James Petras responde a Fidel Castro y Pablo González Casanova
Todas las revoluciones, y la cubana no es una excepción, avanzan inmersas en un proceso contradictorio: al mismo tiempo que solucionan los problemas básicos inmediatos, se enfrentan a nuevos desafíos. Hay escritores revolucionarios que reconocen este proceso dialéctico y la necesidad de apoyar críticamente la revolución. Por otro lado, hay publicistas que se arrogan la función de apologistas incondicionales de cada cambio en la política que proponga el portavoz oficial y repiten como papagayos el argumento del día.
En su reciente ensayo “Cuba: Revolución permanente y contradicciones contemporáneas” (Rebelión) [1], James Petras y Robin Abaya describen con gran detalle las conquistas históricas de la Revolución cubana: sus avances socioeconómicos, sus éxitos en la resistencia frente a la agresión imperialista de EE.UU., su capacidad de mantener programas populares básicos a pesar de la debacle de sus principales socios comerciales y la reciente recuperación económica y el crecimiento de que ahora goza. Tras bosquejar los logros de la Revolución cubana, insólitos dentro del contexto mundial, Petras y Abaya destacan la aparición de contradicciones que podrían erosionar las bases populares de la revolución: el enorme déficit de viviendas, los bajos salarios de los trabajadores, la penuria del transporte, el robo generalizado de la propiedad pública, la baja productividad y la excesiva dependencia del turismo, las exportaciones de materias primas y las importaciones de alimentos (en particular de EE.UU.). Algunos de los líderes de la revolución reconocen la mayoría de estos problemas. Las causas pueden rastrearse hasta la ausencia de control popular sobre la política de inversiones, que da lugar a un desarrollo excesivo de los servicios para la exportación y a la falta de inversión en viviendas subvencionadas, transporte y agricultura.
Petras y Abaya destacan la necesidad de reflexionar y replantearse las grandes e intensivas inversiones de capital en hoteles y biotecnología a la luz de las crecientes demandas populares y del descontento ante la escasez crónica de artículos básicos de consumo privado. Concluyen que la lucha contra la corrupción generalizada y una mayor transparencia en los presupuestos públicos y en las remuneraciones personales de las autoridades comprometidas en empresas conjuntas pueden lograrse mediante audiencias públicas televisadas, convocadas por comisiones independientes de trabajadores, agricultores, profesionales y contadores titulados. Su ensayo es el reflejo de varias décadas de apoyo a la Revolución cubana (incluso a veces con un costo personal) y de un profundo amor por su pueblo revolucionario. Tanto Petras como Abaya creen que los genuinos defensores de la revolución ofrecen su crítica constructiva para hacer avanzar el proceso contra sus enemigos externos e internos.
De acuerdo con sus observaciones y con un estudio cuidadoso de la erosión del socialismo en la URSS y China, Petras y Abaya han llegado a la conclusión de que cuando no se consulta a los trabajadores ni a los agricultores para planificar inversiones y prioridades, el apoyo al socialismo disminuye y el neoliberalismo aumenta. Al señalar con el dedo las contradicciones de Cuba, lo que están demostrando es su deseo de que la revolución evite las consecuencias catastróficas que tuvieron contradicciones parecidas en los antiguos regímenes socialistas.
Su ensayo ha logrado uno de sus propósitos principales, ya que ha estimulado un amplio debate dentro y fuera de Cuba, tanto entre intelectuales como entre activistas políticos. En particular, en Cuba, Raúl Castro ha hecho un llamado a un amplio debate crítico, a la formación de comisiones encargadas de revisar políticas básicas y de apoyar la formulación de nuevas estrategias socioeconómicas. Petras y Abaya escribieron aquel artículo con la intención de participar en este debate fraternal.
Fidel Castro y Pablo González Casanova
Sin embargo, dos autores que gozan de gran reconocimiento no han logrado comprender ni reconocer el espíritu fraterno y la pertinaz solidaridad del ensayo que firman Petras y Abaya. Fidel Castro los acusó en “Los superrevolucionarios” (Cubadebate) de “envenenar” el intercambio intelectual, de apoyar el neoliberalismo y de otros “delitos de pensamiento” parecidos [2]. Los acusó de “pretender ser amigos de la revolución” mientras que al mismo tiempo la difamaban. Según su lógica (repetida luego como un papagayo por Pablo González Casanova en dos artículos consecutivos, “Cuba y un hombre perverso I” y “Cuba y un hombre perverso II” (La Jornada) [3,4]), la revolución avanza siempre de manera lineal, siempre adelante y sin contradicciones, apoyada por personas capaces de sacrificar sin descanso sus necesidades básicas. De acuerdo con esta lógica, quien niegue dicha linealidad y señale contradicciones y retos internos cae en manos de la contrarrevolución.
