La tensión entre la Otan y Rusia no ha cejado en los últimos días. Repasemos algunos de los hechos más importantes: el presidente Joe Biden dijo estar convencido de que Moscú invadirá Ucrania, y acto seguido anunció el envío de ayuda militar suplementaria a Kiev por 200 millones de dólares. A la vez, armamento estadounidense en el este europeo ha sido redirigido a ese país. El presidente yanqui puso también en estado de alerta a 8.500 soldados y retiró a los familiares del personal diplomático en Ucrania, una medida cuestionada por exagerada hasta por el propio gobierno ucraniano. La Otan, por su parte, inició el envío de naves y aviones a países de Europa del Este. Rusia, de su lado, ha respondido con el desarrollo de ejercicios militares en la frontera.
Recordemos que Moscú exige que Ucrania y Georgia, dos estados vecinos, no sean incorporados en la alianza atlántica, ya que implicaría el despliegue de peligroso armamento en sus adyacencias. En el mismo sentido, demanda el retiro de pertrechos militares de la alianza de países como Bulgaria y Rumania. Las potencias occidentales, en tanto, emplazan al Kremlin a retirar los soldados rusos de la zona limítrofe con Ucrania.
Biden incrementa las presiones y las amenazas, pero se ha topado con dificultades para lograr un apoyo pleno de la Unión Europea (UE). Si bien algunos de sus estados, como España, Dinamarca y los Países Bajos, han iniciado el envío de material armamentístico, y en el caso de Francia, no descartó mandar tropas a Rumania, no ocurre lo mismo con Alemania. Hasta ahora, Berlín no ha autorizado el redespliegue de su arsenal en los países del Báltico hacia territorio ucraniano.
“Es necesario evitar (…) las reacciones alarmistas que tienen incluso consecuencias financieras”, dijo Josep Borrell, el encargado de relaciones exteriores de la UE, luego de reunirse con el secretario de estado yanqui Antony Blinken. Cabe señalar que Berlín y París apadrinaban este miércoles una ronda de conversaciones entre Rusia y Ucrania, que recuerda la intermediación que ya jugaron en 2015. Es un canal paralelo a las negociaciones entre Estados Unidos y Rusia, a las que Washington no incorporó a los europeos.
Estas diferencias en el imperialismo respecto al conflicto corresponden a una divergencia de intereses. Estados Unidos y los estados europeos han llevado a cabo juntos el cerco militar contra Rusia, extendiendo la Otan, pero rivalizan como candidatos a favorecerse con la colonización económica del este europeo. De ahí que París y Berlín estén buscando un perfil propio en la crisis.
Además, Alemania es la potencia con más que perder ante el estallido de una guerra, dada su ubicación territorial y sus fuertes vínculos comerciales con Moscú. Está en juego el envío de gas a través del Nordstream, la culminación del Nordstream 2, y todo tipo de exportaciones e importaciones. Dentro de la propia Alemania, el vínculo con Moscú es materia de disputas. Acaba de ser destituido el jefe de la Marina, tras opinar que Vladimir Putin no tiene intenciones de invadir Ucrania.
Un aspecto final a considerar son las alusiones de Borrell a las “consecuencias financieras” que traen los tambores de guerra. La agencia Reuters ha publicado un artículo en que pronostica un salto en los precios del gas y del petróleo en caso de una confrontación, cuando aún no se ha salido de la crisis energética posterior a la tercera ola del Covid-19. También alude a un salto en los precios de trigo, que tiene en Ucrania y Rusia a dos de sus grandes productores. Esto es una señal de cómo agravaría la crisis capitalista un conflicto armado, pero también, un registro del impacto nefasto que la escalada imperialista tiene para las masas en el mundo, encareciendo el pan y los combustibles.
En el caso de Rusia, la bolsa perdió un 30% de su valor desde noviembre.
La destrucción de Ucrania
La colonización económica del exespacio soviético es el trasfondo de la disputa. Ucrania ha sido una víctima especial de este proceso. En 2014, tras la caída del presidente Victor Yanukovich, afín a Moscú, se firmó un tratado de asociación con la Unión Europea, que tenía como norte avanzar en un área de libre comercio en el plazo de diez años. Este tratado ni siquiera equivale a la integración real del país en el organismo, consagrándolo apenas como un socio de segunda. A la vez, el gobierno ucraniano se comprometió a aplicar las famosas “reformas estructurales” (económicas, judiciales, financieras) reclamadas por la Unión. Uno de esos puntos consiste en la “desoligarquización” del país, o sea barrer -en beneficio del capital extranjero- con la fracción de capitalistas nativos surgida de la vieja burocracia. El actual presidente Volodomir Zelenski acaba de dictar una ley que va en esa senda.
