Netflix subió a su plataforma el aclamado film surcoreano Parasite, del director Bong Joon-ho, ganador del último premio Oscar a la mejor Película y de la última Palma de Oro del Festival de Cannes. Considerada una obra maestra, la película cuenta el periplo de una familia de clase baja (padre, madre, hija e hijo jóvenes) que, de diversas formas, intenta sacar ventaja a una de clase alta (padre, madre, hija adolescente, niño).
El hijo de la primera comienza a trabajar, a través de una falsificación, como tutor de inglés de la hija de la segunda. A partir de ese momento la familia de clase baja pergeñará un plan con el que los cuatro terminarán trabajando en todos los puestos que contrata la familia de clase alta (tutor de inglés, profesora de arte y terapeuta, chofer, empleada doméstica).
Los métodos lúmpenes que utiliza van desde hacer que despidan a personas de su misma condición social hasta aprovecharse hasta el hartazgo de la ingenuidad de la esposa de la familia burguesa. Estos serían los parásitos evidentes de la película, los Parásitos Pobres (PP).
Sin embargo, quien de seguro es por definición un parasito es un capitalista, que basa su posición social en el robo descarado al trabajador, a través de la plusvalía o con todo tipo de mecanismos que el sistema le permite. Y ahí se nos presenta la figura del padre de la familia de clase alta, con su toque yuppie y altanero, su puesto de importancia en una empresa tecnológica y su casa esplendorosa. La casa, que terminará representando gran parte de la base de toda esta eximia obra de arte.
La familia burguesa está representada en su esplendor: el padre proveedor, la madre que se encarga de los hijos, la casa como forma de status (lo que no significa que se los muestre como monstruos, más allá de que se los ridiculice certeramente). Aquí tenemos a los Parásitos Ricos (PR). Los PP, aunque de una forma un tanto retorcida, demuestran una unidad más amorosa en sus formas.
Hasta aquí la película maneja un humor magistralmente ácido. Pero aparece la casa, como disparador de sentimientos y deseos profundos. Un fin de semana en el que los PR se van de viaje, los PP se adueñan de la misma y la disfrutan al máximo. Utilizan las camas, leen diarios íntimos y cierran la noche emborrachándose todos juntos en el living de la casa con el mejor alcohol que pueden encontrar. Las fantasías comienzan a volar y aparece la más honda: la de pertenecer, ser parte de ese status. La ensoñación entera de los PP lúmpenes es, finalmente, que todo aquello que es de los PR sea de ellos. Pero algo sucede, un suceso desafortunado que da rienda suelta a que todo se descontrole y se violente. Una guerra entre pares, integrantes de la clase baja. Y la inundación total por un temporal del semi sótano en el cual viven los PP, los lleva a una situación de saturación y fragilidad que los pone al borde de la cornisa.
Luego de todo este caos, la ilusión de algún día poder pertenecer a esa casta de PR, aquellos que viven una vida de lujos a costa de otros, lleva a los PP a llevar todo al extremo de la vida o la muerte. Y la muerte tocará la puerta, de ambos lados. El padre de los PP asesina al padre de los PR, con quien supuestamente simpatizaba. Pero ¿por qué llegó a esa instancia? ¿El primero quedó enajenado por toda la situación que fue viviendo? ¿O un odio de clase inconmensurable brotó de él, por todo lo que representaba el padre de los PR (el poder, el dinero, la casa)?
Esta es una incógnita que queda abierta, pero el final sombrío del film nos deja algo claro: para las clases populares no existen salidas individuales, la única salida es colectiva.
Matias Melta
10/09/2020
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