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domingo, octubre 27, 2019
Margarete Buber-Neumann. Del estalinismo al anticomunismo
Militante comunista alemana de primera línea, compañera del legendario Heinz Neumann, uno de los principales dirigentes del partido comunista en los tiempos que anteceden el desastre de la victoria nazi…Este desastre obligó a ambos exiliarse en Moscú. Tras pasar por España con las Brigadas Internacionales, a su regreso a Moscú el matrimonio sufrió las purgas de Stalin. Heinz fue ejecutado y Margarete, enviada a Siberia. Cuando en 1939 se produce el pacto germano-soviético entre Stalin y Hitler, el primero le facilitó al Führer un buen número de las fichas de los militantes comunistas que había en Alemania. También entregó a la Gestapo a algunos comunistas exiliados en la Unión Soviética, entre ellos a Margarete Buber-Neumann. Del campo de concentración de Siberia pasó al campo de concentración de Ravensbrück.
Sus memorias Prisionera de Stalin y Hitler escribió Margarete Buber-Neumann fueron ya publicadas en los años sesenta, y no hace mucho, por el círculo de Lectores como parte de una política de “recuperación” orientada por el inefable Antonio Muñoz Molina. Ahora aparece una nueva obra sobre ella: El pacto de los asesinos, del muy oportunista escritor francés Max Gallo que lo hace la colección Alianza LiterariaAntes de que os la expliquen ellos, quizás convendría que la contáramos nosotros…
La historia de Margarete Buber-Neumann (Postdam, 1901-Francfort, 1989) es la de una militante comunista que hasta entonces no se había cuestionado el significado del estalinismo, antes al contrario, participaba en él con toda su buena fe de militante probada que había viajado como funcionaria de la Internacional. Perteneciente a una familia de clase media, debe su primer apellido al más ilustre de todos los Buber, Martin 1/, el célebre autor de Camino de Utopía, con cuyo hijo había estado casada y con el que había tenido dos hijos. Afiliada al Partido Comunista alemán en 1926, donde pronto alcanzó una notoriedad, sobre todo por su relación con uno de sus líderes más reputado, Heinz Neumann (Berlín,1902-Moscú, 1937), que le dará su segundo apellido. La historia de ambos se confunde… Heinz era lo que en términos leninistas clásicos se entiende por un auténtico “profesional de la revolución”, un militante a toda prueba que desarrolla actividades de extraordinario valor en el más absoluto anonimato, un profesional riguroso que por ejemplo merece el respeto del exigente León Trotsky que en uno de sus más importante trabajos, La Internacional Comunista después de Lenin 2/ pondrá en solfa a todo su equipo dirigente, y lo cita sin cuestionarlo, posiblemente porque lo creía recuperable.
Heinz, que fue conocido por numerosos seudónimos (Gruber, Octavio, “Octavio Pérez, Karl Bieler, etc), pertenecía también a una familia burguesa. Estudió Filología en Berlín y siendo estudiante ingresó tempranamente en partido comunista de Alemania (1920). Pronto destacó como colaborador en la prensa del partido, y trabajó al lado de sus más importante dirigentes de entonces como Heinrïch Brandler y August Thalheimer, que serían desde la segunda mitad de los años veinte contrarios a su rusificación-estalinización desarrollada con el “nombre artístico” de “bolchevización”, término que escondía la pérdida total de una independencia que le llevó a protagonizar toda clase de debates en la Internacional.
Como delegado alemán, Heinz tomó parte tanto en IV Congreso de la Komintern en 1922, (el último marcado por la fuerte presencia de Lenin y Trotsky) así como en el V (1924) y en el VI (1928). Igualmente fue el principal representante comunista alemán ante la más altas instancias de la Internacional (CEIC) entre 1925 y 1927, año en el que fue enviado a China junto con V. Lominadse como consejero del CC del partido comunista de China. Como tal sobresalió junto con Lominadzé en el desencadenamiento de la Comuna de Cantón (11-14 de diciembre de 1927), formando parte del ”soviet” dirigente que seguía las directrices del Komintern, y que acabó trágicamente en una derrota histórica, que fue determinante para el curso ulterior de la revolución china 3/. A principios de los años treinta existía alrededor de Neumann una leyenda, y como tal evocaban su nombre algunos comunistas ilustrados de la época como el madrileño Quique Rodríguez que lo reconocía como uno de los autores de la obra colectiva La insurrección armada 4/, una de las más emblemáticas del llamado “tercer periodo”, de carácter izquierdista con el que tanto se identificó Neumann.
