martes, febrero 11, 2025

El segundo golpe de Estado de Donald Trump


Donald Trump ha vuelto al gobierno del mismo modo que se fue de él: por medio de un golpe de Estado. The Wall Street Journal, el vocero de la Bolsa de Nueva York, lo puso con todas las letras: no se ha producido un pasaje del mando de un presidente a otro, de Biden a Trump, sino de “una toma del poder”. 
 En un par de días, Trump emitió varios centenares de “órdenes” que exceden las atribuciones de la Presidencia, invalidan leyes del Congreso, habilitan la infiltración de personas desconocidas en áreas decisivas del Estado (como el departamento del Tesoro y de Estado), crea una Dirección extraministerial para proceder al ajuste administrativo y económico del sector público (el Departamento de la Eficiencia), ejecuta despidos bajo la forma de ‘retiros voluntarios’, violenta normas constitucionales decisivas (como el derecho a la ciudadanía), e incluso anuncia en una conferencia de prensa la toma del territorio de Gaza, una vez que Netanyahu declare cumplida la destrucción de Hamas. En relación con esto último, otra orden ejecutiva establece sanciones a los jueces de la Corte Penal Internacional, que ha condenado como criminales de guerra a Netanyahu y a jefes militares sionistas por la masacre perpetrada en Gaza. Consultado acerca del silencio sepulcral del Congreso por este asalto al Estado, el jefe de la bancada republicana en la Cámara de Representantes respondió que las apoyaba como parte de “un desarrollo largamente debido”; el bloque demócrata ha hecho mutis por el foro. Para el WSJ, todos estos acontecimientos han reducido el sistema de poderes en Estados Unidos de tres a dos (Ejecutivo y Judicial), con la aclaración de que dos tercios de la Corte Suprema se encuentra en manos trumpistas. El Poder Judicial ha retirado los diversos cargos que pesaban sobre Trump y la misma Corte calificó a Trump de “inimputable” por los delitos que haya cometido o cometa en ejercicio de la Presidencia, entre ellos el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021. En estas condiciones, el contrapeso a la suma del poder público por parte de Trump queda relegado a las Fuerzas Armadas. En la crisis golpista de 2021, varios mandos del Estado Mayor declararon que sólo debían obediencia a la Constitución, no al Poder Ejecutivo. Trump se propone, a su debido momento, hacer cirugía mayor en las Fuerzas Armadas. 
 El billonario Elon Musk, a cargo de la ‘limpieza civil’ de la Administración y del Estado, ha asumido poderes extraordinarios. No es responsable ante ninguna institución electa ni ante el propio gabinete. Ha ganado acceso a información sensible o reservada en cuanto a datos financieros y de salud del personal estatal y de la ciudadanía en su conjunto. Tiene en la mira del ajuste al sistema de Seguridad Social y de Salud (Medicaid) y acceso a la base de datos de los centros de Medicaid, que participa de un tercio del gasto público. Es en este contexto que debe interpretarse el retiro de Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud; la primera víctima de este atropello es el cierre del Centro de Control de Enfermedades, una institución que jugó un rol decisivo durante la pandemia y que tiene a su cargo la supervisión sanitaria del país. La intención es recurrir a la llamada “inmunidad de rebaño” en las pandemias que se consideran inminentes por los investigadores. Musk ha cerrado USAID, una agencia que distribuye 40.000 millones de dólares al año en servicios sociales en el extranjero con el propósito de apuntalar la penetración política del imperialismo en los países de menor desarrollo. El perjuicio para países con epidemias de Sida o con elevados tratamientos sanguíneos puede ser demoledor. Además de un ajuste de gastos, el propósito del cierre es deshacerse de las ONG que colaboran con USAID, a las que denuncia por tendencias 'woke' o liberales, una 'purga’, sencillamente. Musk se ha comprometido a hacer un ajuste de dos billones de dólares en el Presupuesto estatal (un tercio del total), concentrado en Seguridad Social, Salud y salarios, que luego redujo a un billón (trillón en inglés). Los demócratas y la burocracia de algunos sindicatos han recurrido a la justicia contra los ataques de Trump, pero como insiste el WSJ, “las ruedas del sistema judicial giran mucho más lentas que las de Musk”. 

