viernes, agosto 03, 2007

La Historia : una apuesta por el Marxismo.

Característica de una buena parte de la historiografía universal al uso es su cuaje a partir de simples nociones generales, sin profundizar en los contextos sociopolíticos y económicos que dieron lugar al desarrollo de los hechos, tergiversaciones a partir de posiciones ideologizantes, abjurar de la historia como ciencia social o hacer análisis pretensamente eruditos, que no ocultan su júbilo a cuenta del fin de la Unión Soviética y el campo socialista. Como resultado se han creado obras ultrapolémicas, de un positivismo acrítico o posmodernas, que terminan afirmando nada menos que ha llegado el fin de la historia o que las civilizaciones (culturas) están llamadas a chocar cataclismáticamente. Según el engendro de Fukuyama, con el triunfo de las democracias liberales y de la economía de mercado ha terminado el espacio para avanzar. Este es el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y todo marchará en un mundo fijo de felicidad y satisfacción. En la acera de enfrente, mediante una catapulta de datos y cifras, Huntington pretende parecer la otra cara de la moneda, y a partir de la decadencia de occidente y el resurgimiento de las culturas no occidentales trata de convencernos de que la línea de fractura entre ambas será tachonada por conflictos bélicos. En los dos casos las tesis empleadas en estas obras parecen haber sido escuchadas antes; Hutington como resultado de un abundante ajiaco formado a partir de Spengler, Sorokin, Toynbee y muchos otros. Fukuyama por haber encontrado más de un siglo después la verdad absoluta de Hegel. Este en el Estado prusiano, aquel en el capitalismo occidental. Algo así, como si bastara que alguien afirmara que había dejado de funcionar la ley de la gravitación universal, para que todos los objetos comenzaran a danzar ante nuestros ojos.
Si Newton se hubiese reído de tamaña afirmación sobre la ley de la gravedad, Carlos Marx hubiera soltado una sonora carcajada ante la conveniente y afamada tesis de Fukuyama. Todo lo que queda de ella después de unos pocos años, es que la historia está más viva que nunca, más en movimiento que nunca, sobre todo en nuestra América. Como alguien dijo llegó el fin del fin de la historia.
Desde luego, en nuestro tiempo hacen falta algunas actualizaciones de la ciencia histórica: por ejemplo, la incorporación de nuevas fuentes, la búsqueda de nuevas áreas de investigación y el crecimiento a los lados en busca de las fronteras de otras ciencias sociales, sin fundirse con ellas, o la asunción de técnicas literarias. Esto enriquecerá la historiografía. No hablo por supuesto de modificar objetivos. Cada quien con los suyos.
Una de las cuestiones un tanto de moda en la filosofía y en la ciencia histórica es el problema del determinismo e indeterminismo, para darle la razón a este último y, junto con tal definición, el escepticismo. Pero vayamos por partes.
Según Johan Huizinga el historiador tiene que situarse constantemente en un punto del pasado, en que los factores conocidos parezcan permitir resultados diversos. Si escribe sobre Salamina, debe de hacerlo como si fuera aún posible una victoria persa; si se trata del golpe de Estado del 18 de Brumario debe resultar incierto que Bonaparte vaya a ser ignominosamente rechazado.
Estoy totalmente de acuerdo con este, llamémosle, indeterminismo expositivo que hace que el historiador no parezca un dios omnisciente y omnipresente, que todo lo conocía por adelantado. Desde luego, llegará el momento, un punto preciso evolutivo en que los hechos reales, si no quiere hacer obra de ficción, determinen la historia legítima. Ya entonces los persas serán derrotados en Salamina y Napoleón será rechazado por los consejos de Ancianos y de los Quinientos. Pero si bien es posible que puedan unos hechos haber sucedido y otros no, el pasaje histórico nunca puede haber acontecido de forma radicalmente contraria a aquellas circunstancias bajo las cuales se encuentran directamente sus protagonistas, y les ha legado el pasado: como dijo Marx los hombres hacen su historia, pero no a su libre arbitrio.[i]
