Los preparativos de guerra en torno a Ucrania no dejan de escalar. Estados Unidos ha anunciado el envío de varias toneladas de material bélico y más tropas a los estados del Báltico y el refuerzo militar a Polonia. Rusia, por su lado, prevé el despliegue de la flota en el mar Báltico hasta la costa de Irlanda. Tanto la OTAN como Rusia han incrementado el patrullaje en el mar Negro. Putin asegura que no tiene intención de iniciar una acción militar contra Ucrania, mucho menos una invasión o la ocupación militar del país. Biden, por su lado, también ofrece ‘seguridades’ – de que no confrontará militarmente con Rusia, porque Ucrania no goza de las garantías de un país perteneciente a la OTAN. Se ha comprometido, en cambio, a responder con sanciones económicas capaces de destruir la economía rusa.
Gran Bretaña se ha puesto al hombro una intervención en la crisis, por medio del envío de material de guerra y personal militar, mucha histeria belicista. Boris Johnson, amenazado de perder el gobierno por acusaciones de corrupción, se ha convertido en el más decidido partidario de una guerra contra Rusia. Alemania, en cambio, ha tomado distancia de las posiciones norteamericanas, aunque al precio de una potencial crisis de gobierno. Ante el impasse en que se encuentran las negociaciones entre EEUU y Rusia, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, ha anunciado la intención de presentar una propuesta propia acerca de la “seguridad europea”, que seguramente adelantará a Alemania. La prensa internacional destaca la ‘grieta’ que se ha abierto o profundizado entre Alemania y Francia, de un lado, y Estados Unidos, del otro. El jefe de la marina alemana acaba de renunciar, luego de declarar que Rusia tenía fuertes motivos para sostener que la OTAN pretende cercar política y militarmente a Rusia.
Los voceros oficiales u oficiosos del gobierno de Ucrania relativizan la posibilidad de una invasión, mientras ponen el acento en el respaldo militar que Rusia daría a un golpe de estado, que sería encabezado por una fracción de la oligarquía ruso-ucraniana. Una crisis en Bosnia-Herzegovina, un estado multiétnico desmembrado de la ex Yugoslavia, de la cual se separaría el grupo serbio, es conectada por parte de la prensa al conflicto ucraniano, ya que podría re-encender una crisis político-militar en los Balcanes.
Los comentaristas internacionales caracterizan el escenario emergente de esta crisis como un intento, por parte de Rusia, de quebrar el “orden posterior a la guerra fría”. Se refieren al que fue impuesto por la OTAN tras la disolución de la Unión Soviética. Se trataría, entonces, de un punto de viraje en la situación mundial tomada en su conjunto – de la globalización a la guerra internacional. Ese “orden pos guerra fría” fue cualquier cosa menos pacífico – desató la guerra por el desmantelamiento de Yugoslavia; la “guerra global contra el terrorismo”, contra Afganistán, Irak, Siria, Yemen y hasta cierto punto Irán; y, de otro lado, la guerra del estado ruso contra los pueblos del Cáucaso (Daguestán y Chechenia) y más tarde el conflicto militar con Georgia. Fue un ‘orden’ sangriento de ofensiva imperialista.
Hasta la guerra en Siria y el conflicto georgiano, Rusia se ajustó a los compromisos con el imperialismo mundial con posterioridad a la disolución de la URSS. El objetivo era la integración de Rusia a la economía capitalista mundial y al régimen internacional correspondiente – llegó al Bric y al G-20. Hasta coqueteó con ingresar, ella misma, a la OTAN. La ruptura de ese ‘orden’ significa el pasaje a un escenario de guerra mundial; es lo que está ocurriendo en territorio europeo y en una confrontación directa entre las grandes potencias. Es una consecuencia ‘geopolítica’ catastrófica de la crisis capitalista mundial.
