Gustavo Petro ganó la primera vuelta, y se enfrentará a Rodolfo Hernández en el ballotage del 19 de junio
La primera vuelta presidencial colombiana arrojó un resultado contradictorio. La alta votación -40% de los sufragios- de Gustavo Petro, del centroizquierdista Pacto Histórico, que lo ubican en el primer lugar, es opacada por la performance del segundo contendiente, Rodolfo Hernández (28% de los votos), un aliado del uribismo que se presenta como “outsider” y que concentraría la totalidad del voto de la derecha en el balotaje, lo cual abre las puertas a su triunfo sobre Petro el 19 de junio. La sumatoria de los votos de Hernández y de “Fico” Gutiérrez (24%), que era el favorito del uribismo, supera el 50%.
Las elecciones expresaron variantes del rechazo y hartazgo al régimen montado por el uribismo, que ha llevado a un declive económico a las mayorías nacionales y a un espiral de violencia y represión inaudita. Pero, también, de las iniciativas de recomposición y recambio de ese régimen, que continúa siendo la carta más confiable del imperialismo en la región.
Este intento de recambio será materializado en la persona de Rodolfo Hernández, un millonario de 77 años que ejerció como alcalde de Bucaramanga, en el departamento de Santander. Es una figura que posa de populista, pero con un discurso muy reaccionario, antiobrero y misógino. En su campaña, montada sobre redes sociales y evitando debates públicos, hizo foco en la “anticorrupción”, esto a pesar de estar él mismo investigado por malversación de fondos y salpicado por escándalos de todo tipo.
Hernández obtiene el 28% de los votos, y se hace fuerte en las regiones fronterizas con Venezuela. Son distritos con el status de “zonas rojas” por la violencia paramilitar y narco. También gana en Cundinamarca (alrededores de Bogotá) y en los medios rurales del centro del país.
Hernández logra sus mejores resultados en los ámbitos más conservadores políticamente, y en los rangos de mayor poder adquisitivo, ambos históricamente vinculados con el uribismo. Con excepción de Antioquía, supera en todas al candidato apoyado directamente por el ex presidente Álvaro Uribe –“Fico” Gutiérrez-, lo cual hace pensar en un juego de los aparatos y maquinarias electorales tradicionales en su favor.
En contraste, Petro, un centroizquierdista moderado que fue guerrillero del M19 hasta 1990, gana con guarismos que llegan al 70% en las regiones pobres y con primacía indígena o afrodescendiente, como Cauca, Nariño o Chocó, en la costa del Pacífico. También triunfa holgadamente en el sur y este del país, en los departamentos del Caribe, en Bogotá y en la mayoría de las principales ciudades (Cali, Barranquilla, Cartagena, entre otras).
El voto hacia Petro da cuenta de un crecimiento del Pacto Histórico con respecto a las legislativas de marzo, y de una duplicación del caudal de las presidenciales de 2018. Esto a pesar de que el abstencionismo y el voto en blanco se mantienen en niveles similares. Petro parece absorber los votos de quienes apoyaron a candidatos del centro político en las últimas legislativas. Hay un correlato geográfico, que debe ser precisado con los resultados definitivos, entre la votación de Petro en esta elección y quienes apoyaron el plebiscito en favor de los acuerdos de paz con la guerrilla de las FARC en 2016.
Pero el factor definitorio de este proceso fue la rebelión del año pasado. La irrupción popular contra las medidas económicas del entonces presidente Iván Duque dio vuelta el panorama político, permitiendo que se cristalice el hartazgo contra el régimen y el veto popular a sus personeros directos. Todos los candidatos abordaron, con sus recursos y orientación, esta nueva situación.
Paradójicamente, Petro, quien más se benefició electoralmente de este escenario, fue también el que más limitado se encontró para explotarlo hasta sus últimas consecuencias. No contento con jugar a desmontar las medidas de lucha durante las protestas, basó su campaña en ofrecer garantías a la burguesía y al imperialismo de la moderación de sus planteos. Tras conocerse los resultados, insistió en su alocución en colocarse como la posibilidad de un cambio “estable” frente a lo impredecible de su contendiente Rodolfo Hernández. La política contemporizadora con el orden social establecido, sin embargo, no fue suficiente para conquistar la confianza de la clase capitalista.
La desactivación de la rebelión popular -y la puesta en marcha de la “escapatoria” electoral como gran carta de contención y rescate del régimen en crisis- le dio un aire gigante al régimen uribista, que encontró su propio candidato “anti sistema”, Hernández, tras el cual se unirán, incluso a regañadientes, todos los del “sistema”.
La cuestión de retomar el impulso a la rebelión con un norte de clase y un programa propio, tampoco fue llevada a cabo -en líneas generales- por los sectores combativos que apoyaron al Pacto Histórico. Por el contrario, primó la indiferenciación con su figura y su partido (Colombia Humana) y la dilución tras sus propuesta electorales. La independencia política de la burguesía, sus partidos y su Estado, es decir, de la construcción de una alternativa política obrera y popular, debe ser colocado en el centro de la escena.
Luciano Arienti
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