Heinz regresará nuevamente a Alemania con el objetivo de ayudar a Ernest Thäelmann, y aplicar la política del “tercer periodo” de Stalin. Convencido partidario de la línea oficial, Neumann jugó con toda su buena fe un papel destacado en la estalinización del partido alemán entre 1928 y 1931. Luego será uno de portavoces del partido como diputado en el Reichstag de 1930 hasta1932, mientras mantiene su cargo en el Komintern. No obstante, como era de esperar más tarde o más temprano, un comunista con pensamiento propio como Neumann, tuvo que comenzar a criticar la política de Thäelmann (el verdadero “hombre de Stalin” en el partido), por lo que fue destituido de sus puestos de dirección, y llamado a Moscú en 1932. Dado que sus críticas se atienen en lo fundamental a la situación alemana, Heinz y Margarete son enviados a trabajar en España (1932-1933) con la dirección kominteriana del PCE, actividad sobre la que más tarde Margarete ofrecerá su testimonio en su libro sobre el Komintern.
Detenido en Suiza a finales de 1934, Hitler pedirá al gobierno suizo la extradición a Alemania (26.12.1934). Por su parte, Neumann solicitó asilo político en la URSS y lo obtuvo a finales de 1935 gracias a la intervención expresa Stalin. Por una propuesta del viejo bolchevique Piatnitsky 5/, Neumann fue incluido en la delegación del CEIC a Brasil en calidad de consejero político del líder comunista Luis Carlos Prestes que preparaba una rebelión contra la dictadura de Getulio Vargas. 6/ Junto con su esposa Margarete recibió una preparación especial, a tal efecto (1935). En julio de 1935 recibió los documentos necesarios y las instrucciones de Piatnitsky, e incluso escribió un folleto sobre Prestes con el seudónimo “Octavio Pérez”, el mismo que había utilizado en España. Sin embargo, tras la caída de Piatnitsky, los planes sobre Brasil fueron cancelados. Neumann era ya un sospechoso por su probada independencia de criterio y en su radicalidad antinazi (Margarete lo describe en España obsesionado por leer todo lo que llegaba desde Alemania) en un momento en que Stalin preparaba el terreno de un pacto con Hitler. No tardó en ser detenido y fusilado bajo la acusación de “trotskista” y de “conspirar contra la revolución” (26.4.1937). De hecho, se trataba de una muerte anunciada.
Cuando emprendieron el viaje a Moscú en mayo de 1935, Heinz no se llamaba a engaño. Sabía lo que estaba ocurriendo, y le había comentado a Margarete «Quizá vayan a detenerme en Leningrado». A su llegada al hotel Lux de Moscú, pudo vislumbrar como el clirnax de sospecha y detenciones que se había apoderado reinaba en la URSS se había extendido también entre los emigrados. En este ambiente, el contar con una página de desavenencia era prácticamente un certificado de muerte. «En Moscú, la atmósfera era asfixiante», escribirá Margarete que sobrevivirá pero que conocerá su particular descenso a los infiernos.
Margarete a la que Arthur Koestler define en sus Memorias como “una mujer de baja estatura de cabello negro, vivaz y alegre”, era la fiel compañera de Heinz, pero no un cuadro político recocido y la dejaron. Durante meses estuvo vagando de una prisión a otra, investigando sobre el destino de Heinz junto con centenares de esposas y madres desesperadas, que no entendían para nada lo que estaba ocurriendo. Poco a poco, en un ambiente de incertidumbre total –las víctimas eran por lo general antiguos revolucionarios, pero carecían de un perfila tan definido como el que poseían las víctimas del nazismo-, escuchando cómo las noticias sobre la desaparición de amigos y conocidos, algunos de ellos estalinistas probaos, como ella misma que hasta entonces no se había cuestionado. Sus únicas pertenencias estaban reunidas en una maleta guardada bajo la cama, dispuesta para cuando los agentes de la NKVD vinieran a por ella. Su ingenuidad era tal que cuando por la noche del 27 al 28 de abril de 1937 vinieron a por ella, no se asustó «en absoluto», estaba persuadida de que tenía que haber un malentendido. Los siguió en un lujoso Ford, camino del centro penitenciario de Lubianka. En su libro anota: «Mi reloj luminoso y el pensamiento de que en mucho tiempo no volvería a ver aquello fueron las últimas impresiones de libertad».
