sábado, octubre 15, 2022

“Argentina, 1985”, gran relato fílmico sobre el Juicio a las Juntas (y unos señalamientos)


No hay espectador indiferente a la película “Argentina, 1985”: en las butacas de las salas de cine hombres y mujeres se emocionan, lloran, ríen también ante el film dirigido por Santiago Mitre que ficcionaliza un hecho central de la década de 1980 en el país: el Juicio a las Juntas, que a tan solo dos años del fin de la dictadura sentó en el banquillo de los acusados a los comandantes de las tres fuerzas armadas que habían liderado la sangrienta dictadura que asoló al país entre 1976 y 1983. Los espectadores, en un hecho que se ve pocas veces ante la proyección de un film, estallan en aplausos durante varias escenas de la película, produciendo de este modo una respuesta colectiva a las imágenes en la pantalla, prueba del valor cinematográfico del film, a la vez que da cuenta de la respuesta del público de todas las edades ante el retrato de un episodio que marcó la lucha por los derechos humanos y las libertades democráticas, que anida en la memoria histórica del pueblo (pese a los cucos de Milei, Espert, Arietto y ese personal político del régimen en reserva para los momentos de alza de la clase obrera). Se puede afirmar que esta película, una obra cinematográfica narrada con las herramientas clásicas del cine industrial, no sólo constituye a estas alturas un acontecimiento de taquilla de masas, sino que se trata de un film que ya se ha ganado un lugar en la historia del cine argentino. 
 El film de Santiago Mitre (director de “El estudiante”, “La cordillera”, también de un corto en homenaje a Mariano Ferreyra realizado junto a Mariano Llinás y la reciente “Pequeña flor”, ganadora del BAFICI 2022, entre otras) tiene como centro el proceso judicial que llevó al banquillo de los acusados a los comandantes (y sólo a los comandantes) de las tres armas que, en varias etapas, se pusieron al frente de la dictadura, que estableció un régimen antiobrero mediante la represión, la detención, la tortura, el exilio, el asesinato y la ejecución de 30 mil desapariciones establecidas como método desde su inició en 1976 e incluso más allá de la llegada de la democracia. 
 “Argentina, 1985” ficcionaliza los hechos reales ocurridos alrededor del Juicio durante los primeros meses luego de que cayera la dictadura hasta el dictado de las sentencias y pone el eje narrativo en el fiscal Julio Strassera (quien funciona en el armado de la narrativa fílmica como el héroe -un héroe desmesurado- que lleva adelante su misión pese a no haber buscado esa tarea ni esos laureles) y su equipo de jóvenes asesores liderados por Luis Moreno Ocampo, además de introducirse en la vida familiar de los Strassera, conmovidos no sólo por la tarea del fiscal, sino también por las constantes amenazas recibidas por parte de grupos ultramontanos en su hogar. Las amenazas a los testigos (ex detenidos, ex detenidos desaparecidos o víctimas de la represión en distintas formas) y al equipo de investigación del equipo del fiscal también eran moneda corriente: no se debe olvidar el poder que aún tenían los militares en diferentes esferas sociales e institucionales del país a la vez que los grupos de tareas continuaban sueltos realizando trabajos privados (y no tanto) como los que solían hacer bajo el gobierno militar.
 Sobre estos hechos Mitre, autor también del guión junto a Mariano Llinás, construye una película de corte clásico, a la medida del cine industrial, efectiva en todos sus aspectos y que no soslaya en ningún momento el uso del humor como parte de los hilos narrativos. Ricardo Darín como Strassera, Peter Lanzani como Moreno Ocampo, Alejandra Flechner como la esposa del fiscal y Carlos Portaluppi como León Arslanian encabezan un elenco impecable en el que se destacan los roles de los jóvenes miembros del equipo de investigación de la fiscalía, el de Héctor Díaz como abogado de los comandantes o Laura Paredes, como la sobreviviente Adriana Calvo, entre otros. A partir de un recorte de la realidad de ese entonces, la realización produce una ficción que da cuenta de un juicio producido por la presión de la movilización popular, a la vez que el mismo juicio se transformaba en una movilización de las víctimas, que se convirtieron en los 709 testigos que dieron testimonio de los años oscuros que habían vivido y cuyas voces eran escuchadas en la radio día tras día del proceso desde que se inició el 22 de abril hasta la sentencia leída el 9 de diciembre del mismo año. Sentencia que, luego del alegato del fiscal -inscripto en la Teoría de los Dos Demonios-, condena sólo a Videla y Massera a cadena perpetua y al resto a penas irrisorias (condenas que el film señala).
 “Argentina, 1985” no debe dejar de verse. A través del prisma elegido por su director Mitre el público más joven tiene acceso a una historia real que suele contarse poco y llena las salas con reacciones emotivas, de humor, pero también de severa tensión cuando cobran vida fílmica los testimonios de crímenes de lesa humanidad cometidos bajo la dictadura. El duro testimonio de Adriana Calvo, que cuenta cómo dio a luz en medio de torturas y sin que se le dejase ver a su hija recién nacida -reproducido miméticamente con el vertido en el estrado de los testigos por aquella luchadora de los derechos humanos, luego fundadora del Espacio Memoria, Verdad y Justicia-, muestra el nivel no sólo de inhumanidad, sino señala un método sistemático para quebrar el espíritu y los cuerpos de los detenidos. La importancia de que la juventud sostenga la memoria histórica de estos acontecimientos es fundamental y este sector lo hace llenando cada función en cada sala, desde las cadenas más sofisticadas a las barriales periféricas, logrando realizar un hecho cultural-político de importancia. Estas circunstancias deberían bastar para sacar el ticket en la boletería o por la web (o verla cuando se estrene en la plataforma Amazon dentro de pocas semanas) pero sobre todo porque se trata de una película impecable y de gran factura técnica. El señalar estas características ampliamente positivas permite también tratar de introducir algunos elementos de la realidad omitidos en el film y sin cuyo establecimiento es imposible comprender aquella Argentina en el año 1985. 

