Bárbara Areal
China y la Primera Guerra Mundial
En las últimas décadas del siglo XIX, el desarrollo alcanzado por el capitalismo había empujado a la burguesía de los países europeos más desarrollados a la conquista de nuevos mercados y proveedores de materias primas en el mundo. Pero el planeta parecía no ser lo suficientemente grande para satisfacer su voracidad. El capitalismo alemán, que por su desarrollo tardío había llegado con retraso al "reparto" de las colonias, no se conformaba con un papel de segunda fila. Otro tanto podía decirse de Japón. Las contradicciones entre las grandes potencias alcanzaron tal grado de tensión que desembocaron en un conflicto armado a escala mundial: en 1914 estalló la Primera Guerra Mundial.
Durante la primera etapa de la guerra se desencadenó una potente ola de chovinismo ante la que cedió vergonzosamente la dirección de la Segunda Internacional. Situándose al lado de los intereses de cada una de sus burguesías nacionales, los dirigentes socialdemócratas asumieron una responsabilidad criminal, justificando la matanza entre hermanos de clase. Sólo un pequeño puñado de revolucionarios resistió. Comprendieron no sólo el carácter imperialista de la guerra, también previeron que los desfiles jubilosos en defensa de la patria serían sucedidos por el despertar revolucionario de la clase obrera.
Dentro de este reducido grupo destacaron inquebrantables revolucionarios como Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo. Esta última escribió numerosos textos contra la matanza imperialista, en los que la profundidad teórica no estaba reñida con el apasionamiento: "Cubierta de vergüenza, deshonrada, chapoteando en sangre, nadando en cieno: así se encuentra la sociedad burguesa, así es ella (…) como peste para la cultura y la humanidad: así se muestra en su verdadera figura al desnudo (…) La guerra mundial ha transformado las condiciones de nuestra lucha y, sobre todo a nosotros mismos. No se trata de que las leyes fundamentales del desarrollo capitalista o de la guerra a muerte entre el capital y el trabajo hayan sufrido una desviación o apaciguamiento (…) Pero el ritmo de desarrollo ha recibido un poderoso impulso con la erupción del volcán imperialista; la violencia de los enfrentamientos en el seno de la sociedad, la magnitud de las tareas que se presentan al proletariado socialista a corto plazo, todo esto hace aparecer como un dulce idilio a todo lo que había venido ocurriendo hasta ahora en la historia del movimiento obrero"12. La Primera Guerra Mundial, partera de la revolución en Rusia y Alemania, abonó también el terreno para que germinara la semilla del comunismo en tierras asiáticas.
En el tablero de esta guerra, a China le correspondió ser parte de un botín colonial que despertó las ambiciones japonesas. Las potencias que habían asaltado China en primer lugar, Gran Bretaña, Francia y Rusia, estaban empeñadas en su enfrentamiento con Alemania, dejando, temporalmente, el campo libre a Japón y EEUU en el continente asiático. El imperialismo japonés despreciando cualquier tipo de pretensión diplomática, utilizó métodos expeditivos. El 18 de enero de 1915, Yuan Shih-kai, que por aquel entonces ya había sido nombrado presidente vitalicio, fue despertado en plena noche por el ministro de Guerra japonés. Éste le presentó, respaldado por la flota de acorazados del ejército japonés, las llamadas "21 peticiones", demandas destinadas a convertir China en un protectorado del Imperio del Sol Naciente. A pesar del rechazo inicial, las "21 peticiones" fueron aceptadas por Yuan el 25 de mayo tras un segundo ultimátum.
El presidente chino, monárquico convencido hasta que los imperialistas lo colocaron al frente de la república tras la revolución de 1911, creyó llegado el momento de volver al que consideraba el mejor de los gobiernos. En diciembre de 1915, amparándose en la intervención japonesa, intentó restaurar la monarquía dentro de la cual había reservado para sí el papel de monarca. Pero sus intenciones no resultaron del agrado de un buen número de republicanos que, si bien evitaron la "resurrección" de la monarquía, permitieron la continuidad de Yuan como presidente de la república hasta su muerte en 1916.
El despertar rojo
La decepción provocada por los escasos resultados de la revolución de 1911, hizo que un sector de la intelectualidad buscara nuevos horizontes revolucionarios. Entre ellos surgió la figura extraordinaria de Chen Tu-hsiu, futuro primer secretario general del Partido Comunista de China (PCCh).