La pesadilla sin embargo, no había más que comenzar. La comitiva la conduciría hasta las largas colas existentes ante las puertas de las oficinas de las prisiones en Moscú que disponía el traslado de los prisioneros hasta los campos de trabajo en Siberia. Allí las condiciones de vida eran estremecedoras, pero a Margarete le quedaba conocer todavía otra vuelta de tuerca. El Pacto de No Agresión con el que los firmantes se repartían Europa oriental, (que Stalin creyó, y que Hitler utilizó para ganar tempo) entre la Alemania nazi y la URSS estalinista, sellada por Molotov y Ribbentrop de 1939 7/ contenía una cláusula que lo hacía más repulsivo si cabe. Era la que dictaminaba el regreso a su país de origen de los comunistas alemanes detenidos en las prisiones soviéticas. En el régimen nazi no había confusión, y para los comunistas no tenían otra alternativa que no fueran los campos de exterminios, en el caso de Buber-Neumann, el destino era Ravensbrück.
El valor del testimonio de Margarete radica en su minuciosidad en la descripción un mundo complejo, de un abismo por el que desfilan numerosos personajes como la anciana prisionera que se alegra de llegar a la prisión moscovita tras su paso por Siberia, siguiendo con el caso de la vigilante jefe de Ravensbrück, Langefeld, que reniega de Auschwitz como un más allá de la crueldad que le había tocado protagonizar. A lo largo de sus páginas desfilan figuras tan siniestras como la del doctor Rosenthal y su amante (la prisionera Gerda Quernheim), que se dedicaban al asesinato sistemático de mujeres embarazadas y niños, aunque finalmente acabaron detenidos por robar las piezas dentales de oro de sus víctimas. Personajes e historias que se entrecruzan con las algunas militantes comunistas que negaban el terror estalinista, o como Erika Buchmaim, que «había interiorizado la teoría fascista del exterminio». Aquel fue su trágico destino hasta que consiguió su liberación en abril de 1945. en sus páginas finales escribe «Yo había pensado en todas las posibilidades de una salvación; la huida ante los rusos con ayuda de las polacas, la desaparición en el revuelo que se originase después de que escaparan las SS, pero nunca pensé en ser puesta en libertad».
Con una voluntad militante, y con la capacidad de observación de una buena periodista, Margarete lo observaba y lo registraba todo, incluso llegó a hacerse necesaria para sus compañeras, vivir historias de una intensa humanidad como se desprende de líneas como las siguientes: “Siempre encontré seres que me necesitaban, nunca me faltó el regalo de la amistad y de las relaciones humanas”.
La obra de Margarete está justamente considerada como un clásico en su género. Apareció en Alemania y Suecia en 1948 y se tradujo al francés en 1949, mientras que la primera traducción en castellano (firmada por Luis García Reyes) data de 1967 en la colección Libro Documento para Ediciones GP que “distribuía” la popular Plaza&Janés, una editorial de las que llegaban a los kioskos, se leía pródigamente en las oficinas y en los metros. Entre sus divulgadotes hay que reseñar los Testigos de Jehová perseguidos por el nazismo, a los que les dedica unas páginas muy emotivas.