El tratado de 2014 aceleró la desindustrialización del país, constatada de este modo por una enviada especial del diario madrileño El País: “Ucrania es un país cada vez más agrícola. Quienes consideran la industria como parte imprescindible de la soberanía nacional temen ahora que su patria se convierta en una colonia de las multinacionales” (6/6/20). Los rusos denuncian, en tanto, que la capacidad de generación eléctrica del país se redujo a la mitad desde la caída de la Unión Soviética. Se autorizó también la liberalización de la compra de tierras, permitiéndose a partir de julio de 2021 la posesión de hasta 10 mil hectáreas, un nicho para el gran capital agrícola internacional.
A esto se suma el yugo de la deuda externa, reestructurada en 2015. En 2020 rondaba los 100 mil millones de dólares, alrededor del 60% del PBI. Al día de hoy, en pleno proceso de reformas, Ucrania es el país más pobre de Europa, según datos del FMI, con un PBI per cápita de 4.960 dólares (Libretilla, 7/1). La jubilación media era a mediados de 2020 de 3.100 grivnas (equivalente a 105 euros, El País -ídem). Al menos un tercio de sus habitantes vive en la pobreza.
El proceso de restauración fue verdaderamente devastador: el PBI ucraniano se desplomó un 40% en la década del ’90. Para el 2000, el PBI ruso había caído entre un 30 y un 50% con respecto a las vísperas de la caída de la URSS (Business Insider, 14/6/19). En otros casos los números son aún más dramáticos: en Uzbekistán perdió un 80%.
Rusia
El gobierno de Putin hace una fuerte agitación sobre este retroceso de Ucrania, pero esquiva la responsabilidad del Kremlin en la degradación de las condiciones de vida de las masas rusas en los últimos años, debido a la implementación de políticas de ajuste. Una reforma jubilatoria elevó la edad de retiro y un quinto de la población se encuentra en la pobreza. El poder adquisitivo de los hogares cayó un 11% desde 2013 (El País, 27/6/21). Este deterioro es el que también ha llevado a los levantamientos en Bielorrusia y Kazajistán, en los que el mandatario cerró filas con sus ultrarrepresivos gobiernos. Putin no es una alternativa frente a la colonización capitalista occidental, porque lo que busca es conducir en sus propios términos el proceso restauracionista.
Una de las cartas más efectivas de las que se ha valido el imperialismo para presionar a Moscú en los últimos años son las sanciones económicas. Las represalias que se implementaron tras la anexión de Crimea, en 2014, golpearon con bastante severidad a la economía rusa, y además coincidieron con una fuerte caída en los precios internacionales del petróleo (ahora han vuelto a subir), a cuyos vaivenes está sometido el país (el 60% de las exportaciones rusas son hidrocarburos). Uno de los puntos más sensibles de las sanciones occidentales fue, justamente, dificultar el acceso ruso a la tecnología para la industria petrolera y gasífera. El rublo se devaluó más de un 100% respecto al dólar desde 2014 (ídem, 25/1). Respecto a la inflación, Rusia se ha colocado en uno de los lugares más altos del podio mundial pasando del 4,5% en el 2020 al 10,1% en el 2021. Para atenuar el impacto de las medidas, Moscú acentuó sus vínculos con China e Irán. Actualmente, Washington sopesa la posibilidad de bloquear el acceso a dólares por parte de los bancos rusos.
En la presente crisis con la Otan y Estados Unidos, se encuentra notoriamente fuera de la agenda del Kremlin la intervención de los trabajadores. Toda su acción en el conflicto ucraniano, al igual que en el pasado, es “por arriba”, por medios diplomáticos y militares, en función de preservar los intereses de las camarillas que gobiernan Moscú. Es que una intervención de las masas podría no solo desafiar al imperialismo sino también al propio gobierno ruso.
La escalada imperialista en el este europeo plantea el reclamo del fin del despliegue militar estadounidense y europeo y la disolución de la Otan. Los partidos de izquierda y las organizaciones obreras de los países europeos (España, Francia, Italia, Suecia, Dinamarca) deben movilizarse contra el envío de tropas y armas a las órdenes de la Otan. El internacionalismo empieza por oponerse al imperialismo y la burguesía de su propio país.Por una Ucrania unida y socialista. Por gobiernos de trabajadores.
Gustavo Montenegro
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