Nacido en 1879 en el seno de una familia de funcionarios empobrecidos, Chen accedió a una buena educación que le facilitó una plaza como profesor en la universidad de Pekín así como la posibilidad de viajar. Sus cocimientos académicos fueron puestos, desde muy temprano, al servicio del pueblo. Junto a su incansable labor revolucionaria, destacó en su lucha por la conversión de la lengua china hablada en lengua escrita, con el objetivo de evitar que los textos fueran patrimonio exclusivo de una élite intelectual.
Sus primeros pasos en política los dio como editor de la revista Juventud Nueva, que inició su irregular publicación en 1915. En ella se defendieron ideas tan avanzadas para la China del momento como la libre aceptación del matrimonio entre los esposos. A principio de los años 20, debido a su destacado papel como dirigente revolucionario, se vio obligado a exiliarse, siendo Francia uno de sus destinos. Este hecho, hasta cierto punto accidental, jugó un papel decisivo en su formación comunista, permitiéndole acceder a la literatura socialista y estudiar en profundidad la historia de la lucha de clases francesa. Posteriormente explicaría que Francia, por encima de la cuna de Saint-Just y Robespierre, era el país de la Comuna de 1871 y las jornadas de junio de 1848, la tierra de la revolución obrera13.
Otro joven, Li Ta-chao jugó también un papel decisivo en la introducción del marxismo en China. Se trataba de un intelectual, proveniente de una familia campesina empobrecida, que se sumó al movimiento de la Juventud Nueva. Fue uno de los primeros en levantar la bandera del leninismo al calor del triunfo del Octubre ruso. En su texto titulado Victoria de la gente común, publicado en noviembre de 1918, predice que "de ahora en adelante el mundo se convertirá en el mundo del pueblo trabajador" y que "la revolución rusa de 1917 es la precursora de la revolución mundial del siglo XX". En La victoria bolchevique, publicado más o menos en la misma época, describía de forma entusiasta el significado de la revolución proletaria mundial llamando al pueblo chino a seguir el ejemplo de la "revolución al estilo ruso", a destruir, mediante acciones revolucionarias de masas, las fuerzas reaccionarias nacionales y extranjeras que lo oprimían.
Chen y Li Ta-chao eran los exponentes más destacados del proceso de efervescencia que vivían los estudiantes universitarios. Otras revistas similares a Juventud Nueva surgieron en diferentes universidades, aglutinando el descontento de la juventud ilustrada. Asociaciones juveniles y estudiantiles se propagaron por todo el país, transformándose en provincias en grupos culturales y políticos. Estas asociaciones fueron la cuna, la primera experiencia política, de los futuros fundadores del movimiento comunista chino. En la escuela de la ciudad de Changsha, se constituyó también una asociación de estas características, cuyo presidente era un joven, todavía desconocido, llamado Mao Tse-tung.
Hasta finales de 1917, las inquietudes revolucionarias de estos jóvenes los animaron a sostener una valiente actitud de desafío al poder establecido, pero todavía carecían de un programa político claro. Sabían lo que no querían, sin embargo, aún no eran capaces de formular un sistema político alternativo. Prueba de ello es que se proclamaban dirigentes de una "revolución cultural" en lucha por la "ciencia y la democracia".
La victoria de la Revolución Rusa, que sacudió la conciencia de millones de hombres y mujeres en todo el mundo, provocó una honda impresión en los jóvenes nuevos de China. Al calor de su experiencia, algunos dirigentes de los círculos revolucionarios chinos superaron la abstracción y falta de contenido de clase de sus ideas. Se demostraba en la práctica una vieja y valiosa idea del internacionalismo proletario: la victoria de la revolución social en cualquier país es una conquista para el conjunto del movimiento obrero mundial. Los efectos de la revolución trascendieron las fronteras de la antigua Rusia zarista. La revolución rusa no sólo ganó al programa de la revolución socialista a los pueblos sometidos por el yugo del zarismo, conquistó para las ideas comunistas la mente de millones de personas en todo el mundo. Como a Lenin le gustaba insistir, para las masas es más importante una onza de práctica que una tonelada de teoría. Pues bien, ya existía la prueba material, el ejemplo vivo y palpable. Este extraordinario acontecimiento, jugó un papel enormemente progresista en el movimiento revolucionario chino. El carácter indiscutiblemente clasista y socialista de la revolución rusa, permitió la diferenciación entre los elementos genuinamente revolucionarios y los liberales. No olvidemos que se trataba de un movimiento compuesto por intelectuales que carecía de campesinos u obreros en sus filas. Pronto, el marxismo se convirtió en el eje que centró las polémicas de los jóvenes nuevos.