En Francia el libro tuvo una repercusión especial ya que Margarete una intervención muy impactante en el famoso proceso que los comunistas franceses –con la misma buena fe que ella había mantenido hasta su detención- contra el funcionario soviético Víctor Kravchenko en 1947. El estalinismo estaba perdiendo la aureola que había logrado con la victoria del pueblo ruso contra la invasión nazi, y la confusión que reinaba entre los intelectuales parisinos era considerable. De un lado estaba la derecha que se preparaba para la “guerra fría”, y que había hecho famosa la imagen del bolchevique en el cuchillo en la boca escondido bajo la cama. Del otro, una izquierda dividida entre los que creían que al criticar a la URSS se torpedeaba al movimiento obrero, y los que estimaban que (como confirmaría el tiempo) más daño le podía hacer mantener una mentira que ya había sido denunciada desde finales de los años veinte por escritores de la talla crítica de Panait Istrati (Hacía la otra llama), Boris Souvarine (Stalin), Víctor Serge (De Lenin a Stalin) y André Gide (Regreso de la URSS) Había dificultades para probar la veracidad de las acusaciones que Kravchenko arrojaba contra el sistema soviético, por eso el testimonio de Margarete podía inclinar la balanza.
Una de las personas más emblemáticas que asistió a su descargo fue Simone de Beauvoir que estuvo acompañada por Sartre en una audiencia. En su diario, la autora de El segundo sexo, escribió: “Cualesquiera que fuesen sus mentiras y su penalidad” (de Kravchenko), “y aunque la mayor parte de sus “testigos” fuesen tan sospechosos como él, de sus declaraciones surgía una verdad: la existencia de campos de trabajo. Lógico, inteligente, confirmado además por muchos hechos, el relato de la señora [Buber-Neumann) arrancaba la convicción.” Y añade “El testimonio de Margarete fue conmovedor y he salido atormentada por él”. Una ferviente estalinista de entonces, Dominique Desanti (y autora de otra historia de la Internacional comunista que publicó Anagrama en los años setenta), escribiría: “Pero si Margarete Buber-Neumann me hizo vacilar un momento, ni un solo instante he creído que lo que contaban todos los testigos fuese verdad…” Otra persona a quien ese proceso hizo vacilar fue Edgar Morín, pero que permanecería algún tiempo leal al partido hasta que pasó a animar las ediciones de Minuit y la revista Arguments, y que añadiría por su parte: “Sentía no obstante en esa época, aunque ignorase las prácticas de exterminación sistemática, que había demasiadas víctimas concentracionarias para que sólo los excesos o los abusos pudieran explicarlo” 8/
En la misma colección apareció su no menos impresionante evocación de Milena, la amiga de Kafka, una biografía complementaria a la suya. Como explica la propia Margarete, el relato de su paso por los campos nació a partir de su amistad con esta avanzada periodista comunista judía cuyo nombre completo era Milena Jesenská, y que cuenta con una popularidad añadida por haber sido la novia de Franz Kafka, la destinataria de las impresionantes Cartas a Milena. Ambas estuvieron en el mismo campo de concentración y hoy se conocen las famosas «Cartas a Milena», gracias a Margarete Buber-Neumann. Milena murió en brazos de Buber-Neumann. En Prisionera de Stalin y Hitler, ésta narra cómo lo que le ayuda a sobrevivir en su doble condición de huida es la promesa que le hizo a su amiga Milena, «la mujer hermosa, libre, heroica, que había resistido contra los alemanes en Praga, y logrado que se salvaran las cartas que le había dirigido a principios de los años XX aquel escritor judío desconocido, Frank Kafka», escribe certeramente Muñoz Molina en prólogo del libro. Cuando Milena murió en 1944, el primer pensamiento de Margarete fue” Ahora la vida carece de sentido”.
