El musical es un grito de rebeldía contra el fascismo y las guerras imperialistas que sacudieron el siglo XX.
Un 23 de mayo de 1982, hace 40 años, se estrenaba en el Festival Internacional de Cine de Cannes la película The Wall. Esta pieza maestra dirigida por Alan Parker y Gerald Scarfe, un musical que le puso imágenes al disco de igual nombre de la mítica banda Pink Floyd, se convirtió rápidamente en mucho más que un film.
Combinando escenas actuadas con animación, The Wall se consagró como una de las películas más icónicas de todos los tiempos. Y es, en gran medida, mérito de su buena realización. Los dibujos de Scarfe han pasado a la historia por su enorme densidad metafórica, que le valieron referencias y menciones en otras películas y series. Aquella memorable escena en que una flor devora a otra, la simbología en los martillos desfilando o el escenario de una batalla bélica llenándose de cruces cuando suena Goodbye Blue Sky le dieron un rasgo distintivo y auténticamente propio.
Nadie podría, sin embargo, soslayar la actuación soberbia de Bob Geldof, nuestro protagonista. “Pink Floyd” en esta historia, pero quien también supo ser el vocalista y líder de The Boomtown Rats. Todo el trabajo actoral, la producción y las escenografías son espectaculares. Los guiones escritos por Roger Waters también. Las escenas que van y vienen en el tiempo llevan al espectador de un momento a otro a la tensión, la crudeza, desazón, la soledad o el desgarro, y van consolidando el vivo retrato de cómo Pink se fue hundiendo en la más absoluta descomposición (o cómo se lo fueron devorando los gusanos).
Al escribir estas líneas sobre mi película favorita, tampoco puedo evitar hacer una mención destacada a mi banda favorita, Pink Floyd. The Wall venía ya ganando premios, posicionándose en el podio de discos más vendidos en varios países y, de por sí, era la consolidación de una nueva etapa para un conjunto musical que supo incursionar (y revolucionar) distintos sonidos, hablando de la armonía de las composiciones a la ecualización o los efectos. Luego de Animals, un disco donde ya las letras con mayor crítica social comenzaban a abrirse paso (aunque con mayores pasajes de esa psicodelia típica de la banda), The Wall llega para consolidar una nueva faceta; más cruda, más áspera.
Para ese entonces, quien tampoco pudo evitar hacer menciones fue Waters, que aparece también hablando en primera persona. Al ver el film es común la sensación de que la protagoniza él mismo, atendiendo a cómo el guión que se combina con las canciones del disco lo encuentran relatando sucesos propios. Quizás el más significativo sea el que dilucida y sintetiza casi toda la trama: que Waters perdió a su abuelo en la primera guerra mundial y a su padre en la segunda. “Daddy’s flown across the ocean, leaving just a memory (papá voló a través del océano, dejando sólo un recuerdo)” comienza la primera estrofa de Another Brick in The Wall (Pt.1), mientras Pink juega con un avión de juguete en la Iglesia, y muestra el vacío que siente al ver a otro niño en el parque con su papá.
The Wall debe verse en contexto. Las recurrentes escenas de masacres y de conflictos bélicos retratan a un siglo XX convulsionado por las guerras mundiales, por la escalada militar entre potencias imperialistas arrasando países enteros, por el surgimiento de regímenes fascistas para aplastar masivos levantamientos populares. Incluso su nombre en sí mismo invita a pensar en el muro de Berlín, siete años antes de su caída y del fin de la guerra fría. En ese sentido se coloca la aparición del “teléfono rojo”, en alusión a la línea Moscú – Washington, y puede interpretarse como crítica también hacia la burocracia estalinista, que venía de invadir Checoslovaquia para aplastar la Primavera de Praga en medio de las crecientes protestas obreras contra la degradación de la Revolución de Octubre. Todos estos son, sin duda, el ángulo fuerte de la película. Pero no termina ahí.
Tiene el mérito también, valga la redundancia, de situarse a su vez en contexto. Sí, es fundamentalmente una crítica a la barbarie, o, si se quiere, las “carnicerías humanas”, mientras se evoca por sí sola la escena de la picadora de carne. Pero es también una crítica a todos los resortes de una sociedad capitalista en decadencia, que es la que motoriza todo lo otro. Es una crítica a la familia tradicional y cómo el régimen necesita de ella para reproducirse. Tras las escenas de Pink de pequeño con su madre, mientras suena Mother con aquella sobreprotección a la que se le adjudica una parte de sus traumas de adulto, también se contempla cómo fue esa “madre sobreprotectora” la que tuvo que pasar a hacerse cargo completamente sola de él, para que su padre fuera enviado a morir en la guerra. O la crítica a un sistema educativo conservador y autoritario, regido enteramente por estos intereses de época en juego.
Vale señalar entonces el enorme impacto que tuvo en nuestro país, siendo estrenada en el mundo en plena guerra de Malvinas. Con el fin de la dictadura militar en 1983, The Wall desembarcó como un grito de rebeldía contra las atrocidades del golpe, en medio de las movilizaciones crecientes y de la lucha por la verdad y la justicia. Así fue que la pieza duró casi una década en cartelera en horas de la noche en la Ciudad, habiendo lugar incluso para las versiones populares de que en alguna función el público comenzó a revolearle las butacas a la pantalla, contagiado de la rebeldía que propone.
En el final de la película (y del disco), la canción The Trial parece coronar un final inevitable. Pink está loco de remate: la barbarie lo llevó a una degradación absoluta. Fue digerido por los gusanos y no hay marcha atrás. Todos los fantasmas que lo azotaron hasta entonces se conforman como una suerte de tribunal que lo maltrata y lo violenta, y que se reparte las culpas de no haber logrado “adaptarlo” al mismo régimen social que lo condujo al delirio. Pink no es en este pasaje de la película más que un muñeco inmóvil que se desarma y se desvanece contra la inmensidad del muro.
Pero con esa impronta musical de ópera, la película tiene un cierre superlativo. Un verdadero grito de masas, coreado al unísono por cientos (o miles de voces) empieza a resonar cada vez más fuerte, mientras a Pink lo invaden imágenes que aparecen a lo largo del film. “Tear down the wall! (derriben el muro!)”, proclaman. Así, el punto final llegará dado por la escena de un muro volando por los aires, tras lo que se puede ver luego a algunos niños jugando con los ladrillos que cayeron en un día soleado. Casi como Pink jugaba con el uniforme militar y el arma de su padre cuando comienza a sonar When the Tigers Broke Free, publicado en el siguiente disco de Pink Floyd, The Final Cut, o como lo hace poniendo las balas sobre la vía del tren en la antesala de The Happiest Days of our Lives. Y nos invita a soñar con el mundo que nacerá cuando derribemos el muro.
Manuel Taba
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