Estados Unidos es un país en guerra contra todo el mundo – desde hace tiempo. Es manifiesto el deleite de la administración Biden por la exhibición de capacidad de fomentar una guerra contra Rusia hasta la vida del último de los ucranianos. Es la fantasía de todos los imperialismos en la historia – la guerra por delegación; poner a prueba las armas más sofisticadas (satélites incluidos) sin arriesgar la tropa propia. Estados Unidos ha impuesto la participación en la guerra contra Rusia a la totalidad de la Unión Europea, y ahora repite el esquema en el Indo-Pacifico, en función de una guerra contra China que tiene un elevado grado de preparación.
Estados Unidos no solamente tiene más de un millón de personas bajo las armas, a lo que hay que sumar una legión de veternanos de guerras precedentes. La represión a crecientes tumultos y rebeliones recientes ha puesto en evidencia que la policía se ha convertido en una fuerza militar que utiliza las armas de los ejércitos de Estados Unidos empleados en la represión de las ciudades ocupadas en el Medio Oriente y Asia. Un estado en guerra convierte a su propio territorio en campo de batalla. La militarización de la sociedad es un hecho irreversible. Cualquier medida de control de armas que vote el Congreso será fatalmente cosmética, sistemáticamente violada y cuestionada a repetición en los Tribunales.
¿Qué no puede ocurrir en escuelas y centros comerciales cuando bandas armadas asaltaron el Congreso por instigación del propio Presidente y sus secuaces en la policía, órganos de seguridad y sectores de las fuerzas armadas? La tentativa golpista contra el Capitolio fue un episodio de guerra civil. En las primarias que están en curso en el partido Republcano, una participante ganó la candidatura a las elecciones nacionales, luego de presentar ‘spots’ que la muestran con un arma pesada que hace explotar un automóvil que tiene inscripta la palabra socialismo.
La descripción de Estados Unidos como una democracia asentada en las enormes ganancias que le ofrecía su supremacía económica internacional, en especial entre la década de los 50 del siglo pasado, se encuentra vetusta. El desarrollo de una “aristocracia obrera”, incluído el ascenso social de sus vástagos, es cosa del pasado. Bajo la presión de la sobreproducción mundial, los ingresos y las condiciones laborales de los trabajadores se han deteriorado manifiestamente. Gran parte de las nuevas generaciones no vislumbra un futuro. El país de la inmigración levanta muros contra los inmigrantes y violenta los derechos humanos de ellos sin restricciones. El “estado de derecho” fue ‘suspendido’ a partir de 2001, cuando volaron las torres gemelas. Se instalaron cárceles clandestinas en numerosos estados extranjeros. Las cárceles del país están abarrotadas de negros y latinos. La salud mental de los victimarios con armas de guerra es una expresión particular de la salud mental de los Estados Unidos como organización suprema del capitalismo internacional. La nación más rica del planeta ha exhibido su condición sanitaria y humanitaria bajo el Covid, cuando encabezó el registro de contagios y de muertes. El consumo de drogas bate récords tras récords, mientras la industria se encuentra lanzada a la producción de drogas cada vez más letales. La drogadicción ha entrañado un número excepcional de muertes entre los trabajadores. Visto en su conjunto, el interrogante es: ¿quién impone “el control de armas” a Estados Unidos para evitar guerras internacionales, o sea asesinatos en masa, y quién supervisa su estado de “salud mental”, o sea social y político?
La administración Biden o cualquier otra para el caso, no reúne las condiciones para ‘pacificar’ un país que ahora mismo quiere llevar la guerra a territorio ruso mediante la entrega de misiles de largo alcance a Ucrania. La violencia de las reacciones que ha suscitado la advertencia del Henry Kissinger, el ex secretario de Seguridad de Nixon, contra lo que ve como un claro intento del gobierno de Biden en ese sentido, son una prueba de que Estados Unidos no va hacia una ‘pacificación’ interna sino hacia un régimen de estado de sitio. El carácter mundial de la guerra de la Otan contra el régimen de Putin se manifiesta por sobre todo al interior de Estados Unidos. La oligarquía capitalista norteamericana se ha impuesto la obligación de ganar esta guerra para evitar la desintegración política que generaría un resultado adverso.
El fascismo, acerca de cuyo ascenso se han escrito ríos de tinta, no ha tenido hasta ahora el progreso que se le adjudica desde hace medio siglo. Todas sus expresiones han seguido el rumbo que marcó el mussoliniano Movimiento Social Italiano, que acabó cooptado por el régimen parlamentario en presencia. Donde sí ha plantado raíces es en Estados Unidos – cuya condición de democracia burguesa por excelencia es, por otra parte, históricamente falsa. Cuenta con un largo pasado esclavista, con una guerra civil de las más cruentas; y con un extendido estado policial y militar.
Los asesinatos de escolares son una metáfora de esta realidad.
Jorge Altamira
27/05/2022
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