La extensión de la frontera político militar de la OTAN a Ucrania – la razón que invoca Putin para reclamar la neutralidad de Ucrania y la desmilitarización del Europa del este – tiene el propósito obvio de quebrar a Rusia por medio del hostigamiento político-militar y/o la guerra. Rusia, incluso después de treinta años de restauración capitalista, es todavía un campo virgen para el capital internacional. Putin reclama a la OTAN el derecho de supervisión e injerencia de lo que llama “el exterior cercano”. A la escala de las posibilidades de Rusia, es un planteo imperialista. El antagonismo OTAN-Rusia se enhebra, sin embargo, con contradicciones más amplias de la economía y política mundiales. Alemania, Francia e incluso Italia, por ejemplo, ven cercado su desarrollo por la imposición del régimen financiero del dólar y el dominio tecnológico-militar de la OTAN. El comercio y el intercambio de capitales con China, ofrece a la UE una perspectiva que Estados Unidos no puede satisfacer. La guerra en ciernes en torno a Ucrania se desarrolla en este escenario global; por eso tiene que ser caracterizada desde un punto de vista mundial.
Estados Unidos, precisamente, más allá del cerco a Rusia, ejerce un derecho de supervisión sobre la Unión Europea, que pugna por mantener. Ejerce un veto declarado sobre su desarrollo militar. Ahora pretende hacerlo con relación a obras gigantescas de abastecimiento de gas ruso al conjunto de Europa. El despliegue militar de Moscú en la frontera de Ucrania responde también al veto al gasoducto Nordsream 2, que abastecería a Europa del 40% de sus necesidades, a través del Báltico. Rusia está terminando un gasoducto de 2.500 km a China, el principal importador de gas del mundo. Una exportación de envergadura a la UE entrañaría un comercio recíproco que lo nivele – o sea una onda de inversiones de la UE a Rusia. Tardíamente, la oligarquía rusa pretende reproducir el esquema que llevó a China a su posición comercial actual. Alemania enfrenta la crisis presente, como ha venido ocurriendo desde los acuerdos con la Unión Soviética en los 70 del siglo pasado: una lucha entre ‘atlantistas’ vs. ‘orientalistas’. El mercado ruso es un imán poderoso para el capital germano.
Abordar la crisis actual desde ángulos tales como la “violación de la independencia de Ucrania” es una estafa política. Ignora la situación concreta y el carácter de las fuerzas en pugna. No es necesaria una invasión por parte de Rusia para que Ucrania pierda la independencia; ahora mismo es un enclave del imperialismo, del FMI y de un puñado de oligarcas. La crisis actual tiene un carácter mundial: es la culminación, aunque todavía provisoria, de una ofensiva imperialista para la conquista política y/o militar de Rusia, en función de abrir de puerta en puerta al capital internacional el espacio tecnológico, laboral y extractivo que ha dejado la disolución de la Unión Soviética. Significa, ni qué decirlo, conquistar una plaza fuerte en la confrontación de Estados Unidos con China, que ha alcanzado un alto carácter geopolítico, o sea de la disputa de áreas de influencia. La oligarquía rusa y el aparato de seguridad enfrentan este ataque con sus propios métodos imperialistas, de alcance, como es obvio, mucho más limitado. El protectorado que la Rusia de Putin pretende ejercer, y en parte ya ejerce, en el “exterior cercano”, no puede ser igualado ni confundido con el alcance del imperialismo mundial. Es desde esta posición subordinada que procura una alianza, incluso estratégica, con el capital y los estados de la Unión Europea.
Las masas que habitan Rusia, el ‘exterior cercano’, Europa del este y los Balcanes, atraviesan una situación de gran miseria, agravada por el ‘aperturismo’ al Covid19. Una guerra convertiría esta miseria en un tragedia humanitaria, que incrementaría el caudal de refugiados en las costas del Mediterráneo y en la totalidad de Europa. No se puede combatir esta guerra defendiendo a uno de los campos capitalistas contra el otro. La ocupación militar de Ucrania, por parte de Rusia, no tendría nada de progresivo; lejos de ser una defensa contra la OTAN, fortalecería su política de guerra. El carácter de una invasión rusa queda claro en los territorios escindidos de Donbass, bajo la tutela de oligarcas rusos y ucranianos, y lo volvió a demostrar demostrar la represión de Rusia contra la rebelión popular en Kazajistán.
No son las tergiversaciones diplomáticas las que han demorado el estallido de una guerra – es el pavor de Biden y Putin a la reacción de las masas. Ningún pseudo acuerdo de circunstancias clausurará el peligro de una guerra; por el contrario, la preparación político-militar para el próximo episodio de ella se intensificará. El enemigo a abatir, para alcanzar un verdadera paz mundial, son los explotadores del propio país, su régimen político, su estado.
Una república socialista internacional de consejos obreros y trabajadores.
Jorge Altamira
24/01/2022
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