lunes, enero 31, 2022

Cien años del Ulises de James Joyce


Muchos años después, mientras esbozaba junto a Sergei Eisenstein los lineamientos generales de un guión que pudiera llevar a la pantalla grande El capital, de Karl Marx, James Joyce recordaría aquel año de 1915 en el que vivía en Zurich –rodeado de locos artistas dadaístas y futuros surrealistas que se oponían no solamente a la guerra, sino que se burlaban de todo valor burgués–, ciudad que lo tendría como vecino del exiliado revolucionario ruso Vladimir Ulianov, que se hacía llamar Lenin, a quien sin embargo no conocería. Tampoco había conocido a Eisenstein quien, por los mismos años en los que Joyce había revolucionado de una vez y para siempre la literatura con su Ulises, había hecho lo propio con el cine al introducir el montaje de atracciones en films como El acorazado Potemkin y La huelga, y sólo se encontrarían en aquellos días de 1927 en París, donde explorarían la posibilidad de filmar la obra que pondría al desnudo los mecanismos de explotación en la sociedad capitalista y que se convertiría no sólo en una descripción, sino en un método de análisis y de acción para derrumbar los cimientos del poder burgués. Filmar El capital había propuesto Eisenstein y Joyce había aceptado. Escribieron varios cuadernos, pero se daban cuenta de que era una tarea gigantesca, a la vez que Eisenstein debía regresar a la Unión Soviética donde gobernaba Stalin, quien había ordenado que elimine del metraje de su película Octubre (realizada para celebrar los diez años de la revolución) las escenas donde aparecía León Trotski, revolucionario y creador del Ejército Rojo, que moriría asesinado unos años después por un agente estalinista. Luego de varios actos de censura realizadas por la dirección estalinista del PCUS y del Estado, Eisenstein moriría por un paro cardíaco a los 50 años sin haber filmado su proyecto junto a Joyce. 
 Tal vez se pueda decir que el Ulises –una complejísima obra publicada en 1922, hace cien años, que narra (narra: es un decir) con diferentes artificios un día en la Dublin de Stephan Dedalus y que plantea a su protagonista como un émulo del héroe homérico en viaje por la geografía, el tiempo y el pensamiento de la capital irlandesa– toma mecanismos de otras artes y estudios, como por ejemplo el montaje cinematográfico, que se estaba desarrollando al mismo tiempo que la novela era escrita. La experiencia de lectura es tan radical que si bien ha logrado instalarse en muchísimas bibliotecas, también es cierto que es de las novelas menos leídas. Borges mismo admitía no haber terminado de leer el texto, pero consideraba válido “perderse” entre la multitud de calles que conforman la ciudad de la novela. Sin embargo, los aportes del Ulises no escapan a la literatura más actual: el “monólogo interior”, es decir, la transcripción del suceder de la conciencia de varios de sus protagonistas marcó la literatura del siglo XX, la actual y no tan sólo, ya que la herramienta es también un aporte al psicoanálisis, por ejemplo. 
 Joyce produjo, además, un legado extra literario que se conserva, ya que el tono sexual recargadísimo de varios de los pasajes del Ulises provocaron que se lo llevara ante los tribunales de censura, que no pudieron condenar al autor ni a la obra por pornografía (probablemente porque no lograban comprender del todo el texto). Es posible afirmar que la intromisión de la Justicia en lo que respecta a la creación literaria y artística sufrieron con el triunfo de Joyce en los tribunales sea una derrota que perdura (no hay que olvidar que la siguiente década el nazismo haría una exposición sobre arte “degenerado” que culminó con las obras como combustible de las llamas). 
Joyce fue un revolucionario en cuanto a la creación literaria y displicente en cuanto a las tareas de la revolución socialista. ¿Merece ser recordado -o más bien, su obra central, en su centenario– en las páginas de un periódico obrero y socialista? Claro que sí. El avance en la conciencia de los hombres y las mujeres en cada rama de la actividad humana formarán parte del acervo con que el andamiaje de la sociedad nueva se edificará. Sin dudas, entonces, el viaje alucinante propuesto en el Ulises –más allá de que se pueda leer completo o no o en la medida que el entrenamiento de lectura lo permita– es un aporte de esta prehistoria que vivimos ante la historia por alcanzar en nuestro horizonte, en nuestro mañana.

 Diego Rojas
30/01/2022

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