El movimiento 4 de Mayo: los estudiantes y la clase obrera entran en escena
El injusto tratado impuesto por Japón no sólo alimentó el sentimiento antiimperialista entre las masas oprimidas de China, sino el resentimiento contra los dirigentes burgueses nativos que demostraban una vez más su incapacidad manifiesta para defender la independencia nacional. Los jóvenes agrupados en torno a la revista Nueva Juventud, popularizaron el lema "en el exterior luchar por la soberanía; en el interior suprimir a los traidores".
La gota que colmó el vaso de la insatisfacción llegó con el final de la Primera Guerra Mundial. Los mandos aliados, reunidos en la Conferencia de Paz de París, iniciaron las conversaciones destinadas a fijar un nuevo reparto de las colonias que reflejase el resultado de la contienda militar. A pesar de que China se había situado en su bando durante la guerra, los aliados decidieron conceder a Japón los derechos sobre Shantung que anteriormente tenía la ahora derrotada Alemania. La noticia se recibió con gran indignación, desatando una frenética agitación en escuelas y universidades.
El 4 de mayo de 1919, coincidiendo con el momento en que se hizo definitiva la decisión por parte de los aliados, estudiantes universitarios de Pekín se manifestaron en la Plaza de Tiananmen, llamando a la población a movilizarse contra los acuerdos de Versalles y exigiendo el castigo de los traidores projaponeses. En la lista de los colaboracionistas se encontraban altos dignatarios gubernamentales: el ministro de Comunicaciones, Tsao Ru-lin, firmante de las "21 demandas"; el director de la Casa de la Moneda, LuTsung-yü, ministro de China en Japón cuando se firmaron las "21 demandas"; y el entonces embajador de China en Japón, Chang Tsung-siang, que había entregado numerosos derechos ferroviarios a Japón.
Los estudiantes, no satisfechos con la manifestación, prendieron fuego a la residencia de Tsao Ru-lin y, ese mismo día, propinaron una paliza a Chang Tsung-siang. La policía intervino, golpeando y deteniendo a muchos de los participantes. Pero el movimiento, lejos de amedrentarse, respondió con una nueva demostración de fuerza: el 20 de mayo organizó una nueva manifestación, a la que se sumaron estudiantes de secundaria, maestros y profesores. Japón decidió entonces intervenir directamente. El 21 de mayo el ministro japonés en Pekín advirtió al gobierno chino que si no tenía mas eficacia en la represión del movimiento estudiantil, "provocaría serios conflictos entre ambos países". La represión con la que respondieron las amedrentadas autoridades chinas, nuevamente, no tuvo otro efecto que el de avivar la movilización. En los siguientes días la lucha se extendió a otros 200 centros de estudio fuera de Pekín. En respuesta, el 1 de junio se proclamó la ley marcial, y el día 3 ya eran más de mil los estudiantes detenidos.
El 5 de junio, al conocerse en Shanghai que el gobierno había arrestado a cientos de estudiantes, parte de los obreros de cinco hilanderías de algodón, tres de ellas de propiedad japonesa, se declararon en huelga. La burguesía de Shanghai, bajo la fuerte presión de los estudiantes, los obreros y los empleados de comercio, también cerró sus empresas el 5 de junio. El 6 y el 7, más obreros se sumaron a la huelga. Shangai, con más de cien mil trabajadores, era la ciudad industrial más importante de China.
La participación del movimiento obrero hizo que la lucha diera un salto cuantitativo y, más importante si cabe, cualitativo. Era la actividad económica, el control de la producción industrial, lo que ahora estaba en juego. Prueba de ello es que el gobierno se vio obligado a anunciar la libertad de todos los estudiantes arrestados el 7 de junio. Pero eso no fue suficiente para aplacar al movimiento. La huelga continuó extendiéndose, el 10 de junio afectaba ya a trabajadores portuarios, ferroviarios y obreros del transporte, con lo que el número de huelguistas llegó a los cien mil. Quedaron paralizadas las líneas ferroviarias Shanghai-Nankín y Shanghai-Janchov. Británicos y franceses decidieron entonces que era necesaria su intervención y enviaron barcos de guerra a Shanghai. Querían estar preparados para una posible intervención militar si el movimiento iba aún más lejos. La burguesía china, si bien había suspendido la actividad económica de sus empresas, hacía insistencia en la necesidad de una "resistencia moderada", no "violenta", para evitar ofender a los imperialistas.