De esa manera, cuando se expone la narración histórica se deben colocar los hechos en su lugar sin apuros por dar resultados predeterminados: la realidad es marxista, tal como lo es también la verdad, y ella se bastará para mostrarnos con un poco que la purguemos las circunstancias que le dieron lugar. Los pasajes contrafactuales no son historia, la historia es lo que realmente ocurrió y por qué ocurrió, no lo que no ocurrió y pudo haber ocurrido. En todo caso, cuando valoramos lo que no sucedió, nos afincamos en lo que sucedió realmente y, por tanto, no estaremos especulando. Por ejemplo, si razonamos qué hubiera sucedido si el general insurrecto cubano Vicente García no se hubiera sublevado en Lagunas de Varona, pudiéramos concluir que las tropas mambisas pudieran haberse unido a las fuerzas del general Máximo Gómez, que se habían propuesto invadir el occidente de la isla. Ahora, qué hubiera sucedido en lo adelante: si construimos una suposición a partir de que Gómez hubiera podido desarrollar su ofensiva sobre occidente, etcétera, etcétera, ya esto sería puramente especulativo.
A todas estas, si bien resulta aceptable la posibilidad de que la voluntad de los hombres pueda cambiar ciertamente no pocos de los sucesos acontecidos, o mejor, por acontecer, esa posibilidad de modificación tiene límites. El hombre puede torcer en buena medida sus circunstancias, pero no al extremo, por ejemplo, de hacer retroceder la historia a la edad media o hacerla avanzar de golpe en varios siglos.
Dice Nial Ferguson, profesor de historia de Oxford, que hay tres escuelas de pensamiento histórico, la religiosa para quien la causa final es la intervención divina; la idealista para la cual la historia es la transformación del pensamiento pasado mediante una estructura inteligible, y teleológica muchas veces, gracias a la imaginación del historiador; y la materialista que considera la historia inteligible en términos análogos o derivados de las ciencias naturales; es decir, como si estuviese regida por leyes naturales. Para las tres, dice, resulta inadmisible aceptar la pregunta "¿y si?".[ii] Es decir, las tres son deterministas. Mas, corrijamos este punto de vista: las dos primeras escuelas son solo una, y la tercera que postula es una vez más la del materialismo vulgar o mecanicista, no la del marxismo creador y dinámico.
No hace mucho, en dos conferencias de filósofos españoles, uno de ellos el conocido Javier Escotado, que nos visitaron, se encaprichaban en afirmar que la filosofía marxista aseguraba que todo se movía por los carriles únicos de la economía y resultaba de un determinismo a ciegas. Es cierto que Engels afirmó que Marx fue "el primero que descubrió la gran ley que rige la marcha de la historia, la ley según la cual todas las luchas históricas, ya se desarrollen en el terreno político, en el religioso, el filosófico o en otro terreno ideológico cualquiera, no son, en realidad, más que la expresión más o menos clara de luchas entre clases sociales, y que la existencia, y por tanto también los choques de estas clases, están condicionados, a su vez, por el grado de desarrollo de su situación económica, por el carácter y el modo de su producción y de su cambio, condicionado por ésta".[iii] Mas, recuérdese que Marx precisó más ampliamente que eran "las circunstancias (...) legadas por el pasado" y "[l]a tradición de todas las generaciones muertas" la que oprimía "como una pesadilla el cerebro de los vivos". Véase que Marx no habla de economía, como el eje del movimiento humano y social. Todavía más, Engels, en su famosa carta a Joseph Bloch, de septiembre de 1890, aclaraba: "Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la surperestructura que sobre ellas se levanta —las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas— ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en mucho casos, su forma".[iv]
De esta manera, queda más que claro que los juicios históricos de la filosofía marxista tienden a establecerse concretamente y no mediante un determinismo mecanicista. Es posible que algunos episodios, hubiesen ocurrido de manera diferente de acuerdo a los protagonistas y sus circunstancias. Por tanto, no hay porque rechazar aquella frase tantas veces citada, de Ortega y Gasset, "yo soy yo y mis circunstancias". Es decir, en ciertas condiciones cabe la pregunta "¿y si?"; en otras no, sobre todo cuando pretende ir más allá de lo plausible e históricamente valedero. Nunca olvidemos que al plantear esta tesis, si vamos al relato contrafactual no estaremos haciendo historia sino especulando.