Fue Milena quien le propuso que escribiera sobre su trágica experiencia. «En su fantasía creó una obra sobre los campos de concentración de las dos dictaduras en la que hablaría de las llamadas a recuento, las marchas en columna y la degradación de millones de seres a la esclavitud; una dictadura en nombre del comunismo y la otra por el bienestar de los tiranos», escribirá Margarete en su libro que ha sido reeditado por Tusquets. Con todo lo que les une existe empero una doble diferencia a favor de la Milena: primero) siempre fue adversaria del estalinismo; segundo) murió siendo una revolucionaria… 9/
La mejor documentación sobre esta doble vertiente en la trayectoria de Margarete se puede encontrar en dos obras cuyas que abordan su itinerario amoroso-militante, De Potsdam a Moscú, e Historia del Komintern. La revolución mundial (Ed. Picazo, Barcelona. Desconozco la primera, pero leí la segunda en una traducción de Rolando Hanglin del mismo año que la edición alemana, 1975). En este caso, lo biográfico y lo histórico se combinan. Sin embargo, ni una cosa ni otra alcanzan la misma altura. De su parte testimonial cabe extraer un tono vivo y apasionante. Aquí Margarete no puede ocultar su entusiasmo y fervor, ni su apasionada relación amorosa-militante. Describe su vida cotidiana con una mirada fresca, los revolucionarios que conoce nunca dejan de ser personas de carne y hueso, con sus grandezas y medianías. Cabría quizás destacar su vivida descripción del conflicto suicida que enfrentó a socialdemócratas (anticomunistas que preferían atenerse a la legalidad antes de luchar) y comunistas (que aseguraban que la socialdemocracia era el “enemigo principal”, y que ya ajustarían las cuentas con los nazis), es rica en detalles de la vida cotidiana.
Empero, su capítulo español 10/ resulta bastante extraño amén de representativo de las limitaciones de la mirada política de Margarete. De entrada porque su cronología resulta cuanto menos confusa, mezcla acontecimientos, y aunque no lo diga, da la impresión de que tuvo que tener problemas con el castellano. También resulta sorprendente su preocuparon (sin duda una reflexión ulterior, o sea del momento del redactado) por la “cuestión religiosa” en España, y su descripción del anticlericalismo de las autoridades que desembocan en una acusación contra el sectarismo de la República así como con una aséptica referencia al general Franco, un detalle que cuadra con su anticomunismo y su evolución ideológica hacia cierta democracia-cristiana.
Hay pues dos Margarete, la comunista de buena fe que cree en Stalin hasta que la evidencia le cae encima y la anticomunista autora de este extraño testimonio con pretensión de historiadora. Desde esta última perspectiva, todo resulta embrollado, carente del más mínimo rigor. Cita a personajes históricos sin reseñar sus fuentes, así muchas de las palabras que llega a atribuir a Lenin resultan muy poco o nada fiables, entre otras cosas porque las fechas que da son imposibles, por la sencilla razón de que el líder bolchevique ya había sido enterrado (un detalle que carece de la menor relevancia en la nueva historia oficial anticomunista). Más que de una historia, se puede hablar de una vehemente requisitoria para demostrar que el comunismo fue una aberración, además siempre y en todas sus facetas. El Komintern fue un mero invento de Lenin para dar rienda suelta a sus ambiciones; un Trotsky que le grita a los insurrectos de Kronstadt, “!Os cazaré como faisanes¡” (una versión del “Tirad a la barriga” de Azaña en Casas Viejas); Rosa Luxemburgo estuvo siempre y totalmente en contra de los bolcheviques, Stalin es pues, una consecuencia directa de la revolución de Octubre de 1917, y en todo esto no hay mucho que discutir. Ni de verdad.
Ya se sabe, el comunismo es intrínsecamente perverso. No deja de ser curioso que dicha “continuidad” fuera tabla de ley para los que creyeron en Stalin, como la propia Margarete Buber-Neumann que como si se tratara de una virgen atraviesa el cristal de la historia sin tocarlo ni mancharlo. Este giro es harto representativo de los comunistas arrepentidos, sobre todo para los que apenas si conocieron su fase revolucionaria, y para los que se habituaron a argumentar en clave estaliniana, y es el que conecta con los comentarios que podemos leer en Muñoz Molina, en lo diarios y en páginas web en las que -de paso- la descalificación total del “comunismo” se combina con reflexiones sobre la no-viabilidad del “Estado del Bienestar”, y es que una cosa lleva normalmente a la otra. El enfoque es siempre el mismo, la medida del comunismo se impone desde el estalinismo (posiblemente también su mayor negación, no menos de lo que Franco pudo ser del cristianismo), y se níngunea todo un comunismo de oposición, existente tantas veces dentro incluso de la mitificación estaliniana como prueban los mismos Heinz y Margarete.Una forma de estalinismo invertido sobre el que sigue vigente las observaciones de Isaac Deutscher efectuadas en su célebre e insuperable Herejes y renegados 11/
Esto explica el hecho de que a pesar de ofrecer un testimonio sobre las actividades de Heinz Neumann, este libro no haya pasado precisamente como una aportación imprescindible, ni tan siquiera significativa, a la historia del Komintern. Ninguna de las monografías reconocidas sobre la Tercera Internacional la mencionan, lo cual no deja de resultar chocante ya que cuanto menos ofrece información de primera mano sobre las vicisitudes sobre Neumann, uno de sus profesionales más importante que, por citar un solo ejemplo, tuvo un papel destacado en diversos momentos históricos como o durante la crisis revolucionaria china de 1927 o en España republicana, y sin embargo, nadie parece haberle prestado la menor atención 12/.
