Estados Unidos amenaza con establecer duras sanciones financieras contra Rusia si se agrava la situación en la frontera ucraniana. Moscú tiene también sus cartas económicas para jugar: puede entorpecer el abastecimiento gasífero de Europa, la que más allá de sus diferencias políticas y de intereses, tiende a alinearse con Washington en la ofensiva. La mitad del fluido que consume el viejo continente proviene de Rusia.
El trasfondo de esta crisis es el proceso de colonización capitalista sobre los exEstados obreros, tras la disolución de la Unión Soviética, y que apunta en última instancia contra Rusia (y China). En los ’90, dos acuerdos (la Carta de París de 1990 y el acta Otan-Rusia de 1997) modelaron la transición, reconociendo -con algunos límites- el avance económico, político y militar de Occidente sobre la región. Hoy, Moscú considera que esos límites han sido completamente avasallados, con un cerco-despliegue amenazante en sus inmediaciones.
Ucrania es uno de los países que estaba bajo la esfera de influencia rusa, pero donde fueron progresando las posiciones del imperialismo, en el marco del proceso de restauración capitalista. En 2014, los sucesos de plaza Maidan marcaron la caída del presidente Vikor Yanukovich, afín a Moscú, después de poner en el congelador un proceso de asociación económica entre Ucrania y la Unión Europea. Aquella crisis desembocó en una partición del país y en una guerra, con el gobierno de Kiev de un lado, y los rebeldes del este, partidarios de una autonomía, del otro, apoyados directamente por Putin. El conflicto ya ha dejado miles de muertos. Aunque los acuerdos de Minsk bajaron la intensidad del enfrentamiento, se siguen produciendo combates. Como respuesta frente al avance de Occidente sobre Ucrania, Moscú se anexó en 2014 la península de Crimea, donde está instalada la principal base naval rusa.
Hoy, el Kremlin vuelve a marcar sus “líneas rojas”: exige que Ucrania y otros Estados vecinos no se integren a la Otan, y que cese el despliegue militar imperialista en sus territorios aledaños. Los yanquis han dicho que eso es innegociable, por lo que las tratativas se frustraron. Los dos bandos muestran los dientes y se amenazan, pero tampoco cierran la puerta a la reanudación de los diálogos.
En todo este berenjenal, el vicecanciller ruso Serguéi Riabkov no descartó el despliegue de infraestructura militar en Venezuela y Cuba. Es una manera de pagar con la misma moneda: Moscú le muestra a Washington que también puede mover fichas cerca de su propia frontera. Pero con estas declaraciones, Moscú reduce a estos dos países a meras piezas suyas y a una prenda de negociación. A diferencia de la crisis de los misiles de 1962, cuando Cuba estaba bajo amenaza certera de una invasión yanqui, aquí estamos ante una maniobra del gobierno ruso. Por el momento, los gobiernos de Venezuela y Cuba no se pronunciaron. Sí lo hizo el autoproclamado presidente venezolano, el golpista Juan Guaidó, colocándose incondicionalmente -para variar- del lado norteamericano.
El gobierno ruso no está desenvolviendo una lucha anti-imperialista, sino que defiende, frente a la escalada occidental, el lugar de su burocracia y de su oligarquía en el proceso de restauración burguesa. En ningún caso recurre a la movilización de las masas, porque puestas en movimiento, éstas podrían asumir posiciones anti-restauracionistas. Frente a los recientes levantamientos populares en Bielorrusia y Kazajistán, cerró filas con los gobiernos represores de las oligarquías restauracionistas. El desembarco y penetración del gran capital en los Estados periféricos en torno de Rusia, que ha adquirido una enorme amplitud -como es el caso de Kazajistán-, crean condiciones más favorables para potenciar las presiones económicas, políticas y militares del imperialismo en la región y en esa medida, incrementa la vulnerabilidad de Rusia frente a sus enemigos. Con esta política, Putin mina las bases de una lucha victoriosa contra el cerco imperialista y permite a este agitar demagógicamente un programa derechohumanista.
Ucrania
En el caso puntual de Ucrania, en los últimos meses, el gobierno de Volodómir Zelenski ha profundizado su alineamiento con el imperialismo. Además de insistir con su petición de ingreso a la Otan, el Parlamento aprobó una ley llamada de “desoligarquización” tendiente a barrer con la élite favorecida por el proceso restauracionista, liberando más el terreno al capital occidental. La norma crea un registro de “oligarcas” y les impide beneficiarse de las privatizaciones, a la vez que restringe su participación en política y en los medios.
A caballo de la nueva norma, Zelenski quiere también aplastar a la oposición y prepararse para una reelección. Abrió una causa contra el expresidente Petro Porochenko, el “magnate del chocolate”, por “alta traición”, dado que éste habilitó durante su mandato la importación de carbón desde el este, en una operación mediada por el oligarca Víktor Medvedchuk, también encausado. Medvedchuk es otro de los líderes de la oposición y, según algunos medios, amigo de Putin. A fines del año pasado, Zelenski acusó a su vez al oligarca Rinat Ajmétov, el empresario más poderoso del este, por su presunta implicación en los preparativos de un golpe de Estado, junto a Rusia. Todo esto atiza el conflicto general entre el imperialismo y Moscú.
El proceso de restauración capitalista ha implicado enormes penurias para las masas rusas y del este europeo. Es necesario rechazar la nueva escalada política y militar del imperialismo en la región. Abajo la Otan, disolución de esta alianza militar imperialista. No al despliegue militar norteamericano y de la Unión Europea en el exespacio soviético.
Por una intervención independiente de las masas en Rusia y Ucrania. Por una Ucrania unida y socialista. La causa de la emancipación nacional y social, incluida la defensa de integridad nacional rusa y ucraniana contra la escalada imperialista no puede quedar en manos de la burocracia restauracionista de Putin. Es una tarea reservada para los explotados en el marco de una batalla estratégica por una revolución política y social en los países de la región y gobiernos de trabajadores.
Gustavo Montenegro
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