En los últimos días, dos de las vías por las que el gas ruso fluye hacia sus clientes europeos fueron interrumpidas. Por un lado, Moscú anunció –como parte de una serie de contrasanciones contra Occidente- el cierre del gasoducto Yamal que transporta el fluido hasta Alemania. Por otro, el gobierno ucraniano bloqueó –alegando motivos de seguridad- una vía que pasa por una zona bajo control de las tropas rusas, exigiendo al régimen de Putin un redireccionamiento que éste negó; esta vía suministra un tercio del gas europeo.
Como fruto de estas noticias, los precios del gas tuvieron un nuevo salto. El mes pasado, Rusia ya había detenido los envíos a Bulgaria y Polonia, dado que no se atuvieron al reclamo de Moscú para que cancelaran los pagos en rublos.
La cuestión energética es uno de los puntos más sensibles de la guerra, dado que el petróleo y el gas son la base de la economía rusa y Europa tiene una enorme dependencia de ellos. Esta interrelación entró en crisis con el estallido del conflicto armado, disparando los precios y agravando la inflación global.
Uno de los casos más notorios de esta dependencia es el de Alemania, que al momento de empezar los disparos importaba el 60% del gas y el 40% del petróleo que necesita desde Rusia. Incluso estaba construido y a punto de habilitarse un gasoducto (Nord Stream 2) que quedó varado debido a la presión norteamericana. Esta necesidad del combustible ruso es uno de los factores que explica las reticencias iniciales de Berlín a la “línea dura” de Washington.
En el caso de algunos países mediterráneos, como la República Checa, Eslovaquia y Hungría, la dependencia es aún más profunda, por no decir casi total. En cambio, otros países (como los ibéricos) aparecen menos urgidos.
Para la Unión Europea, se plantea una situación embarazosa. Si no establece sanciones a la energía rusa, deja en pie la principal fuente de ingresos de Putin. Pero si avanza por ese camino, corre el riesgo de un desabastecimiento y una escalada de los precios capaz de dislocar sus economías.
Hasta aquí, la UE ha acordado un boicot al carbón ruso. Ahora discute un embargo petrolero, que está trabado sobre todo por los reparos de los países mediterráneos mencionados. Hungría solicita varios años de plazo para poder acomodarse a la nueva situación. En el caso del gas, Bruselas (capital económica de la UE) ni siquiera ha avanzado en el tema.
No es cierto, como han señalado algunos analistas, que la dependencia europea del gas ruso sea irreversible. A lo largo del conflicto, por ejemplo, Alemania ya ha logrado reducirla parcialmente. Berlín afirma que ahora es del 12% en el caso del petróleo y del 35% en el caso del gas.
Está también el caso de Lituania, un estado del Báltico que limita con Rusia y ha dejado directamente de comprar gas al Kremlin, reemplazándolo por gas licuado que se elabora en plataformas marítimas. Ha inaugurado también un gasoducto que llevará el fluido a Polonia, que podrá compensar una parte de lo que ha perdido desde Moscú.
Dale gas
Lo que sí es cierto es que el proceso no tiene el éxito asegurado, e inevitablemente tendrá características traumáticas. No es, como lo presenta la propaganda occidental, algo que se pueda resolver en un abrir y cerrar de ojos.
Para darse una idea de estas dificultades, basta ver que en Alemania hay una fuerte presión de los sectores industriales para que no se prohíba el gas ruso. El gobierno, a su vez, ya está estudiando un racionamiento energético que privilegie a las empresas por sobre los hogares ante un potencial agravamiento de las sanciones y contrasanciones (Infobae, 10/5). Ha planteado, incluso, la posibilidad de avanzar en un proceso de nacionalizaciones en el sector, donde operan intermediarios de Rusia.
Se presenta un horizonte muy complejo para todas las partes. Ya se vio cómo Biden debió salir a buscar sustitutos de los combustibles rusos, golpeando incluso las puertas de adversarios como Venezuela. Sus llamados a un incremento de la producción local han caído hasta ahora en saco roto, debido a que las inversiones requeridas son muy grandes y los capitalistas no ven asegurada una rentabilidad sostenida.
La Unión Europea habla demagógicamente de que la liberación de la energía rusa será también la liberación de las energías contaminantes y, por tanto, la consumación de la transición energética y la victoria de las energías renovables. Esto es completamente falso: requeriría una planificación que no está en condiciones de hacer. La UE interviene a los tumbos, en el marco de una guerra que propició por medio de la expansión de la Otan. En su disputa con Moscú, no se privará de alentar a otros países contaminantes y de profundizar la depredación de los recursos naturales. El capitalismo ha fracasado en cumplir incluso los limitados Acuerdos de París, y el dominio de las energías fósiles sigue siendo abrumador, como fruto de un régimen que prioriza las ganancias por sobre la sustentabilidad del planeta.
Moscú también es vulnerable, dada su fuerte dependencia de las materias primas y del mercado europeo. Sus ingresos por los commodities se recompusieron por el aumento de los precios, pero enfrenta sanciones durísimas y reorientar su producción hacia nuevos socios no es nada sencillo. Según algunos analistas, India está negociando la compra de petróleo ruso pero con un fuerte descuento, tratando de aprovechar un cuadro en el que al Kremlin se le hace más difícil encontrar clientes debido a las sanciones occidentales.
Abajo la guerra
La guerra en Ucrania agrava la crisis capitalista y golpea a todos los bloques involucrados. Para las masas, implica un escenario de muerte y mayores penurias económicas (inflación, recesión, racionamiento, etc.).
T
odo esto hace más necesario un planteo: abajo la guerra. Fuera el imperialismo del este europeo. No a las sanciones imperialistas contra Rusia. Fuera Putin de Ucrania. Por una Ucrania unida y socialista. Por la unidad socialista de Europa, incluyendo a Rusia.
Gustavo Montenegro
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