La gira por Asia del presidente estadounidense Joe Biden ha tenido como propósito bastante evidente avanzar en un cerco contra China, su principal adversario a nivel global, y con quien protagoniza una guerra comercial.
Las tres cuestiones principales del viaje han sido la ratificación del apoyo militar a sus socios (Corea del Sur, Japón), las advertencias contra el gigante asiático por Taiwán y los mares de la región, y el lanzamiento de un Marco Económico del Indo-Pacífico que excluye a Beijing y suma a trece naciones (Estados Unidos, Japón, India, Australia, Corea del Sur, Indonesia, Tailandia, Singapur, Malasia, Filipinas, Vietnam, Nueva Zelanda y Brunei).
Visto de conjunto, es un intento de Washington por remontar una debacle en el plano exterior que se arrastra ya desde antes del mandato de Trump y tuvo su punto más emblemático en la derrota en Afganistán. Y también, busca consolidar el alineamiento de sus socios regionales en la cruzada contra Rusia por la guerra en Ucrania. Sobre este último punto, Biden sostuvo que Moscú debe “pagar un precio a largo plazo”, un discurso que va mucho más allá de las fronteras ucranianas; es el propósito de avanzar en una colonización de los ex Estados obreros.
De Seúl a Tokio
En Corea del Sur, Biden se entrevistó con el presidente Yoon Suk-yeol. Es un conservador conocido por sus planteos contra las reivindicaciones del movimiento de mujeres, que desplazó a los liberales en las elecciones de este año. Su triunfo implica un alineamiento más estrecho con Washington y un endurecimiento hacia Corea del Norte, con quien las negociaciones nucleares están empantanadas desde 2019. El líder de la Casa Blanca prometió en Seúl intensificar los ejercicios militares conjuntos. Vale señalar que Washington tiene desplegados más de 28 mil soldados en la península.
En Japón, donde Estados Unidos tiene apostados 57 mil efectivos en 120 bases, el mandatario estadounidense se entrevistó con el nuevo primer ministro Fumio Kishida. Además de ratificar los acuerdos con el país del sol naciente, que se viene reforzando militarmente a pesar de los límites que le marca la Constitución de la posguerra, Biden lanzó desde Tokio su advertencia contra China por Taiwán. Frente a la pregunta de un periodista, comprometió un apoyo militar a la isla ante una eventual invasión de Beijing, que la reclama como propia.
Algunos interpretaron las declaraciones presidenciales como el fin de la política de “ambigüedad estratégica” que rige los vínculos entre Washington y Taipei, debido a que un tratado de 1979 establece que Estados Unidos debe garantizar que la isla esté protegida, pero no lo obliga a participar en un potencial conflicto. Además, en teoría Washington defiende la política de “una sola China”.
Aunque el propio Biden haya aclarado más tarde que no hay cambios respecto al “ambiguo” tratado de 1979, lo cierto es que la profundización de los lazos entre Washington y Taipei viene creciendo en las últimas dos décadas. Se han ido multiplicando a medida que se empezaban a desacoplar las economías yanqui y china y se incrementaban las disputas y tensiones militares a nivel global. Fue con Trump que estos acercamientos dieron un salto visible.
El impacto que tendría una confrontación militar en Taiwán, con China y Estados Unidos involucrados, dejaría empequeñecido lo que ocurre hoy en Ucrania.
Finalmente, Biden lideró en la capital nipona una reunión del Quad, una alianza con la India, Japón y Australia (vale señalar que con Londres y Canberra, Washington suscribió también recientemente un acuerdo militar llamado “Aukus”). Este cónclave aprobó un fondo de 50 mil millones de dólares para el desarrollo de obras de infraestructura, una respuesta indisimulada a la ruta de la seda promovida por Beijing.
El documento de la reunión del Quad está lleno de amenazas contra China, aunque no pudo establecer una condena explícita a Rusia, debido a las reticencias de la India, que compra sus armas a Moscú y ahora también petróleo.
Una cuestión que pasó inadvertida es que mientras Biden visitaba el Oriente, funcionarios chinos arribaban a Honiara, la capital de las Islas Salomón, para ratificar un acuerdo de seguridad que los críticos temen que sea la puerta para el establecimiento de una base naval china en el país insular. Este territorio atraviesa una conmoción debido a un giro en su política exterior. Hace pocos años rompió relaciones con Taiwán para acercarse a Beijing, aunque no ha roto sus vínculos con Australia y Nueva Zelanda (que tienen la potestad de desplegar tropas en el lugar), ni tampoco con Washington.
La cuestión es importante porque las islas del Pacífico son la fuente de una partida de TEG entre el imperialismo y China. Beijing está explorando acuerdos similares al de las Salomón con Kiribati y otros países de esa inmensa región.
Militarismo
En resumen, la gira es otra expresión de la tentativa de avance yanqui contra China, y testimonia el desarrollo del militarismo a nivel global, como fruto del choque entre las grandes potencias y la crisis capitalista.
Beijing ha tenido hasta aquí una postura cauta con respecto al conflicto armado en Ucrania, debido en gran medida a sus lazos económicos tanto con Kiev como con Moscú. No condena al Kremlin, pero tampoco lo apoya -al menos abiertamente. Más de fondo, el problema es que el gigante asiático se ve perjudicado por el impacto dislocador de la guerra sobre la economía mundial.
Hay comentaristas que señalan contraintuitivamente que a China le podría convenir una derrota rusa, dado que un debilitamiento de Moscú le permitiría tutelar un inmenso productor de materias primas, pero es una mirada unilateral, porque una derrota rusa implicaría a la vez un fortalecimiento de Washington, que es hoy el principal rival del gobierno chino.
Frente al desarrollo del militarismo a nivel global y de la guerra imperialista, con su secuela de destrucción y miseria (el semanario The Economist advierte en su último número sobre la “catástrofe alimentaria” que se aproxima), alentamos la intervención de los trabajadores en el camino de la revolución social.
Gustavo Montenegro
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