Muy claro tenía el poeta Miguel Hernández (Orihuela 1910-1942) el papel que los seres de su condición juegan respecto a sus coterráneos. «Nosotros venimos brotando del manantial de las guitarras acogidas por el pueblo, y cada poeta que muere, deja en manos de otros, como una herencia, un instrumento que viene rodando desde la eternidad de la nada a nuestro corazón esparcido. Ante la sombra de dos poetas, nos levantamos otros dos, y ante la nuestra se levantarán otros dos de mañana», dijo. «Nuestro destino es parar en las manos del pueblo», resumió.
Nadie que sepa del regocijo experimentado cuando el cantor dice lo que no nos está dado expresar pondría en dudas estas sentencias hernandianas; sin embargo, en su caso, su voz se elevó más allá de su tierra y tocó muchas almas de otros pueblos, o del pueblo común del mundo, ese segmento humano en el cual no caben los que lo abandonan y desprecian.
De no ser así, ¿cómo podríamos explicar la identificación que nos proporciona su poesía? ¿Cómo decir que no nos toca su obra si ante el verso nos reconocemos?
Sabida es su historia y las consecuencias nefastas que viviera por combatir el fascismo de Franco. En circunstancias límites escribiría:
Boca que arrastra mi boca / Boca que me has arrastrado / Boca que vienes de lejos / A iluminarme de rayos, / y ante el escenario bélico, halla un sitio donde todavía las criaturas humanas podrían estar a salvo:
Menos tu vientre / todo es confuso. / Menos tu vientre / todo es futuro / fugaz, pasado / baldío, turbio. (…) / Menos tu vientre / todo es oscuro, / menos tu vientre / claro y profundo.
De la reacción a los horrores suscribió en un poema: Todas las madres del mundo, / ocultan el vientre, tiemblan, / y quisieran retirarse, / a virginidades ciegas (…). Y también: El árbol solo y seco. / La mujer como un leño / de viudez sobre el lecho. / El odio sin remedio. / ¿Y la juventud? / En el ataúd.
¿Cuántas veces vimos, mientras leíamos o escuchábamos la Elegía a Ramón Sijé –uno de los más grandes poemas de la lengua española de todos los tiempos– el rostro del amigo o la amiga que partió antes de tiempo y como Hernández sentimos que lo derribó Un manotazo duro, un golpe helado, / un hachazo invisible y homicida? ¿Cuántas, nos negamos a perdonar «a la muerte enamorada» o a «la vida desatenta»?
Al ser conscientes de que en el mismo mundo donde tan bien podríamos vivir todos, hay niños y niñas –como los suyos– que, en lugar de estudiar y prepararse para la vida, tienen que trabajar al sol o al frío, porque otro destino se les resiste, ¿no han venido a su memoria los versos desgarradores de Miguel, en los que denuncia que: Lo veo arar los rastrojos, / Y devorar un mendrugo, / Y declarar con los ojos / Que por qué es carne de yugo.
Ante la indiferencia del amor, ¿no saltaron nunca los versos de aquel soneto descomunal de exactas similitudes? Como el toro te sigo y te persigo, / y dejas mi deseo en una espada, / como el toro burlado, como el toro.
No son pocos los que, habiéndoseles arrebatado la paz, emprenden hoy batallas impostergables: ¿No habrá pasado por la mente del combatiente enamorado una estrofa como esta? Para el hijo será la paz que estoy forjando. / Y al fin en un océano de irremediables huesos / tu corazón y el mío naufragarán, quedando / una mujer y un hombre gastados por los besos.
Disculpe el lector en esta entrega las muchas preguntas. Confiados en su agudeza, creemos poder coincidir en tan entrañable cercanía. Para hallar mucho más, solo habría que volver a Poesía, de Miguel Hernández, una joya publicada varias veces por Arte y Literatura. El encuentro no solo será un homenaje, sino también la certeza de que somos otros, sin duda mejores, después de conectar con la buena poesía.
Madeleine Sautié | madeleine@granma.cu
29 de marzo de 2022 23:03:13
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