El pasado 15 de enero, horas después de la erupción del volcán submarino en Tonga, se produjo un enorme derrame petrolero en las costas de Perú. La magnitud del derrame es enorme afectando más de 18 mil metros cuadrados de mar según el Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental de Perú (OEFA).
La zona más comprometida es la región central de Perú, particularmente las costas del Callao. El derrame se produjo cuando un buque de una empresa subsidiaria descargaba crudo en una refinería de Repsol. La firma, que atribuyó el incidente a un fuerte oleaje en el mar que sería una derivación de la erupción en Tonga, dice que el derrame fue de solamente 7 galones de crudo y que ya está controlado; sin embargo, los estudios muestran que se trata de una cifra mucho mayor (6 mil barriles) y los habitantes locales denuncian que las costas y aves de la zona están cubiertas de petróleo.
La otra denuncia que hacen los lugareños y grupos ambientalistas es la falta de previsión por parte del gobierno. Las autoridades, por su parte, le echan la culpa a la Marina que no emitió la alerta de tsunami (lo hizo horas después, luego de que fallecieran 2 personas en un accidente producto del gran oleaje), a diferencia de los países vecinos de Chile y Ecuador.
También hay fuertes denuncias que luego de casi una semana no hay planes seriamente ejecutados para limpiar el desastre; el colmo de esto es la misma petrolera Repsol que solo habría enviado unas decenas de personas a limpiar las costas. Lo más grave es que fueron afectadas dos importantes reservas naturales de flora y fauna autóctonas: Ancón e Islas, Islotes y Puntas Guaneras.
Mientras el desastre continúa, el gobierno, la Marina y Repsol se echan la culpa de este desastre ambiental. En Perú, como en Argentina, el ambiente se ha convertido en la moneda de cambio de los gobiernos (en estos dos casos “progresistas”). Esto es una lección importante para el movimiento ambiental en Argentina que en estos momentos pelea de norte a sur contra la explotación petrolera offshore en nuestro mar.
Nicolás Wiso
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