martes, septiembre 06, 2022

La guerra en tiempo de descuento


A lo largo de la historia, los inviernos tuvieron impactos muy significativos en las guerras libradas en Europa Oriental. Tanto en Ucrania como en Rusia, las primeras y las últimas nevadas se alternan con el fenómeno conocido como “rasputitsia”, en el que básicamente el suelo se convierte en un mar de barro, en el que se hunden tanques, carretas y camiones por igual. Desplazarse por fuera de las rutas pavimentadas prácticamente garantiza perder los vehículos. Mantenerse exclusivamente en rutas limita enormemente el margen de maniobra para las unidades militares, impide que asuman formaciones tácticas necesarias y hace que su desplazamiento sea fácilmente predecible, ideal para ser emboscadas. Es precisamente lo que les sucedió a los rusos en febrero pasado, cuando comenzaron la invasión de Ucrania. El invierno impone una pausa operacional, dificultando las acciones ofensivas. Condiciona a ambos bandos a asumir mayores riesgos para mejorar su posición antes de que caigan las primeras nevadas. 
 Habiendo transcurrido casi 4 meses desde el anuncio de la “Fase 2” de operaciones militares, los rusos están próximos a lograr los objetivos declarados para ella. Esto es, la “liberación” de la parte ucraniana de la región del Donbass, compuesta por Lugansk y Donetsk. Hace aproximadamente mes y medio, con la caída de Lisichansk-Severodonetsk, los rusos completaron la conquista de Lugansk. Al día de hoy, tienen en sus manos entre 2/3 y 3/4 de Donetsk. Les resta tomar el territorio noroccidental, que se encuentra detrás de la línea defensiva que establecieron los ucranianos entre los pueblos de Siversk al norte y Avdivka al sur, este último pueblo transformado en una verdadera fortaleza por los ucranianos. Entre ellos, entre una cantidad innumerable de pueblos y centros urbanos, destaca Bajmut como un nodo logístico de gran importancia. Toda esta línea está bajo constante presión de las fuerzas rusas, que de manera lenta y sistemática van avanzando. Al oeste de Siversk, yace el conglomerado urbano de Slaviansk-Kramatorsk, último gran centro poblacional de Donetsk todavía en manos ucranianas. La batalla por Slaviansk-Kramatorsk marcará el último capítulo de la batalla por el Donbass y tras su caída los ucranianos no tendrán más alternativa que evacuar el resto de la región, que consiste en llanuras con pocos pueblos y cobertura. Hasta ahora, los ucranianos no han logrado revertir el curso de la batalla por el Donbass, pero también, a pesar de haber sufrido pérdidas colosales, los rusos no han podido dar un golpe decisivo. Los ucranianos bien pueden perder el Donbass pero están lejos de perder la guerra. 
 Para los rusos, la “liberación” del Donbass constituye sólo 1 de los 3 objetivos estratégicos declarados para la guerra. Los otros dos objetivos, la “desmilitarización” y “desnazificación” de Ucrania requieren una rendición general, que sólo puede darse luego de infligir derrotas mucho más duras a las fuerzas de Kiev. A esta altura, los rusos pueden decidir ir por Jarkov y Odessa. La primera es la segunda ciudad más grande del país y su principal centro industrial. Por otro lado, de conquistar Odessa, los rusos terminarían por quitar a Ucrania su costa al Mar Negro. Más importante, la toma de cualquiera de estas dos ciudades conlleva un gran riesgo político para Kiev, porque le permitiría a Putin demostrar que los ucranianos no pueden dar vuelta la guerra y que, por lo tanto, la guerra económica contra Rusia y la asistencia militar a Ucrania por parte de la OTAN son fútiles. Esto puede volverse un factor explosivo de cara a un invierno que en Europa vendrá acompañado de una crisis energética, producto en buena parte de las sanciones contra Rusia. Hace dos meses, desde Bruselas se propuso al resto de los países miembros de la Unión Europea una reducción del 15 porciento en el consumo del gas para mantener el