Así de endiablada es la política italiana. Cuando Mario Draghi presentó, hace días, su renuncia como una maniobra para disciplinar a su coalición y relanzar su gobierno con mayor poder personal, se desató un “operativo clamor” de la Cofindustria (cámara patronal), los intendentes, e incluso desde el exterior, para que se quedara en su sitio. En la mañana del miércoles, el líder del Palacio Chiggi, aparentemente fortalecido, se presentó en el Senado, donde condicionó su continuidad a un “pacto de confianza” amplio. Pero entonces, tres de las formaciones que lo llevaron al poder (Fuerza Italia, la Liga y el Movimiento 5 Estrellas) le retiraron su apoyo y lo obligaron a presentar su renuncia (ahora definitiva) al presidente Sergio Mattarella, que esta vez la aceptó.
Es el fin del gobierno de “unidad nacional”, con el tecnócrata de la Unión Europea al frente, que hace dieciocho meses se había puesto en pie como un recurso de emergencia ante la crisis y ante la imposibilidad de los distintos bloques políticos de imponerse los unos sobre los otros. La gran prensa económica, como el Financial Times y el Wall Street Journal, así como los gobiernos imperialistas, y el presidente ucraniano Volódomir Zelenski, lamentan la caída de uno de los más conspicuos representantes del capital financiero internacional.
El detonante de este final fue una rencilla con uno de los dirigentes del M5E, Giuseppe Conte, que no acompañó una moción de confianza la semana pasada en el Senado. Pero los motivos de fondo son otros, empezando por una inflación que tuvo un incremento del 8% interanual en junio.
La crisis política contribuyó a disparar el rendimiento de los bonos, agravando el problema de la deuda, que ya asciende al 150% del PBI (la segunda más alta de la eurozona, después de Grecia). A su vez, la situación se complica por la suba de las tasas de interés dispuesta por el Banco Central Europeo (BCE), como tentativa por frenar la disparada de precios, que pronunciará la desaceleración económica.
La salida de Draghi deja en el aire el plan de reformas ajustadoras que exige Bruselas como condición para seguir desembolsando la cuota que corresponde a Italia del paquete de rescate continental, aprobada en el pico de la pandemia. Mattarella discute ahora que Draghi se quede al menos hasta que haya un nuevo líder en el Palacio Chiggi, después de las elecciones, en principio a fines de noviembre, ya que en el ínterin hay que aprobar el presupuesto y gestionar la nave del Estado.
Fuerza Italia y la Liga tomaron la decisión de dinamitar el gobierno por un cálculo político-electoral, debido a que la derecha es la que mejor colocada aparece en las encuestas. No obstante, quien emerge primera en los sondeos es Giorgia Meloni, dirigente de Hermanos de Italia, una formación “euroescéptica” que es la única de los grandes partidos que no se había integrado a la experiencia de “unidad nacional”. Esto es un síntoma del descontento con el gobierno.
El ministro de exteriores italiano, Luigi di Maio (quien rompió recientemente con el M5E), insinuó que la mano del Kremlin está detrás de la caída de Draghi –uno de los más entusiastas soportes del régimen ucraniano- al decir que “no es casual que el gobierno haya sido derribado por dos fuerzas políticas que guiñan el ojo a Vladimir Putin”, en referencia a los partidos de Silvio Berlusconi y Matteo Salvini, quienes han criticado el envío de armas a Kiev.
Más allá de la veracidad o no de la imputación, lo cierto es que la cuestión de la guerra es materia de debates dentro de Italia. La península ha reducido la compra de gas ruso pero aún depende de esas importaciones. Además, existe una discusión en el imperialismo (tanto europeo como norteamericano) sobre si hay que continuar la conflagración hasta asestarle un golpe profundo a Putin, o bien propulsar una negociación con Moscú, sobre todo a la luz de los progresos militares que ha logrado en el este ucraniano. Los líderes de la derecha italiana parecen ubicarse en este último campo.
Al igual que la situación económica, la guerra también metió la cola en la crisis italiana y en su desenlace.
Una alianza de las fuerzas de derecha, tras las elecciones, podría ser la llave de una nueva mayoría de gobierno, pero no se trata de un conglomerado homogéneo. En el degradé de posiciones, Meloni es la más crítica de la Unión Europea, planteando una alianza de los países mediterráneos (España, Francia, Italia) como contrapeso a la dominación alemana. Salvini asumió una postura más cauta durante su paso por el Ejecutivo, en tanto que la Fuerza Italia de Berlusconi pertenece al Partido Popular Europeo, en el que revisten formaciones europeístas como el PP español, Los Republicanos de Francia y la Democracia Cristiana alemana.
Sea cual sea el desenlace, la UE echará de menos a Draghi, en comparación con la incertidumbre que se abre ahora.
La clase trabajadora italiana, que padeció los despidos masivos en el peor momento del Covid-19, ahora es víctima de una caída del salario como consecuencia de la inflación. Otra vez se le quiere endosar la crisis. Es necesaria una alternativa política, independiente de todos los bloques patronales.
Gustavo Montenegro
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