En el lanzamiento del libro, el enfoque escogido por Antonio Muñoz Molina -su introductor y de alguna manera recuperador y “avalador” de este seria de obras, siempre desde un ámbito político que podemos situar perfectamente en la derecha anticomunista, no hay más que repasar los artículos que publicaba en El País del cual -según Haro Teglen- salió por la derecha.
Partiendo del hecho primordial de que «Margarete fue víctima del pacto de no agresión que sellaron Hitler y Stalin en 1939. Un acuerdo que, en entre sus muchos artículos, acordaba la entrega a Alemania de aquellos ciudadanos del país que hubieran escapado del nazismo buscando refugio en la Unión Soviética…”, el subrayado lo establece en la siguiente consideración: “…Algo de lo que en España todavía se habla poco». Considera «escandaloso» que este tema en España sea «muy desconocido». Y como ilustración ofrece su propio ejemplo: «Puedo hablar en primera persona porque a mí me ha costado un disgusto tratar este tema y me han tachado de reaccionario. Todo el mundo está dispuesto a reconocer que los campos de exterminio nazi fueron horribles, pero si hablas del Gulag del estalinismo, todavía hoy te dicen que no es lo mismo».
Para el autor de Sefarad (novela en la que ya amalgamaba las víctimas del “holocausto nazi y comunista” en un cielo conservador exento de nubes), trata de reparar una injusticia ya que aunque “no es igual, porque los nazis mataban en nombre de la raza y los otros en nombre de la felicidad de un Estado?». Este matiz no contradice empero la existencia de una simetría a cuyo conocimiento contribuye poderosamente la obra de Buber-Neumann. Cierto es pues que existe una diferencia fundamental entre los dos regímenes. Mientras que «en que la persecución nazi se concentraba en perseguir a lo otro, a lo diferente, ya sea judío, extranjero, gitano u homosexual; mientras que los enemigos del sistema soviético, son sus propios ciudadanos». Por otro lado, «el sistema nazi está pensado para el exterminio, mientras que el soviético es un sistema esclavo y de control social».
Sobre la base de datos que me ofrece la nuera del socialutópico Martin Buber y luego señora Neumann –un representante de lo mejor del comunismo alemán-, se me ocurren las siguientes acotaciones:
-Ciertamente, en España se habla poco del pacto Molotov-Ribbentrop, pero menos se habla de otras cosas por ejemplo de la connivencia franquismo-nazismo, de la matanza de comunistas en Indonesia (nuestros gobiernos democráticos han mantenido excelentes relaciones con el régimen de Suharto), o del crecimiento del hambre en un mundo en el que aumenta la concentración de las riquezas (según datos de la ONU), ¿y alguien ha leído a Muñoz Molina sobre algunas de estas cosas u otras parecidas?;
-No fueron únicamente los “soviéticos” (¿dónde estaban los soviets en un país donde todo estaba desestructurado y todo dependía del “máximo líder?) los que pactaron con los nazis, y aunque nadie hable de ello conviene recordar el apoyo que contó (como Mussolini) por parte de la derecha conservadora europea y norteamericana…hasta que comenzaron a bombardear Gran Bretaña, por otro lado, como ilustra el propio caso de Margarete, los comunistas fueron las primeras víctimas de dicha pacto;
-Stalin pudo llegar a ser personalmente mucho peor que Hitler, de hecho su dictadura fue muchísimo más personal, sin embargo esto no impidió que –por citar un solo ejemplo-, que el pueblo ruso se batiera contra los nazis a vida o muerte o que los comunistas fueran el principal baluarte de la resistencia antifascista, una paradoja que o se puede explicar únicamente con una comparación del horror totalitario…
