Rodolfo Hernández es un candidato ‘independiente’ absolutamente de derecha, que se ganó el apoyo, en los días finales de la campaña, de Ingrid Betancourt, que estuvo secuestrada por las FARC hace dos décadas. Lo que cautivó a Betancourt es el discurso de Hernández contra la corrupción y contra los políticos, sin importar que el hombre ha sido acusado por corrupción y ha sido intendente de Bucaramanga. Para la CNN, el individuo es un Trump, por su edad, manejo de fondos y planteos políticos. Todavía no revisó la declaración que hizo en 2016, cuando se proclamó “seguidor de un gran pensador alemán: Adolf Hitler”. Para satisfacción de algunos aventureros de Argentina, tiene un tufillo a Milei. El caso colombiano deja mejor expuesto el fenómeno de los francotiradores que aparecen como hongos en el panorama político, en el sentido de que son una resaca de la putrefacción del sistema político.
Si Hernández ganara en la segunda vuelta se convertiría en un presidente sin bancada parlamentaria –deberá reunir a legisladores afectos y desafectos-. El vacío parlamentario de su régimen será llenado, obviamente, por las fuerzas armadas, en un molde más contradictorio aún que el que llevó al alto mando de Brasil a jugar la carta de Bolsonaro. En fulminantes 48 horas, los mentideros políticos han pasado de la perspectiva de una nueva onda de gobiernos progresistas, como ocurrió entre 2005 y 2016, a la de una renovada ‘peste marrón’. Lula, advertido de que América Latina no se priva de sustos, sigue reclamando una victoria en primera vuelta, para evitar que una suma de opositores reelija a Bolsonaro en el balotaje. Para Lula, esto significa armar alianzas con la derecha en la mayor cantidad de Estados y municipios posibles.
La expectativa de un “final del ciclo uribista” se encuentra amenazada. El uribismo ha sufrido, por cierto, una derrota estruendosa –del 70% que en una ocasión obtuvo Álvaro Uribe, al tacaño 28% del domingo 30-. No solamente esto: han quedado sepultados los dos partidos históricos de Colombia, el Conservador y el Liberal, que se mataron a gusto en las guerras civiles del siglo XIX y parte del XX. Pero con Hernández no cesa la vigencia del estado militar y paramilitar –la alianza de los grupos oficiales y paraoficiales con las bandas del narcotráfico-. Hace poco tiempo, el llamado Cartel del Golfo hizo valer “un paro armado” regional, para reclamar la repatriación de uno de sus jefes detenidos en Estados Unidos. En Colombia prosigue una guerra civil ‘unilateral’, con asesinatos diarios de líderes y activistas del sindicalismo y de los movimientos identitarios. La rebelión popular y las huelgas generales del año pasado no han apaciguado al aparato militar-policial y a la burguesía que lo patrocina. Colombia es una base militar de la OTAN, o sea que ocupa un lugar estratégico en el dispositivo bélico del imperialismo mundial, que busca conquistar el Asia Central y convertir a China y a Rusia, y en última instancia a la Unión Europea, en sub-potencias periféricas.
Gustavo Petro, el ganador de la primera vuelta, tiene sin embargo la posibilidad de revertir el desenlace siniestro. Para eso debería apelar al elenco histórico masivo de abstencionistas, que es el 50 por ciento del padrón. La convocatoria a una lucha final contra el régimen del terror social no es, sin embargo, el fuerte del líder del Pacto Histórico. Buscará arañar los diez puntos que lo distancian de la victoria mediante pactos y acuerdos con la gran burguesía. Ya ha prometido, incluso en medio de una bancarrota económica internacional, que no realizará nacionalizaciones, ignorando que la mayor parte de ellas tienen lugar para rescatar a empresas en crisis y no para desarrollar la autonomía política de las naciones atrasadas. Los llamados ‘acuerdos de paz’, en cuanto atañe a los trabajadores, no han establecido ninguna ‘paz’, pero sí han servido para preservar el estado de las bandas militares y paramilitares. La segunda vuelta será también, muy probablemente, un segundo campo de batalla entre Biden y Trump, en la disputa entre estas facciones por el control de Estados Unidos. Todos los trabajadores de América Latina deben movilizarse para aplastar a la derecha colombiana.
La tensión política en Colombia se corta con un cuchillo. Las organizaciones de masas deben abordar la segunda vuelta con la mayor urgencia. No se trata de hacer la claque de Petro, sino de movilizar contra la derecha a partir de un programa propio y de la convocatoria a una lucha por las reivindicaciones agrarias y sociales y, por sobre todo, de organización de autodefensa contra la represión y los asesinatos. La coyuntura electoral que enfrenta Colombia es un episodio político de una lucha más decisiva, que hay que abordar con métodos revolucionarios de masas.
Jorge Altamira
30/05/2022
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