalismo, así como los sistemas comunistas que se han desarrollado a lo largo del mundo, con su renuncia del capitalismo, nos dicen, tuvieron también que renunciar a la democracia. No había, ni hay, posibilidad de un punto intermedio; esa es la idea que fluye incesante a nuestro alrededor.
VI
Es decir, no se puede pretender que haya un sistema político y social que renegando del capitalismo sea también intrínsecamente democrático, así como, en consecuencia, no se puede pretender que haya personas que renegando del capitalismo puedan ser intrínsecamente demócratas. Capitalismo y democracia -nos dicen- son los dos pilares ideológicos capaces de traer prosperidad y libertad sin precedentes al mundo, y todo lo que no sea una combinación eficiente de ambos factores es un error, pues cualquier otro modelo político, económico y social está condenado al fracaso, amén de atentar directamente contra las libertades de los ciudadanos. Esta es la idea que desde el poder establecido se hace llegar a la ciudadanía. De esta manera, mediante esa identificación que la población hace de la libertad y la democracia, así como de la democracia con el capitalismo, las clases dominantes se garantizan que finalmente se acabe por vincular la idea de libertad con el capitalismo y, consecuentemente, que los ataques al capitalismo sean interpretados por los individuos receptores de tal mensaje como si directamente se tratase de ataques a la libertad individual de sus personas. Con ello, lo que en origen no es más que un ataque a los intereses políticos y económicos de una clase dominante, acaba por ser concebido por parte de los miembros de las clases dominadas como un ataque a los intereses particulares del ciudadano, en la máxima expresión de ese vinculo, degradante pero emocional, que es la alienación, y que en última instancia tiene como consecuencia que los ciudadanos de las clases dominadas acaben por vincular sus intereses particulares con los intereses de las clases dominantes, alcanzándose así el objetivo buscado por las clases dominantes en su afán por perpetuarse en el poder social, político y económico.
VII
Pero este objetivo no se consigue dejando los flujos ideológicos a la deriva de ninguna mano invisible. En ello los medios de comunicación de masas, propiedad de la alta burguesía de manera directa o indirecta, juegan un papel fundamental. Los medios de comunicación de masas, por ejemplo, influyen sobre el comportamiento y el pensamiento de las personas, modificando sus modos de vida, sus elecciones racionales, sus costumbres, sus hábitos consumo, así como actúan directamente en la formación de lo que se denomina como “opinión pública”. Es ahí, en la formación intencional de la “opinión pública”, precisamente ahí, donde capitalismo y democracia se presentan como una misma y única cosa, donde los ciudadanos de las clases dominadas hacen suyos los intereses de las clases dominantes, vinculándolos, para ejercer su defensa consciente o inconsciente, con el ideal democrático. Al ser percibidos por el sujeto común estos medios de información como portadores de verdades objetivas, especialmente en sus apartados informativos de noticias, las afirmaciones, patrones culturales o códigos simbólicosque de ellos emanan, son aceptados como si se tratase de la verdad en sí misma, como si no fuera posible dudar de su validez. Lo que se dice en los informativos de los medios de comunicación es palabra de Dios. Los medios de comunicación son como la Biblia de la nueva religión consumista-capitalista. Así se consigue que esto influya con seguridad sobre la manera de actuar o de pensar de las personas, pues con ello se logra modificar la forma en que los hombres conocen y comprenden la realidad que los rodea. El sujeto acepta como reales y considera importantes sólo aquellos acontecimientos que muestran las cámaras de televisión, que son elementos de portada en los diarios principales, o que ocupan espacios en las tertulias radiofónicas. Se convierte al sujeto en un miembro más de la cultura de masas, a la vez que se le va manipulando la información según interese a los propietarios de dichos medios, que no son otros que los propios miembros integrantes de las clases más favorecidas de la sociedad. Toda información política o económica que reciban a través de ellos irá siempre en la línea de relacionar en una misma cosa capitalismo y democracia.