 Amnistía, obediencia debida, indulto 

El film muestra el funcionamiento del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, primera instancia que debía "juzgar" a los "responsables" de los crímenes bajo la dictadura, que exonera de culpa y cargo a cada uno de los acusados y recomienda, en cambio, revisar las actividades delictivas de las víctimas. Un despropósito, una provocación pero, en suma, el modo inevitable en el que iban a actuar los militares del régimen dictatorial para juzgar a los suyos. ¿Cómo se había llegado a ese punto?
 Los milicos habían dictado, antes de traspasar el poder a Alfonsín, una autoamnistía que los liberaba de cualquier acusación. El peronista Ítalo Luder y la derecha sindical habían sellado un pacto para avalar ese fraude jurídico, político y moral (pese a esto, no se debe olvidar, el Partido Comunista Argentino había llamado a votar a Luder como presidente). Raúl Alfonsín había denunciado la amnistía y tenía como plan que el citado Consejo Supremo juzgara a los genocidas. No tenía en cuenta un par de cuestiones. 
 Las fuerzas motrices más potentes de la lucha antidictatorial habían sido el movimiento obrero (cuya máxima expresión tuvo lugar durante la huelga del 30 de marzo de 1982, llamada por la CGT por "Paz, pan y trabajo" y que produjo combates callejeros masivos en las inmediaciones de Plaza de Mayo durante toda la jornada, hasta el anochecer, y que culminó con más de 4.000 detenidos por la policía del régimen) y el movimiento por los derechos humanos. Lo conformaban diversas organizaciones de familiares, ciudadanos y también políticas (Política Obrera tenía una influencia en el movimiento, editaba clandestinamente el periódico “Libertades” y sus militantes participaron de la organización de los familiares). Las Madres de Plaza de Mayo y sus pañuelos eran los baluartes de lucha y simbólicos de la lucha por la aparición con vida de todos los detenidos-desaparecidos y sus rondas en la Plaza eran masivas. El movimiento por las libertades democráticas se había instalado en la conciencia popular de la nación. Este fue, quizás, el talón de Aquiles de las aspiraciones peronistas para las elecciones, que supo aprovechar Alfonsín. La posterior Conadep también se convirtió en una movilización masiva de las víctimas para dejar constancia de los vejámenes de la dictadura, pese al discurso alfonsinista de la Teoría de los Dos Demonios, que rubricaría Ernesto Sábato mediante la publicación del informe que, de cualquier manera, fue presentado en la Casa Rosada con una movilización de masas. Es decir, el pueblo estaba atento, despierto y en estado de movilización para no permitir que ningún Consejo Supremo absolviera a los asesinos, motivo que llevó a la realización del Juicio a las Juntas pese a la voluntad primigenia de Alfonsín (que en la película es representado como una sombra en la oscuridad que deja hacer).
 La figura heroica de Strassera, que funciona como motor narrativo del film, también deja ver en la narración unos parches que no terminan, ni empiezan, de explicarse. Por ejemplo, cuando las Madres acceden a colaborar con los investigadores de la fiscalía pero les advierten que Strassera esta vez haga algo y no como durante la dictadura. Ante la pregunta de uno de los jóvenes del equipo, la Madre repite: "Nada, no hizo nada". O en una tensa discusión con Moreno Ocampo. En realidad, Strassera había sido juez bajo la dictadura, un juez que se había ocupado de rechazar uno tras otro los hábeas corpus llegados a su juzgado en favor de detenidos-desaparecidos (tanto como Raúl Zaffaroni y tantos otros). Los jueces que actuaban en la dictadura juraban a favor de los Objetivos del Proceso de Reorganización Nacional. Como Strassera. A la vez, el alegato del fiscal en el Juicio, que el film reproduce, también está anclado en la Teoría de los Dos Demonios. Strassera elevó, luego del Juicio a las Juntas, las demás denuncias realizadas por las víctimas de la dictadura militar al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. 
 Otro planteo del guión es que debía ganar el favor de la condena a las clases medias para garantizar que los milicos fueran presos. Este planteo de Moreno Ocampo se desliza al interior de su familia, de origen patricio, militar y de misa con Videla los domingos. La clase obrera, principal enemigo de la dictadura y que engrosó la mayor parte de las desapariciones, está ausente del film. Este es sólo un señalamiento, pero que también muestra el prisma con el que fue encarado el traslado de los acontecimientos a la pantalla grande
. Los títulos del final hablan sobre las Leyes de Impunidad. Se refieren a que dos años después del Juicio a las Juntas el propio Alfonsín firmaría las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final que evitarían que los represores por debajo del rango de las comandancias de la dictadura fueran juzgados. Tanto estas leyes como los Indultos menemistas y los intentos de liberar a los genocidas con el 2x1 de los primeros tiempos macristas fueron derrotados por la movilización popular, masiva y permanente a lo largo de estas décadas. Es una reserva política del campo obrero y popular que sigue en pie. 
 Todas estas observaciones, como se dijo, no van en desmedro de la película -que debe verse– sino que se tratan de un aporte para debatir no sólo la instancia de la crítica técnica sino intentar reponer aspectos ausentes en un film que, por su eje temático, es un film político. Más allá de su bienvenido carácter industrial y efectivo, “Argentina, 1985” se interna en hechos políticos que no sólo marcaron las últimas décadas del siglo XX, sino que llegan a nuestra actualidad en este 2022. 

 Diego Rojas 
 09/10/2022

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