 Bonapartismo 

El golpe de Estado de Trump-Musk no ocurre en el vacío. Es la expresión más acentuada de la decadencia irreversible de “la democracia en América”. La división de poderes ha entrado en un impasse mortal. En Estados Unidos se ha establecido una oligarquía capitalista, que se concentra en las compañías de Silicon Valley y en un puñado de fondos de cobertura (el fondo BlackRock tiene a su cargo la negociación de la deuda pública estadounidense). Algunos asimilan a estas “Siete Magníficas” a los “robbers” de principios de siglo XX (Rockefeller, etc.), pero se distinguen en un aspecto fundamental: la época de ascenso del imperialismo norteamericano y la de su declinación. Desde las crisis financieras del 2000 (“dot.com”) y fundamentalmente el derrumbe hipotecario de 2007/8, el Estado ha actuado como una gigantesca máquina de rescate capitalista, que se acentuó a principios de 2020 con la irrupción de la pandemia, lo que lo ha llevado a una quiebra financiera sin atenuantes. Así como el ascenso del capitalismo es la base de la democracia burguesa, su declinación lo es de su hundimiento. Esta decadencia se acentúa cualitativamente cuando el imperialismo se ve obligado a defender su hegemonía con guerras a repetición. El asalto de la OTAN a Ucrania y ahora al Medio Oriente marcan un punto de no retorno. 
 Por estas razones, el bonapartismo en Estados Unidos es inviable sobre una base nacional. Para imponerlo, Trump necesita una base internacional. Este es el objetivo de la guerra comercial, financiera y política que ha desatado contra Estados de diverso carácter y magnitud, pero que apunta a doblegar a Rusia y a China, en primer lugar, y a someter a la Unión Europea. 
 El desencadenamiento de una guerra arancelaria, en gran parte indiscriminada, por parte de Trump, no tiene la capacidad de revertir el persistente déficit comercial de Estados Unidos, en particular con China. Este déficit fue fomentado, en primer lugar, por Estados Unidos, que financia sus importaciones con la emisión de deuda pública internacional. Fue el arma principal para proceder a la penetración capitalista (no solamente norteamericana) en China, que fue convertida en plataforma de exportación. Este acople se ha convertido en su contrario: la deuda pública de Estados Unidos, de 37 billones de dólares (que algunos elevan a 50 billones), es el 120 % del PBI (o 160 %), generando un déficit fiscal del 6 al 8 % anual del producto, acercándose a los dos billones de dólares. El reequilibrio internacional implica un reajuste sin precedentes de las finanzas norteamericanas. Sin este reajuste, la guerra arancelaria producirá una inflación internacional creciente y, a término, el cierre de fronteras económicas y la acentuación de la guerra mundial. El impasse adquiere una magnitud sin antecedentes cuando se toma en cuenta que Trump y Musk pretenden imponer este ajuste reduciendo aún más los impuestos a las ganancias capitalistas. Detrás de la guerra arancelaria y comercial asoma un escenario de guerra civil contra los trabajadores de Estados Unidos.
 La distancia que el WSJ ha adoptado frente a la rueda compresora de Trump deja ver una oposición de la Bolsa norteamericana. Wall Street, por de pronto, ha rechazado financiar una expansión del GNL de Estados Unidos, debido a la caída manifiesta de la tasa de beneficio de la industria petrolera. De otro lado, el derrumbe de la productora de semiconductores norteamericana Nvidia, frente a la irrupción de una start up de China, ha dejado ver que las relaciones económicas no pueden ser encapsuladas por resoluciones administrativas; la movilidad extrema del capital encuentra formas de zafar a regulaciones o sanciones estatales. 
 Es altamente probable que Trump y Musk pretendan convertir esta guerra económica en un fuerte elemento de presión para establecer un acuerdo internacional, por un lado de ajustes internos, por otro lado de nuevo reparto de mercados. Un intento de este tipo tuvo lugar en 1985, en el llamado Acuerdo Plaza, para corregir los desequilibrios que favorecían a Japón y Alemania en perjuicio de Estados Unidos. Los resultados fueron escasos; Japón entró en una depresión de tres décadas, estalló la gran crisis asiática de la década del 90 (que se hizo internacional) y Estados Unidos perdió rápidamente sus superávits para ingresar en el déficit permanente. La cuestión de los reequilibrios globales entre grandes potencias no se puede separar de los enormes desequilibrios internos que cada una de ellas busca descargar en el mercado mundial. 

 Guerra mundial 

Este impasse ha abierto una nueva etapa en la guerra mundial. En la cuestión de los puertos en el canal de Panamá, China no los transferirá a otros operadores, ni es viable su cierre. La apropiación de Gaza por parte de Estados Unidos implica primero una escalada de la guerra contra el pueblo palestino y la posibilidad de un ataque contra Irán, lo que llevaría, a término, a un involucramiento de Turquía y otras potencias. Los términos de un acuerdo de cese al fuego en Ucrania han sido rechazados claramente por Putin, al menos por ahora. Trump presiona a China para revertir la oposición de Rusia al acuerdo que promueve Trump. Es cierto que el plan ofrecido por China, hace tiempo, difiere de las condiciones que reclama Rusia, que es un cambio de régimen político en Ucrania.
 La nota de la semana la dio el pronunciamiento del bloque ultraderechista Patriotas (la tercera fuerza del Parlamento Europeo), que se reunió en Madrid. Los Patriotas declararon a Trump el jefe internacional de la ultraderecha, poniéndose al servicio del imperialismo norteamericano. Adhirieron sin reservas al combate contra la migración, el derecho de asilo, la presencia de extranjeros, y se inclinaron a favor de la aplicación de ajustes sociales violentos. Celebraron la Reconquista de España de la dominación de los moros en el siglo XV, que equivale a una declaración de guerra contra África del norte y los pueblos árabes. Los Patriotas hicieron un esfuerzo por mostrarse más fascistas que nunca. Curiosamente, sin embargo, no abrieron el pico acerca de la guerra comercial que Trump prometió contra la UE, ni acerca de la guerra OTAN-Rusia, donde conviven los partidos pro OTAN, de un lado, y los pro Rusia, del otro. 
 El éxito de la tentativa de bonapartismo internacional, por parte de Trump y Musk, no sólo no está asegurado, sino que está, objetivamente, fuertemente cuestionado. Es una ruta hacia nuevos desarrollos de la guerra mundial, en unos aspectos, y de crisis revolucionarias, en otros. Por primera vez en la historia, Estados Unidos es llevado a un gigantesco ajuste social y al intento de instalar un régimen de excepción. 

 Jorge Altamira 
 10/02/2025

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