-Por otro lado, el exterminio de la vieja guardia bolchevique y el “Gran Terror” tenían un doble objetivo para Stalin, de un lado salvaguardar su poder absoluto sin necesidad de debatir ni de temer ninguna oposición, pero de otra demostrar a las potencias “democráticas” que la revolución ya estaba más que enterrada, y que la URSS era una garantía para el orden internacional, y así lo demostró también durante la guerra española empleando la “ayuda soviética” para desactivar la revolución;
– El nazismo fue la expresión política del miedo a la revolución (socialista y por lo mismo democrática) de las clases dirigentes y amplios sectores de la clase media, y su objetivo primordial fue la destrucción del más poderoso movimiento obrero de Europa, amén de competir con los vencedores de la “Gran Guerra” (sobre la que tampoco se quiere hablar, Enrique Krauze la atribuye vagamente ¡a “los nacionalismos”!) en la expansión imperialista…La URSS representaba una revolución grotescamente deformada, como muchas otras que se quedaron aislada, por ejemplo la única revolución antiesclavista protagonizada por los mismos esclavos, la haitiana;
-Margarete fue una militante comunista al menos entre 1925 y 1937, y su destino se explica como parte de la gran tragedia de una generación…¿Cuándo era comunista se la podía comparar con un SS o con un Serrano Súñer cualquiera?;
-Es posible que los disgustos que la ha provocado a Muñoz Molina sus ejercicios de simetría parcial (o sea en una única dirección), no sean solamente porque hay viejos estalinistas aquí y allá, a lo mejor es también por su enfoque, extrañamente coincidente con los propios de la escolástica neoliberal;
-Cabría preguntarse hasta donde alcanzó el desengaño de Margarete que, si nos atenemos a los criterios desarrollados por Muñoz Molina en el caso de Evgenia Ginzburg, fue mitad víctima, mitad verdugo; más, porque fue una estalinista mucho más involucrada que Evgenia, una militante provinciana;
-Y para acabar: el hecho de que Muñoz Molina permaneciera ajeno a este tipo de aportaciones no significa que no tuvieran un eco significativo en su día, ni mucho que desde la izquierda más crítica no se le prestara la atención debida, por ejemplo esta izquierda fue la que publicó la obra de Panait Istrati en…1929.
Pepe Gutiérrez Alvarez
Notas
1/ No está de más recordar la personalidad de Martin Buber, cuyo prestigio –en especial en los medios libertarios y católicos progresistas del tipo Miret Magdalena- hasta los años sesenta como un pensador de la utopía y del diálogo entre religiones y culturas (un pecado mortal para la escolástica neoliberal, no hay más que leer a Wall Vagas Llosa).
2/ Esta obra (editada por Akal en 1977 con un cuidado prólogo de Mariano Fernández Anguita) es por sí misma una demostración clamorosa de que la Internacional Comunista fue otra cosa, y pudo haber sido algo muy diferente.
3/ Se ha hablado muy poco sobre las grandes derrotas revolucionarias, y en concreto de la China de 1927, seguramente más conocida por dos grandes novelas de André Malraux, Los conquistadores y La condición humana, sobre la que, por cierto, se gestó una adaptación fílmica que tenía que dirigir Fred Zinnemann con Ives Montand de protagonista. Recuerdo que a principios de los años ochenta, cuando el protagonista de Z y de Estado de sitio, ya se había convertido a la fe de Wall Street, reaccionó acremente a una pregunta efectuada desde un programa de cine en la 2, algo así que no se hacía porqué, ¿Quién iba a creer ahora que los comunistas chinos se portaron heroicamente?, como sí el presente pudiera negar el pasado, y como sí Malraux se hubiera inventado su narración. El lector interesado encontrará una extensa información, incluyendo fragmentos de artículos de Neumann, en “La question chinoise dans l´ Internationale Communiste”, edición de Pierre Broué (EDI, París, 1976), y la obra de Claudín, La crisis del movimiento comunista internacional.