suministro de éste a las industrias (Al Jazeera, 20/7). Los rusos no necesitan tomar de manera efectiva Jarkov u Odessa antes del invierno: con rodear completamente a las ciudades pueden evitarse los combates, dejando que el frío y el hambre hagan el trabajo. Por otro lado, el invierno también impediría a Kiev montar contraataques para romper el bloqueo a estas ciudades. Si bien podría haber una alternativa de aprovisionamiento marítimo para Odessa, un bloqueo invernal terrestre completo a Jarkov sería devastador para las fuerzas ucranianas allí apostadas y, por supuesto, también para su población. 
 Para los ucranianos, el tiempo apremia para mostrar algún tipo de logro a la OTAN que justifique la continuidad del aprovisionamiento de armas y apoyo financiero. A lo largo de todos estos meses, Kiev estuvo prometiendo una gran contraofensiva para recuperar terreno en Jerson, que está en un 95 por ciento en manos rusas. De hecho, los rusos planean realizar un plebiscito allí y también en Zaporizhia el próximo 11 de septiembre, cuyo resultado invariablemente arrojará que ambas regiones desean unirse a la Federación Rusa. Por otro lado, el volumen de transferencias -y compromisos de transferencias- de armas a Kiev menguó significativamente en los últimos meses. Un documental de la cadena CBS publicada hace unas semanas reveló que de todas las armas donadas, sólo el 30 por ciento de lo que entra a Ucrania llega al frente: el resto se pierde en el camino, en parte por los bombardeos rusos; pero sobre todo, en el mercado negro. La presión del Washington fue tal que la CBS tuvo que autocensurar su propio documental (Fox News, 8/8). Pocos días después, en una entrevista con el Washington Post, Zelensky admitió que fue una decisión consciente de su gobierno no advertir (ni preservar) a su población civil de la inminente invasión rusa (Washington Post, 19/8). Por si fuera poco, un reporte de Amnistía Internacional, publicado el 4 de agosto, corroboró las versiones (que en estas páginas advertimos hace meses) acerca de que las fuerzas ucranianas han estado usando a la población civil como escudos humanos. La cobertura de medios occidentales sobre Ucrania también empieza a resquebrajarse. 
 Kiev necesita cambiar la narrativa lo antes posible. El lunes 29 los ucranianos lanzaron el tan anunciado contraataque en Jerson, en la relativamente pequeña franja de territorio de aquel Oblast en la ribera occidental del río Dnieper. No es el primer contraataque que los ucranianos realizan allí, pero todos los intentos previos -aunque de escala mucho menor- fracasaron. No obstante, esta es la operación ofensiva más grande que los ucranianos realizan en lo que va de la guerra, involucrando a varias brigadas, quizás entre 30 y 40 mil soldados. Sería prematuro aventurar pronósticos para esta ofensiva. Una operación de este tamaño se desarrollará a lo largo de varios días, incluso semanas. No obstante, del lado ruso se han estado preparando para enfrentar esta ofensiva. Desde hace meses han estado fortificando posiciones y en las últimas semanas han estado transfiriendo tropas frescas desde Crimea. Es posible que, en este momento, los rusos cuenten con alrededor de 20 o 25 mil soldados en la zona, además de ventajas en el dominio del espacio aéreo y artillería. Los primeros partes de guerra del Ministerio de Defensa ruso referidos a la contraofensiva en Jerson declaran muy importantes bajas entre los ucranianos. 
 Para los ucranianos, esta contraofensiva es una apuesta. Si logran empujar a los rusos al otro lado del Dnieper, se anotarán una victoria muy importante pero si la ofensiva fracasa, se exponen al riesgo doble de dejar Nikolaev, Krivoy Rog y Odessa vulnerables ataques rusos posteriores y también perderán apoyo entre países europeos, que comenzarán a presionar a Kiev con más fuerza a negociar con Moscú.

 Leib Erlej 
 04/09/2022

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