Los movimientos huelguísticos se extendieron por todo el país. Los ferroviarios en las provincias de Jopei, Chechiang y Chiangsí, abandonaron el trabajo, y los de Tientsín se prepararon para hacerlo. Las huelgas estudiantiles se generalizaron. Los comercios de muchas ciudades cerraron sus puertas.
Finalmente, la presión de masas obligó al gobierno a forzar la dimisión de de Tsao Ru-lin, Chang Tsung-siang y LuTsung-yü. Obligó también a la delegación china en la Conferencia de Paz de París a negarse a firmar, el 28 de junio, el Tratado de Versalles.
El movimiento de masas cosechó un extraordinario triunfo. Después de esta incontestable victoria, los obreros y estudiantes volvieron a su rutina habitual. Pero, bajo la aparente normalidad con la que se desenvolvía su vida, se había producido un cambio profundo. Los vertiginosos acontecimientos que se concentraron en dos meses habían dejado huella en su conciencia. La clase obrera había sido sin duda el factor clave para que el régimen chino y los imperialistas retrocedieran. El proletariado chino había experimentado en la práctica su fuerza, su unidad, su capacidad para paralizar el sistema productivo; en definitiva, el inmenso poder que albergaba en su seno.
La fundación del Partido Comunista Chino
El movimiento de los intelectuales renovadores estaba definitivamente escindido. En un sector se encontraban quienes, convencidos de la necesidad de una transformación radical del mundo de la cultura, mantenían una posición conservadora respecto a la estructura de la sociedad. En el otro, en el ala más revolucionaria, la revolución socialista de octubre en Rusia y la actividad de la Internacional Comunista, entre 1919 y 1921, provocaron un tremendo impacto. Se convencieron de la necesidad de transformar los seminarios de estudio en grupos de militantes políticos sobre los que fundar el Partido Comunista. Esta tarea fue estimulada y facilitada además por el desarrollo industrial de China.
Las grandes potencias hacía tiempo que no se conformaban con el saqueo de las materias primas, querían beneficiarse de las riquezas naturales y de la abundante mano de obra barata. Sus inversiones desarrollaron grandes industrias que se concentraron en la cuenca del Yangtsé, en la ciudad de Shangai, en el área de Cantón - Hong-Kong, y las minas de la zona de Hunán. Las pocas cifras que disponemos de esta época, hablan de entre 1,5 y 2 millones de obreros. Todos ellos sometidos a una asfixiante y doble explotación por parte de la oligarquía nativa y el capital extranjero.
En marzo de 1920 llegaron a China los primeros representantes de la Internacional Comunista para establecer contacto con los círculos revolucionarios del país. En mayo del mismo año, el círculo Shanghai se transformó en la primera agrupación comunista. En poco tiempo, grupos similares se constituyeron en Pekín, Wujan, Changshá, Cantón y Chinán. Por fin, el 1 de julio de 1921 se fundó el Partido Comunista de China en Shangai. Sus sesiones se celebraron inicialmente en una escuela femenina, vacía es ese momento por las vacaciones escolares. Acabaron sin embargo, en una barca sobre un lago, único refugio que los jóvenes comunistas encontraron para escapar de la policía. La cifra exacta de delegados no es conocida con exactitud, pero en opinión de algunos de los asistentes hubo 12 ó 14 personas, en representación de no más de medio centenar de afiliados. Chen Tu-hsiu fue nombrado secretario general y el Partido decidió orientarse a la actividad sindical entre los obreros.
Los primeros logros del comunismo chino fueron muy modestos numéricamente. Pero las condiciones objetivas del capitalismo corroboraron una de las leyes de la dialéctica menos conocidas, pero enormemente valiosa para quienes asumen la tarea de construir un partido revolucionario. Al igual que de la cantidad surge la calidad, de la calidad surge, llegado el momento adecuado, la cantidad. El PCCh, que en 1921 no contaba con más de 50 afiliados, tendría inicialmente un crecimiento lento: alrededor de 500 militantes en 1923 y menos de un par de miles en 1925. Con el estallido de la segunda revolución se producirá el gran salto, llegando a sumar 60.000 afiliados en 1927. Si es cierto que la historia nunca se repite de la misma manera, estamos ante un valioso ejemplo para los que hoy empeñamos nuestros mejores esfuerzos en la construcción de una genuina organización comunista. Un núcleo de cuadros marxistas con voluntad revolucionaria, fusionado con el movimiento vivo de las masas y capaz de aprovechar las oportunidades que le brinda el despertar de la revolución, puede ganar el derecho a formar parte de la dirección del movimiento, convirtiéndose en su ala más consecuente. Si además, comprende y domina en profundidad la genuina teoría marxista, podrá conducir a las masas a la victoria.
