“… la mujer está encerrada en la comunidad conyugal: para ella se trata de transformar esa prisión en un reino. Su actitud con respecto al hogar está determinada por esa misma dialéctica que define generalmente su condición: toma al hacerse presa, se libera al abdicar; renunciando al mundo, quiere conquistar un mundo” Simone De Beauvoir.
Se estrenó “La hija oscura”, un drama psicológico dirigido por Maggie Gyllenhaal, su ópera prima, con Olivia Colman, Dakota Johnson y Jessie Buckley. Colman y Johnson funcionan como protagonistas en espejo (del pasado y el presente de un mismo modelo de mujer) en esta adaptación al cine de la novela de Elena Ferrante. Los silencios sobre aquello que experimenta la mujer al maternar, sus deseos y obligaciones sociales como una tarea obligatoria respecto de la subordinación que representa la crianza. Ya ha tenido nominaciones al Globo de Oro y el premio “Mejor Guión Original” del Festival de Venecia.
La película tiene como eje una mirada sobre la maternidad a partir de la reflexión de la protagonista. Leda Caruso (Colman), una profesora, llega de vacaciones a Grecia, pero su soledad se ve interrumpida a partir de la llegada de una familia numerosa, caótica y machista. Es a partir de la obsesión (por reflejo) que desarrolla por la familia de Nina (Johnson), que logra la asimilación de la situación a partir de sus propios recuerdos interpuestos respecto de la crianza de sus hijas, su matrimonio, su sentir y actuar dentro de él.
Ser testigo involuntaria de experiencias ajenas colectivas, como cumpleaños y vacaciones, la convierte en una analista de sí misma. Oscila así el pasado y el presente de forma constante, contrapuesto a la vez que complementario entre estas dos mujeres, la mirada y el recuerdo se funden en una misma experiencia hasta que la tensión -sostenida de forma muy eficaz- deriva en la incompatibilidad en Leda entre sus diferentes roles: maternidad, el ser esposa y la realización personal.
“Yo me estoy ahogando”, “Nos la hacen difícil”; frases estereotipadas pero que, sin embargo, son totalmente reales y vigentes respecto de la función asignada a la mujer: maternar como prioridad. El sostenimiento de las relaciones forzosas -y forzadas- a partir de garantizar la reproducción de la fuerza de trabajo en el modo de producción capitalista es presentado en la película a partir de situaciones generalizadas respecto de la vulnerabilidad sociales de la mujer dentro de una institución como lo es la familia: la pretensión del “deber ser”, el modelo, el mandato, la anulación del impulso, y, ante todo, la maternidad como una carga pesada pero voluntaria de asumir que la mujer debe cumplir.
La necesidad respecto de poder satisfacer el deseo hacia la reivindicación femenina, en contrario a la doble opresión -los trabajos domésticos y el cuidado familiar sumado a la carga de trabajo en el mercado- implica un corte abrupto con los mandatos y las figuras sociales convencionales hacia la mujer. La maternidad ha sido colocada por el capitalismo como una definición de la mujer, la subordinación de los posibles roles femeninos generan un repliegue del ser, en la formación de otro. Es decir, la mujer es quien tiene a su cargo la plenitud de las tareas de reproducción de la fuerza de trabajo, lo biológico, lo generacional y lo social.
Leda Caruso es observada bajo un microscopio por la familia de Nina, al ser percibida como un casi-objeto extraño, “mujer de viaje sola”, el antagonismo respecto a una familia donde la cultura dominante es patriarcal. La belleza en la mujer para ellos se conforma a partir de cumplir con lo asignado, el destino institucional y social del matrimonio y la familia, como una forma de integrarse a lo colectivo; fuera de ello, se convierte en una paria, como Leda.
“La hija oscura” plantea una reflexión en la que se muestra el “lado b” de la maternidad, lo no romantizado sobre ella, el amor maternal como un deber y no como un deseo, el destino erótico cerrado dentro del matrimonio, la familia como una forma de sacrificio femenino. La alternativa maternal condiciona al reconocimiento singular del otro, pero sobre todo, de la propia mujer, no debiendo ser un fin absoluto ni un simple medio; ante todo libre y sin culpas.
Julieta Rusconi
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