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sábado, septiembre 15, 2007
La revolución española de 1936
El texto siguiente pertenece a un largo estudio de Kurt Landau sobre «La Revolución Española de 1936 y la Revolución alemana de 1917-1918», publicado en Barcelona, en marzo de 1937, por Editorial Marxista. Este fragmento fue publicado en La Batalla , nº 153. Diciembre de 1965, de donde también hemos tomado los párrafos siguientes.
Kurt Landau, uno de los principales dirigentes de la Oposición Comunista de Austria, como tantos otros revolucionarios de diversos países, militó en el P.O.U.M. durante la Revolución Española y aportó a nuestro Partido lo mejor de su talento y su propia vida. En efecto, en mayo de 1937 fue asesinado por la G.P.U. Como Nin, sucumbió en España, en la misma época que en la U.R.S.S. morían los dirigentes de la Revolución de Octubre...
Modestamente, pero con una legítima emoción, evocamos hoy el recuerdo de Kurt Landau, militante y escritor revolucionario ejemplar.
La revolución española es el mayor acontecimiento contemporáneo desde el período revolucionario de 1917-18. Su significación, no solo para el porvenir de España, sino para el movimiento obrero internacional, es grandiosa. Tres años después de la derrota sin lucha de la clase trabajadora más poderosa de Europa, la clase obrera alemana, la revolución española muestra nuevamente de qué capacidades, energía creadora y heroismo sin límites dispone el proletariado.
No olvidemos que durante el más amargo de los años de la catástrofe alemana, en 1933, hubo no pocos que llegaron a dudar del socialismo y hasta de la misión histórica del proletariado (Souvarine). La antítesis Alemania 1933-España 1936, es tan neta y visible que, muchos que están acostumbrados a medir los acontecimientos con medidas abstractas y no con medidas históricas, se ven arrastrados a conclusiones falsas y peligrosas. Consideran el movimiento obrero alemán en su totalidad; al mismo tiempo hacen un flaco servicio a la revolución española, dado que la idealizan en lugar de sacar experiencias de ella. Los verdaderos revolucionarios no son poetas líricos, sino elementos críticos y progresivos en la revolución proletaria.
No se puede comparar una revolución en ascenso, como la de julio de España, con el último período de una revolución decadente y vencida, es decir, no se la puede comparar con los acontecimientos del año 1933 en Alemania. No se pueden considerar aisladamente los acontecimientos de 1933 y enfrentarlos con la revolución española de julio, sino que es necesario considerar las dos revoluciones en su conjunto y compararlas; es necesario limitarse a comparar la iniciación de la revolución socialista en ambos países y sacar de este hecho determinadas consecuencias sobre el carácter de ambas revoluciones. Pero en este caso se puede hacer entrar en la comparación la revolución de 1918, en noviembre, es decir, en un período durante el cual, en Alemania, el proletariado derribaba los viejos poderes, pero no tomaba el poder del Estado, y de este modo hizo posible la primera consolidación de la sociedad burguesa.
La decadencia política del «Komintern» nos obliga a aclarar una cuestión que en la teoría y en la práctica se halla resuelta desde hace tiempo: la cuestión del carácter de la revolución de julio de 1936 y de las revoluciones de noviembre en Alemania. Es notorio que el stalinismo considera la revolución de julio como una revolución democrática, cuyo objetivo no puede ser otro que una república democrático-burguesa. Según la interpretación stalinista de la historia, la insurrección de julio de 1936 se relaciona directamente con la revolución democrática burguesa de abril de 1931; julio debe continuar «la herencia de 1931, estabilizar definitivamente la republica morada».
Ciertamente que la revolución de Julio de 1936 y la revolución de Abril de 1931 tienen finalidades comunes; ante ambas se encuentran los problemas sin resolver de la revolución democrático-burguesa; en primer lugar, la cuestión de las nacionalidades, la cuestión agraria y la cuestión religiosa.
En ambas revoluciones, las masas proletaas son la fuerza motriz de la revolución. Pero al lado de estas diferencias comunes, nos sale al encuentro una diferencia fundamental: en la revolución de Abril de 1931, la
dirección de la revolución cae en el regazo de la burguesía liberal, pues la inmensa mayoría de las masas revolucionarias cree todavia-parte de la clase obrera, del campesinado, de la pequeña burguesía y de las minorías nacionales oprimidas- que la buruesía liberal puede y quiere solventar las cuestiones de la revolución democrática. Y esta confianza política de las masas en el papel director de la burguesía, puso límites infranqueables al paso inmediato de la evolución de Abril hacia una revolución socialista. Contra esto, los stalinistas, con su insensata consigna de entonces «¡abajo la república, viva la dictadura proletaria!», debían estrellarse y se estrellaron.
Fueron necesarias las luchas de clase más encarnizadas durante media década, los compromisos más vergonzosos de la burguesía, la insurrección aislada y heroica del proleariado astur, y por último el derrumbamiento de las breves ilusiones del Frente Popular entre febrero y julio de 1936, para
que el proletariado español llegase a comprender, a la vista de la contrarrevolución amenazante, que «la república no puede vivir como república burguesa democrática, sino solamente como república socialista».
Las consignas democráticas de la revolución no pueden ser resueltas por la burguesía; solamente pueden encontrar solución bajo la dirección del proletariado.
Lo que para nosotros, marxistas revolucionarios, desde la primera insurrección independiente del proletariado en la historia, la insurrección de Junio de 1848 en París, estaba claro, lo que Marx escribía a los obreros alemanes en 1850, penetró en los años 1931-36 profundamente en la conciencia del proletariado español. Marx preconizaba, aconsejando a los obreros alemanes, la lucha independiente en la revolución, la creación de órganos de clase independientes frente a la burguesía liberal victoriosa, la continuación de la revolución, la «revolución permanente». El proletariado español reconoció la necesidad de asumir por si sólo la dirección de la revolución y de realizar al mismo tiempo la solución de las consignas democráticas de la revolución y la transformación socialista de la sociedad.
El mayor mérito histórico de los anarquistas en España consiste en que han tomado parte, de un modo activo, en esta revolución de la conciencia proletaria, y de que a pesar de sus falsas concepciones teóricas, han entrado en la revolución de Julio como una fuerza revolucionaria.
Por el contrario, a los stalinistas les estuvo reservado el interpretar la revolución democrática de 1931 como una revolución socialista y la revolución socialista de 1936 como una revolución democrático-burguesa.
Si en 1931 cayeron en el aventurerismo revolucionario, en 1936 han convertido su posición de defensa de la república democrática en una fuerza reaccionaria en período de revolución socialista.
Kurt Landau
Berlín, 1930-31
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