Permítaseme también señalar que la interpretación de la historia, como resultado de la lucha de clases, no puede ser tomada de una manera literal. Resulta, por tanto, ajustado a la filosofía marxista argumentar que, en el caso cubano del siglo XIX, a la formación histórico-social del momento cubano corresponden sus clases propias. Entonces no fue la lucha de esclavos y burgueses esclavistas la que movió la historia. En primer lugar, no se puede creer que en aquella Cuba hubiese una burguesía esclavista, sino en todo caso la que pudiera llamarse propiamente clase de los hacendados y propietarios esclavistas. Otra visión es europeo-centrista y una de las cuestiones historiográficas que debemos proponernos, es abandonar esos esquemas universales válidos para todos los espacios que terminan caricaturizando las relaciones americanas (y cubanas) y volviéndolas remedos de las concepciones europeas. Resulta un tanto difícil calificar de burguesa a la clase de los propietarios esclavistas, cuando su capital y las relaciones de producción se formaron sobre la base del trabajo esclavo y no del asalariado.
Partimos en nuestro punto de vista de la definición de Lenin sobre las clases sociales: "Las clases son grandes grupos de hombres que se diferencian entre sí por el lugar que ocupan en un sistema de producción social históricamente determinado (subrayado por el autor), por las relaciones en que se encuentran respecto a los medios de producción (relaciones que en su mayor parte las leyes refrendan y formalizan) por el papel que desempeñan en la organización social del trabajo, y consiguientemente, por el modo de percibir y la proporción en que perciben la parte de riqueza social de que disfrutan".[v] Pero incluso pudiéramos aceptar la definición de Edward P. Thompson: "Si detenemos la historia en un momento dado, entonces no hay clases sino simplemente una multitud de individuos con una multitud de experiencias. Pero si miramos esos hombres en un período conveniente de cambio social, observamos patrones en sus relaciones, sus ideas y sus instituciones. La clase es definida por los hombres en cuanto viven su propia historia y, al cabo, esta es la única definición de clase".[vi]
Creemos que en Cuba y donde quiera que, después de la llegada de Colón a América, se estableció el régimen de producción esclavista y a la escala en que se promovió, aun en medio del contexto jurídico semifeudal que regía y de las relaciones de producción capitalistas dominantes en el ámbito internacional, sus peculiaridades hacen preferible tratar esa clase, dado su carácter determinado, en correspondencia con la manera en que esencialmente producían. No es dable emplear un concepto diferente a partir de con qué producía, ni qué producía, ni para quién producía, ni siquiera lo que pensaban de sí misma. El esclavo se volvía parte del capital fijo. Esto parece lo fundamental. Tampoco ninguna tecnología o producción podía variar esa situación. El propio Marx dijo que el modo de producción capitalista que se formó en las plantaciones de América era formal. Y como la independencia no se llevó a cabo mediante la lucha de burgueses y proletarios, pues se trataba de una revolución anticolonial, debe considerarse que la liberación, durante la guerra de los Diez Años, en el caso cubano, la encabezó un sector de la clase de los hacendados y propietarios rurales esclavistas, de Oriente y Camagüey, liberado primero que todo de su propio fardo esclavista, y fue este sector el que puso en marcha la historia al lanzarse al frente de una enorme masa de campesinos y también de esclavos y culiés chinos, contra la monarquía española y sus acólitos, los grupos de poder de la península, los hacendados esclavistas peninsulares y los tenderos de la isla, fundamentalmente de occidente. Si el 10 de octubre de 1868 Carlos Manuel de Céspedes no se hubiera levantado podrían haber ido a prisión muchos de los integrantes de ese segmento, convertido en revolucionario, con el resultado posible de la dilatación por años de la lucha.