Luchas sindicales que anticipan una explosión revolucionaria
Entre el verano de 1921 y la primavera de 1923 se desarrolló una enorme agitación sindical al calor de la explotación imperialista. El movimiento creció con sorprendente rapidez. El Primero de Mayo de 1922 marcharon 100.000 obreros por las calles de Shangai y el doble de esa cantidad lo hicieron en Cantón. Algunos informes en la prensa burguesa destacaron la aparición de banderas rojas en los barrios obreros de Wuchang, Hanyan y Hankow. En los grandes centros industriales estallaron más de 100 huelgas en las que participaron más de 300.000 obreros. Dentro de este auge huelguístico, destacó especialmente la huelga de dos meses protagonizada por los marineros de Hong Kong. Movilizados por mejoras salariales, consiguieron finalmente obligar a los británicos a reconocer a su sindicato, además del aumento de sus salarios.
El Primero de Mayo de 1922 se celebró también la primera conferencia nacional de los sindicatos, dirigida por los marineros triunfantes, en representación 230.000 afiliados. En Shangai, a comienzos de 1923, unos 40.000 obreros estaban organizados en 24 sindicatos. En el centro y norte de China la organización obrera giró alrededor de los ferroviarios que, en 1924, llevaron a cabo su conferencia nacional. La lucha se estaba transformando en organización, posibilitando el nacimiento de sindicatos de masas. Los comunistas jugaron un importante papel en este proceso, situándose a la cabeza del joven proletariado chino. Entre otros, Li Li-san y Liu Shai-chi, inauguraron en Junán el Círculo Obrero de las minas de Anyuan, que dirigió exitosas luchas.
A principios de 1923 se produjo un dramático acontecimiento que golpeó la conciencia de miles de trabajadores. Las circunstancias que acompañaron la fundación del Sindicato General de Obreros Ferroviarios de la línea Pekín-Hankow, demostraron el carácter feroz y sangriento de la lucha entre el trabajo asalariado y el capital desde sus más tempranos inicios. Al tratarse de una vía férrea clave por atravesar China de norte a sur, dicha organización sindical se convirtió nada más nacer en un enemigo estratégico para los capitalistas. Al tener noticia de tal acontecimiento, el señor de la guerra Wu Pei-fu, el más poderoso en aquel momento, reaccionó prohibiendo el sindicato, arrestando a sus dirigentes y ocupando las sedes de la organización. Los trabajadores contraatacaron audazmente con una huelga general en toda la línea. En respuesta, la mañana del 7 de febrero, los mercenarios de Wu Pei-fu asesinaron a 35 trabajadores e hirieron a muchos más. El líder del sindicato, Li Hsiang-chien, fue decapitado ante sus compañeros por negarse a ordenar la vuelta al trabajo. La "masacre del 7 de febrero", con su brutalidad y crueldad extrema, sumió a los obreros en el terror pero, al mismo tiempo, les enseñó el auténtico rostro del capitalismo en China, acabando con cualquier esperanza de que bajo dicho sistema se pudiera acceder a algún tipo de derecho democrático o justicia social. Se preparaban así futuras luchas cargadas de un alto contenido revolucionario.
China se acercaba al estallido de una nueva explosión revolucionaria y, a diferencia de anteriores ocasiones, el proletariado estaba lo suficientemente maduro para jugar un papel independiente, incluso como para asumir la dirección revolucionaria. Los dirigentes comunistas chinos contaban, en teoría al menos, con la ventaja de haber sido precedidos por la experiencia victoriosa de sus hermanos soviéticos. No era indispensable, como si lo fue en el Octubre ruso, la genialidad teórica de Lenin en sus Tesis de Abril, o la anticipación brillante de la revolución permanente de Trotsky. Las líneas generales del programa de la revolución china ya habían sido escritas, aún más, demostradas en la práctica, con el triunfo de Octubre.
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Notas
12. Rosa Luxemburgo, La crisis de la socialdemocracia, Editorial Fundación Federico Engels, Madrid 2006, páginas 8 y 12.
13. Recogido en el libro La revolución china de Enrica Collotti, Ediciones ERA, México 1976, página 144.
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