VIII
Además, para ello, los medios de comunicación de masas generan matrices de opinión que deben ser aceptadas (y de hecho lo son) como una verdad indudable por parte de la ciudadanía. Para generar una matriz de opinión se requiere comunicar masivamente, todos los días y en todos los periódicos, emisoras de radio y TV posibles, de unadeterminada comunidad, una idea o un pensamiento específico (sin importarque sea una simple conjetura o especulación) con el tono y de la formaconveniente para que las personas de dicha comunidad, al ser bombardeados demanera incesante por los medios de comunicación, crean vehementemente enello hasta el punto de ni siquiera preguntarse si será cierto o no. En pocaspalabras, tal y como dice el proverbio popular: “Una mentira dicha milveces, se convierte en verdad”[2]. Es decir, cuando existe algún tipo de acontecimiento social, político, económico o mediático en el mundo que pueda poner en peligro el normal funcionamiento de los intereses de las clases dominantes, la transmisión de información es puesta inmediatamente al servicio de la defensa de estos intereses, haciéndose llegar los hechos a la ciudadanía de tal manera que no supongan problema alguno para los objetivos propuestos en su modelo ideal de sociedad por las clases dominantes, cuando no directamente siendo silenciados (en caso de no poder ser convenientemente manipulados) o interpretados de tal forma que acaban siendo banalizados y puestos al servicio de sus intereses. Una misma noticia puede ser tratada en aparente pluralidad por diversos medios de comunicación que, también en apariencia, responden a diferentes orientaciones políticas, y, sin embargo, estar diciéndote una misma cosa sobre un determinado tema, tal cual es el interés de las clases dominantes en relación con ese tema. La supuesta pluralidad de los medios no es tal cuando de defender los intereses políticos y sociales de las clases dominantes se trata. Por más que los matices que se den en los diferentes medios puedan ser de una manera u otra, el análisis de fondo de determinadas informaciones que puedan poner en peligro el funcionamiento de la sociedad consumista-capitalista es siempre el mismo. Y la matriz de opinión que identifica democracia con capitalismo es la más constante de todas cuantas son lanzadas por estos medios de comunicación de masas, pues es ella el soporte en que se amparan las matrices de opinión de contenidos concretos que vienen y van por estos medios a medida que la situación política, económica y social de la actualidad mediática lo va requiriendo.
IX
La divergencia informativa puede existir en temas políticos o sociales que afecten a un nivel interno la vida de un determinado país capitalista, donde partidos conservadores y socialdemócratas se alternen en el poder, pero se anula por completo cuando lo que está en juego es la defensa del sistema socio-económico vigente o los intereses de las clases dominantes que lo publicitan y sustentan. Por ejemplo, en el caso del estado español, los diferentes medios de comunicación pueden diferir entre ellos al tratar asuntos relacionados con la política partidista interna, y unos pueden estar más cercanos al PP y otros al PSOE, se podrán enfrentar entonces en guerras mediáticas en asuntos como la “teoría de la conspiración del 11-M” o temas similares, pero, sin embargo, defenderán siempre la misma matriz de opinión cuando de temas relacionados con los procesos revolucionarios que se están dando en países como Venezuela, Ecuador, Bolivia, Cuba, etc., se trata (países donde los grupos oligárquicos que controlan los medios de comunicación españoles tienen intereses económicos que son cuestionados y puestos en peligro por estos gobiernos revolucionarios). Unos podrán darle un matiz a la información y otros le darán matices diferentes, ser más o menos agresivos con su tratamiento, pero todos, absolutamente todos, defenderán la idea de que estos procesos y sus líderes son intrínsecamente malos, y por ello negativos respecto del modelo socio-político que existe en el estado español. Si algunos de estos estados decide tomar algún tipo de decisión política que afecte a los intereses de las multinacionales españolas que operan en esas naciones, absolutamente todos estos medios darán un tratamiento a la información que presente al líder político en cuestión como un sujeto detestable, autoritario y corrupto, un gobernante que está atacando de manera déspota los intereses de todos los ciudadanos del estado español, pero ninguno de ellos entrará a valorar si realmente estas decisiones responden a una necesidad del estado en cuestión, o a una reacción frente a las prácticas abusivas de las multinacionales españolas en esos países. El juicio ya está escrito de antemano y es presentado al ciudadano del estado español como una verdad indudable. Un ejemplo evidente de esta estrategia lo podemos encontrar en el tratamiento que los medios de comunicación españoles dieron al enfrentamiento verbal que protagonizaron el presidente de la República Bolivariana de Venezuela (Hugo Chávez) y el actual jefe del estado español (Juan Carlos de Borbón). En todos los medios de comunicación españoles generalistas de radio, prensa y televisión, aún cuando pudieran darle un matiz u otro a la información, el tratamiento fue el mismo. Aún cuando es evidente que el Señor Borbón (qué se sepa jamás fue votado por nadie) actuó de una manera absolutamente impropia para lo que