Starlink sirvió (y sirve) a un doble propósito, tanto civil como militar. En efecto, provee de vitales comunicaciones a las fuerzas ucranianas para todo tipo de usos, incluso para comunicar los drones entre si para organizar ataques de precisión (Eurasian Times, 9/5). Otros dos aspectos hacen del Starlink un sistema altamente decisivo en términos militares. Primero, requiere una infraestructura mínima, y segundo, el pequeño tamaño de sus satélites hace posible que cada cohete enviado al espacio pueda poner en órbita unos 50 de ellos, en lugar de un cohete por cada uno, como ocurre en el sistema tradicional. La reducción de costos es notable. El sistema Starlink permite reemplazar los satélites con gran velocidad en los casos en que fueran destruidos por un enemigo. Se neutraliza el alcance de los misiles antisatélites de Rusia y China que tienen esta capacidad para destruir la red satelital.
Que Elon Musk, mediante Starlink, se abra camino al exclusivo club de los productores militares es prácticamente un hecho consumado y expresa otro costado muy relevante de la carrera armamentística en curso: junto con el desarrollo de capacidades de guerra cibernética, robotización y armas hipersónicas, la militarización del espacio aparece como uno de los nuevos campos de confrontación bélica.
La militarización del espacio es una tendencia de larga data. La primera formulación de un plan para militarizar el espacio fue la Defensa Estratégica de Reagan en los ´80, mejor conocida como “Guerra de las Galaxias”, que visualizaba satélites armados, entre otros conceptos. Si bien se demostró un "bluff", el súper caro programa del transbordador Buran -lanzado por la Unión Soviética en 1988- fue una respuesta al temor de aplicaciones militares por parte del transbordador espacial de la NASA. En la década de los ´90, los norteamericanos dieron enormes saltos en la militarización del espacio. Sumaron el GPS a los ya entonces viejos satélites de comunicación, reconocimiento y espionaje. Fue la clave que permitió que los tanques de la OTAN pudieran cruzar sin perderse en el desierto iraquí durante la Guerra del Golfo. Dado que ese desierto prácticamente no tiene accidentes geográficos o puntos que puedan servir de referencia, se consideraba muy difícil de navegar y orientar para formaciones de maniobras. Fue la razón por la que los iraquíes no protegieron esa zona.
Los norteamericanos avanzaron en desarrollar con tanto énfasis su red satelital (dándole cada vez más funciones) que buena parte de su capacidad de combate se volvió dependiente de ella. Identificando esa vulnerabilidad, a la luz de lo demostrado en Tormenta del Desierto, durante la primera década del milenio los chinos y los rusos se encargaron de desarrollar diferentes métodos para atacar la red de satélites militares estadounidenses. Apelaron a la guerra electrónica, cibernética y por armamento anti satelital, al mismo tiempo que desarrollaban sus propias redes de satélites militares con usos comparables, aunque en una escala menor. Durante la presidencia de Trump, EEUU creó una nueva rama de servicio -además del Ejército, Armada, Fuerza Aérea, Guardia Costera y Cuerpo de Marines- la Fuerza Espacial. La Fuerza Espacial corporiza la decisión del Pentágono de avanzar decididamente en la militarización del espacio.
Como en el caso de la “Guerra de las Galaxias” de Reagan, este nuevo impulso necesariamente generará una respuesta simétrica por parte de China y Rusia. Estados Unidos respondió con el desarrollo de misiles interceptores, y Rusia contratacó con el desarrollo de las armas hipersónicas. Los medios de destrucción masiva han crecido en una escala extraordinaria.
Leib Erlej
19/05/2022
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