4/ No está claro que Neumann tal como pretendían algunos comunistas de entonces como Juan Andrade en conversaciones privadas hablando de su reedición, fuese el A. Neuberg que firma el libro. La insurrección armada tuvo una primera traducción en las Ediciones Rojas de Madrid, en 1931, y una reedición corregida en Fontamara, Barcelona, 1978. A falta de confirmación sobre el presunto papel de Neumann –por lo demás, todo un experto en la cuestión-, se tomaron los nombre que aparecían en la edición francesa de Maspero, o sea Mijhail Tujachevski, Hans Kippenberger, Ho Chi Minch, Unschlicht, Piatnitsky, Togliatti, Eric Wollenberg (general “Walter”).
5/ Osip Pianitski (seudónimo de Iosif Aranovich Tarshis, 1882-1937), hijo de padre carpintero y judío, socialdemócrata desde 1898, responsable del aparato clandestino bolchevique desde 1903, pasó a ser uno de los cuadros de la Internacional sin cuestionarse nunca su línea política, hasta que fue acusado de “trotskista” y provocador” y fusilado; algo similar ocurrió con su compañero en la aventura china, Lominadzé.
6/ Sobre este y otros episodios resulta de gran interés la minuciosa información que se puede encontrar en “La Internacional Comunista y América Latina. Diccionario biográfico”, obra conjunta de Lazar Jeifets&Víctor Jeifets y Peter Huber (Peter.Huber (a)unibas.ch).
7/ Actualmente resulta difícil de comprender que el estalinismo consiguiera “comerle el coco” a militantes que llegaron a efectuar verdaderas barbaridades, pero que, a pesar de todo, siguieron al lado de los trabajadores y de la revolución, este fue el caso de André Marty que dio la espalda al pacto con los nazis, del español Gabriel-León Trilla, o del legendario Willy Müzemberg, quien después de denunciar dicho pacto, moriría misteriosamente. Müzemberg ha sido utilizado como modelo de manipulador al servicio del estalinismo, e hecho un causa en la que creía; con todo su experiencia ha sido retomada por la internacional neoliberal en la que muchos actúan de “buena fe”.
8/ Kravchenko era un funcionario soviético que se hizo famoso con su fuga narrada en Yo escogí la libertad, de la que existió una edición española en NOS Editorial, Madrid, en la que no consta fecha aunque en el volumen que poseo encontré una nota de oferta de un librero fechada el 30 de septiembre de 1948. Por la misma época corrieron por España un par de chistes atribuidos popularmente al republicano Manuel Gila que, aparecía en el escenario con el libro de Kravchenko, y leía así su título: Yo encogí la libertad… En otra ocasión aparecía una chaqueta rota pero muy limpia en un tendedero, y comentaba: Mi chaqueta está rota, pero esta-lim-pita. No hay duda de que los que habían perdido la guerra le encontraban la gracia. La información sobre su proceso y la intervención de Margarete se puede encontrar en la obra de Herbert R. Lottman, La Rive Gauche. Intelectuales y política en París, 1935-1950 (Blume, Barcelona, 1985).
9/ Creo que resulta muy importante subrayar Milena este doble aspecto porque no es lo que se suele hacer.
10/ Sobre el que ofrecemos dos capítulos extraídos del libro, el que narra su encuentro con Heinz Neumann, y el que describe su viaje a España.
11/ Sobre esta cuestión recomiendo fervientemente la lectura de Enzo Traverso, El totalitarisme. Història d`un debat (Universitat de Valencia, 2002), en particular el capítulo «Antitotalitarisme i anticomunisme: la guerra freda», en el que la influencia de Deutscher resulta luminosa.
12/ No es citado por algunos estudios extensos sobre China como puede ser el voluminoso trabajo de Jacques Guillermaz, Historia del partido comunista chino, 1921-1949, Península, Barcelona, 1970), tampoco lo registran los autores con voluntad exhaustiva como los del Diccionario biográfico mencionado; ni Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo en Queridos camaradas. La Internacional Comunista y España, 1919-1939 (Planeta, Barcelona, 1999), por cierto, una obra sumamente singular que podía haberse subtitulado «Como justificar la política estalinista reseñando los crímenes de Stalin..».
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