se debe esperar en un Jefe de Estado, mandando a callar de manera absolutamente tabernera al jefe de estado de Venezuela (votado por más del 60% de los venezolanos que participaron en las elecciones presidenciales), fue el señor Chávez quien fue en todo momento tratado como un tirano, un déspota, un dictador, un represor y un opresor de su pueblo, mientras que el Rey de España (por la gloria de Franco) fue en todo momento ensalzado y revalorizado como defensor de la libertad y máximo exponente de la democracia. Da igual el medio de comunicación –de entre los tradicionales y mayoritarios- que escogiésemos en aquellos días, el trato fue absolutamente el mismo: el uno –Chávez- es un dictador irrespetuoso, el otro –Juan Carlos Borbón- un demócrata de toda la vida. Sin embargo, curiosidades de la vida, el dictador fue elegido por el pueblo en libre votación, mientras el demócrata fue escogido a dedo por un caudillo fascista y nunca más cuestionado en su cargo. Pero como los medios de comunicación sólo dicen verdades y dan un tratamiento objetivo de la información, esta fue la idea que caló de manera absolutamente generalizada entre los ciudadanos del estado español. Nuevamente la dualidad capitalismo-democracia, en este caso representada en la figura del Rey de España, salía victoriosa de cara a la “opinión pública” frente a esos otros valores dictatoriales y antidemocráticos que representa Chávez. Igual que en este suceso, ocurre con cualquiera de la información que desde estos medios diversos, ya sean cercanos al PP o cercanos al PSOE, ya sean más o menos conservadores o “progresistas”, se da sobre Chávez o cualquier otro líder revolucionario mundial, como se puede comprobar con el tratamiento que se dio a la información en los sucesos del golpe de estado de Abril de 2002, en el “cierre” de la cadena de televisión RCTV, los acontecimientos del paro petrolero de 2003, la campaña para el referéndum de reforma constitucional del 2 de Diciembre de 2007, o más recientemente los sucesos acontecidos en Bolivia o el reciente referéndum constitucional en Ecuador, por no hablar de cualquier información que tenga como contenido a Cuba.
X
Además de esto, los medios de comunicación de masas son utilizados también por las clases dominantes para mantener entretenidos a los ciudadanos y alejados de pensamientos críticos y de potenciales deseos de cambios políticos amplios en el sistema socio-económico vigente. No sólo se difunde a través de ellos toda matriz de opinión relacionada con la vinculación entre capitalismo y democracia como si de verdades absolutas en sí mismas se tratasen, sino que además se proporciona al espectador, lector u oyente –especialmente en el medio con mayor repercusión social: la televisión- una programación de baja calidad cultural, de nula estimulación crítica y de absoluta falta de consideración revolucionaria, para que nada de esto pueda poner en duda la veracidad de la información emitida mediante las diversas matrices de opinión. Como bien dice José Javier Esparza[3] , autor que no es precisamente sospechoso de ser de izquierdas, con los medios de comunicación de masas “No sólo no se ha accedido al conocimiento del mundo, sino que cuanto más se pretende aumentar la audiencia de un mensaje, menor es el nivel cultural de éste. Existe una proporción inversa entre la altura de los mensajes culturales y la cantidad de audiencia posible. Cuanto más elevado es el mensaje, menor es el número de gente que lo comprende. Cuanto más audiencia se quiera tener, menor habrá de ser el nivel del mensaje (…) El resultado lo conocemos bien: pesa más, cuantitativamente, la opinión de un actor o un presentador de concursos, que la de un catedrático, un filósofo o un científico, y no en razón de la personalidad del sujeto, sino en razón de su función social, que es la amable tarea de divertir al personal. ”. ¿Será, acaso, que es precisamente eso lo que se busca con los medios de comunicación de masas? La respuesta me parece evidente: los medios de comunicación de masas en esta sociedad nuestra consumista capitalista, donde reina por doquier, según nos cuentan, la democracia plena y la libertad, no sólo manipulan y engañan, sino que, además, y tal vez sea esto lo que resulta más preocupante (pues es la base sobre la cual se puede alegremente engañar y manipular al personal) idiotizan. Sólo los idiotas se pueden dejar engañar y manipular sin rechistar, salvo que previamente nos hayamos dejado llevar por la confianza, lo cual, viendo como está el panorama, sería aún más preocupante que ser un idiota total y no saberlo. ¿O cómo llamarían ustedes a quienes todavía hoy siguen confiando en los medios de comunicación como fuentes imparciales de la verdad objetiva? Yo les pondría el mismo calificativo que a aquellos que siguen pensando que capitalismo y democracia son una única y misma cosa, del todo inseparable. Como poco “inocentes”.
Pedro Antonio Honrubia Hurtado
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[1] Véase también el artículo de Robert B. Reich “¿Por qué el capitalismo está matando a la democracia?”. Lo pueden encontrar aquí:
http://www.ilhn.com/blog/2007/11/27/de-como-el-capitalismo-esta-matando-la-democracia/
[2] http://www.aporrea.org/actualidad/a7120.html
[3] José Javier Esparza. Contradicciones y abismo de la comunicación de masas. Pueden encontrarlo aquí: http://foster.20megsfree.com/102.htm
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