Llegado el caso del 95, fueron integrantes de las clases medias, artesanos, medianos propietarios rurales, campesinos y trabajadores del campo, dirigidos por revolucionarios radicales y pequeños burgueses urbanos y sus intelectuales, quienes marcharon esta vez a batirse contra la monarquía española, la burguesía de la península y la fortalecida clase de los peninsulares burgueses antiguos usureros, propietarios de ingenios, a los que acompañaron en silencio obsequioso la mayoría inmensa de los hacendados criollos sobrevivientes de la hecatombe de las guerras precedentes. Por igual, no deben de caber dudas de que, incluso sin Martí hubiera habido guerra de independencia hacia finales del siglo XIX o principios del XX. Ya los autonomistas no podían parar el proceso de lucha anticolonial, devenido de la Guerra Grande. La nación forjada necesitaba darle espacio al Estado nacional, y la España de las elites dominantes no estaba dispuesta a ceder un ápice de su dominación ni siquiera a los autonomistas para salvar la colonia. A la manera de John Reed, diría que, sin dudas, no resulta necesario ser neutral pero sí buscar la verdad.
Como se ve y aunque marxistas ingleses, como Edward H. Carr, rechacen la tesis contrafactual, que en el caso del levantamiento de Céspedes se enuncia, o el comienzo o no de la Guerra del 95, y califique ese análisis como un simple "juego de salón", no parece que sea una especulación. Desde luego, se trata de una hipótesis con resultados inmediatos, y no de una causa compleja de desarrollo ulterior poco plausible o múltiples variantes de desarrollo. Resultaría una especulación a largo plazo, y decir que se está haciendo historia resultaría falso.
Un ejemplo: sin echar a un lado el punto de vista sostenido, no serían criticables los criterios del inglés G. M. Travelyan, quien se interrogó sobre la posibilidad de que Napoleón hubiese triunfado en Waterloo, pero sí por reduccionista la bromista tesis de Bertrand Russell de que la industrialización se debía a la ciencia moderna, la ciencia moderna a Galileo, Galileo a Copérnico, Copérnico al Renacimiento, el Renacimiento a la caída de Constantinopla, la caída de Constantinopla a la emigración de los turcos, la emigración de los turcos a la desecación del Asia Central. Por lo cual, el estudio fundamental de las causas históricas es la hidrografía.[vii] En el primer caso es solo un hecho que poco hubiese cambiado la historia, porque Napoleón más tarde o más temprano hubiera sido derrotado; en el segundo, la revolución industrial, dada su envergadura causal no puede tratarse tan a la ligera pues se trata de un hecho compuesto por un conjunto complejo de causas y condiciones que tiene que ver con el desarrollo de la sociedad capitalista e, incluso, Rusell la trata en la larga duración. En un caso, como establecen los defensores de las teorías contrafactualistas, las leyes de la probabilidad son aplicables y en el otro no. Por cierto, al fin y al cabo los defensores del caos, la incertidumbre y el escepticismo, terminan apoyándose en leyes generales.
Por todo esto hay que decir que la filosofía marxista tiene tanta validez hoy, como en el siglo XIX, a la hora de la interpretación histórica. Esto no quiere decir rechazar los aportes de los nuevos desarrollos o las variantes, como la historia de la ecología o la psicohistoria. Después de Annales no es posible encerrarse en estrechos caparazones. Tampoco resulta imposible ser veraz y, a la par, emplear técnicas de la narrativa, para lograr un relato más fluido, menos atrangantable.
Permítannos por tanto buscar en las viejas formas, las nuevas que podrán aplicarse en este siglo XXI.

Rolando Rodríguez

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[i]. Carlos Marx y Federico Engels: Obras escogidas en dos tomos, Editorial Progreso, Moscú, s/f, t. I, p. 231.

[ii]. Nial Ferguson: Historia virtual. Editorial Taurus, Madrid, 1997, p. 16.a

[iii]. Carlos Marx y..., op. cit., p. 229.

[iv]. Carlos Marx y..., op. cit., t. II, p. 490.

[v]. Vladimir I. Lenin: Obras completas en 55 tomos. Editorial Progreso, Moscú, 1986, t. 39, p. 16.

[vi]. Citado por Germán Colmenares: "Sobre fuentes, temporalidad y escritura de la historia". Biblioteca Virtual, Banco de la República. Colombia

[vii]. Nial Ferguson, op. cit., p. 24.

Agosto/2006

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