La dura polémica de Fidel adolece de graves defectos. El primero y principal, su denuncia de Petras y Abaya como “superrevolucionarios, “neoliberales” y “venenosos” podría considerarse como una amenaza a cualquiera que tome parte en el profundo debate que está teniendo lugar en la Cuba de hoy.
Decenas de miles de cubanos están aprovechando la nueva apertura de Raúl para implicarse en una crítica constructiva, que a veces va mucho más lejos que la de Petras y Abaya. En segundo lugar, la inferencia que hace Fidel de un apoyo infinito a la revolución refleja un grado de voluntarismo que no se corresponde con la realidad: la mayoría de los cubanos están cansados de esperar, las parejas casadas aguantan mal el verse incluidas durante décadas en listas de espera para acceder a un apartamento decente y un aumento salarial; tampoco aprecian el verse en la obligación de aguardar hasta fin de mes para recibir el salario y poder comprar alimentos de calidad en el mercado libre; o de hacer cola para subir en el abarrotado transporte público. En la vida real hay límites en la espera de mejoras básicas, incluso entre las personas más revolucionarias.
La incongruencia de la polémica política de Fidel y González Casanova es más que evidente en su uso de invectivas personales: cuanto más vacía es la argumentación, más duros son los ataques ad hominem.
El ensayo de Pablo González Casanova es un ejemplo puntual. En vez de enfrentarse a los argumentos empíricos de Petras y Abaya, recurre a los insultos más extraños llamando “perverso” a Petras y tachando sus escritos de “perversión”. Su omisión del nombre de la coautora -Robin Abaya- sugiere un sexismo flagrante. En vez de ofrecer pruebas que refuten las observaciones de Petras y Abaya sobre la vivienda, la política de la renta o los problemas de productividad, se interna en nuestro supuesto comportamiento perverso por haber osado criticar a los muy sabios y entendidos líderes cubanos. González Casanova no ha aprendido nada de la realidad cubana ni tampoco ha dejado atrás su retórica brezhneviana ante la argumentación socialista existente. No es una coincidencia si González Casanova se hace eco de la polémica de Fidel; repite sus invectivas hasta la caricatura y no da muestras de independencia de pensamiento. Escribe como un soldado del Líder, tenga o no tenga razón, pero no como un soldado de la revolución. Para ser un politólogo que presume de “científico social riguroso”, González Casanova no parece haberse adentrado nunca en las calles cubanas ni haber hablado con las parejas que se arman de estoicismo durante diez años para obtener un apartamento o que trescientos días al año, a 40º de temperatura, toleran junto a cientos de personas el eterno retraso de una guagua atiborrada. Es difícil obtener estos datos en las recepciones de La Habana donde se agasaja a los universitarios extranjeros distinguidos.
Para disimular la dogmática y oportunista defensa que hace de una posición acrítica y su servil entuerto a las profundas reformas que pide el pueblo cubano, González Casanova sostiene que se inspira en los “movimientos sociales” y en las nuevas corrientes izquierdistas de Latinoamérica. Mientras que González Casanova elogia a los “movimientos sociales” desde su atalaya académica, su declarado “perverso”, Petras, ha estado trabajando sobre el terreno durante décadas con dichos movimientos: en Brasil con el MST desde 1991 y con CONLUTA desde 2004; en Argentina con los trabajadores desempleados desde 2002; en Ecuador con el sindicato de los trabajadores del petróleo desde 2002 (y hoy con los movimientos sociales en el Polo Democrático); en México con el sindicato de los electricistas desde hace muchos años; con Chávez y los chavistas desde 2001. Y Petras ha defendido la Revolución cubana desde 1959, cuando el Dr. González Casanova todavía era partidario del PRI.
Hay muchos otros movimientos y otras regiones y países donde el “perverso” favorito de González Casanova ha trabajado con los movimientos en lucha: España, Catalunya/Euskadi/Andalucía, Grecia, Italia, Turquía, Filipinas; pero creo que los lectores de Rebelión saben de qué hablo. Casanova, el apologista de salón de Cuba, carece de los hechos elementales sobre a quién critica y qué defiende. Los movimientos sociales en Latinoamérica tienen una vida política. No participan en la adoración de un culto al líder. Debaten, critican a sus dirigentes, sus errores e incluso a la Revolución cubana... cuando es necesario. La irreverencia de los movimientos sociales para con la autoridad, incluso de líderes tan respetados como Fidel, los convierte en “perversos” según González Casanova o en “superrevolucionarios” según Fidel.
Defender la revolución cubana exige la defensa incondicional contra el imperialismo y también propuestas para rectificar sus problemas. Tales propuestas son actos de amor. La invectiva polémica y los ataques personales contra defensores de toda la vida de la revolución y de los movimientos revolucionarios aislarán aún más a Cuba -y a los oportunistas como González Casanova- de la realidad y las transformaciones sociales que están por llegar a Latinoamérica y de los cambios sociales en Cuba.
James Petras
Rebelión
Traducido para Rebelión por Manuel Talens y revisado por Juan Vivanco
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